Sabiduría que no corresponde a su edad
ERA medianoche. Lisa, de doce años de edad, muy enferma y débil, se sobresaltó cuando una enfermera entró en su habitación del hospital para administrarle una transfusión de sangre.
Lisa imploró: “¿Cómo puede usted ponerme esto a la fuerza? ¡Ni siquiera están aquí mis padres!”. A pesar de todo, la enfermera le administró la transfusión.
La cuestión del tratamiento
Lisa era una estudiante brillante y activa que había disfrutado de la vida con sus padres y su hermano de cinco años de edad en Winnipeg (Canadá). En la primavera de 1985 se le administró un antibiótico para combatir una amigdalitis, y sufrió una grave reacción adversa. Su salud empeoró, y poco después se le diagnosticó una leucemia mieloide aguda, enfermedad que suele ser mortal.
Los médicos de Winnipeg prescribieron un tratamiento intensivo de quimioterapia y múltiples transfusiones de sangre. La quimioterapia es un tratamiento de las enfermedades por medio de sustancias químicas tóxicas. La teoría es que estos venenos acaban con la enfermedad. Sin embargo, Lisa y sus padres querían un tratamiento alternativo. Objetaron a las transfusiones de sangre por razones bíblicas. (Hechos 15:28, 29.) También consideraban repugnante la agonía y los efectos secundarios debilitantes de la quimioterapia intensiva.
Finalmente, los padres de Lisa la llevaron al Hospital Pediátrico de Toronto, esperando encontrar a médicos que estuvieran dispuestos a cooperar. Pero en vez de hallar cooperación, aquella noche se le administró la transfusión de sangre. A la mañana siguiente, el 25 de octubre, se pidió una autorización judicial para que el hospital pudiera imponer por la fuerza ese tratamiento. El juez David R. Main mostró ciertas reservas. Nombró a Sarah Mott-Trille como abogada de Lisa. El caso se aplazó hasta el lunes 28 de octubre de 1985.
El juicio
El juicio duró cinco días, y se celebró en una habitación del hospital. Cada día, a petición propia, se llevó a Lisa en su cama de ruedas hasta la habitación donde se celebraba el juicio. Aunque estaba muy enferma, se había determinado a participar personalmente en las decisiones que afectaban su fe.
La audiencia empezó con la exposición del tratamiento que los médicos proponían. En el sumario, el juez Main explicó: “El tratamiento descrito por los médicos que han testificado ante este tribunal es tanto intensivo como agresivo, y podría extenderse por un período considerable de tiempo. Se prevé que se necesitarán repetidas transfusiones de sangre para mantener viva a la paciente”. También se hizo notar que los efectos secundarios de la quimioterapia eran muchos y graves.
El cuarto día fue el más dramático. Se ayudó a Lisa a incorporarse para que se pudiera dirigir directamente al juez. Todos los que estaban en la sala, incluso Lisa, sabían que se estaba enfrentando a la muerte tanto si recibía transfusiones de sangre como si no. El tipo de leucemia que padecía no tiene curación.
La abogada de Lisa la interrogó con prudencia y sensibilidad. Había pocos ojos secos mientras Lisa hablaba con valor sobre su inminente muerte, su fe en Jehová y su determinación a seguir obediente a la ley de Dios sobre la santidad de la sangre. Dijo que resistiría vigorosa y físicamente cualquier esfuerzo por administrarle una transfusión de sangre. Su declaración sencilla y denodada llegó al corazón de cada uno de los presentes.
“Nos has dicho que crees en Dios —dijo su abogada—. ¿Puedes decirnos si es real para ti?”
“Claro, es como un amigo —respondió Lisa—. A veces, cuando estoy sola, puedo hablar con Él... como con un amigo; si estoy asustada y sola en casa, le pido ayuda y le hablo como si estuviera a mi lado en la habitación.”
“Lisa, si alguien te preguntara cuáles son las cosas más importantes en tu vida, ¿qué dirías?”
“Mi obediencia a Jehová Dios y mi familia”, contestó.
Su abogada preguntó: “Lisa, ¿cambiaría tu opinión si supieras que un tribunal te ordenaba aceptar transfusiones de sangre?”.
“No, porque yo voy a seguir siendo fiel a mi Dios y observando sus mandamientos, pues Él está muy por encima de cualquier tribunal o cualquier hombre.”
Lisa explicó lo que sentía por la transfusión de sangre que ya se le había impuesto: “Me hizo sentir como un perro que estaba siendo usado para un experimento, porque yo no podía hacer nada. Solo porque soy una menor, la gente piensa que me puede hacer cualquier cosa, pero yo creo que tengo el derecho de saber lo que me va a pasar y por qué me están sometiendo a estos tratamientos y por qué los están llevando a cabo sin el consentimiento de mis padres”.
“¿Pudiste dormir aquella noche?”, le preguntó su abogada.
“No, no pude.”
“¿Qué es lo que te preocupaba?”
“Pues, lo que me preocupaba es lo que Jehová Dios iba a pensar de mí, porque sé que si no cumplo sus deseos, no tengo su promesa de vida eterna, y me daba asco el que introdujeran la sangre de otra persona en mi cuerpo, porque siempre hay la posibilidad de contraer el SIDA o hepatitis o cualquier otra infección, y todo lo que hice aquella noche fue mirar fijamente a aquella sangre.”
“Lisa, ¿puedes pensar en alguna comparación para explicar al juez lo que es recibir una transfusión de sangre contra tu voluntad?”
“Sí, la que se me ocurre es la violación... una violación se realiza sin contar con tu voluntad, y es lo mismo.”
La decisión
El quinto día fue decisivo. Desde el principio, el juez Main había sido justo y equilibrado. ¿Se reflejarían estas cualidades en su decisión? Su sentencia fue: “La niña Lisa Dorothy K. debe devolverse a la custodia, cuidado y control de sus padres”.
El juez Main explicó las razones de su sentencia con mucho detalle. Entre otras cosas dijo: “La posición de Lisa es ahora, y lo fue desde el día en que vio un documental sobre esta enfermedad, la de rechazo a cualquier tratamiento de quimioterapia y transfusión de sangre. Ella adopta esta posición, no solo porque ofende sus creencias religiosas, y estoy convencido de que así es, sino también porque no quiere experimentar el dolor y la angustia derivados del tratamiento [...]. Rehúso dictar ninguna orden que someta a esta niña a todo este sufrimiento. Considero totalmente inaceptable la propuesta de que se la someta a este tratamiento”.
Con respecto a la transfusión subrepticia que se le impuso a Lisa aquella noche, el juez Main dijo: “Debo entender que [Lisa] ha sido discriminada por su religión y su edad en conformidad con la subsección 15(1) [de la Carta Canadiense de Derechos y Libertades]. En estas circunstancias, al habérsele administrado una transfusión de sangre, se infringió su derecho a la seguridad de su persona en conformidad con la sección 7. Como resultado, aun cuando se pudiera decir que es una niña que necesita protección, la solicitud debe ser desestimada en conformidad con la subsección 24(1) de la Carta”.
Finalmente, el juez Main reafirmó su admiración personal por Lisa, diciendo: “Lisa es bonita, muy inteligente, elocuente, respetuosa, sensible y, lo más importante, es una niña valiente. Tiene una sabiduría y una madurez que no corresponden a su edad, y creo que no sería exagerado decir que tiene todos los atributos positivos que cualquier padre querría ver en su hijo. Posee una creencia religiosa firme y ponderada. En mi opinión, por más que se la aconseje o presione, ya sea que lo hagan sus padres o cualquier otra persona, incluida una orden de este tribunal, nada podrá alterar ni hacer tambalear sus creencias religiosas.
”Creo que a Lisa K. debería dársele la oportunidad de luchar contra la enfermedad con dignidad y paz mental. Eso solo se puede conseguir por medio de aceptar lo que ella y sus padres proponen.”
Integridad hasta el fin
Lisa y su familia abandonaron el hospital ese mismo día. Lisa ciertamente luchó contra su enfermedad con dignidad y paz mental. El 17 de noviembre de 1985 moría pacíficamente en su casa, en los amorosos brazos de sus padres.
Durante el juicio, Lisa se refirió a una conversación que sostuvo con su madre cuando se le diagnosticó por primera vez la leucemia, diciendo: “Hablé con mamá sobre todas las posibilidades que tenía, y leímos la Biblia juntas, y también leímos juntas otros libros de nuestra religión, y le dije: ‘Si llego a morir, te veré en el nuevo sistema, y tengo la esperanza segura de verte y vivir para siempre en un paraíso en la Tierra’”.
Una lección para los hospitales y los médicos
Los escritores canadienses sobre medicina legal L. E. y F. A. Rozovsky hicieron la siguiente observación en Canadian Health Facilities Law Guide (Guía Legal Canadiense de Prestaciones Sanitarias): “Tanto los hospitales como los médicos pueden derivar ciertas lecciones de esta decisión. En particular, deberían proceder con cuidado en lo que respecta a imponer ciertos tratamientos pasando por alto las objeciones expresas de los pacientes menores o de sus padres. Se debería evitar imponer tratamientos en campos considerados ‘discriminatorios’ en la sección 15(1) de la Carta, entre ellos la edad, el sexo, la religión o el origen étnico”.
De todos modos, ¿cómo pueden “proceder con cuidado” los médicos y evitar tal discriminación religiosa? Los escritores antes mencionados presentan una solución equilibrada: “Debe recordarse, sin embargo, que el deber básico de los servicios médicos no es erigirse en adversario del paciente. La verdadera labor es hacer lo que resulte en el mayor bien de este. En este caso, el tribunal consideró que el mayor bien implicaba un tratamiento alternativo”.
Como es lógico, si el paciente es testigo de Jehová, para procurar su mayor bien, la familia y los médicos deberán cooperar en suministrar un tratamiento alternativo a las transfusiones de sangre. Los facultativos que han seguido este proceder no han sacrificado la buena atención médica. Los pediatras del Hospital M. D. Anderson, de Texas, informaron:
“La terapia de transfusión no es necesaria tan a menudo como se utiliza. En estos pacientes de cáncer y de otras enfermedades relacionadas, la buena atención médica no sufre por no administrar transfusiones.”
Las implicaciones del caso de Lisa son de gran trascendencia. Siguiendo el ejemplo del tribunal canadiense, un juez de California ya ha rehusado ordenar el tratamiento a una niña de catorce años. Además, el 11 de febrero de 1986 la British Columbia Health Association publicó una directriz para todos los administradores de hospitales basada directamente en el caso de Lisa, la cual decía: “Este caso constituye un nuevo precedente”.
En un campo de confusión legal y médica, esta decisión ha sido iluminadora. Es justa y correcta. El futuro nos dirá cuántos médicos, hospitales y jueces seguirán la orientación humana y sensible trazada por el juez David R. Main y por Lisa.
[Comentario en la página 19]
Había pocos ojos secos mientras Lisa hablaba con valor sobre su inminente muerte
[Comentario en la página 20]
“Este caso constituye un nuevo precedente” (British Columbia Health Association)
[Fotografía en la página 18]
Lisa, de doce años de edad, mantuvo su integridad bajo gran adversidad y oposición