Engaño en la ciencia: ¿unas cuantas manzanas podridas?
EL MUNDO de la investigación médica estaba lleno de actividad y entusiasmo. Un estudiante de 24 años de edad, graduado de la Universidad de Cornell, había dado con una nueva teoría sobre la causa del cáncer y tenía los datos de experimentos para apoyarla. El trabajo parecía tan impresionante que algunos creían que podría resultar en que él y su profesor ganaran el premio Nóbel.
Los que trabajaban con él consideraban al joven uno de los científicos más brillantes. En tan solo unas cuantas semanas pudo terminar ciertos experimentos con los cuales otros científicos habían estado luchando por años. Parecía que los proyectos resultaban bien solo cuando él tomaba parte en ellos. Las cosas parecían marchar demasiado bien para ser ciertas.
Poco después se hizo evidente la razón. En julio de 1981 se descubrió que había engaño en su obra. Parece que una sustancia química que no debería haber estado presente hizo que los experimentos produjeran los resultados esperados. Rápidamente se sacaron de circulación los papeles científicos que se habían publicado sobre su obra. Investigaciones adicionales revelaron que de alguna manera él había entrado a la escuela para graduados sin siquiera haberse licenciado en ciencias. Además, los profesores de otras escuelas a las que él había asistido recordaron que él nunca había podido repetir los experimentos que afirmaba haber efectuado.
Este incidente es tan solo uno de una serie de escándalos que ha sacudido al mundo de la ciencia en los últimos años. Mientras que el engaño culminó en la ruina de la carrera aparentemente prometedora de este joven, otro caso de engaño que se expuso aproximadamente al mismo tiempo resultó en lo que se consideró “la pena más severa que el Gobierno haya impuesto por falsificación en la ciencia”.
Otro estudiante brillante de 33 años de edad, que se había graduado de la facultad de medicina hacía apenas siete años, ya tenía el mérito de haber hecho publicar en algunas de las principales revistas científicas más de cien ensayos sobre sus investigaciones. Sus colegas consideraban que su obra era brillante y creativa; además, él estaba a punto de llegar a ser miembro del profesorado de la Escuela de Medicina de Harvard y director de su propio laboratorio de investigaciones.
Pero pronto su historia de éxito había de quedar hecha añicos. En mayo de 1981, cuando se le pidió que presentara los datos de laboratorio de cierto experimento que él afirmaba haber hecho, se descubrió que estaba falsificando sus registros para hacer que un trabajo de unas cuantas horas pareciera como algo que hubiera requerido unas cuantas semanas. Enseguida otras partes de su obra se consideraron sospechosas. También se descubrió que en muchos de sus ensayos había empleado los nombres de otros científicos, nombrándolos como coautores sin que ellos lo supieran, y que algunos de los experimentos en los que se basaban los ensayos eran completamente ficticios. De alguna manera se las había arreglado para obrar así por 14 años sin ser descubierto.
Lo que contribuyó a que estos casos fueran particularmente perturbadores fue el hecho de que salieron a la luz poco después de una audiencia del Congreso de los Estados Unidos sobre el engaño en la ciencia. Esa audiencia, celebrada el 31 de marzo y el 1 de abril de 1981, se condujo para investigar una serie de engaños en las investigaciones científicas, que se habían expuesto poco antes.
Entre los casos hubo uno que tenía que ver con un profesor adjunto de la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale, a quien se halló culpable de plagiar la obra de otro investigador además de falsificar y refinar los datos en su propio informe. En otro caso estuvo envuelto un investigador principal del Hospital General de Massachusetts. En un estudio de la enfermedad de Hodgkin, un tipo de cáncer, él había utilizado cultivos de células que resultaron provenir de un mono y de una persona que no parecía tener la enfermedad.
Además de ser un golpe y resultar en vergüenza y desilusión, las noticias de tales prácticas fraudulentas hacen que el público dude de los científicos y la ciencia. ¿Cómo pueden los impostores llegar tan lejos y durar tanto tiempo sin que se les descubra?
Invariablemente, la respuesta de la comunidad científica es que tales casos no fueron más que unas cuantas manzanas podridas y que la prensa exageró muchísimo el asunto. Los miembros de dicha comunidad afirman que, si se toma en cuenta la gran cantidad de científicos que hay hoy día, los pocos casos de engaño que se exponen solo prueban que la ciencia tiene un registro mucho mejor que cualquier otro campo en el que se esfuerzan los humanos. Esto, insisten ellos, se debe a que la ciencia es un sistema que se autocorrige y tiene un mecanismo intrínseco que puede detectar rápida y eficazmente cualesquier intentos de falsificación.
Cualquier obra científica, para llegar a ser reconocida, tiene que aparecer en una de las publicaciones profesionales. Los ensayos que han de publicarse son evaluados primero por un grupo de expertos independientes, a quienes se conoce como árbitros. Se dice que este proceso es la primera línea de defensa contra la falsificación. Una vez que la obra se publica, está a la disposición de toda la comunidad científica no solo para escudriñamiento, sino también para réplica o reproducción, es decir, que otros científicos tienen que poder repetir el experimento. Se afirma que si alguna falsificación está envuelta en el asunto, saldría a luz en esta etapa.
Además, debido al alto costo de la investigación científica hoy día, gran parte de ésta tiene el apoyo de subvenciones gubernamentales. De nuevo, varios comités de asesores nombrados por el gobierno y compuestos de expertos en el campo repasan las solicitudes para subvenciones. Mediante este procedimiento pueden eliminarse propuestas inútiles y cuestionables antes de que siquiera comiencen.
En tal sistema —según se afirma— es muy poco probable que alguien siquiera intente perpetrar un engaño. De hecho, cualquiera que lo hiciera tendría que estar mentalmente desequilibrado o trastornado, al igual que lo estuvieron el famoso Dr. Frankenstein, y el Dr. Jekyll y el Sr. Hyde.
Los argumentos parecen suficientemente sólidos, por lo menos en teoría. ¿Qué hay de la práctica? ¿Son realmente tan raros los casos de engaño, como afirman los científicos? ¿Son desviados mentales o esquizofrénicos los que han sido hallados culpables de engaño? ¿Podemos nosotros, los que no somos científicos, aprender algo del fenómeno del engaño en la ciencia?
[Comentario en la página 4]
La investigación falsificada, el plagio, la falsificación y la investigación del Congreso sobre el engaño en la ciencia