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¡Despertad! 1976
g76 22/11 págs. 12-15

Un viaje a la antigua Corinto

“UNA ciudad renombrada y voluptuosa, donde se juntaban los vicios de Oriente y Occidente.” Esa era la antigua Corinto. También se ha dicho que la riqueza de la ciudad “era tan celebrada que era proverbial.”

¿Qué clase de ciudad merecería esas descripciones? ¿Podría alguien beneficiarse de un “viaje” a ese lugar? Veremos.

Corinto se convierte en una ciudad floreciente

La antigua Corinto estaba situada en el estrecho istmo que une el Peloponeso a la Grecia continental. Al este estaban el golfo Sarónico y el mar Egeo, y al oeste el golfo de Corinto y el mar Jónico. La ciudad estaba estratégicamente ubicada en la base septentrional del Acrocorinto, una empinada colina rocosa que se elevaba 566 metros sobre el nivel del mar.

Originalmente solo era una aldea pequeña, pero para el siglo VII antes de la era común Corinto era una ciudad floreciente. Entre los primeros colonizadores estaban los fenicios, quienes quizás hayan introducido la tejeduría, el teñido y otras artesanías. Después vino el pueblo de Ática, entonces los dorios y con el tiempo los macedonios. Los romanos liberaron a la ciudad en 196 a. de la E.C. Como una ciudad-estado independiente, Corinto se unió a la Liga Aquea, se vio envuelta en la oposición a Roma y fue quemada por el cónsul romano L. Mumio en 146 a. de la E.C. La ciudad yació casi desolada hasta que fue fundada como colonia romana pon Julio César en 44 a. de la E.C. Para el primer siglo de la era común, era la capital de la provincia romana de Acaya y era gobernada por un procónsul.

Con unos 200.000 residentes libres y quizás más del doble de esa cantidad de esclavos en la cumbre de su poder, Corinto ciertamente era una ciudad bulliciosa. Entre sus residentes había griegos, algunos italianos y muchos judíos. Pero las calles estaban llenas de mercaderes y viajeros extranjeros, en visita de negocios o placer.

“El puente del mar”

Las vías terrestres del comercio pasaban por Corinto. Además, las embarcaciones traían mercaderías a los puertos de la ciudad, Cencreas, a 13,6 kilómetros al este en el golfo Sarónico, y Lequeo, en el golfo de Corinto a 2,4 kilómetros al oeste. Algunos barcos anclaban en Schoenus, un pequeño puerto oriental.

Si los artículos a bordo del barco estaban destinados a puntos más lejanos hacia el este o el oeste, ¿cómo podían llevarlos a través del istmo? Algunos hombres pensaron en construir un canal. De hecho, el emperador romano Nerón realmente empezó ese proyecto alrededor de 66 ó 67 de la E.C., tan solo para abandonarlo y atender asuntos más apremiantes en otra parte. Pasarían siglos antes que se completara esa vía marítima, en 1893. Todavía se usa ese canal de 6,4 kilómetros que une el golfo de Corinto con el golfo Sarónico.

Pero no existía ningún canal en el istmo durante los días del apogeo de Corinto. Las embarcaciones grandes se descargaban en un puerto y su carga se transportaba por tierra al otro puerto. Entonces las mercancías se cargaban en otro barco y se enviaban a su destino. Sin embargo, las naves más pequeñas eran remolcadas a través del istmo con sus mercaderías a bordo. Esto se realizaba por medio de un camino para barcos con rieles de madera. Los griegos lo llamaban el díolkos, que significa “halar a través.” Con buena razón, entonces, el istmo de Corinto se llamaba “el puente del mar.” La mayoría de los marineros estaban dispuestos a lidiar con los problemas del transporte terrestre a través del istmo más bien que hacer el viaje de 322 kilómetros alrededor de los cabos al sur de la península barridos por las tormentas.

“El ojo de toda Grecia”

Corinto también era una sede del saber. Esto era tan cierto que el orador, escritor y estadista romano Cicerón (106-43 a. de la E.C.) llamó a la ciudad totius Græciæ lumen, es decir, “el ojo de toda Grecia.”

Es cierto que muchos residentes de Corinto eran muy instruidos. No obstante, muchos corintios participaban de actividades que eran moralmente corruptas. En cuanto a eso, la expresión “corintizar” significaba ‘practicar fornicación,’ y una “damisela corintia” equivalía a ramera. ¿Se pregunta usted qué contribuyó a semejante laxitud moral en esta ciudad denominada “el ojo de toda Grecia”?

La religión falsa era un factor importante. Por ejemplo, considere la adoración de la diosa Afrodita (la Venus romana). Su resplandeciente santuario estaba en la cima del Acrocorinto y se elevaba unos 457 metros sobre la ciudad. “El templo de Venus,” escribió el comentador bíblico Adam Clarke, “no solo era muy espléndido, sino también muy rico, y mantenía, según Estrabón, no menos de 1.000 cortesanas que eran el medio de atraer una inmensa concurrencia de forasteros al lugar.”

Pero, ¿cómo podía un visitante de Corinto pasar por alto el templo impresionante de Apolo? ¿Qué hay acerca de los santuarios construidos a tales deidades como Júpiter, Hera y Esculapio, el dios de la curación? ¡Pues, había estatuas de héroes y dioses a lo largo de las calles y las plazas públicas! Además, Adam Clarke comentó: “¡La prostitución pública formaba una gran parte de su religión; y en sus oraciones públicas acostumbraban pedir a los dioses que multiplicaran sus prostitutas!”

El cristianismo logró efecto

Fue a este ambiente que llegó el apóstol cristiano Pablo alrededor del año 50 de la E.C. En Corinto, fabricó tiendas junto con el judío Aquila y su esposa Priscila. Sin duda los tres también cooperaron en edificar a la nueva congregación cristiana en esa ciudad. Pablo “todos los sábados pronunciaba un discurso en la sinagoga y persuadía a judíos y a griegos,” griegos que evidentemente eran prosélitos de la religión de los judíos. Encontrándose con oposición y maltrato verbal de parte de los judíos, el apóstol dirigió su atención a la gente de las naciones y se transfirió a la casa de Ticio Justo, contigua a la sinagoga. La predicación de Pablo produjo fruto ya que Crispo, el presidente de la sinagoga, su casa, y muchas otras personas llegaron a ser creyentes.—Hech. 18:1-8.

De noche se le apareció el Señor a Pablo en una visión y le dijo: “No temas, sino sigue hablando y no calles, porque yo estoy contigo y nadie te asaltará para hacerte daño; porque tengo mucho pueblo en esta ciudad.” De modo que el apóstol permaneció en Corinto un año y medio, “enseñando entre ellos la palabra de Dios.” Así plantó “semilla” en el campo corintio. Algún tiempo después que Pablo, Aquila y Priscila partieron, Apolos “regó” esa “semilla” por medio de más enseñanza. Por supuesto, fue Dios quien hizo que creciera por medio de Su fuerza activa, el espíritu santo.—Hech. 18:9-11, 18-28; 19:1; 1 Cor. 3:5-9.

Probablemente en 55-56 E.C., Pablo pasó tres meses en Grecia, visitando a Corinto y escribiendo a los cristianos romanos desde esa ciudad. (Hech. 20:2, 3; Rom. 16:1, 23; 1 Cor. 1:14) El hecho de que el apóstol les tenía amor a sus compañeros creyentes en Corinto se deja ver por las dos cartas inspiradas que le escribió a la congregación allí. En la segunda de éstas, Pablo puso en claro que su corazón se había “ensanchado” en sus afectos para abarcar a los cristianos de esa ciudad renombrada. (1 Cor. 1:1, 2; 2 Cor. 1:1; 6:11) Además, esas cartas contenían observaciones que tenían un significado especial para los corintios.

Por ejemplo, abundaban en Corinto los fornicadores, idólatras, adúlteros, homosexuales, ladrones, codiciosos, borrachos, injuriadores e individuos dados a la extorsión. Pablo dijo sin rodeos que tales individuos no heredarían el reino de Dios. Es cierto que algunos cristianos corintios habían sido personas de esa clase. Pero, ¡cuán agradecidos estaban de que, como dijo Pablo, ellos habían sido ‘lavados, santificados, declarados justos en el nombre de Jesús y con el espíritu de Dios’! (1 Cor. 6:9-11) Además, merecía reflexión el consejo del apóstol de ser “pequeñuelos en cuanto a la maldad.” Obviamente, eso significaba no buscar conocimiento acerca de cosas corruptas e inmorales, sino, más bien, permanecer tan inocentes con respecto a las cosas inicuas como los niños muy pequeños.—1 Cor. 14:20.

Un paseo por Corinto

La antigua Corinto estaba construida sobre dos terrazas, una a unos 30 metros sobre la otra. En el centro de la ciudad estaba el Ágora, o plaza de mercado, con monumentos y columnatas a lo largo. Mirando a éste había hileras de tiendas que vendían una variedad de artículos. En el umbral de un negocio había una inscripción que decía “Lucio, el carnicero.” En otra inscripción se halló el término latino macellum. Pablo usó una forma de su equivalente en griego mákelon al decir: “Todo lo que se vende en la carnicería sigan comiéndolo.” (1 Cor. 10:25) Cuando los cristianos corintios oyeron esas palabras, sin duda pensaron en un macellum o carnicería local.

Muchas de las tiendas del Ágora estaban provistas de agua dulce. Esta fluía desde una fuente natural por un canal subterráneo a pozos individuales en cada tienda. Entre otras cosas, esto evidentemente permitía a los propietarios sumergir los alimentos en el agua, lo que servía para mantenerlos frescos y ayudaba a conservar los perecederos.

El Ágora estaba en dos niveles, con tiendas ubicadas a lo largo de la línea que dividía la sección superior de la inferior. En medio de estos lugares de negocio estaba la Bema o Rostra, una plataforma elevada de mármol blanco y azul repleta de grabados decorativos. Junto a ésta, en el nivel inferior, había dos salas de espera con bancos de mármol y pisos de mosaico. Aquí los peticionarios podían esperar su turno para presentarse ante un magistrado. Una muchedumbre bastante grande podía reunirse delante de la Bema; así es que era un lugar excelente para discursar en público.

En una ocasión, los opositores judíos de Corinto se levantaron contra el apóstol Pablo y lo llevaron al “tribunal” (Bema en griego) que, según algunos, era la plataforma elevada que se acaba de describir. Allí Pablo se presentó ante el procónsul Galión, pero este gobernante romano echó a los judíos, pues rehusó envolverse en sus controversias. Ante eso, los perseguidores se apoderaron de Sóstenes, el presidente de la sinagoga, y lo golpearon enfrente del tribunal. Posiblemente esta experiencia resultó en que Sóstenes abrazara el cristianismo, porque Pablo, al principio de su primera carta inspirada a la congregación de Corinto, menciona a “Sóstenes nuestro hermano.”—Hech. 18:12-17; 1 Cor. 1:1, 2.

Los cristianos corintios tienen que haber quedado muy impresionados cuando Pablo les dijo por carta: “Porque todos nosotros tenemos que ser puestos de manifiesto ante el tribunal [una forma de la palabra griega Bema] del Cristo.” (2 Cor. 5:10) Ellos podían entrar al mercado y ver el Bema, o tribunal, donde meros hombres dictaban juicio. ¡Cuánto más significante era el ser juzgado por el glorificado Jesucristo!

Entretenimiento y atletismo

Las producciones teatrales estaban entre las atracciones de la antigua Corinto. De hecho, la ciudad tenía dos teatros, uno con cabida de 18.000 personas. Por lo tanto, Pablo hizo un comentario muy entendible cuando les dijo a los cristianos corintios que los apóstoles eran “un espectáculo teatral al mundo, y a los ángeles, y a los hombres.”—1 Cor. 4:9.

Incidentalmente, cerca del gran teatro al noroeste del Ágora hay una plaza empedrada con bloques de caliza. Uno de éstos tiene una inscripción latina que dice: “Erasto, procurador y edil, puso este pavimento a costa de sí mismo.” Se ha sugerido que este Erasto fue la misma persona a quien se refiere Pablo como “Erasto el mayordomo de la ciudad” al escribir desde Corinto a los cristianos de Roma.—Rom. 16:23.

Corinto también atraía a los entusiastas por los deportes. Cada dos años, se celebraban cerca de allí los Juegos ístmicos. Es probable que éstos se hayan originado en honor de Poseidón (Neptuno), porque había un templo de este dios falso ubicado en la porción austral del istmo. Los torneos quizás hayan incluido competencias en música y poesía. Pero los juegos también presentaban tales acontecimientos como las carreras de carros, carreras a pie, saltos, lanzamiento de jabalina, boxeo y lucha. ¡Qué esfuerzos se requerían del atleta empeñado en ganar! ¿Y qué recibía? Los aplausos de los hombres y quizás una corona perecedera.

¡Una carrera por la vida!

En su primera carta canónica a los cristianos corintios, el apóstol Pablo usó los antiguos juegos como una ilustración, una que los residentes de esa zona pudieran comprender fácilmente. “¿No saben ustedes que los corredores en una carrera todos corren, pero solo uno recibe el premio?” preguntó Pablo, y continuó diciendo: “Corran de tal modo que lo alcancen. Además, todo hombre que toma parte en una competencia ejerce gobierno de sí mismo en todas las cosas. Pues bien, ellos, por supuesto, lo hacen para obtener una corona corruptible [en los Juegos ístmicos, pudiera ser de cosas corruptibles, tales como la hiedra, el apio o el perejil], pero nosotros una incorruptible [vida inmortal en el cielo].” Entonces, para darles ánimo, Pablo se usó a sí mismo como un ejemplo, diciendo: “Por lo tanto, la manera en que estoy corriendo no es incierta; la manera en que estoy dirigiendo mis golpes es como para no estar hiriendo el aire; antes aporreo mi cuerpo y lo conduzco como a esclavo, para que, después de haber predicado a otros, yo mismo no llegue a ser desaprobado de algún modo.”—1 Cor. 9:24-27.

Como tantas ciudades antiguas, la Corinto de la antigüedad hoy se halla en ruinas. La Corinto moderna está situada 4,8 kilómetros al noreste de su ubicación anterior. Por eso, esa “ciudad renombrada y voluptuosa, donde se juntaban los vicios de Oriente y Occidente,” ya no existe. No obstante, los que desean completar con éxito la carrera cristiana por la vida eterna hallarán que los consejos que da el apóstol Pablo en Primera y Segunda a los Corintios no solo están al día sino que son animadores y espiritualmente remuneradores. ¿Por qué no toma en la mano su Biblia, lee esas cartas divinamente inspiradas, y así completa su viaje a la antigua Corinto?

[Mapa de la página 12]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

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