BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • g95 8/7 págs. 12-15
  • ‘Gracias por haberme traído a casa, mamá’

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • ‘Gracias por haberme traído a casa, mamá’
  • ¡Despertad! 1995
  • Subtítulos
  • Información relacionada
  • Nos aferramos a nuestras convicciones
  • Esfuerzos por reanimar a Todd
  • El regreso a casa
  • Cuidamos a Todd en casa
  • La lucha diaria
  • Otros aprecian la honradez
    ¡Despertad! 1984
  • Zona noreste del mar de Galilea
    La Biblia. Traducción del Nuevo Mundo (edición de estudio)
  • Peñascos en la orilla oriental del mar de Galilea
    La Biblia. Traducción del Nuevo Mundo (edición de estudio)
  • Mar de Galilea, cerca de Capernaúm
    La Biblia. Traducción del Nuevo Mundo (edición de estudio)
Ver más
¡Despertad! 1995
g95 8/7 págs. 12-15

‘Gracias por haberme traído a casa, mamá’

CADA vez que mi esposo, Glen, salía a volar, me ponía nerviosa y no veía la hora de que regresara a casa. Practicaba la aviación por deporte, aunque en esta ocasión lo habían contratado para tomar algunas fotografías aéreas. Todd, nuestro hijo menor, iba con él. Glen era un piloto muy prudente; nunca corría riesgos innecesarios.

Cuando sonó el teléfono aquel domingo por la tarde, el 25 de abril de 1982, me asaltó un mal presentimiento. Era mi cuñado. “Glen y Todd han sufrido un accidente —dijo—. Te veremos en el hospital.”

Mi hijo Scott, de 13 años, y yo hicimos una oración y corrimos al hospital. Al llegar, nos enteramos de que la avioneta se había estrellado a unos 100 kilómetros al norte de la ciudad de Nueva York (nunca se determinó la causa exacta del accidente). Glen y Todd habían sobrevivido, pero su estado era muy crítico.

Firmé los formularios reglamentarios que autorizaban al hospital para aplicar el tratamiento necesario. Sin embargo, como testigo de Jehová, no podía consentir que le pusieran una transfusión sanguínea, pues hacerlo equivaldría a transgredir el precepto bíblico de ‘seguir absteniéndose de sangre’. (Hechos 15:28, 29.) Glen portaba un documento médico que expresaba con claridad sus convicciones al respecto. No obstante, permitimos que los médicos utilizaran expansores no sanguíneos del volumen plasmático.a

Glen presentaba heridas de gravedad en la cabeza y el pecho; horas más tarde falleció. Lo más difícil que jamás había tenido que hacer en la vida fue entrar en la sala de espera y decir a mi hijo Scott que su padre había muerto. Abrazándome, exclamó: “¿Qué voy a hacer ahora? ¡He perdido a mi mejor amigo!”. En efecto, Glen había sido el mejor amigo de sus dos hijos, con quienes pasaba tiempo en actividades recreativas y espirituales. También era mi mejor amigo, además de ser mi esposo. Su muerte constituyó una terrible pérdida.

Nos aferramos a nuestras convicciones

Todd tenía una pierna y un dedo de la mano fracturados, los pómulos aplastados y un grave traumatismo cerebral. Entró en estado de coma. ¡Qué duro fue ver así a mi hijo de 9 años, que escasas horas antes rebosaba de vitalidad! Siempre había sido un niño vivaz y encantador; era conversador, y le gustaba mucho cantar y jugar. Pero en aquel momento ni siquiera se percataba de nuestra presencia.

Temiendo que necesitara una operación quirúrgica, los médicos me exigieron que autorizara una transfusión. Ante mi negativa, procedieron a obtener una orden judicial. Afortunadamente no fue preciso operar, y Todd no tenía ninguna hemorragia interna. Sin embargo, unos días después, los médicos me dijeron que le pondrían sangre de todos modos. ¡Me quedé atónita! “Es necesario”, fue su única explicación, y desestimando nuestras creencias religiosas, le administraron tres unidades de sangre. ¡Me sentí tan impotente!

Después del accidente fuimos noticia de primera plana durante varios días. El diario local hizo creer a los lectores que Glen había muerto por su repulsa a la sangre, e incluso citó las declaraciones de un médico de la ciudad como apoyo. Pero eso no era cierto. El médico forense confirmó después que no había forma de que Glen hubiera sobrevivido a las graves lesiones que tenía en la cabeza y el pecho. Afortunadamente la estación de radio invitó a varios ministros Testigos para que explicaran nuestra postura bíblica, lo que trajo buena publicidad. Como consecuencia, nuestra actitud respecto a la sangre se convirtió en tema de conversación en el ministerio de casa en casa.

Esfuerzos por reanimar a Todd

Todd permaneció en estado comatoso hasta el 13 de mayo, día en que por fin abrió los ojos cuando una enfermera lo cambió de posición. Lo abracé y traté de hablarle, mas no respondió; ni siquiera podía parpadear, menos aún apretarme la mano. No obstante, a partir de entonces comenzó a hacer constantes progresos: giraba la cabeza hacia la puerta cuando entrábamos en la habitación y nos miraba cuando le hablábamos. ¿Tendría conciencia de que estábamos allí? No lo sabíamos, así que nos propusimos estimular constantemente sus funciones físicas y mentales. Desde el primer día le hablábamos, le leíamos y le poníamos música y grabaciones de dramas bíblicos. Yo hasta le tocaba la guitarra, lo cual era una terapia para los dos.

Recibimos mucha ayuda de la congregación de los testigos de Jehová. Mi hijo mayor, Scott, recordó hace poco: “Dos familias prácticamente me adoptaron como su propio hijo y me llevaban con ellos en sus vacaciones”. Además, había quienes nos ayudaban cortando el césped, lavando la ropa y preparando la comida. Amigos y familiares también se turnaban para acompañar a Todd en el hospital toda la noche.

Pasaron las semanas sin que Todd pudiera responder a nuestras atenciones, ni siquiera con una sonrisa. Luego contrajo neumonía. Los médicos me pidieron permiso para ponerlo de nuevo en un respirador, con el consiguiente riesgo de que tuviera que depender de dicha máquina toda la vida. Imagínese: dejaban en mis manos esta decisión de vida o muerte, y sin embargo, cuando les pedí que no le pusieran sangre, hicieron caso omiso a mis deseos. Como sea, opté por el respirador con la esperanza de que todo saliera bien.

Esa tarde, cuando fui a casa para arreglarme, hallé ante la puerta del jardín a un funcionario del gobierno, quien me informó que teníamos que vender nuestra propiedad porque ampliarían la vía pública. Un problema más al que debíamos hacer frente. Siempre había dicho a otras personas que Jehová no nos dejaría sufrir más allá del límite de nuestras fuerzas, y citaba las palabras de 1 Pedro 5:6, 7: “Humíllense, por lo tanto, bajo la poderosa mano de Dios, para que él los ensalce al tiempo debido; a la vez que echan sobre él toda su inquietud, porque él se interesa por ustedes”. En aquellos momentos, mi fe y mi confianza en Dios estaban siendo probadas como nunca antes.

Fueron pasando las semanas, y Todd contraía una infección tras otra. Los días se iban en análisis de sangre, punciones lumbares y pulmonares, escáneres de los huesos y el cerebro y multitud de radiografías. Para agosto, su temperatura corporal por fin se normalizó, y le quitaron la sonda de alimentación y la traqueal. Pero aún nos aguardaba la mayor de las pruebas.

El regreso a casa

Los médicos habían sugerido que recluyéramos a Todd en una institución. Uno de ellos me recordó que Scott y yo teníamos que seguir viviendo. Incluso amigos bienintencionados nos decían lo mismo. Lo que no entendían era que Todd formaba una parte integrante de nuestra vida, y que si encontrábamos el modo de cuidarlo en casa, veríamos que estuviera rodeado de personas que lo amaran y tuvieran su misma fe.

Compramos una silla de ruedas y una cama de hospital. Con la colaboración de varios amigos, reemplazamos la pared exterior de mi cuarto por unas puertas corredizas de vidrio; también instalamos afuera una terraza y una rampa que permitiría subir a Todd directamente a su habitación.

Llegó la mañana del 19 de agosto, cuando traería a casa a mi hijo, aún en estado semicomatoso. Todd podía abrir los ojos y mover ligeramente la pierna y el brazo derechos, pero el médico pronosticó que no haría mayores avances. Unas semanas más tarde lo llevamos a ver a un afamado neurólogo, solo para oírle repetir lo mismo. De todos modos, nos alegró mucho llevarlo de vuelta a casa. Mi madre y algunos amigos íntimos estaban allí para recibirnos. Aquella noche incluso fuimos todos al Salón del Reino, y por primera vez supimos el enorme esfuerzo que significaría cuidar a Todd.

Cuidamos a Todd en casa

El cuidado de una persona minusválida consume muchísimo tiempo. Todd tardaba más de una hora para ingerir una comida. Todavía me lleva casi una hora bañarlo con una esponja, vestirlo y lavarle el cabello; un baño de hidromasaje bien puede tomar dos horas largas. Llevarlo de viaje es toda una hazaña que exige considerable esfuerzo físico. Pese al gran progreso que ha hecho recientemente, siempre le ha costado muchísimo sentarse erguido, aun con el soporte de una silla de ruedas ajustable; normalmente tiene que tenderse en el suelo. Por años me senté en el suelo con él al fondo del Salón del Reino; pero esto nunca fue un impedimento para que asistiéramos a las reuniones cristianas, y solíamos llegar a tiempo.

Nuestros esfuerzos pacientes han tenido buenos resultados. Por algún tiempo los médicos supusieron que el accidente había dejado sordo y ciego a Todd. Sin embargo, durante la primera semana en casa comenzó a responder sí o no por señas cuando se le preguntaba algo (había empezado a enseñar a mis hijos este lenguaje antes del siniestro). Después recuperó la habilidad de señalar con el dedo. Le mostrábamos fotografías de allegados y le pedíamos que identificara a algunos de ellos, lo cual hacía con exactitud; también reconocía los números y las letras del alfabeto; posteriormente pasamos a las palabras. Sus facultades cognoscitivas estaban intactas. En noviembre, siete meses después del accidente, ocurrió algo que habíamos anhelado por largo tiempo.

Todd sonrió. Para el mes de enero, ya podía reír.

Como recordará, nos vimos obligados a vender la casa, lo que a fin de cuentas resultó ser una bendición. La casa de dos pisos en la que vivíamos era pequeña y limitaba en gran manera la movilidad de Todd. Parecía que iba a ser difícil encontrar una vivienda adecuada a nuestras necesidades con el poco dinero de que disponíamos. No obstante, un bondadoso agente inmobiliario nos consiguió una. Su dueño era un viudo cuya esposa había estado confinada a una silla de ruedas; por consiguiente, la casa se había proyectado teniendo en cuenta sus necesidades. Era perfecta para Todd.

Por supuesto, había que limpiarla y pintarla. Cuando estábamos listos para empezar, aparecieron más de veinticinco hermanos de la congregación con brocha y rodillo en mano.

La lucha diaria

Glen se había ocupado siempre de los asuntos de la familia, el pago de las cuentas, etcétera. No me fue muy difícil hacerme cargo de este aspecto de la vida. No obstante, él nunca creyó importante hacer un testamento o tener un seguro adecuado. De haberlo hecho nos habría ahorrado muchos de los aprietos económicos que aún afrontamos. Después de nuestra experiencia, un buen número de nuestros amigos comenzaron a poner en orden los asuntos.

La satisfacción de nuestras necesidades emocionales y espirituales constituyó otro inconveniente. Después que trajimos a Todd del hospital, algunos actuaron como si los problemas ya hubieran terminado. Sin embargo, Scott seguía necesitando ayuda y estímulo. Siempre recordaremos con cariño las tarjetas, las cartas y las llamadas telefónicas que recibimos. Recuerdo que una carta de alguien que nos asistió económicamente decía: “No firmaré esta carta porque no quiero que me den las gracias a mí, sino a Jehová, pues es él quien nos mueve a mostrarnos amor unos a otros”.

No obstante, hemos aprendido a dar nosotros mismos los pasos necesarios para animarnos y a no depender por completo de otros para ello. Cuando tengo la moral baja, trato de pensar en los demás. Me encanta hacer pasteles y cocinar, así que de vez en cuando invito a amigos a casa u horneo algo y se lo llevo. Cuando estoy muy estresada o necesito un cambio, siempre surge una invitación a cenar, a almorzar o a pasar un fin de semana con algunos amigos. A veces incluso alguien se ofrece a quedarse con Todd un rato para que yo pueda hacer diligencias o ir de compras.

Mi hijo mayor, Scott, también ha sido una maravillosa bendición. Cada vez que podía, llevaba a Todd con él a las reuniones sociales. Siempre podía contar con su ayuda de una u otra forma en el cuidado de su hermano, y nunca se quejó de tener demasiadas responsabilidades. Una vez dijo: “Si en alguna ocasión sentía el deseo de llevar una vida más ‘normal’, enseguida recordaba que mi experiencia me había acercado más a Dios”. Todos los días le doy gracias a Jehová por tener un hijo tan amoroso y orientado hacia lo espiritual. Ahora es siervo ministerial en su congregación y participa con su esposa en la evangelización de tiempo completo.

¿Y qué ha pasado con Todd? Continúa mejorando. A los dos años recuperó el habla. Empezó pronunciando palabras cortas y después oraciones; ahora incluso puede expresarse en las reuniones cristianas. Está esforzándose por hablar con más fluidez, y la terapia del lenguaje le ha ayudado. Todavía le gusta cantar, sobre todo en el Salón del Reino. Además, conserva su optimismo. Ya puede estar en pie valiéndose de un andador. Hace un tiempo, tuvimos la oportunidad de narrar parte de nuestra historia en una asamblea de los testigos de Jehová. Cuando le preguntaron qué le gustaría decir a los presentes, Todd respondió: “No se preocupen. Me pondré mejor”.

Atribuimos todo el mérito a Jehová por habernos sostenido en esta prueba. De hecho, hemos aprendido a depender de él como nunca antes. Todos los desvelos, todo el duro trabajo implicado en cubrir las necesidades de Todd, todos los sacrificios que hemos hecho por él han merecido la pena. Hace poco, mientras desayunábamos, alcé la vista y vi que Todd me miraba fijamente con una gran sonrisa en el rostro. Dijo: “Te quiero, mamá. Gracias por haberme traído a casa”.—Relatado por Rose Marie Boddy

[Nota a pie de página]

a Si desea información sobre el punto de vista bíblico con respecto a las transfusiones y el empleo de productos no sanguíneos, vea el folleto ¿Cómo puede salvarle la vida la sangre?, editado por Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc.

[Comentario en la página 13]

Lo más difícil fue decir a mi hijo Scott que su padre había muerto

[Fotografía en la página 15]

Con mis hijos

    Publicaciones en español (1950-2025)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir