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¡Despertad! 1990
g90 22/1 pág. 31

La morsa y el tráfico de drogas

SERÍA difícil imaginarse dos grandes mamíferos tan diferentes entre sí como la morsa y el elefante. Sin embargo, esos letárgicos pinnípedos de cuerpo pesado y macizo que descansan sobre los témpanos de hielo del mar de Bering tienen un problema en común con los majestuosos elefantes que vagan por la estepa africana: su más preciosa posesión suele ser la causa de su muerte prematura. Ambos tienen colmillos.

La morsa necesita sus colmillos para vivir, y puede que aun más que el elefante. Cuando se sumerge en busca de alimento, rastrea el fondo con los colmillos y con los labios succiona almejas y ostras. Cuando quiere encaramarse a un témpano de hielo para calentarse al sol, utiliza sus colmillos como si fueran un arpeo a fin de tirar de su pesado cuerpo —entre 900 y 1.400 kilogramos— y sacarlo del agua. Las madres luchan a muerte con sus colmillos contra cualquier predador que amenace a su cría.

Lo malo es que, por desgracia para las morsas, los humanos también aprecian sus colmillos debido a su sed insaciable de marfil. Una morsa de tres o cuatro metros de longitud tumbada al sol del ártico no resulta un blanco difícil para un hombre armado con un rifle semiautomático. Por eso no es extraño ver a algunos hombres de Alaska merodear por el mar de Bering en barcas pequeñas, dar muerte a los animales dondequiera que se los encuentren y regresar a casa con una barca cargada de cabezas con colmillos cercenados con una sierra de cadena.

Hasta aquí la historia suena muy familiar, pero esta vez tiene un sesgo poco corriente: las drogas. Parece ser que los esquimales jóvenes de Alaska están utilizando los colmillos de morsa para sufragar su adicción a las drogas, aunque como indica la revista Newsweek: “El tipo de cambio es asombrosamente bajo”. Un agente especial del Servicio de Pesca y Caza de Estados Unidos dijo a dicha revista que los traficantes del mercado negro pueden comprar un par de colmillos —de un valor que puede ascender hasta 800 dólares (E.U.A.)— por seis cigarrillos de marihuana.

La ley ofrece más protección a los cazadores que a los cazados. Permite a los nativos de Alaska cazar morsas porque puede usarse su carne para alimento y, por supuesto, pueden guardarse los colmillos como producto derivado y utilizarlos para la artesanía típica de la zona. Aunque la ley parece justa, en realidad ampara a los que no tienen escrúpulos. Algunos comerciantes de marfil que no son nativos de Alaska conviven con mujeres esquimales con el único propósito de poder alegar que su cúmulo de colmillos está destinado a la artesanía típica de la zona.

A medida que continúa la matanza, aumenta la preocupación. Los que cazan morsas legalmente y los que en verdad utilizan el marfil para fabricar objetos de artesanía ven amenazado su medio de vida. Los esquimales de más edad están consternados ante la floreciente plaga de drogadicción que ven entre sus jóvenes. Y ¿qué hay en cuanto a las morsas? Todavía quedan unas 250.000 en el Pacífico, de modo que no se consideran una especie en peligro de extinción. No obstante, sus cadáveres decapitados son arrastrados hacia la orilla por centenares. Han sido tantos los que han llegado a las costas de Siberia que la Unión Soviética ha insistido en que Estados Unidos detenga la matanza. Aun así, ¿por cuánto tiempo estará la morsa libre de peligro de extinción en vista de que sus colmillos significan dinero para los codiciosos y drogas para los disolutos?

[Reconocimiento en la página 31]

H. Armstrong Roberts

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