Evolución histórica de la libertad de expresión
EN EL transcurso de la historia los hombres han luchado por la libertad de expresión. Se han promulgado leyes, se han librado batallas y se han ofrendado vidas por el derecho de manifestar públicamente las ideas.
¿Cuál es la razón por la que un derecho aparentemente tan natural haya sido la causa de contiendas que han llegado al derramamiento de sangre? ¿Por qué algunas sociedades, tanto en el pasado como en el presente, han considerado necesario restringir, o incluso prohibir, el libre ejercicio de este derecho?
El modo de ver la libertad de expresión ha oscilado como un gran péndulo en el reloj del tiempo. Algunas veces se la ha considerado un privilegio al cual todos tienen derecho; otras, un problema que la religión o la autoridad deben solucionar.
La historia está llena de relatos acerca de hombres que lucharon por el derecho de expresar públicamente sus opiniones, lo que, en muchos casos, les acarreó la persecución violenta o los llevó a la muerte. Por lo tanto, repasar algunos de estos sucesos nos ayudará a comprender mejor su lucha.
Es posible que este tema recuerde a los estudiosos de la historia al filósofo griego Sócrates (470-399 a.E.C.), cuyos juicios y doctrinas se consideraban una influencia corruptora para los jóvenes atenienses. La enorme consternación que se ocasionó entre los líderes políticos y religiosos de la jerarquía helénica lo llevó a la muerte. Su defensa ante el tribunal que lo condenó sigue siendo uno de los más elocuentes discursos en favor de la libertad de expresión: “Si, con relación a esto, me dijerais: ‘[...] te absolvemos, pero con esta condición: con la condición de que dejes esos diálogos examinatorios y ese filosofar; pero si eres sorprendido practicando eso todavía, morirás’ [...], yo os respondería: ‘[...] os estimo, atenienses, pero obedeceré al dios antes que a vosotros y, mientras tenga aliento y pueda, no cesaré de filosofar, de exhortaros y de hacer demostraciones a todo aquel de vosotros con quien tope [...]. Pues eso es lo que ordena el dios [...] Atenienses, tened presente que yo no puedo obrar de otro modo, ni aunque se me impongan mil penas de muerte; [...] absolvedme o no me absolváis’”.
En el decurso del tiempo, el péndulo osciló de la era de pocas restricciones, en el principio de la historia de Roma, a la época restrictiva del apogeo del imperio, el inicio del período más tenebroso para la libertad de expresión. Durante el mandato de Tiberio (14-37 a.E.C.) no se toleraba a quienes criticaban al gobierno o sus procedimientos. Roma no fue la única que se opuso a la libertad de expresión; en aquella época los caudillos judíos obligaron a Poncio Pilato a dar muerte a Jesús por causa de sus enseñanzas, y ordenaron a los apóstoles que dejaran de predicar. Sin embargo, estos preferían morir a detener su obra. (Hechos 5:28, 29.)
Durante la mayor parte de la historia, fue común que los gobiernos cambiaran o cancelaran a capricho los derechos civiles que hubiesen otorgado, propiciando así luchas frecuentes por la libertad de expresión. A comienzos de la Edad Media algunas personas exigieron documentos que definieran sus derechos y limitaran el control de las autoridades sobre estos. Fue así como comenzó la redacción de declaraciones de derechos, entre las que se cuenta la Carta Magna, que marcó un hito en el campo de los derechos humanos. Posteriormente vino la Declaración Inglesa de Derechos (1689), la Declaración de los Derechos de la Convención de Virginia (1776), la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) y la Carta de Derechos Estadounidense (1791).
En los siglos XVII, XVIII y XIX hubo hombres célebres que se pronunciaron en favor de la libertad de expresión. En 1644, el poeta inglés John Milton, conocido por su novela El Paraíso perdido, escribió su famoso libelo Areopagitica, en el que denunciaba las restricciones impuestas a la libertad de prensa.
En el siglo XVIII, pese a las restricciones que todavía la limitaban, se observó un progreso en la libertad de expresión en Inglaterra. Las colonias norteamericanas propugnaban la libertad, tanto de palabra como de prensa. Por ejemplo, la Constitución del Estado de Pensilvania del 28 de septiembre de 1776 proclamaba: “La gente tiene derecho a la libertad de expresar, escribir y publicar sus opiniones, por lo que la libertad de prensa no ha de ser coartada”.
Esta declaración inspiró la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos en 1791, enmienda que plasmó el pensamiento de los autores de la Constitución norteamericana sobre los más caros anhelos del pueblo: “El Congreso no dictará ninguna ley relativa al establecimiento de religión o prohibiendo el libre ejercicio de la misma; o coartando la libertad de la palabra o de la prensa, o restringiendo el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y a pedir al gobierno la reforma de los abusos”.
En 1859 el filósofo inglés John Stuart Mill publicó su ensayo On Liberty (Sobre la libertad), al cual se hace referencia a menudo y se considera una de las más laudables exposiciones en favor de la libertad de palabra.
Sin embargo, la lucha por el derecho a expresarse públicamente con libertad no terminó con la llegada del progreso del siglo XX. Los intentos de suprimir la libertad de expresión en la Unión Americana, por citar un ejemplo, hicieron que se levantaran voces que han resonado en los tribunales, desde los juzgados menores hasta el Tribunal Supremo de Estados Unidos.
Un juez de este tribunal, Oliver Wendell Holmes, hijo, preconizó este derecho en varios de sus dictámenes. Definió así el criterio de la libertad de expresión: “Si algún principio de la constitución exige un compromiso más imperioso que cualquier otro, es el de la libertad de pensamiento, no libertad de pensamiento para quienes concuerdan con nosotros, sino para aquellos cuyas opiniones aborrecemos”. (United States v. Schwimmer, 1928.)
La desatención a este principio ha dado lugar a los litigios que han mantenido al péndulo oscilando entre la libertad y la coacción. Con mucha frecuencia se sigue el criterio “libertad de expresión para mí, pero no para ti”. Nat Hentoff, quien escribió un libro con ese título, menciona ejemplos de defensores fervientes de la Primera Enmienda que han manifestado opiniones diametralmente contrarias. Relata casos en los que el Tribunal Supremo de Estados Unidos ha revocado sus propios fallos, incluso algunos que han tenido que ver con los testigos de Jehová, quienes han luchado durante años por su derecho de hablar libremente sobre sus creencias religiosas. Escribió acerca de ellos: “Durante décadas, los miembros de esta confesión han contribuido notablemente a la expansión de la libertad de conciencia mediante sus litigios constitucionales”.
Muchos analistas jurídicos e historiadores modernos han escrito ampliamente sobre la gran cantidad de procesos judiciales en favor de la libertad de expresión en la parte final del siglo XX, no solo en Estados Unidos, sino en muchos otros países. La libertad de expresión nunca está asegurada. La experiencia ha demostrado que aunque los gobiernos se jacten de las libertades que otorgan a sus pueblos, puede perderse este derecho cuando cambia el sistema administrativo o judicial. Los testigos de Jehová han ido a la vanguardia en la lucha por esta valiosa libertad.
En su libro These Also Believe, el profesor C. S. Braden, escribe: “Ellos [los testigos de Jehová] han hecho un servicio notable a la democracia por medio de su lucha por conservar sus derechos civiles, porque en su lucha han logrado mucho para garantizar esos derechos para todas las minorías de Estados Unidos. Cuando se invaden los derechos civiles de cualquier grupo, los de todo otro grupo llegan a estar inseguros. Por lo tanto ellos han hecho una contribución definida a la preservación de algunas de las cosas más preciosas de nuestra democracia”.
Las personas que aman la libertad no pueden comprender por qué algunos gobiernos y religiones privan a sus pueblos de este privilegio, lo que equivale a negarles un derecho humano fundamental. Mucha gente reprimida de todo el mundo sufre por no tener a su alcance esta prerrogativa. ¿Continuarán oscilando como un péndulo las opiniones sobre la libertad de expresión, incluso en los países que la garantizan como derecho fundamental? ¿Debe enarbolarse este derecho para justificar el habla inmoral y obscena? Actualmente, los tribunales se esfuerzan por dilucidar estas cuestiones.
[Ilustración de la página 3]
Sócrates propugnó la libertad de expresión
[Reconocimiento]
Musei Capitolini (Roma)