Monumentos de alabanza
Durante mucho tiempo, las majestuosas montañas han hecho reflexionar a personas pensadoras sobre la pequeñez del hombre. Es muy difícil que alguien, al hallarse entre encumbrados peñascos, no se quede impresionado ante su altura e inmensidad. Para algunos pueblos de la antigüedad, estas imponentes y elevadas masas de roca que se extienden hacia lo alto no podían ser otra cosa sino la morada de sus dioses.
Además de su grandiosidad, las montañas recogen y almacenan el agua o la canalizan hacia los ríos y lagos. Las montañas sostienen la vida vegetal, y así sus tierras más bajas son lugares idóneos para cultivar cereales y fruta. También son idóneas como lugar de refugio tanto para el hombre como para los animales. Las montañas sirven apropiadamente como monumentos de alabanza a su Formador. (Amós 4:13.)