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  • Ahora toco una melodía diferente
  • ¡Despertad! 1987
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¡Despertad! 1987
g87 22/1 págs. 26-27

Ahora toco una melodía diferente

EN MI imaginación infantil de un niño de diez años, los países del Mediterráneo acerca de los que oía hablar eran lugares remotos envueltos en misterio y exotismo. Su extraña música tenía acordes de evocaciones místicas y un aire añejo que me fascinaban. Nunca me imaginé que de adulto llegaría a ver muchos de estos países. No obstante, más tarde como músico en un conjunto español de música y baile llegué a tocar en Marruecos, Etiopía, Grecia, Libia, Sudán, Egipto y algunos otros países.

Nací en el norte de España, en el pequeño pueblo de Cervera del Río Alhama en la famosa zona vinícola de La Rioja. Desde niño mi padre me obligó a estudiar la trompeta; y mi madre se aseguró de que yo recibiera una esmerada educación religiosa. Me enseñó a ir a misa cada domingo y días festivos.

Esta costumbre se arraigó tanto en mí que, años más tarde, cuando viajaba, no dejaba de buscar una iglesia para ir a misa.

Un nuevo instrumento

En 1959 firmé para tocar con la orquesta Los Cinco de España. En una ocasión, estando en Chipre, un compañero me preguntó qué me gustaba leer. “La historia sagrada”, fue mi respuesta. “Si te gusta la historia sagrada —añadió—, conozco una persona que te puede dar lecciones.”

Nunca pude conocer a aquella persona, pero sí dejó una Biblia para mí. ¡Un obsequio inesperado! Comencé a leerla con gran avidez. Esta se convirtió en un instrumento nuevo para mí... un instrumento magnífico. Pero en mis manos era como poner un acordeón profesional en las manos de un principiante.

Más tarde llegué a Libia y conocí a un griego llamado Panos. Él era testigo de Jehová. Por casualidad nos tocó la misma habitación. El primer día, cuando empecé a deshacer mi equipaje, saqué de mi maleta un crucifijo luminoso que enchufé a la corriente. Luego saqué unos cuadros de “santos” y los extendí sobre la mesa. En la maleta tenía otros cuatro crucifijos que había comprado para mis hermanas que estaban en España. Además, llevaba mi propio crucifijo colgado al cuello con una cadena de oro. Lo último que saqué fue la Biblia que me habían regalado en Chipre.

Panos me observaba, pero no hizo el menor comentario. A los pocos días surgió el tema y con él las discusiones. Me impresionó mucho la manera que Panos tenía de manejar la Biblia. Me habló de Éxodo, capítulo 20, versículos 1 al 7 y de Deuteronomio, capítulo 7, versículo 25.

Los leí. “¿Cómo? —pregunté—. ‘No debes hacerte una imagen tallada ni una forma parecida a cosa alguna que esté en los cielos arriba o que esté en la tierra debajo [...] No debes inclinarte ante ellas ni ser inducido a servirles.’” Y “debes quemar en el fuego las imágenes esculpidas de sus dioses. No debes desear la plata ni el oro que haya sobre ellas”.

Miré mi crucifijo luminoso, los cuadros de “santos”, mi crucifijo de oro. Pensé en las iglesias llenas de imágenes a las que solía ir a misa... para mí ¡aquellos eran objetos de adoración y culto!

Pasaron unos días después de aquella conversación. Medité en lo que la Biblia decía y finalmente tomé mi decisión. No vacilé. Me armé con una piedra, deshice aquellas imágenes y arrojé los trozos al mar. Un estudio regular de la Biblia, con la ayuda de aquel músico griego, despejó otras dudas.

Una melodía diferente

Antes de regresar a España, comencé a escribirle a mi familia acerca de la nueva fe que había encontrado... cosa que a veces no hice con mucho tacto. Al llegar a mi pueblo natal, recogí todos los símbolos de adoración, los rompí y los quemé.

Una noche reuní a unas 80 personas, entre amigos y vecinos, y les di testimonio. Alguien me advirtió que pagaría caro mi fervor. En aquellos años, antes de 1970, no había en España libertad religiosa para los testigos de Jehová. Hasta se me dijo que en un pueblo vecino habían preparado un madero para colgarme. Pero esto lo interpreté como un recurso inútil de intimidación. Lo importante era que yo estaba adquiriendo habilidad en el uso del instrumento de los instrumentos: la Biblia.

Mientras más la usaba, más fácil se me hacía probar ciertos puntos con textos: Éxodo 20:1-5, Dios desaprueba el uso de imágenes en la adoración; Ezequiel 18:4, 20, el alma no es inmortal; Juan 1:1, 18, Jesús es el Hijo de Dios, no Dios mismo. Podía probar mi fe con un fundamento sencillo y sólido.

Mejores razones para tocar

Posteriormente, estando en gira por Holanda, me bauticé el 19 de mayo de 1968.

Aquello representó para mí el comienzo de una nueva carrera. Regresé a La Rioja, donde mi hermana y mi sobrina también se habían bautizado. Eran el primer fruto de aquella predicación intempestiva de mis comienzos. Para este tiempo, fui arrestado en Soria mientras me hallaba predicando con un superintendente de circuito. Esto sucedió antes de 1970, año en que se legalizó en España a los testigos de Jehová. Después de un interrogatorio de 12 horas se me encarceló por tres días. Pero empleé bien el tiempo predicando en la cárcel. Uno de los prisioneros, que era de Sevilla, se interesó en la verdad. A su regreso a Andalucía aceptó un estudio de la Biblia y posteriormente se bautizó.

Ahora ya dedicado y bautizado, decidí emprender el ministerio de tiempo completo. En 1970 fui nombrado precursor especial y por varios años prediqué en muchas zonas diferentes de España. En todos estos lugares muchos han respondido a la melodía de las buenas nuevas del Reino por Cristo. Donde hace 20 años no había ningún testigo de Jehová, o si acaso pequeños grupos, hoy existen congregaciones fuertes y activas.

Ha sido para mí un privilegio haber aportado con algo a esa expansión, no con mi trompeta, sino con la Palabra de Dios, la Biblia. (Salmo 9:11.)—Según lo relató José María Peláez.

[Fotografía en la página 26]

Hoy la Biblia es mi instrumento, y el mensaje del Reino es su melodía

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