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  • Yo fui alcalde
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¡Despertad! 1976
g76 22/2 págs. 21-23

Yo fui alcalde

FUE mi buena fortuna ser educado en una familia con sanos principios morales. Como resultado, se me enseñó a ser honrado, sincero y veraz... características que habrían de influir fuertemente en las decisiones importantes que tendría que tomar más adelante en la vida.

De la Acción Católica pasé a la política, pues me parecía que uno debería contribuir activamente al desarrollo político y social de la sociedad. En otras palabras, debería llegar a ser una parte integrante del momento histórico en que vive.

Y así fue que, en 1970 en la elección local, fui elegido al concejo municipal y, a su vez, por el concejo al puesto de alcalde. Esto fue en Campagna Montferrato (Alessandria), Italia. En mi nueva función me hallé arrojado dentro de la arena política con su burocracia alineada contra sus ciudadanos, desempeñando estos últimos especialmente el papel de contribuyentes.

Pronto se me hizo evidente que la corrupción había alcanzado todo nivel de la sociedad, y que los políticos obraban en pro de intereses personales, para permanecer en el poder. Por eso las decisiones que se tomaban eran estrictamente partidarias. Cada vez que algo constructivo se proponía, pronto quedaba obstaculizado por la burocracia. Así es que nunca se podía terminar nada en menos de seis o siete meses.

En estas circunstancias luché para que prevaleciera la honradez y la rectitud, y trataba de nunca perder de vista los intereses de toda la comunidad. Fue posible cambiar unas pocas cosas, pero, ¡oh, cuántos enemigos me gané!

Observé que la mayoría de mis conciudadanos deseaba que se hiciera justicia, pero solo por la otra persona. Siempre que estuvieran implicados sus intereses personales, buscaban los favores de un amigo, o una componenda o una escapatoria, o intentaban asustar al funcionario o recurrían a la violencia inmoral para conseguir privilegios personales.

Una visita con resultados de largo alcance

Mientras estaba luchando en medio de todas estas dificultades, en la Navidad de 1972 un hombre y una mujer llegaron a mi puerta, y comenzaron a hablarme acerca de Dios y la Biblia, diciendo que era inminente un cambio sobre la Tierra. Bastante asombrado, accedí a hablar con ellos brevemente. Me dejaron el libro La verdad que lleva a vida eterna y algunas revistas, y prometieron regresar para saber en cuanto a lo que yo pensaba acerca de esta literatura.

Después de leer unas cuantas páginas del libro La verdad, me detuve porque parecía tan ridículo. Pero le hablé de ello a mi esposa. Nos preguntamos: ‘Para ir a las puertas y decir cosas semejantes esta gente tiene que tener alguna razón, alguna base; si lo que dicen es de la Sagrada Biblia, ¿cómo es que ellos lo han comprendido mientras que nuestra Iglesia Católica con casi dos mil años de historia no lo ha comprendido?’

Según nuestra costumbre, el domingo siguiente fuimos a Misa, porque éramos sinceros católicos practicantes. Después que el cura párroco había explicado el Evangelio, advirtió a su auditorio que no escuchara a los que se identificaban a sí mismos como “cristianos” o como “testigos de Jehová.”

Al siguiente domingo, habiéndose enterado de que los testigos de Jehová habían vuelto a visitar los hogares del pueblo, el sacerdote se enojó y dijo de una manera categórica que no los escucháramos, ya que eran protestantes que no creían en Cristo y, además, empleaban un modo agresivo para hacer que la gente aceptara sus ideas. En las próximas semanas el sacerdote frecuentemente habló mal de los testigos de Jehová, llamándolos “lobos codiciosos.”

Pero mi esposa y yo, impulsados por la curiosidad, o quizás debido a nuestra reacción al ambiente que nos rodeaba, recibimos a estos cristianos conocidos como testigos de Jehová en nuestro hogar, contrario a las advertencias de nuestro cura párroco. Nos sorprendió hallar que sus intenciones eran pacíficas y que sus modales eran apacibles.

Como católicos, creíamos que nosotros teníamos la religión verdadera, y, por lo tanto, nuestras consideraciones con los Testigos tenían por objeto ayudarlos a entender que estaban en un error. Pero mientras más continuamos estudiando más íbamos entendiendo que nosotros éramos los que estábamos en el error. Más de una vez recurrimos a nuestro cura párroco, quien, sin embargo, no nos pudo dar las explicaciones necesarias.

Impulsados ahora por nuestra sed por la verdad, trabábamos discusiones con personas que creíamos estaban bien informadas con respecto a la Biblia, tanto católicas como protestantes. Tratamos muchos puntos importantes. Sin embargo, ni el teólogo católico ni el pastor protestante pudieron hallar bases bíblicas para apoyar sus teorías. Por lo tanto, la única conclusión a la que pudimos llegar fue que la verdad se hallaba en las Sagradas Escrituras, y que los únicos que la predicaban eran los que cumplían con el mandato de Jesús de amarse los unos a los otros, identificándose de este modo como sus discípulos verdaderos.

El católico de término medio recibe en la adolescencia una enseñanza religiosa que se basa en rituales y oraciones aprendidas mecánicamente, después de lo cual se supone que la Misa dominical sea el medio de satisfacer su espiritualidad. Se le da a entender que su salvación está en las manos del sacerdote que realiza los varios sacramentos. Su conciencia se puede cauterizar y endurecer y, a la postre, tal persona a menudo se hace insensible y corrupta.

Gradualmente vi expuestos los errores de la Iglesia Católica a nivel doctrinal. Permítanme citar los que me impresionaron principalmente. Por ejemplo: ¿Cómo se puede justificar la doctrina de la Trinidad cuando uno lee lo que está escrito en Juan 14:28? ¿O cómo se puede sostener la doctrina de la inmortalidad del alma a la luz de Génesis 2:7; Eclesiastés 9:5; Job 14:13 y Job 34:14, 15? Y si examinamos la conducta de las iglesias de la cristiandad, la violencia que han cometido durante toda la historia, y especialmente en las recientes guerras mundiales, y si comparamos esta conducta con lo que dice Juan 13:34, ciertamente es evidente que esa conducta es incompatible con el cristianismo verdadero.

De todo esto fue fácil llegar a la conclusión de que las enseñanzas de la Iglesia Católica eran falsas, así es que poco a poco la abandoné, y junto con mi esposa comenzamos a asistir a las reuniones en el Salón del Reino de los Testigos de Jehová. A medida que aumentó nuestro conocimiento, comprendimos que los testigos de Jehová verdaderamente son el pueblo de Dios.

Nuevo punto de vista del alcalde sobre la política

El mundo de la política empezó a perturbarme aun más que anteriormente, debido a que ahora comencé a ver que la falta de honradez y el egoísmo entre los políticos se debía a su falta de discernimiento espiritual y conocimiento de la Palabra de Dios, la Biblia.

Se me hizo claro que el continuar yo en la política no haría nada para solucionar las luchas sociales en medio de las cuales vivía, porque mis esfuerzos requerirían que me rebajara a actos de transigencia y corrupción. De otro modo sería aplastado y echado a un lado. Según mi parecer, solo se podía cambiar la sociedad si se cambiaba el corazón de los hombres, y no se podía cambiar simplemente por la participación de unas pocas personas honradas en las varias actividades sociales.

Esto está confirmado por el hecho de que el mundo es lo que es, no porque no hayan tratado de mejorar las condiciones sociales las personas moralmente correctas, sino, más bien, porque los esfuerzos correctos de los pocos han sido superados por la iniquidad de los muchos.

Ahora yo podía ver por qué las fuerzas políticas y administrativas fueron, son y siempre serán incapaces de resolver los problemas sociales a los que se enfrentan diariamente y por qué grandes zonas en la parte sur de este país carecen de agua potable y electricidad, por qué hay sistemas nacionales de seguros con déficits escalofriantes, por qué hay insuficientes instalaciones educativas, contaminación descontrolada, inflación rápida, y por qué aumentan la delincuencia y la violencia.

No obstante, como alcalde (cargo que había asumido mientras era católico) todavía tenía una responsabilidad para con mis conciudadanos. Al mismo tiempo mi conocimiento de la verdad me hizo ver claramente que mi posición no era aceptable ante Jehová. Me era necesario actuar sin transigencia con respecto a esto y de acuerdo con los principios cristianos. Después de meditar sobre el asunto decidí ir al prefecto y explicarle mi intención de renunciar a la alcaldía. Fue muy comprensivo y me aseguró que arreglaría las cosas de tal modo que los miembros restantes del concejo municipal pudieran completar su mandato sin la necesidad de celebrar elecciones tempranas. Esto era exactamente lo que yo deseaba... el evitar darle a la comunidad la carga económica que significaría celebrar elecciones tempranas.

Así es que pude renunciar. Ahora mi esposa y yo nos sentíamos tranquilos y serenos acerca de la decisión que habíamos tomado. Ahora era nuestro deseo dedicarnos a Jehová y simbolizarlo públicamente mediante el bautismo en agua. Pudimos hacer esto.

Así es que ahora mi esposa y yo estamos felices de ser contados con el pueblo de Jehová y ofrecernos para el servicio del Dios verdadero, haciéndolo con profundos amor y aprecio y con el sincero deseo de ayudar a cuantas personas sea posible a también adquirir esta gran felicidad de corazón.—Contribuido.

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