Ya no es un libro prohibido
EN ALGUNOS países católicos, la actitud de la Iglesia Católica respecto a la Biblia ha cambiado drásticamente en las últimas décadas. Los católicos de mayor edad todavía recuerdan la época cuando se miraba con desagrado —si no era que se condenaba por completo— la lectura de la Biblia. En muchos países predominantemente católicos la gente común consideraba la Biblia como un libro protestante que no se debía leer.
Sobre la situación que existía en Francia durante los siglos XVIII y XIX, el señor Georges Auzou, profesor de las Sagradas Escrituras en el Seminario Mayor de Ruán, Francia, escribió —en su libro La Parole de Dieu (La Palabra de Dios), que cuenta con la aprobación de la iglesia— lo siguiente: “No se animaba la lectura de la Biblia. [...] De hecho, aparte del clero y de algunos círculos de intelectuales, los católicos ya no leían el santo Libro. Había desaparecido de las librerías [católicas]. Continuamente se promovía la idea de que la Biblia era un libro peligroso y hasta malsano [...] Fue proscrito rotundamente en los conventos de monjas y en las instituciones educativas cristianas [católicas]”.
Entonces los asuntos comenzaron a cambiar. Mignot, obispo católico de Fréjus y Tolón, Francia, escribió en el prefacio del Dictionnaire de la Bible (1891-1912) de Vigouroux: “Ciertamente estamos presenciando un despertamiento respecto al estudio de la Biblia en Francia. Hace veinte años [las preguntas bíblicas] [...] interesaban solo a un círculo muy limitado de iniciados. [...] Se le daba cada vez menos importancia a la lectura y al estudio de la Biblia. Nunca se consideraban esos temas, y si por casualidad algún lego piadoso citaba de Isaías o Proverbios, ¡la gente lo miraba de manera sorprendida y sospechaba que este tenía inclinaciones protestantes!”.
Ante la creciente actividad de las sociedades bíblicas protestantes, en 1893, 1920 y 1943 los papas León XIII, Benedicto XV y Pío XII publicaron, respectivamente, encíclicas en cuanto al estudio de la Biblia. Pero estas cartas papales influyeron más en los teólogos y el clero que en el público católico.
El verdadero cambio vino con el segundo concilio Vaticano (1962-1965). El concilio declaró: “El santo Sínodo también insta encarecida y especialmente a todos los fieles cristianos, en especial a los religiosos, a aprender mediante la lectura frecuente de las Escrituras divinas el ‘sublime conocimiento de Cristo Jesús’ (Fili. 3,:8). ‘Porque desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo.’ [dijo Jerónimo]”.
Así, en 1966 los autores del libro A Guide to Catholic Reading (Una guía para lectura católica) escribieron: “Por siglos el católico medio ha creído que la Biblia es un libro inspirado divinamente y que, con la tradición, es la fuente de toda enseñanza católica. Pero también se le ha advertido que ejerza extrema precaución al emprender la lectura de la Biblia y se le ha animado a que la lea, preferiblemente, bajo estrecha supervisión clerical o religiosa. [...] Afortunadamente la situación ha cambiado radicalmente y hoy día se insta, se exhorta y se suplica a los católicos de todo lugar que lean el Libro de Libros”. (Cursivas nuestras.)
Estas citas, todas ellas tomadas de obras autorizadas por la Iglesia, muestran que la Biblia ya no es un libro prohibido para los católicos. Sin embargo, como menciona la última cita, los católicos también tienen que tomar en cuenta la tradición de su iglesia. Esto ha creado un nuevo problema para muchos católicos sinceros y hasta para la iglesia misma, como veremos en el siguiente artículo.