Ahora procuro mejor nombre
Según lo relató el jefe indio William Jeffrey
EL MUSEO de Columbia Británica del Norte publicó en 1982 el folleto Totem Poles of Prince Rupert (Los tótemes de Príncipe Ruperto). De los 22 tótemes (o tótems) que aparecen ilustrados en él, yo tallé 15. En Príncipe Ruperto se encuentra una de las colecciones más grandes de tótemes verticales, la altura de los cuales fluctúa entre 30 y 70 pies (10 y 20 metros), y más de 20 de ellos son obra mía.
Sin embargo, no empecé a dedicar todo mi tiempo a la obra de tallar tótemes sino hasta que me jubilé, en 1960, y entonces tallé tótemes principalmente con el propósito de reemplazar los originales que se habían perdido debido al desgaste y el deterioro. Tallé tótemes para museos alrededor del mundo y para exhibiciones especiales, como las de Príncipe Ruperto. Aunque muchos tótemes pudieran comprarse por la suma de mil dólares, los míos se vendían por $12.000 o más debido a su calidad. De entre muchos otros tótemes, uno de los míos fue seleccionado para ser el tótem de la celebración del centenario de Columbia Británica, 1871-1971. De un pedazo de jade tallé otro tótem que mide unas 22 pulgadas (55 centímetros). Me tomó nueve meses tallarlo, está valorado en $75.000 y ahora se exhibe en Birks, Vancouver.
Así, ya me he hecho un nombre como maestro en la talla de tótemes. Pero ahora procuro mejor nombre.
Empecemos desde el principio... principio que en sí fue extraordinario. Nací en 1899, precisamente al norte de la aldea de Port Simpson, en Columbia Británica. Mis padres no solo eran indios de la nación de Tsimshian, sino que también eran descendientes de jefes. Por eso yo estaba en la línea de sucesión al puesto hereditario de jefe mayor.
Me crié con mis abuelos... pues mi padre había muerto al caer por un risco mientras estaba de caza. Recuerdo que cuando yo aún estaba pequeño, mi abuelo me puso en la mano una herramienta de corte, me dio madera y me puso a tallar. Me dio algunas instrucciones en cuanto a cómo tallar tótemes. Demostré tener aptitud para hacerlo, pero habían de pasar muchos años antes de que me dedicara a tallar en serio y produjera obras como las ya mencionadas.
Después de la muerte de mis abuelos, asistí a un internado de huérfanos, y luego a una escuela de internos indios desde 1914 hasta 1917. Quería ir a la universidad para hacerme abogado y procurador, pero, si los indios iban a la universidad, tenían que estudiar para ser predicadores. Verá, para aquel tiempo se había confinado en reservas a los indios, y éstas se habían repartido como naipes entre las diferentes iglesias... una a los metodistas, otra a la Iglesia Unida, otra al Ejército de Salvación, otra a los católicos, y así por el estilo. La mía fue cedida a los metodistas. Cada reserva tenía su propia escuela parroquial. Los instructores no eran realmente competentes, la calidad de la enseñanza era mediocre, y, para aquel tiempo, a los indios no se les permitía asistir a las escuelas públicas.
Yo quería que se eliminaran esas restricciones. Con ese objetivo, en 1930 otros tres indios y yo creamos la Hermandad Nativa de los Indios de Columbia Británica. Como representante de esta hermandad, empecé a gestionar en el parlamento de Ottawa la solución a los problemas de los indios. Antes de presentarme allí, reuní datos sobre la condición de los indios de Columbia Británica... datos sobre los indios en los hospitales, las condiciones en las escuelas, lo que las iglesias estaban haciendo a favor de ellos, el trabajo que había disponible para ellos, la necesidad de que los ancianos recibieran pensiones adecuadas, los derechos hereditarios de los indios relacionados con la posesión de tierras, hasta sobre la discriminación de que eran objeto cuando trataban de conseguir licencias para la caza y la pesca.
En 1940, cuando comparecí ante la Cámara de los Comunes, el honorable Crerar era ministro de asuntos relacionados con los indios. Las confesiones religiosas de Canadá habían sometido un informe donde afirmaban que los indios eran incapaces de aprender.
Cité ejemplos de indios que habían alcanzado prominencia mediante sus logros en muchos campos, y pasé a decir: “Sin haber consultado con nosotros, ustedes nos quitaron nuestra tierra y nos pusieron en reservas. Nos dieron una religión, y los clérigos de ésta quemaron nuestros tótemes, ya que decían que los adorábamos. Esto no es cierto, pues éstos nos servían de monumentos conmemorativos y de hitos. Ustedes nos los han quitado y nos han robado nuestra tierra. Nos dieron la Biblia —ésta no tiene nada de malo—, pero hicieron mal uso de ella, y ustedes mismos no observaron lo que ella dice”.
Pronto las cosas empezaron a cambiar. Por todo Canadá, a los hijos de los indios se les permitió ir a las escuelas públicas y proseguir estudios en las universidades. Después se concedieron otros derechos a los indios... licencias para la caza y la pesca, el poder de negociar los precios en que venderían el pescado, mejores condiciones de trabajo en las fábricas de conservas, programas de entrenamiento laboral, y otros.
Las últimas negociaciones en que participé tuvieron que ver con la tierra, un acuerdo a favor de los indios que habían sido privados de sus tierras y apiñados en reservas. Hasta la fecha, entre Ottawa y los indios nativos no se ha llegado a ningún acuerdo concreto sobre este asunto.
Durante los últimos años yo había estado oyendo hablar acerca de otro gobierno que traería paz y justicia a personas de toda raza, nacionalidad, credo y color.
Oí por primera vez de ese mensaje en 1930. Vivía en Kispiox, y apenas estaba saliendo de casa, maletín en mano, para ir a representar a la Hermandad y luchar por los derechos de los indios. Frank Franske me encontró y dijo: “¿Quiere usted conocer la verdad que lo hará libre?”. Se puso a darme testimonio. Era un representante viajante de los testigos de Jehová. Diez años después viví en Port Edward, y un Testigo llamado Leonard Seiman conducía semanalmente un estudio de la Biblia con mi familia. Para ir al estudio él tenía que caminar 12 millas (19 kilómetros), un total de 24 millas (38 kilómetros) ida y vuelta, ¡pero no faltó ni una sola semana! Con el tiempo mi esposa llegó a ser Testigo, y también llegaron a ser Testigos varios de mis hijos e hijas. Yo proporcionaba a los superintendentes viajantes barcos y alimento para que pudieran testificar a lo largo de la costa.
Por unos 30 años había estado haciendo toda clase de trabajo —cazando, pescando, poniendo trampas, en las minas, de leñador, en un aserradero, de contratista en obras de construcción, y en otros tipos de trabajo— para mantener a mi familia, que se componía de mi esposa, seis hijos y cuatro hijas. Esto, junto con mi trabajo para la Hermandad, había consumido todo mi tiempo. Pero finalmente, en 1953, me bauticé. En aquel año asistí a la asamblea internacional de los testigos de Jehová que se celebró en el estadio Yankee, de Nueva York. Por primera vez vi verdadera hermandad... personas de toda raza estaban reunidas pacíficamente; no había prejuicio alguno debido al color de la piel; existía verdadera unidad.
Desde aquel entonces, seguí adelante con todo vigor. Predicaba a todos los que querían escuchar, especialmente a los de mi pueblo nativo. Llevaba en bote a mi familia a las aldeas de indios aisladas que estaban a lo largo de la costa de Príncipe Ruperto, y predicábamos las buenas nuevas del Reino de Dios. Los años subsiguientes no estuvieron libres de problemas. En cierta aldea mi esposa, Elsie, sufrió un ataque de apoplejía y yo la llevé en avión a un hospital de Príncipe Ruperto. Mientras predicaba en North Vancouver, me atacó un doberman pinscher y quedé ciego del ojo izquierdo. En un accidente de tráfico, mi hijo George me sacó del automóvil justamente antes que éste explotara... me fracturé ambas piernas y la clavícula. Debido a las lesiones recibidas, tuve que limitar mi participación en la obra de testificar de casa en casa.
Después que murió Elsie, me casé con la que actualmente es mi esposa, Juana. Ahora participamos todas las mañanas en la obra de testificar en las calles. Por la tarde escribo cartas y todos los meses envío por correo 192 revistas. Esta actividad, además de cualquier testimonio que pueda dar de casa en casa, equivale a un total de 60 a 100 horas al mes.
De vez en cuando hago un recorrido por las reservas que están al sur, la parte central y el norte de Columbia Británica, dando testimonio a los indios y dejando centenares de libros y revistas que hablan acerca del Reino de Dios como la única esperanza de que ellos puedan disfrutar de justicia y vida eterna en una Tierra paradisíaca. Generalmente los testigos de Jehová no pueden entrar a predicar en estas reservas. Las iglesias que están asignadas a estas reservas rehúsan dejarlos entrar. Pero no pueden impedir que yo entre. No solo soy un indio nativo, sino que también soy el jefe principal. En 1982 mi hija y yo recorrimos 2.000 millas (3.200 kilómetros) testificando en las reservas. En 1983, y nuevamente este año, volví a entrar y llevé conmigo a tres miembros de mi familia.
En el pasado me hice un nombre tallando tótemes. Ahora estoy esforzándome por hacerme un nombre ante Jehová Dios, un buen nombre que Él recuerde, uno que vaya acompañado del galardón de vida eterna en una nueva tierra paradisíaca, donde millones de personas de “todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas” alabarán unidamente y para siempre a Jehová Dios y a Cristo Jesús. (Revelación 7:9, 10; Eclesiastés 7:1.)
El hacerse un nombre en este mundo es de poco valor. El hacerse un buen nombre ante Dios es salvavidas.
[Comentario en la página 25]
Ustedes nos dieron una religión, y los clérigos de ésta quemaron nuestros tótemes, ya que decían que los adorábamos. ¡No es así!
[Comentario en la página 26]
El hacerse un nombre en este mundo es de poco valor. El hacerse un buen nombre ante Dios es salvavidas
[Fotografía de William Jeffrey en la página 24]
[Recuadro en la página 24]
Alrededor del mundo hay muchos tipos de totemismo, que varían desde meros emblemas tribuales hasta la adoración de tótemes de animales. (“Totemism”, en The New Encyclopædia Britannica Macropædia, 1976, tomo 18, páginas 529-533.)
Pero respecto a los tótemes de los indios de la costa noroeste, The New Encyclopædia Britannica Macropædia, 1976, dice: “La palabra tótem es un nombre equivocado, pues no se adora ni al poste ni a los animales que se representan en él”. (Tomo X, página 62. Véase también la porción de este relato que está en la página 27.)
[Recuadro/Ilustración en la página 27]
El significado de los tótemes de Columbia Británica “El significado del totemismo y su función difieren grandemente alrededor del mundo [...] Una de las características sobresalientes de esta zona [la costa de Columbia Británica] es la abundancia de postes tallados, llamados tótemes [...] los cuales representan el timbre heráldico del clan o linaje. Frecuentemente los diseños heráldicos incluyen la historia de la familia.” (Encyclopedia Americana, 1977, tomo 26, página 872.)
“Resulta más fácil entender la figura de un tótem si se la considera como el equivalente del escudo de armas europeo; se respeta, pero nunca se adora, pues, al igual que un emblema de heráldica, tiene significado, pero no tiene importancia religiosa.” (Haida Totems in Wood and Argillite, 1967, de S. W. A. Gunn, página 5.)
“Los tótemes significaban el ascenso de la persona a una mejor posición, la construcción de una casa, la muerte de una persona prominente, o, en raras ocasiones, la conmemoración de un suceso muy significativo. Los tótemes verticales también servían para explicar a los forasteros el rango y la posición social de los habitantes de una aldea, pues indicaban qué casas pertenecían a los miembros de su propio clan o su fratría.” (Totem Poles of Prince Rupert, 1982, de Dawn Hassett y F. W. M. Drew, página 6.)
“Específicamente, tenemos que recordar que los símbolos de los tótemes eran sustitutivos aborígenes de la palabra impresa. El tótem era el tablón de anuncios, el registro genealógico, el monumento conmemorativo y el anuncio clasificado de la región. Era la campaña de publicidad del hombre distinguido y, mediante timbres personales, lo identificaba a él y a su familia, a su clan, y, a veces, a su tribu, y daba a conocer sucesos importantes del pasado real y mitológico.” (The Totem Pole Indians, 1964, de Joseph H. Wherry, página 90.)
Respecto a los indios de la región noroeste del Pacífico, la Encyclopædia Britannica Micropædia, 1976, tomo 10, página 62, dice: “La palabra tótem es un nombre equivocado, pues no se adora ni al poste ni a los animales que se representan en él. El significado del animal real o mitológico que se ha tallado en un tótem es que identifica el linaje del cabeza de la casa. Se tiene a la vista el animal como especie de timbre de familia, algo así como que el timbre de un inglés quizás lleve un león; o el hierro de marcar de un ranchero, un toro”.
Sin embargo, los primeros misioneros de la cristiandad dieron pasos para salvar a los “salvajes” y procedieron a obrar basándose en la siguiente suposición falsa: “Muchos misioneros supusieron que los tótemes eran imágenes talladas o ídolos. Parte del esfuerzo por convertir a los indios consistía en desmantelar y quemar los tótemes. Muchos tótemes, de hecho, fueron quemados; muchos también fueron derribados al suelo, cortados en pedazos o quitados de otras maneras”. (Totem Poles of Prince Rupert, página 12.)
[Ilustración]
Tallado por William Jeffrey