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  • g79 22/2 págs. 13-15
  • Aprendí a apreciar mi vista

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  • Aprendí a apreciar mi vista
  • ¡Despertad! 1979
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¡Despertad! 1979
g79 22/2 págs. 13-15

Aprendí a apreciar mi vista

PARA mí fue una experiencia muy conmovedora el quedarme sentada y observar a mis amigos que habían venido a mi fiesta de “acción de gracias” que celebré hace unos meses. Disfruté tanto de ella que no quería que la fiestecita terminara. La “acción de gracias” se debió al hecho de que había recobrado mi vista, y al observar con satisfacción a los convidados hablando y riendo felizmente, le di gracias a Jehová porque podía ver claramente a cada uno de ellos.

Sin embargo, al mismo tiempo que los observaba, mi mente retrocedió a algo que sucedió hace más de un año, al tiempo en que me dijo el médico que mi hermana estaba muriendo de uremia. Poco después, mi padre murió de un ataque cardiaco. Tal vez su muerte se debió a la congoja que sentía por la grave enfermedad de mi hermana. Un mes más tarde, mi hermana murió. Por motivo de la muerte de estos dos, cuando yo tuve un problema con mi salud, me pareció sensato ir a un hospital de Manila y someterme a un examen completo.

Me registré en el hospital cierto día a las cuatro de la tarde. Después de dos días, estaba casi lista para volver a casa cuando de repente sentí un fuerte dolor en el vientre y cabeza. Llamé al médico y él me dio un tranquilizante. Pero el dolor no cesó.

Sentí calor en la nuca, y cerré los ojos. Cuando volví a abrirlos, todo estaba oscuro. Pedí que prendieran las luces, pero dijeron que las luces ya estaban prendidas. ¡Me puse a temblar, pues me di cuenta de que no podía ver! Volví a cerrar los ojos y volví a abrirlos. Hubo un cambio ligero. Ahora podía ver una neblina gris. No podía distinguir cosa alguna, pero podía ver cierta agitación en la niebla si algo se movía.

Por un rato pensé que esto iba a pasar. ¡Pero no pasó! Cuando me di cuenta de que no iba a pasar, me puse histérica. Rogué por ayuda y lloré amargamente hasta que tuvieron que darme oxígeno. Entonces le oré a Jehová pidiendo su ayuda y me sentí mucho más calmada.

Animada por amigos

En el hospital, me examinaron los ojos repetidas veces, pero todos llegaron a la misma conclusión: ¡no había enfermedad orgánica! Me puse confusa y creí que estaba perdiendo la habilidad de atenerme a la realidad. Mi esposo se comunicó con algunos de nuestros hermanos cristianos, y éstos vinieron a visitarme inmediatamente. Su asociación me animó muchísimo. Empecé a sentirme mejor en lo interior, y aunque mis ojos no mejoraron, me obligué a portarme normalmente a fin de no agregarle más cargas a mi esposo, Manny.

No hubo cambio en mi condición en el hospital; de modo que parecía que lo mejor que podía hacer era volver a casa. Allí me esperaban algunos amigos y mis dos hijos, King y Ruth. Por algún tiempo los hermanos de las diferentes congregaciones no dejaron de visitarme. Algunos cocinaban, otros se encargaban de la limpieza y otros simplemente hablaban conmigo. Todo esto me fortalecía mucho, pero yo sabía que los hermanos tenían sus propias ocupaciones. Por eso, vino el día en que les expresé mi agradecimiento y les dije que puesto que tenía dos hijos grandes (King tenía 15 y Ruth 13 años de edad) ellos podían ayudarme.

Viviendo sin poder ver

Había ocasiones, cuando estaba sola, que no podía menos que llorar un poco al meditar en la idea de que aparentemente no había posibilidad de recobrar mi vista. Pero entonces no dilataba en orarle a Jehová y volvía a sentirme feliz. ¡Después de todo, mi situación no era tan terrible si la comparaba con la del personaje bíblico Job! Además, tenía dos hijos magníficos y un esposo maravilloso. Esto en sí mismo era motivo para sentirme agradecida a Jehová.

En casa, pronto me acostumbré a hacer mis quehaceres normales. Después de más o menos un mes, podía hacer casi todo lo que hacía antes, aunque no tan rápidamente. Iba al mercado y hacía las compras con una compañera que es Testigo, y hacía el lavado y la limpieza sola. También preparaba los alimentos y los cocinaba, aunque el freír me presentó algunos problemas. ¡A veces me quemaba con la grasa caliente! Probaba los alimentos para saber si estaban cocidos.

Manny y los hijos convinieron entre sí en tratarme como lo habían hecho antes, y no como una inválida. Por eso, lo mismo que antes, me decían: “Mamá, dame un poco de agua, por favor,” o, “Amor, ¿quieres darme mis calcetines?” ¡Y se esperaba que yo lo hiciera! Esto logró milagros en cuanto a edificar mi confianza en mí misma.

No obstante, sí necesitaba ayuda, y mi esposo e hijos fueron muy bondadosos. Mis hijos, especialmente Ruth, se beneficiaron mucho. Tuvieron que asumir una mayor porción de las responsabilidades de la casa, y así aprendieron a trabajar. Muchas veces cometía errores, especialmente al principio. A veces cuando mis hijos estaban en la escuela, tropezaba, me cortaba o el perro me mordía porque no podía verlo para evitarlo. Pero trataba de hacer todo con cuidado, y no tuve ningún accidente serio.

Ciertamente aprendí a apreciar los otros sentidos que Jehová nos ha dado. Puesto que me faltaba la vista, mis sentidos de oír, palpar y probar se hicieron más agudos. Y mi memoria mejoró inmensamente. Pude distinguir una moneda de otra al palparlas, y doblaba el papel moneda de diferentes maneras en conformidad con su valor para poder reconocerlo al palparlo. Aun ahora que he recobrado la vista, mi memoria todavía es muy aguda, y mi oído muy sensible.

Actividad cristiana

Manny y los hermanos de la congregación me ayudaron mucho a seguir adelante con la acostumbrada actividad cristiana. Me mantenía al día con las nuevas publicaciones porque Manny me leía de noche antes de acostarnos. Me era posible comentar en las reuniones, gracias a haber estudiado juntos con anticipación. Participaba en cantar también. Mi esposo me leía rápidamente las palabras que habrían de cantarse. Yo las cantaba en voz alta, mientras que él me leía en voz baja el renglón siguiente.

Pude participar en la predicación de casa en casa y seguí conduciendo un estudio bíblico. Por supuesto, otros tenían que leer los textos de la Biblia y las preguntas de la publicación. Pero yo hacía preguntas adicionales para hacer resaltar los puntos importantes. En esta situación, ¡qué agradecida estaba de que me había valido de las oportunidades en el pasado para estudiar la Biblia y acumular un caudal de conocimiento! La señora con quien conducía el estudio bíblico previamente había mostrado cierta indiferencia. Pero después que quedé ciega, ella hizo excelente progreso.

De modo que recibí la respuesta a mi oración. Pude seguir sirviendo a Jehová y consiguiendo gozo y buenos resultados en ese servicio.

Recobro de la vista

Por unos ocho meses, lo único que podía ver era esa niebla gris. Perseveré en visitar a varios médicos y en tomar las medicinas que me recetaban, aunque no parecía haber mejora alguna. Pero unos dos meses después que dejé de tomar las medicinas prescritas, me sentí un poco mejor. Poco a poco pude ver formas vagas, y la niebla gris desapareció. Aunque seguí viendo todo muy blanco, este mejoramiento me ayudó en mis tareas de lavar y cocinar.

Pasó un año. Aunque podía ver algunos colores, muchas veces me sentía mareada, como si estuviera bajo agua. Todo se movía de un lugar a otro y luego desaparecía. Aunque mi vista todavía estaba muy débil, podía reconocer a las personas cuando se me acercaban. Por fin, durante el decimotercer mes de mi enfermedad, miré una lata de galletas y pude leer las letras en le etiqueta. ¡Había recobrado la vista!

De modo que ahí estaba, sentada en mi fiesta de “acción de gracias,” sintiéndome intensamente agradecida a Jehová por muchas cosas. Por supuesto que estaba agradecida por haber recobrado la vista. También agradecía todas las cosas que había aprendido debido a haber estado ciega durante ese período. Me sentía mucho más allegada, más unida, a mis hermanos cristianos debido al amor intenso que me habían mostrado cuando más lo necesitaba. Aprecié cual tesoro el amor caluroso que existía en nuestra familia. Debido a lo que había acontecido, estábamos mucho más unidos. Puesto que tuve que depender de Jehová en gran escala, me sentía mucho más cercana a él también. Sentía que mi relación con él se había hecho más profunda. Y había aprendido que el privilegio más precioso que tenemos es nuestro servicio a él.—Contribuido.

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