Un ferrocarril emocionante
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en el Brasil
“LO MÁS hermoso, excitante, maravilloso, imponente, sí, emocionante.” Esas son las palabras que usó un guía de turismo uruguayo para describir el viaje ferroviario desde Curitiba hasta Paranaguá en el sur del Brasil.
Venga y dé con nosotros este excitante paseo de tres horas abordo del Litorina, un tren moderno de Diesel de un solo vagón y de perfil aerodinámico. Deseosos de no perder una sola vista, escogemos un día claro. A medida que nos acomodamos en nuestros asientos, con música de fondo, se nos da una calurosa bienvenida por el sistema de altoparlantes en inglés, francés, español y portugués... y también se anuncia que se servirán refrescos gratuitamente durante el viaje, lo cual aviva nuestra expectativa. ¿Qué vistas espectaculares, aunque momentáneas, nos esperan en este viaje de 110 kilómetros?
Partiendo de Curitiba que está a una altitud de 907 metros, el tren pronto empieza a serpentear por prados verdes que dentro de poco ceden a terreno más escarpado. De repente nos hallamos envueltos en oscuridad, pues el primero de 13 túneles nos ha cogido desprevenidos.
Al volver afuera, nos fascinan las escenas que pasan rápidamente como si fuera una película cinematográfica. Valles profundos parten las montañas, y el verde azuloso de cada hilera retrocedente va haciéndose más nebulosa. Hay bosques lujuriantes de pinos Araucaria, cuyas ramas y haces de pinochas en la misma cima del tronco nos hacen pensar en sombrillas. La vegetación lozana —interrumpida a veces por árboles cubiertos de flores amarillas, blancas o rosadas u hojas plateadas— oculta el suelo.
Tragedia de la Serra do Mar
El tren se para en el “Kilómetro 65.” Se nos llama la atención a una lápida memorial y una cruz al fondo del abismo. ¿Qué pasó allí? El 20 de mayo de 1893, antes del amanecer, ciertos soldados llamaron a la puerta de un comerciante y político de importancia, que se llamaba el barón del Cerro Azul, en Curitiba. En conformidad con las órdenes del general gobernante, pusieron a este hombre, junto con otros que estaban en la lista negra, en el tren para Paranaguá. Muy arriba en las montañas, en el “Kilómetro 65,” el tren se detuvo. Todavía estaba oscuro. Sacaron a los prisioneros del tren y los precipitaron al profundo abismo abajo.
Vistas espectaculares
Contemplamos la tragedia escalofriante por solo unos momentos. El tren sigue adelante suavemente para presentarnos lugares más placenteros. Rocas peladas resaltan de la profusión entrelazada de follaje verde. Corrientes de agua descienden en cascadas de las alturas rocosas. Interjecciones de “¡oh!” y “¡ah!” y “¡mira acá!” u “¡olhe aí!” prorrumpen de los labios de los pasajeros excitados a medida que aprietan la nariz contra las ventanas. Un rocío nebuloso envuelve las aguas descendientes de una cascada. ¿Su nombre? Bueno, ¡el Velo de la Novia!
El ojo apenas puede ir al mismo paso que los cambios que nos rodean. Un viaducto gigantesco se adhiere a las laderas de la montaña y se extiende sobre vastos precipicios. Vemos que nos acercamos a otro túnel que nos encierra y por fin nos libera. Entonces sigue otro trecho breve de carriles sobre un terraplén que fue cortado con gran peligro en la ladera de la montaña.
Al acercarnos a la Curva del Diablo, contenemos nuestro aliento. El tren avanza apegado a la orilla misma de un barranco profundo. ¿Nos atrevemos a mirar abajo? El saber que nunca se ha descarrilado un tren de pasajeros aquí no basta para mitigar nuestra tensión. Una curva de 45 grados sobre un abismo aterrador nos hace sentir más que incómodos. ¿Se deslizará el tren directamente al abismo? Solo cuando el recodo queda detrás empezamos a respirar de nuevo con tranquilidad... listos para la siguiente sorpresa.
El tren se detiene en la pequeña estación de Marumbi. Aquí varios entusiastas montañeros bajan en busca de aventura. Sin duda van a la cima Abrolho, un bloque de roca colosal. Puesto que es fácil de escalar, muchos se interesan en ascenderla. Pero hay otras cimas en la vecindad, como Ponta do Tigre, Morro do Gigante y Olimpo. Todas contribuyen a la grandiosidad del panorama. En el fondo yace la moderna central de energía de Marumbi, en el río Ipiranga.
La breve parada nos permite respirar el aire montañés con su ligero aroma de vegetación tropical. En medio de toda esta imponente obra de manos del divino Diseñador de Panoramas, el tren empieza a descender lentamente en dirección a la costa. Estamos pasando de lado el pico más alto de la Serra, de 1.979 metros. Abajo, a unos 900 metros, están las aguas de azul profundo y los cachones blancos del océano Atlántico y, a lo largo de la costa, casas y pueblos esparcidos como si fueran juguetes de niño. Abrigada por una colección de isletas, la ciudad de Paranaguá está situada en una bahía que tiene el mismo nombre.
Nuestro memorable viaje termina demasiado pronto. Aunque la actividad y bullicio de este puerto marítimo, uno de los más importantes del Brasil, y una deliciosa comida de mariscos ocupan nuestra atención, realmente todavía tenemos la mente puesta allá arriba en la Serra. Dentro de poco nos hallamos de nuevo en el tren que empieza su viaje de regreso sobre la una sola vía. Esta vez no podemos menos que sumirnos en meditación. ¿Cómo les fue posible concebir y completar un proyecto tan audaz?
Una hazaña de ingeniería singular
Un compañero de viaje nos ayuda con un esbozo histórico. En 1853, cuando el Estado de Paraná se separó del Estado de São Paulo, se hizo apremiante la necesidad de un eslabón eficaz con la costa Atlántica. ¿De qué otra manera podría Paraná exportar su mate, madera y café? La respuesta obvia era un ferrocarril entre Curitiba y la costa. En 1871 se consiguieron los derechos de construcción y más tarde fueron trasladados a la “Compagnie Générale de Chemins de Fer Brésiliens.” Por fin, en julio de 1880, se inauguró la construcción en la presencia del emperador Dom Pedro II.
Se dividió el ferrocarril en tres secciones, y la primera —un trecho de más de 40 kilómetros desde Paranaguá a Morretes— solo presentó el problema de terreno pantanoso y aluvial. Los verdaderos problemas empezaron con el comienzo de la segunda sección en “Kilómetro 42.” En la corta distancia de 39 kilómetros, el carril subió de cinco metros a 955 metros.
¡Con razón la segunda sección fue la más afanosa y atrevida! Al llegar al “Kilómetro 45,” los ingenieros europeos originales abandonaron la tarea debido a los peligrosos precipicios de la Serra do Mar. No obstante, intrépidos ingenieros brasileños aceptaron el desafío y prosiguieron con la tarea. Casi cualquiera se hubiese aterrado ante los medios primitivos a su disposición. Gran parte de la andamiada fue hecha de leños atados unos a otros simplemente con lianas, o enredaderas.
Con gritos de “¡Imposible! ¡Están arriesgando su vida en vano!” todavía resonando en sus oídos, los trabajadores continuaron avanzando... metro tras metro. Montañas empinadas, compuestas de granito y gneis, cedieron poco a poco a la determinación tenaz de ingenieros y trabajadores a la par. Dentro de poco había puentes adheridos a las laderas hostiles de precipicios de 900 metros.
Originalmente se cortaron 15 túneles a través de las rocas y se construyeron 41 puentes. (Solo quedan 13 túneles en uso.) ¡La construcción ascendió a un total de 972 metros de puentes y viaductos y 1.689 metros de túneles, el más largo de los cuales se tendió a una altitud de 995 metros y midió 429 metros!
Una vez que lograron vencer los obstáculos de la Serra, la tercera y última sección se les hizo muy fácil. Esta pasa por una meseta llana, casi en una línea recta, desde Piraquara hasta su extremo, Curitiba.
La inauguración
Por cinco años, durante los cuales el dar un paso falso significaría muerte segura, 9.000 hombres trabajaron denodadamente. Pero solo 4.000 estuvieron activos a la vez. Los otros 5.000 estaban en cama con enfermedades tropicales causadas por las picaduras de insectos. El número de vidas humanas que se perdieron fue alto.
A pesar de todos los obstáculos y predicciones negativas, el 5 de febrero de 1885, a las 10 de la mañana, se logró lo aparentemente “imposible.” A esa hora el primer tren salió de Paranaguá, y llegó a Curitiba a las 7 de la noche. ¿A qué se debió la demora? Bueno, a los viajeros se les sirvió una comida regia en la estación de Cadeado. Al llegar el tren a Curitiba lo recibieron con exclamaciones de gozo los habitantes de allí y algunas autoridades brasileñas y extranjeras. Hoy se aclama esta línea como una de las hazañas de ingeniería más excelentes del mundo y una que acredita al hombre por su perseverancia ante tremendas desventajas.
Por supuesto, el Litorina pintoresco no es el único tren que transita esta vía. Hay trenes comunes de pasajeros y de carga, con estaciones de desvío que hacen posible que un tren suba y el otro baje. El ferrocarril todavía es la línea vital entre el interior del Estado de Paraná y el mundo de afuera, y así cumple el propósito original por el cual fue construido.
Por fin, dejamos atrás la densa vegetación selvática que crece aferrada a las montañas, el cielo azul arriba y las profundidades sombrías abajo, así como el gorgoteo y la salpicadura de las aguas y la fragancia de la selva virgen tropical. Este viaje inolvidable ha intensificado mucho nuestro sentido de aprecio. Puede que usted mismo pueda hacer este viaje algún día. Si lo hace, nunca olvidará este ferrocarril emocionante.