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  • Caza y pesca... a la antigua
  • ¡Despertad! 1980
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¡Despertad! 1980
g80 22/11 págs. 28-29

Caza y pesca... a la antigua

ENTRE el equipo de la mayoría de las personas que pescan probablemente hay una red o una caña de pescar. Usualmente se caza con un rifle. ¡Pero a mí, como miembro de la tribu mandaya, del sur de las Filipinas, se me enseñó a conseguir el alimento por medio de cazar y pescar sin equipo de esa clase!

Mi entrenamiento comenzó a los cinco años de edad. Para muchas personas, los métodos que nosotros usamos pudieran parecer primitivos, pero nuestra familia disfrutaba de una abundancia de carne y pescado obtenida de la propia despensa del bosque. Probablemente se usaron métodos similares miles de años atrás, cuando, después del diluvio del día de Noé, Dios dijo a la humanidad: “Todo animal viviente que está vivo puede servirles a ustedes de alimento.”—Gén. 9:2, 3.

Pescando... al estilo de la selva

Por ejemplo, para pescar no usábamos cañas ni redes. Entonces, ¿qué usábamos? ¡A menudo, simplemente las manos! Mi padre me enseñó a echar mano a pescados, camarones, langostas o cangrejos que estuvieran cerca de las rocas y la hierba en las riberas del río. También aprendí a usar una cesta de bambú o una cesta de espinas. Por la noche ponía una carnada en éstas, y por la mañana —esperaba yo con optimismo— habría una cosecha.

En nuestra tribu, el arco y la flecha se usaban a menudo para la pesca. Aprendí a agacharme sobre una rama que se extendía sobre el río y a imitar los sonidos que hacían ciertos peces. Cuando los peces salían a la superficie, yo disparaba la flecha, y me zambullía para recoger lo conseguido.

Otra manera en la cual capturábamos peces era por medio de cavar en la ribera un hoyo de casi un metro de ancho, dos metros de largo y un metro de profundidad. Frente a la entrada, hacíamos una cerca con listones de bambú. La cerca tenía una puertecita hecha de tal forma que, cuando el pez penetraba allí en busca de alimento, quedaba atrapado.

Otro método de pesca envolvía los esfuerzos de cinco ó 10 personas a la vez. Poníamos una especie de corral al final de un lago o de un arroyo y luego batíamos las aguas con palos a medida que íbamos vadeando hacia el corral. De esta manera hacíamos que peces, tortugas y hasta cocodrilos pequeños entraran en el corral. Sí, ¡comíamos cocodrilos también!

Muchas veces unas anguilas grandes nadaban por debajo de troncos de árboles, raíces, ramitas u hojas. Para apoderarnos de ellas, simplemente atravesábamos cualquiera de estos objetos flotantes con una lanza larga. Si había una anguila allí, y lográbamos asestarle un golpe, flotaba a la superficie.

Cuando las noches eran oscuras, atraíamos la presa con una luz. Cuando la presa se acercaba, usábamos el arma apropiada para matarla.

Destrezas de un cazador de la selva

Mi padre también me enseñó las destrezas de cazar en el bosque. La caza era vital para nosotros, pues gracias a ella nuestras familias podían comer. Una cosa que aprendí pronto fue que el que caza en la selva no sigue sendas que la gente suele seguir, puesto que los animales las evitan. Por eso, tuvimos que aprender a abrirnos paso por la espesura, sufriendo arañazos de espinas y hojas, mientras también tratábamos de evitar los mosquitos, hormigas, abejas y serpientes.

Puesto que el seguir el rastro de un animal puede exigir más de un día, aprendí a encontrar lugares seguros donde dormir, y a encender fuegos para cocinar el alimento. Tenía que saber qué plantas, frutas y bayas se podían comer, y cuándo habría huevos en los nidos de los pájaros. Aprendí también a obtener agua potable de las viñas de ratán y de otras plantas. Sí, ¡el tener un entendimiento de la selva podía significar la diferencia entre tener el estómago lleno o vacío, y hasta entre la vida y la muerte!

¿Por qué no se pierden en la selva los cazadores nativos? Eso se debe a que se nos ha enseñado el arte de leer la dirección del viento, y de usar el Sol y las estrellas para orientarnos.

Hay que desarrollar los sentidos, también. Una vista aguda es esencial para distinguir entre una presa y un montón de vegetación. El oído también es vital, para detectar el movimiento de los animales. ¡Hasta por el olor yo podía saber cuándo había monos, cerdos, pájaros, murciélagos, o serpientes en los alrededores!

Cazar... y ser cazado

Algunas veces la caza era un esfuerzo de la comunidad. La aldea entera se esparcía en forma de un círculo gigantesco y gradualmente los que lo componían iban cerrando el círculo hacia un corral que habían construido, mientras continuamente golpeaban los arbustos y arreaban a los javalíes y ciervos hacia el corral. Una vez que la presa estaba dentro del corral, el jefe de aldea dividía el botín de la caza de acuerdo con el tamaño de cada familia.

Otra manera de cazar venado era por medio de quemar una zona pequeña del bosque y esperar. Al venado le encanta lamer las cenizas de la madera quemada, de modo que, al anochecer, venían a probarlas. Una luz los atraía al cazador.

Mi padre me enseñó a imitar bien los sonidos de los animales. Así, tal como imitábamos los sonidos de los peces, imitábamos el sonido de varios pájaros mientras nos escondíamos cerca de un árbol frutal. Cuando los pájaros venían volando en respuesta a nuestra llamada, los cazábamos con el arco y la flecha, lo cual no era hazaña fácil.

Para atrapar gallinas salvajes, colocábamos un gallo doméstico en un corral cuya presencia disimulábamos con ramitas y hojas. El cazador imitaba el cantar del gallo, y el gallo doméstico respondía. Su contestación era recibida como reto por los gallos salvajes que estaban cerca, quienes venían corriendo, buscando pelea. Una vez dentro del corral, eran nuestros.

A veces el cazador tenía que tener cuidado. Nosotros no éramos los únicos habitantes de la selva en busca de alimento. Por ejemplo, a veces podíamos oír un canto, como el de un gallo salvaje. Pero en verdad era una serpiente negra, que estaba tratando de atrapar a un gallo para su comida. Y no le gustaba que los hombres interfirieran con su caza.

Todavía activos en la caza y la pesca

Han pasado muchos años desde que dejé la selva. Pero todavía viven hombres de la tribu en la selva, y usan algunas de las antiguas destrezas y tradiciones.

Habiendo sido cazador, comprendo bien las habilidades que tienen que ver con la caza. Pero actualmente, por casi 30 años, mi felicidad ha estado en esforzarme en otra clase de ‘caza y pesca.’ Mi esposa y yo hemos estado usando nuestras aptitudes en una obra salvavidas, mientras vamos a la caza de los que tienen corazón recto para con Dios, y desean servirle. Felizmente, la “presa” que ahora capturamos obtiene la oportunidad de vivir para siempre en un justo nuevo orden. (Mat. 13:47, 48)—Contribuido.

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