Mi vida fue transformada por un accidente trágico
EL CONJUNTO musical de música moderna del cual yo era miembro aquí en Nueva Zelanda se estaba haciendo cada vez más popular. Además, yo tenía un buen empleo suplementario como conductor de camión de transporte. Con los dos salarios yo tenía buenos ingresos. Necesitaba aquellos ingresos, pues además del dinero para los gastos normales, precisaba bastante dinero para aprovisionarme de marihuana y LSD.
Hacía poco que me había separado de mi esposa, y me hallaba en trámites de divorcio. Mientras tanto, vivía con otra mujer y tenía la intención de casarme con ella cuando el divorcio entrara en vigor.
Desastre repentino
Un día, mientras regresaba a casa con el camión completamente cargado, descendía por una cuesta empinada que se halla a 16 kilómetros al noreste de Rotorua. Al tomar una curva, me encontré con ganado en el camino, automóviles que venían hacia mí, y un camión que se había detenido frente al mío. Frené rápidamente, pero sentí el pie llegar hasta el suelo del camión... ¡los frenos me habían fallado por completo! Después de esto, solo supe que me había estrellado contra el camión, y que el impacto me había dejado las piernas aplastadas.
Los bomberos llegaron precipitadamente a la escena y les tomó una hora sacarme de entre los escombros. Se me llevó de prisa al Hospital Público de Rotorua, donde me administraron transfusiones de sangre en grandes cantidades y me amputaron ambas piernas por encima de las rodillas.
Después de un par de semanas me fueron quitando la morfina y pasé día tras día con la mente ofuscada por el dolor. Recuerdo que en una ocasión durante ese período vino cierta señora que sanaba por fe, colocó las manos sobre mí, y dijo que el dolor desaparecería. No recuerdo mucho acerca de ella, ¡pero recuerdo claramente que el dolor no disminuyó!
Hallaba algún alivio cuando mis amigos lograban hacerme llegar, ocultamente, alguna marihuana. En aquellas ocasiones yo abría la ventana, ponía en marcha el ventilador y quedaba contento dando chupadas al cigarrillo. Pero en realidad mi futuro con el conjunto musical estaba muy inseguro; de hecho, el futuro no parecía ofrecerme nada.
Con el tiempo, me dieron de alta. Fue un día feliz para mí, porque ya no se me restringiría el consumo de las drogas. Pero yo estaba muy deprimido. Con tal que tuviera mis drogas nada me importaba.
Un rayo de esperanza
Un día, cuando un testigo de Jehová llegó a mi puerta en Rotorua, expresé solo interés leve. En realidad, tenía un poco de curiosidad acerca de los Testigos, pues una parienta mía se había hecho Testigo. Yo me preguntaba qué habría impulsado a una muchacha simpática como ella a “hacerse religiosa.”
Pues bien, el Testigo me mostró con la Biblia que yo podía conseguir alivio de mis incapacidades aquí en la Tierra como humano. (Rev. 21:3, 4; Sal. 37:9-11, 29) Esto era algo enteramente nuevo para mí, pues yo creía que uno podía anhelar tener una vida duradera en paz y felicidad solamente en el cielo. Una cosa llevó a otra y, antes de darme cuenta de ello, yo estaba estudiando la Biblia con regularidad.
Todavía consumía las drogas ávidamente, lo cual a veces me hacía pasar apuros. En ciertas ocasiones, cuando era el “día del estudio,” me ponía a tomar drogas en gran cantidad y entonces recordaba el día que era. Según lo “eufórico” que estuviera, o llamaba por teléfono y presentaba alguna disculpa necia para postergar el estudio o, si el efecto de las drogas era demasiado fuerte, me comunicaba con un amigo dado a las drogas para que éste me mantuviera fuera de la casa toda la tarde. Pero el Testigo persistió y, a pesar de que tuve unos cuantos altibajos más, llegué a disfrutar en gran manera del estudio.
Pronto el Testigo y su esposa empezaron a llevarme a las reuniones que se celebraban en el Salón del Reino. Aunque me hacía sentir bastante nervioso el encontrarme en medio de una multitud, dentro de poco me sentí cómodo en aquel ambiente amigable. Empecé a pensar en que tal vez la vida todavía podía ofrecerme algo.
Una prueba tremenda
Todo parecía estar yendo bien. Pero entonces mi amiga me puso ante la siguiente alternativa: O ella o aquella religión. Me sentí terriblemente desconcertado; yo había dado más o menos por sentado que ella aceptaría las verdades bíblicas que yo estaba aprendiendo. Ella se fue aquella noche. Quedé a solas en mi silla de ruedas, y no puedo recordar cuándo me haya sentido más deprimido. Al momento no me di cuenta de ello, pero ahora sé que el espíritu de Jehová me dio las fuerzas para enfrentarme a una situación con la cual yo nunca me las podría haber entendido por mi cuenta.
Los Testigos se hicieron parte de mi vida, y me rodearon de nuevas amistades que reemplazaron a las que había perdido. No me fue muy difícil dejar de fumar o de usar las drogas, pues podía ver que lo que iba a ganar era de mucho más valor que el disfrute momentáneo de estas cosas. Sin embargo, no me sometí a una prueba; ejercí cuidado para no volver a asociarme con personas que usaban drogas. Más bien, mantuve compañerismo íntimo con los testigos de Jehová, quienes constantemente me proporcionaron ánimo.
Otro obstáculo
Para este tiempo yo había estado en mi silla de ruedas por un año y podía comenzar a usar piernas artificiales conectadas a los muñones de mis extremidades. Me sobrecogió el temor, principalmente el temor al fracaso. Por lo tanto, decidí permanecer en la silla.
De nuevo los Testigos acudieron en auxilio, pues me instaron a que probara las piernas artificiales. Me ayudaron a darme cuenta de que podría llegar a ser casi totalmente independiente y que mi servicio a Jehová aumentaría. Por eso, hice la prueba. Fue una experiencia espantosa encontrarme tan alto después de haber estado casi al nivel del suelo por tanto tiempo, y, ¡ay, qué duro me pareció el suelo las muchas veces que caí sobre él!
En sí, las piernas postizas son una maravillosa hazaña de la ingeniería humana. No tengo rodillas, de modo que se me tuvieron que construir unas rodillas especiales. Cada rodilla estaba hecha de manera diferente, para facilitar el movimiento y el equilibrio.
Al principio me sentía muy confundido, y casi siempre empezaba mal y me parecía que pasaba la mayor parte del tiempo levantándome del suelo. Pero he sido premiado por mi perseverancia y mi persistencia, y ahora puedo ir de un lugar a otro con bastante facilidad.
Además, las piernas artificiales están “conectadas” a los muñones de diferentes maneras. Uno de los muñones llega hasta la rodilla y la pierna postiza ha sido cuidadosamente moldeada para que encaje bien alrededor de la leve protuberancia que hay al final del muñón.
El otro muñón es demasiado corto para que se pueda unir a él una pierna artificial de la misma manera, de modo que se utilizó un método en el cual se crea un vacío entre el muñón y la pierna postiza. Cuidadosamente meto el muñón dentro de la pierna postiza con la ayuda de un calcetín en forma de tubo y de esta manera se crea un vacío. Así, la pierna postiza succiona el muñón. Cuando quiero quitarme la pierna, simplemente halo un taponcito, el aire entra y la pierna se separa del muñón.
Perspectivas prometedoras
Solicité empleo como escultor de jade, oficio que era completamente nuevo para mí. Es un trabajo fascinador que realmente me gusta. Me permite ganar el sustento para mi familia y para mí. He utilizado los diseños tradicionales de los maoríes, dándoles un toque moderno, y he producido unos pendientes muy atractivos.
Así que mi situación realmente ha cambiado. En diciembre de 1975 llegué a ser testigo de Jehová bautizado, y estoy rodeado de amigos de mi misma fe... ahora estoy felizmente casado con una de estas personas. Sí, anhelo volver a dar buen uso a mis piernas... en el nuevo orden de Dios. (Isa. 35:6)—Contribuido.