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  • ¿Ama usted la vida?
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1999
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1999
w99 15/8 págs. 3-4

¿Ama usted la vida?

“DÉJENME ver la luz.” Se cuenta que estas fueron las palabras que dirigió el poeta italiano Giacomo Leopardi a los que lo atendían justo antes de morir. Reflejan el profundo apego del hombre a la vida, representada por la luz.

El apego a la vida es un valioso impulso que mueve a la mayoría de la gente a evitar peligros y a hacer cuanto pueda para seguir viviendo. En este sentido, el hombre no difiere mucho de los animales, que tienen un marcado instinto de supervivencia.

Pero ¿qué clase de vida merece verdaderamente la pena vivir y amar? No es la mera existencia fisiológica: solo respirar y moverse. Tampoco hallamos plena satisfacción si procuramos disfrutar de la vida al máximo. La filosofía epicúrea, “comamos y bebamos, porque mañana hemos de morir”, no ha traído felicidad a las personas en general (1 Corintios 15:32). El hombre tiene algunas necesidades materiales fundamentales, pero también tiene intereses culturales y sociales, además de las necesidades espirituales, relacionadas con la fe en un Ser Supremo. Lo triste es que centenares de millones, quizás miles de millones, de personas tienen justo lo necesario para subsistir debido a las miserables condiciones sociales y ambientales de muchas regiones de la Tierra. Quienes se limitan principalmente a llenar sus necesidades físicas —comer, beber, tener posesiones o satisfacer los deseos sexuales— llevan, en cierto modo, una existencia propia de un animal, la cual les produce muy poca felicidad. En efecto, no se valen de los recursos más significativos que ofrece la vida para satisfacer el intelecto y las emociones humanas. Además, quienes procuran satisfacer únicamente sus deseos egoístas no disfrutan de la vida al máximo, dañan la sociedad en la que viven y no promueven los intereses de los demás.

En confirmación de este hecho, un juez que se ocupa de casos de delincuentes juveniles dice que “la crisis de los valores, la exaltación de modelos de conducta negativos y el éxito a través del enriquecimiento rápido y fácil” tienden a “promover un exagerado espíritu de competencia”. Tales factores contribuyen a un comportamiento nocivo para la sociedad y destructivo para los jóvenes, sobre todo cuando recurren a las drogas.

Como sabemos, la vida ofrece muchos atractivos: vacaciones en lugares fascinantes, información interesante que podemos leer o investigar, compañía agradable, música hermosa. Y hay otras actividades que producen una mayor o menor satisfacción. Las personas que tienen una fe profunda en Dios, sobre todo en el Dios de la Biblia, Jehová, tienen más razones para amar la vida. La fe verdadera es una fuente de fortaleza y serenidad que ayuda a la gente a afrontar tiempos difíciles. Quienes creen en el Dios verdadero pueden decir con confianza: “Jehová es mi ayudante; no tendré miedo” (Hebreos 13:6). Los que están familiarizados con el amor de Dios se sienten amados por él. Responden a Su amor, del cual derivan mucho gozo (1 Juan 4:7, 8, 16). Llevan una vida activa y altruista que resulta ser una fuente de satisfacción. Es tal como dijo Jesucristo: “Hay más felicidad en dar que en recibir” (Hechos 20:35).

Lamentablemente, hay otro aspecto de la vida actual que debemos tomar en cuenta. Abundan el sufrimiento, la injusticia, la pobreza, las enfermedades y la muerte, para mencionar solo algunos factores dolorosos que en ocasiones hacen que la vida sea casi insoportable. Al rey Salomón, hombre acaudalado, poderoso y sabio de la antigua nación de Israel, no le faltaba ninguno de los recursos que pueden hacer felices a las personas. No obstante, había algo que le inquietaba: el hecho de que al morir tendría que dejar a otra persona todo lo que había conseguido gracias a su “duro trabajo” que había efectuado “con sabiduría y con conocimiento y con pericia sobresaliente” (Eclesiastés 2:17-21).

Al igual que Salomón, la mayoría de la gente es consciente de la brevedad de la vida, la cual pasa muy rápidamente. Las Escrituras dicen que Dios “puso [...] la eternidad en la mente del hombre” (Eclesiastés 3:11, Magaña). Este sentido de la eternidad impulsa al hombre a meditar en lo breve que es la vida. Si con el tiempo no encuentra respuestas convincentes sobre el propósito de la vida y por qué morimos, puede sobrecargarse de sentimientos pesimistas y de inutilidad. Tales sentimientos pueden entristecer la vida.

¿Hay respuestas a las angustiosas preguntas del hombre? ¿Habrá algún día condiciones que hagan la vida más atrayente y duradera?

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