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  • g73 22/3 págs. 15-16
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  • Fui siervo de un dios hecho a manos
  • ¡Despertad! 1973
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¡Despertad! 1973
g73 22/3 págs. 15-16

Fui siervo de un dios hecho a manos

SEGÚN RELATADO AL CORRESPONSAL DE “¡DESPERTAD!” EN LA INDIA

CERCA de la casa de mi tío había un pequeño templo para el dios Birappa. Estaba descuidado, sin que nadie cuidara del dios. Así es que pensé: “Si yo decido servir en el templo y cuidar del dios tal vez pueda hallar esa felicidad y paz que por tanto tiempo he buscado.”

Así comenzó una nueva etapa en mi vida. Diariamente después de bañarme sacaba agua del pozo y bañaba al dios. Por lo menos una vez a la semana caminaba casi ocho kilómetros hasta el río para encontrar agua corriente fresca para bañarme, y entonces llevaba agua en un balde para el dios Birappa. Era un camino largo, pero tenía la satisfacción de saber que estaba sirviendo a mi dios.

Todos los días los aldeanos venían con su Prasad (regalo) para Birappa; algunas veces era un coco y otras veces eran flores. Yo les aplicaba Bandkar (sumergiendo mis dedos en ceniza y aplicándolos en las frentes de los aldeanos en tres líneas horizontales) y entonces les devolvía el Prasad a ellos. Así es que de los regalos dados a Birappa, se devolvían regalos a los adoradores, fuera de sus propios regalos o de los regalos de algún otro.

Mi dios Birappa no tenía una forma especial como las que se representan por una figura de hombre o mujer o hasta de algún animal, como es el caso con la mayoría de los dioses y diosas hindúes. Birappa estaba representado en un montículo como una gran piedra redonda. A veces mientras servía a Birappa secretamente me preguntaba: “Hay tantos dioses que son adorados. ¿Será posible que tal vez haya un solo Dios verdadero? ¿Hay alguien que verdaderamente sepa?” Todavía no había hallado la felicidad y la paz que deseaba, y por eso me preguntaba: “¿Hay alguien en este mundo que haya hallado felicidad y paz?”

Mis antecedentes

Desde la infancia la vida había sido dura para mí. Mi padre tuvo dos esposas. Yo nací de la segunda y después de solo seis meses mi padre murió. Mi madre murió cuando yo tenía solo un año de edad. Parecía que mi madrastra se complacía en golpearme, y por cualquier pequeñez recibía una paliza o me metía la cabeza en un balde de agua. Después de un tiempo me fui a vivir con mi anciana abuela. Ella no tenía los medios para darme una educación escolar, así es que pasaba mis días con las ovejas deambulando por los campos y sobre los cerros.

En esos sitios, a medida que pasaban los días, cantaba las canciones de nuestros muchos dioses, acerca de su poder, acerca de sus proezas y de su amor. Cantaba de Hanuman, veloz como el viento y que podía desarraigar árboles y colinas; de la diosa Chandra (la Luna) o de la diosa Ushas (el alba). Hay muchos miles de dioses y diosas en el panteón hindú. A medida que iba creciendo algunas veces me preguntaba: “¿Habrá un Dios que sea el más grande? ¿Podemos alguna vez en esta vida hallar la felicidad?”

Me casé a los quince años y entonces viví con mi suegra, a quien se le había dado nuestra tierra para trabajar. La vida continuó casi lo mismo día tras día. Cada día antes de salir para cuidar las ovejas hacía puja (un acto de adoración) delante de la representación de nuestro dios Birappa. Entonces con las ovejas deambulaba a través de los campos de la aldea y las praderas abiertas.

Fue después de muchos años que descubrí el templo cerca de la casa de mi tío y que comencé a servir allí. No recibí dinero alguno por este servicio, pero esperaba que me brindaría unidad con dios a mi muerte. A pesar de eso me preguntaba: “¿Por qué no estoy contento y satisfecho ahora que estoy adorando y sirviendo a mi dios?”

Se abre el camino a la felicidad

Cada atardecer mientras pasaba por la aldea rumbo a mi hogar me detenía y hablaba con algunos de los aldeanos que se sentaban fuera del dispensario de la aldea. Un atardecer al detenerme para conversar con algunos hombres les pregunté si tenían algo nuevo que contarme. Dijeron: “No tenemos nada nuevo que contar, pero hay un nuevo Señor europeo en el pueblo que está contando algunas cosas nuevas.” Así es que cuando encontré al hombre que estaba declarando las cosas nuevas le pedí que me contara el relato que le había contado a la gente. Me preguntó qué historia me gustaría oír, así que le pregunté si me podía decir quién era el Dios verdadero.

Y ciertamente me contó un relato que nunca antes había oído. Este fue el relato del Dios de la Biblia: un Dios invisible que creó todas las cosas y cuyas obras y creaciones están todas a nuestro alrededor, un Dios a quien podemos aprender a amar y apreciar y cuyas maravillosas cualidades podemos entender hasta cierto grado. Comencé a estudiar la Biblia. Este hombre me invitó a su hogar, y diariamente su familia también me recibía con gusto para oír más acerca de la Biblia.

Entonces me di cuenta de que debía aprender a leer a fin de poder aprender aun más. Me llenó de emoción el aprender de Jehová Dios, cuyo reino pronto tomará posesión de la Tierra y dará a todos los habitantes obedientes de la Tierra verdadera paz y felicidad junto con vida eterna.

Me di cuenta ahora de que no podía continuar sirviendo a un dios hecho a manos por el hombre. Así es que abandoné mi servicio en el templo. Ante esto mi esposa y mi suegra me hicieron la vida difícil. Finalmente mi esposa me abandonó para vivir con otro hombre. Cuando mi suegra vio que no me podía impedir estudiar la Biblia, se lo dijo a los aldeanos para que me golpearan.

Un día al devolver un rociador de insecticida, me encontré con un brahmín (un hindú de elevada casta) quien me pidió que rociara también su casa. Cuando llegué a su casa, salieron cinco personas que me agarraron y me golpearon. Poco después de esto, sentí que sería mejor abandonar mi hogar y mi pequeña propiedad, a fin de poder ejercer más libremente mi nueva fe. A pesar de la oposición, no perdí mi felicidad, porque ahora sabía que estaba sirviendo al Dios verdadero.

Yo quería contar a otros acerca de esta maravillosa esperanza que había encontrado. Porque ahora podía explicar a otros que Dios no es un hombre, y que nunca bajó a la Tierra para tomar la forma de un hombre en distintas épocas cuando el mundo se hizo inicuo. Jehová Dios pondrá fin a los sufrimientos y establecerá un nuevo sistema que traerá verdadera felicidad y paz para toda la humanidad obediente y ellos vivirán en la Tierra para siempre.

Ahora mi vida es diferente. Vendo nueces para proveer mis necesidades. Esto me da libertad para siempre poderme reunir con compañeros adoradores de Jehová. Aunque tuve que abandonar mi hogar y mi pequeña propiedad, no he salido perdedor. Aprendí a leer, así es que ahora puedo leer la Biblia y La Atalaya. Tengo nuevas canciones que cantar acerca del un solo Dios verdadero y sus poderosas obras del pasado y maravillosas promesas para el futuro. Por fin he hallado la felicidad y la paz mental.

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