¿Es usted un buen maestro?
“¡MAMITA, muéstrame cómo! ¡Yo quiero hacerlo!” clama una pequeña de cinco años. ¿Qué le está pidiendo a su madre? Sé mi maestra.
Prescindiendo de nuestra situación en la vida, a menudo se nos pide que seamos un maestro. Cada vez que el lector da indicaciones de un mapa de carreteras, le muestra a un nuevo empleado cómo operar una máquina, le explica a un niño cómo atarse los cordones de los zapatos... usted enseña.
Sí, todos somos maestros, y deberíamos estar interesados en mejorar nuestras habilidades como maestros.
Es obvio que hay muchos diferentes niveles y clases de enseñanza. Pero, ¿por qué disfrutamos más de la explicación que nos dan ciertas personas que de la que nos dan otras personas? ¿Qué es lo que hace a algunas personas buenos maestros?
Cuando se le hicieron estas preguntas, un alumno danés contestó: “Un buen maestro conoce realmente la materia o conocimiento práctico. Además es práctico en su modo de abordar el asunto, diciéndome por qué es importante aprender determinada cosa. Como resultado veo dónde en mi vida puedo usar la información o conocimiento práctico.” Un estudiante canadiense sacó a relucir otro aspecto: “Un buen maestro muestra interés personal en uno. Uno no es solo un número para él.”
La relación entre maestro y estudiante
Los estudiantes son personas; necesitan sentir que se les muestra un interés personal. Como lo declara H. C. Rose en The Instructor and His Job: “Los estudiantes responden muy prontamente al interés genuino.”
Sí, la buena enseñanza comienza con nuestra actitud general hacia la gente. ¿Realmente nos interesamos por otros lo suficientemente para explicarles las cosas con paciencia? Si es así, estaremos dispuestos a tomar tiempo, no solo con la persona, sino también de antemano para organizar nuestras ideas, a fin de que sean de máxima utilidad y guía. Seremos amigables y haremos saber al estudiante que aceptaremos con gusto sus preguntas y comentarios.
Como un ejemplo práctico, suponga que se nos pide que instruyamos a un nuevo empleado en el funcionamiento de una máquina. ¿Qué podemos hacer para crear una buena relación? Si nos enfadamos con él por interrumpir nuestra tarea e inmediatamente lo abrumamos con palabras, ¿cómo se creará un ambiente conducente a aprender? Cuánto mejor es mostrar un interés personal y asegurarle que nos complacemos en explicarle el funcionamiento.
Los padres, especialmente, tienen que recordar que un niño quiere complacer desesperadamente, para sentir que tiene buen éxito y que es apreciado. Si se le hace sentir estúpido, o rechazado, debido a que no aprende algo tan pronto como los padres piensan que debería, se pudiera dañar su deseo de aprender en el futuro.
¿Podemos ver por qué es que a pesar que algunos quizás no tengan tanta habilidad técnica como otros en enseñar son mejores maestros que éstos? Ellos muestran un interés verdadero en el estudiante y la materia. El alumno responde por medio de querer aprender.
De mucha utilidad para mantener una buena relación entre maestro y alumno es la animación o el ser entusiasta. El entusiasmo es comunicable y, desafortunadamente, también lo es el aburrimiento. Debido a que dejan ver sus sentimientos acerca de la materia, algunos instructores hacen que sus estudiantes verdaderamente se entusiasmen en aprender. ‘Pero sencillamente ésa no es mi manera de ser,’ quizás diga alguien. Es cierto que nosotros variamos en cuanto a la manera en que mostramos nuestros sentimientos, pero todos nosotros sentimos y podemos hallar el modo de mostrarlo.
Frecuentemente un poco de investigación nueva del tema reavivará nuestro entusiasmo y entonces, a su vez, podremos entusiasmar a nuestro estudiante. Es útil repasar personalmente por qué es que nuestro entusiasmo es importante para el estudiante. Además, tenemos que dejar de pensar en nosotros mismos y sumergirnos en nuestro tema para poder lograr la relación deseada con los que estamos tratando de ayudar.
Pero hay veces en que esta relación existe, el estudiante quiere aprender, y sin embargo ambos están desilusionados de los resultados. ¿Qué falta? Quizás ciertas habilidades para enseñar. Considere unas pocas de las más valiosas.
Sencillez... la clave
Un maestro experimentado dijo: “El maestro no solo tiene que conocer el material que desea enseñar, sino también conocerlo en su forma más sencilla y sin embargo exacta. Si es complicado para el maestro, no podrá enseñarlo.” Lo que se necesita es sencillez.
Algunas veces el maestro conoce su tema tan bien que se olvida de lo muy complicado que éste puede parecer a alguien que no lo conoce. Si eso es cierto en su caso, ¿qué puede hacer para simplificar su explicación? Primero, vigile su vocabulario. Es fácil olvidar que los términos, especialmente los términos técnicos que pueden serle familiar a uno, pueden ser confusos para otros. Aun cuando uno no esté discutiendo algo técnico, se necesita cuidado. Suponga que está enseñando a su hijita a hornear una torta. Necesita asegurarse de que su pequeñita sabe la diferencia entre palabras como “batir,” “revolver” y “mezclar.” De modo que, además de favorecer palabras y oraciones cortas, asegúrese de explicar cualquier palabra que pudiera representar algo desconocido para su estudiante.
Segundo, evite la verbosidad. No use palabrería con el estudiante. Hablar no es lo mismo que enseñar. La sencillez a menudo requiere que uno pause y escoja las palabras cuidadosamente.
Tercero, aborde el tema lógicamente o en el modo de paso por paso. Edifique sobre lo que su estudiante ya conoce. Frecuentemente es provechoso hacer una lista de lo que quiere enseñar. Desmenúcelo, observando lo que implicará cada operación o punto, y entonces resuelva cuál debe aprender primero el estudiante. Ahora, ¿qué es lo que puede enseñar con buen éxito a continuación, y así sucesivamente? Recuerde que por lo general solo se pueden absorber unos pocos pasos a la vez.
Otro factor que contribuye a la sencillez es la repetición. Si uno elige unos pocos puntos principales y emplea la repetición, los resultados a menudo son alentadores.
¿Qué es lo que queremos decir por repetición? ¿Es el decir cierta frase vez tras vez? Ese método quizás haga que el estudiante memorice la frase como un lema, pero no que aprenda la idea que le sirve de base. Mucho mejor es que escojamos palabras diferentes... así se fijan las ideas. Un maestro de mucha experiencia anima: “Aprenda a decir la misma cosa de dos o tres maneras diferentes. Esto tiende a impedir que el estudiante memorice solo las palabras, y transmite los puntos principales.”
Uno puede mejorar en la simplificación por medio de analizar su modo de abordar. Pregúntese constantemente: ‘¿Hay una manera mejor de explicar eso? ¿Cómo pudiera haberlo hecho más claro, más sencillo?’
Dos otras zonas para el escrutinio son el uso de ilustraciones y el uso de preguntas.
Uso de ilustraciones
Una ilustración es un relato que enseña un punto, o puede ser una demostración, paso por paso, de cómo hacer algo. Ayudas visuales, tales como un pizarrón, pueden ser muy útiles. También se pueden usar palabras ideográficas.
Pero alguien quizás diga: ‘Sencillamente yo no soy un narrador y nunca lo seré.’ En realidad, todos usamos ilustraciones frecuentemente. Cuando decimos “lento como una tortuga” o “libre como un pájaro,” estamos explicando por medio del ejemplo... ilustrando.
Puede que uno no se sienta adecuado para usar ilustraciones más extensas, pero frecuentemente se pueden usar más cortas con muy buen efecto. El más grande maestro que vivió en la Tierra, Jesucristo, hizo eso. Cuando habló acerca de juzgar a otros él dijo: “¿Por qué, pues, miras la paja en el ojo de tu hermano, pero no tomas en cuenta la viga en tu propio ojo?” (Mat. 7:3-5) ¡Qué poderosa ilustración! Sin embargo fue breve.
Hay muchos beneficios en la ilustración breve. Es sencilla y así por lo general es más comprensible. Las ilustraciones largas, a menos que estén extremadamente bien hechas, tienden a complicarse. El estudiante puede llegar a envolverse tanto en resolver la ilustración que se olvida de la lección.
Por otra parte, una ilustración sencilla realmente puede ser útil para enseñar. El educador N. L. Bossing explica por qué: “La habilidad de pensar abstractamente [pensamientos no apoyados con ejemplos] es uno de los más difíciles logros humanos.” El estudiante necesita ejemplos para comprender su punto a cabalidad.
Las ilustraciones también son útiles para traer la enseñanza dentro del campo de la vida real. Después de enseñar a su hijo ciertos principios acerca de conducir un automóvil, déle un ejemplo de la clase de problema con el cual se puede enfrentar en el tráfico. Esto grabará en él que los principios que acaba de aprender son importantes en las situaciones de la vida real. Una ilustración apropiada no lo aparta de su tema. Lo hace más importante, más real. ¡Esto es buena enseñanza!
¿Cómo se puede pensar en buenas ilustraciones? Uno no necesita imaginarse “cuentos”; piense sencillamente en “ejemplos” de su punto. No tema usar la imaginación. Por ejemplo, suponga que está tratando de enseñar a sus hijos acerca de cómo los planetas se mueven en relación los unos a los otros. ¿Qué puede hacerse para darle “realidad”? ¡Bueno, la azucarera se puede convertir en el Sol; una taza en la Tierra, y el salero en la Luna! Muévalos alrededor el uno del otro, y las palabras que habrá usado adquirirán significado para su hijo.
Si se hace el hábito de buscar ejemplos, pronto verá que lo que diga frecuentemente hará una impresión duradera.
Uso de preguntas
Cuando se usa apropiadamente, la pregunta es un instrumento sobresaliente. Básicamente, las preguntas piden hechos (¿Quién? ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde?) o quieren saber conclusiones u opiniones (¿Cómo? y, ¿Por qué?).
Las preguntas cortas y concisas son las mejores. Por lo general implican una idea principal.
Si uno verdaderamente quiere saber lo que está pensando su estudiante, puede que sea necesario vigilar el tono de su voz. Por ejemplo, un padre puede preguntar a su hijo adolescente qué opina de fumar marihuana. Por la manera en que el padre dice la palabra “marihuana” el hijo puede saber que su padre no lo aprueba. ¿Qué pasa entonces? Quizás le dé al padre la respuesta que éste espera. Pero si la pregunta se hace sin ninguna emoción, es más probable que el niño responda de la manera que realmente siente acerca de ello. Las preguntas rara vez producen buena enseñanza si se hacen de una manera dura o exigente. No olvide la relación entre el maestro y el estudiante.
También es bueno recordar que si uno está pidiendo a alguien que piense, es importante ser paciente. Si hace una pregunta, pero entonces prontamente pasa a dar la respuesta usted mismo, nunca sabrá si la otra persona realmente la hubiera podido responder. Pause después de la pregunta; observe la expresión de su cara, y entonces si ve que él no comprende, vuelva a frasear la pregunta.
Las preguntas se pueden usar para estimular el interés, o probar el entendimiento, o ambos. A menudo las preguntas que estimulan el interés son retóricas, es decir, la respuesta es obvia o no necesita una respuesta verbal... tal como: ‘Todos queremos ser felices, ¿no es cierto?’
Las preguntas para probar el entendimiento son las más difíciles. Frecuentemente se usan para repasar los puntos principales o comprobar la comprensión del estudiante. Esas preguntas se tienen que formular cuidadosamente para evitar que el estudiante se desanime. Si le pide que razone sobre algo y llega a una conclusión equivocada, él quizás se sienta lento, se turbe o se desilusione. Si puede descubrir por su expresión facial que él no lo sigue, quizás sea mejor volver a explicar sin preguntar o con buen tacto preguntar si desea una explicación adicional. Su alumno se sentirá agradecido.
Realmente, el mostrar consideración, interés y paciencia en nuestra vida diaria tiene un buen efecto sobre nosotros, no solo al enseñar sino en todo tiempo. Llegamos a ser personas que pueden comunicarse más eficazmente con otros. Se nos comprende más fácilmente porque somos más comprensibles.
La cuestión no es realmente, ¿debe uno pensar en ser un maestro? Ya lo es. La cuestión es, ¿hará el esfuerzo para ser un buen maestro?
Las recompensas por ser un buen maestro son grandes. Porque cuando enseñamos compartimos con otra persona. Damos parte de nosotros mismos para ayudar a otro. Es una experiencia enriquecedora que puede hacer la vida más interesante y más remuneradora.