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  • g95 22/8 págs. 19-21
  • La disciplina ha sido mi salvación

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  • La disciplina ha sido mi salvación
  • ¡Despertad! 1995
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¡Despertad! 1995
g95 22/8 págs. 19-21

La disciplina ha sido mi salvación

CUANDO tenía 4 años, mis padres me matricularon en una clase de calistenia. Tenía que practicar mucho y efectuar los ejercicios a la par con otras niñas. Poco después inicié mi preparación para ser bailarina. La disciplina era parte de mi vida.

Mis padres eran amantes de la disciplina y exigían que sus hijos se portaran bien y fueran educados y respetuosos. A veces me parecían injustos, pero ahora, al mirar atrás, y habiendo criado yo también a tres hijos, entiendo el valor de la disciplina. La verdad es que les agradezco lo mucho que se preocuparon por mí.

Haber aprendido de pequeña la importancia de la autodisciplina y del trabajo en equipo me ha sido muy útil a lo largo de mi vida.

Surgen dificultades

A los 8 años contraje fiebre reumática y me vi obligada a guardar cama. Me dolían mucho las rodillas, y estuve doce meses sin poder caminar, aunque mi cariñosa familia me llevaba a todas partes. Nadie pensaba que podría volver a bailar. Pero gracias al cuidado de mis padres y a las aptitudes y la paciencia de nuestro médico de cabecera, me recuperé totalmente y regresé a la danza más decidida que nunca a ser la mejor.

A los 16 años mis padres me permitieron dejar la escuela con el fin de proseguir la carrera de bailarina, a la que me dediqué con ahínco y entusiasmo. Con el tiempo, empecé a aprender ballet clásico, lo que me exigió aún más autodisciplina. Estuve tres años y medio estudiando y practicando seis días a la semana.

Cuando tenía 19 años hubo unas audiciones para la Escuela Australiana de Ballet. La competencia para entrar en esta prestigiosa escuela era muy reñida. De todos los candidatos de Australia solo se seleccionaría a unos pocos, y yo tuve la alegría de estar entre los seleccionados. Inicié un intenso curso de dieciocho meses. Además de las clases de ballet, estudiábamos mímica, teatro y artes plásticas. Aunque los movimientos del ballet son airosos, hace falta mucha fuerza para que parezcan naturales. Así que, a fin de fortalecer las piernas, hacíamos ejercicios especiales en un gimnasio.

Finalmente, en junio de 1970, se celebraron unas audiciones para la Compañía Australiana de Ballet. Fui seleccionada de nuevo, y en el plazo de una semana entré a formar parte de la compañía.

Un mundo diferente

Antes de que me diera cuenta de lo que que estaba pasando, me vi lejos de casa por primera vez en la vida, y en un ambiente muy distinto. Nuestra compañía hizo una gira por Australia y luego fuimos a Asia. Era como vivir en otro mundo, con sus propias reglas y normas. Nuestra jornada laboral era larga y agotadora; trabajábamos día y noche, y teníamos los pies doloridos, sangrantes y ampollados. Pero las representaciones compensaban todo el duro trabajo. Era maravilloso salir a escena.

Cuando regresamos a Australia, se propagó una epidemia de gripe entre los miembros de la compañía, y a muchos tuvieron que darnos de baja. Yo estuve tres meses sin poder bailar. Cuando me reincorporé a la compañía, tuve problemas en adaptarme a la vida de bailarina, con su continua búsqueda de la perfección. Además, la falta de tiempo y el cansancio me obligaban a limitar todo tipo de actividad social ajena al ballet. Después de tantos años de preparación, ¿sería aquel el fin de mi carrera?

Empezaron a embargarme sentimientos disparatados y confusos. Me volví muy introvertida y me aislé. Aproximadamente un año después, debido a una forma grave de urticaria que tuve, me salieron por todo el cuerpo unos habones rojos que producían mucha picazón, y fueron extendiéndose hasta juntarse, dejándome totalmente hinchada. Aquella fue la gota que colmó el vaso: presenté mi dimisión a la Compañía Australiana de Ballet. Aunque tardé muchos meses en recuperarme, mis padres volvieron a atenderme hasta que me repuse.

Me caso y tengo hijos

En 1974 conocí a un joven muy bueno que era actor y tenía su propio negocio. Nos casamos y viajamos por Europa. Nuestro primer hijo, Justin, nació en 1976, después que regresamos a Australia. Luego nos mudamos a Perth, la capital de Australia Occidental, y compramos un hotel. ¡Qué cambio de vida supuso aquello!

Había mucho trabajo que hacer, pues queríamos administrar el hotel nosotros solos. Me levantaba a las cuatro de la mañana y a veces no terminaba de trabajar hasta la mañana siguiente. Para agravar la situación, el hotel estaba poseído por fuerzas demoníacas. Estas circunstancias fueron afectando poco a poco nuestra vida, especialmente la de mi querido esposo. Así que, a los tres años, en vista de los problemas conyugales y económicos que teníamos, decidimos vender el hotel y tratar de salvar nuestro matrimonio.

Con el nacimiento de nuestras dos hijas, Bianca y Victoria, ya éramos cinco de familia. El hotel no se vendió enseguida, y fue durante ese tiempo cuando acudí a Dios en busca de ayuda. Recordé la oración del padrenuestro que había aprendido de niña. No me lo quitaba de la mente, y siempre lo estaba rezando.

Por fin se vendió el hotel. Mi esposo, sin embargo, murió de un aneurisma justo tres semanas antes de la fecha prevista para mudarnos de Perth a Melbourne. Solo tenía 32 años. Mi profundo pesar no se alivió cuando un sacerdote católico de Melbourne me dijo que, en vista de los problemas que mi esposo había tenido con los demonios, seguro que estos también ejercían su influjo maligno en mí. Así que roció agua “bendita” sobre mí y mis hijos, y en cada habitación de la casa de mi madre, donde vivíamos.

Preguntas todavía sin responder

Pasaron varios años, y yo seguía haciendo preguntas sobre Dios, pero no recibí ninguna respuesta satisfaciente de parte de mi religión, la católica. Con el tiempo decidí trasladar a mi familia de Melbourne al estado de Queensland, donde el clima es más cálido. Una vez afincados en Brisbane, la capital, participamos de lleno en las actividades de la Iglesia. Los niños estudiaban en escuelas católicas y todos íbamos a misa con regularidad, ayunábamos, rezábamos el rosario y hacíamos todo lo que yo pensaba que Dios requería de nosotros.

Como nadie había contestado mis preguntas, decidí leer cada día unos pasajes de la Biblia para ver si encontraba las respuestas por mí misma. Cuando llegué a Mateo 7:7, quedé atónita. Simplemente animaba a seguir pidiendo y seguir buscando. ‘Esto es fácil’, pensé. Y así lo hice. Seguí pidiendo ayuda a Dios para encontrar las respuestas a mis preguntas.

Por fin encuentro las respuestas

Al recordar el pasado, puedo ver que no fue casualidad que poco después llamaran a mi puerta los testigos de Jehová. Lo que dijeron parecía maravilloso. Aunque escuché con interés, no percibí que aquello era precisamente lo que había estado buscando. De modo que al cabo de unas cuantas visitas, les dije que no se molestaran en volver.

En aquel tiempo, a principios de 1987, yo estaba muy ocupada. Estaba terminando de renovar mi casa y necesitaba un buen pintor para los trabajos finales. El constructor me recomendó un pintor joven llamado Peter, muy amigable, respetuoso y servicial. Peter hablaba con cariño de su esposa y sus hijos, y se le veía un hombre sano y limpio. Como yo quería verme igual, una mañana, estando él subido en un andamio, le pregunté: “¿A qué iglesia va usted?”.

Cuando supe que era testigo de Jehová, empecé a acosarlo con preguntas desde que llegaba a trabajar por la mañana hasta que se marchaba, exhausto, por la tarde. Y me las respondía todas. Me puse a estudiar día y noche, y la Biblia fue cobrando vida ante mis ojos. Rebosante de alegría, acepté la oferta de tener un estudio bíblico en mi hogar con toda la familia. El gozo de saber que habíamos encontrado la verdad hizo que aquella fuese la época más emocionante de nuestra vida.

Eliminamos toda la basura idolátrica que invadía nuestra mente y nuestro hogar. Sacamos de casa bolsas llenas de objetos para que se las llevaran al vertedero. Al poco tiempo, mis hijos fueron cortésmente invitados a abandonar sus respectivas escuelas católicas. El testimonio que daban acerca de Jehová no era bien recibido.

Unidos en la adoración verdadera

Actualmente los cuatro somos Testigos bautizados. Justin y Bianca han terminado sus estudios escolares y están en el ministerio de tiempo completo sirviendo de precursores. Victoria tiene 16 años y todavía va a la escuela. En mi caso, este es ya el sexto año que sirvo de precursora.

Pasamos seis años en una congregación de Brisbane, donde ayudé a dos señoras mayores encantadoras que al poco tiempo dedicaron su vida a Jehová Dios. En 1994 nos mudamos a una zona en la que había más necesidad de predicadores del Reino. Ahora servimos en una pequeña población rural llamada Charleville, en el sudoeste de Queensland. Tenemos un territorio muy extenso para predicar, con una superficie equivalente a la del estado insular australiano de Tasmania.

Al reflexionar en mi infancia y en la educación que recibí, me doy cuenta de lo mucho que me ha beneficiado la disciplina. Me ha ayudado a poner en práctica los principios bíblicos y a hacer los cambios necesarios en la vida. En efecto, la disciplina de Jehová es una fuente de profundo gozo y me da la esperanza de disfrutar de bendiciones infinitas con mi querida familia. (Proverbios 6:23; 15:33.)—Relatado por Sue Burke.

[Fotografía en la página 21]

Con mis tres hijos

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