Actividad misionera en Costa del Oro
EN OBEDIENCIA al mandato de Jesús los testigos de Jehová están haciendo hoy día “discípulos de gente de todas las naciones”. Una carta que tenemos a mano nos muestra cómo esto se está haciendo en Costa del Oro, África.
“El miércoles caminamos dos millas hasta Brauta y de paso testificamos en la aldea de Amoanda. Para continuar testificando con nosotros las hermanas cargan sus bebés en la espalda y llevan sus cargas en la cabeza. En estos últimos años los hermanos han aprendido mucho y ahora ellos cargan los bebés y a veces se encargan de ambas cosas, el bebé y la carga, para ayudar a las hermanas; lo cual es muy extraño entre estos nativos africanos. En el pasado me habían criticado por llevar conmigo mi maletín mientras viajaba a través de la selva; ‘ése es el trabajo de una mujer,’ me decían. La organización teocrática va produciendo un gran cambio en nuestros hermanos aquí. La bondad y el amor que muestran tener no es algo que se encuentre usualmente entre los africanos en el trato que dan a sus esposas y familias, y por eso se hace muy notable. Presenté un discurso público en Brauta y hubo una asistencia de 297 personas.
“El viernes, tres de nosotros—el lingüista, un muchacho nativo de ocho o nueve años (ellos nunca saben exactamente cuántos años tienen) y yo—fuimos hasta dos millas más allá, a Objubi. Después de hacer saber nuestra presencia y el propósito de nuestra visita, se nos escoltó hasta el palacio del jefe para esperar hasta que llegaran los ancianos y el jefe en su vestimenta formal. Allí nos sentamos en el patio solitario del palacio, frente a doce banquetas arregladas en línea, delante de cada una de las cuales tenían extendida la piel de algún animal; delante de la banqueta del jefe yacía una piel especial. Después que ellos entraron y tomaron asiento, empecé con los saludos formales, dándole la mano primero al de menor rango y así sucesivamente en orden ascendiente hasta llegar al jefe. Después que me senté, entonces vinieron ellos y me dieron la mano, empezando con el jefe y terminando con el de menor rango.
“Entonces el jefe me habló a través de un lingüista que sirvió de logos debido a la costumbre tribal que prohibe que él le hable directamente a alguien. Él relató de lo que había sucedido en su aldea antes de mi llegada, etc. Le dije brevemente cuál era el propósito de mi visita y en respuesta nos saludó en nombre de sus ancianos y súbditos. Sólo entonces me fué posible seguir adelante con el testimonio y presentarle la petición de que hiciera sonar el gong para llamar los aldeanos a la reunión y al discurso público que iba a pronunciar. Mientras daba mi testimonio todo estaba en profundo silencio. Entonces llamé al muchacho que tenía la Biblia vernacular grande para que leyera Job 32:9, uno de sus textos favoritos y el cual podía leer sorprendentemente bien. El chico, vestido en su traje nativo, caminó hasta el centro del patio, abrió la Biblia en el lugar indicado y le leyó al jefe: ‘No siempre los grandes son sabios, ni los ancianos entienden lo justo.’ La lectura del muchacho produjo un efecto de humildad en el jefe.
“Seguí adelante con el testimonio y cuando concluí el jefe dijo que mi venida a la aldea era algo como nunca había acontecido antes en la historia de su pueblo; nunca había entrado allí un hombre blanco en tan humilde y amigable disposición hacia los africanos de piel obscura. Olvidándose de costumbre y tradición, el jefe me habló directamente de un modo tan íntimo y amigable que se hacía manifiesto que tenían gusto de recibirme, no como a un representante del hombre blanco, sino como a un embajador del reino de Jehová. Ni el jefe ni ninguno de los ancianos podía leer. Sin embargo el maestro de escuela sí podía, de modo que le dejé alguna literatura en twi para que le leyera de ella al jefe. Indudablemente toda la aldea vino a escuchar la conferencia, pues hubo 475 personas presentes.
“Al día siguiente caminamos dos millas más a través de la maleza hasta Bereku. El matorral era tan espeso que el seguir adelante era como estar pasando por un túnel; tan obscuro estaba el ambiente que no pude tomar fotografías. Un clérigo metodista nativo que oyó a uno de los testigos jóvenes leer la Biblia me mandó a buscar. Preguntó cómo era que tanta de nuestra gente podía leer cuando él había estado dando instrucción a algunos muchachos por largo tiempo en la escuela metodista y éstos no podían leer tan bien como lo hacían los nuestros. El jovencito testigo habló por sí mismo y dió una contestación satisfactoria. Hubo 232 personas presentes en la conferencia pública en Bereku.
“Desde ahí viajé a Winneba, una aldea situada cerca de una playa y con una población de aproximadamente 15,000 personas, donde la muchedumbre más grande de todas se reunió el domingo para escuchar el discurso público. Allí fué que un muchacho, después de escuchar una conferencia previa, le dijo a su padre pescador: ‘Hicimos ese bote con nuestras propias manos y ahora le hacemos sacrificios. Hoy aprendí que eso está mal y no voy a hacerlo más.’”
Sí, se están haciendo discípulos cristianos de hombres de toda clase, incluyendo a los nativos africanos de Costa del Oro.