Una kudú con buena memoria
POR EL CORRESPONSAL DE ¡DESPERTAD! EN LA REPÚBLICA SUDAFRICANA
EL MAJESTUOSO kudú macho, un antílope con impresionantes cuernos en espiral y orejas notables, alcanza de adulto casi un metro y medio de altura en la cruz. La hembra, que por lo general carece de cuernos, también se distingue por sus grandes orejas. El kudú es un animal tímido, que siempre está en guardia y listo para correr a refugiarse. Por lo tanto, la siguiente experiencia que tuvo Karen, que vive en Zimbabue, es digna de mención.
Como relata la revista African Wildlife, alguien encontró una cría hembra de kudú enredada en una alambrada, la liberó y se la entregó a Karen, quien la alimentó con biberón durante unas cuantas semanas. Mientras la pequeña crecía, se mantuvo cerca de la granja lechera donde vivían Karen y su familia. Le gustaba jugar con los niños y con los perros. No obstante, poco a poco fue haciendo incursiones en la maleza y, cuando ya era casi adulta, dejó de vérsela por los alrededores de la granja.
Unos dos años después, Karen iba conduciendo por la carretera de la granja y se sorprendió al ver que una kudú preñada no salía corriendo al aproximarse el automóvil. Tampoco huyó cuando comenzó a caminar hacia ella. Karen dedujo que era el mismo animal al que había alimentado con biberón, así que empezó a hablarle dulcemente a medida que se le acercaba. La kudú también la había reconocido a ella, pues bajó la cabeza, la acarició con el hocico y permitió que Karen la abrazara.
Un par de meses más tarde, la encontró de nuevo junto a la carretera, esta vez acompañada de una cría. A Karen le dio la sensación de que le presentaba con orgullo a su cría. Una vez más, se dejó acariciar. Algo parecido sucedió semanas después, y en esta ocasión le pareció incluso que la kudú la estaba esperando.
Pasaron otros dos meses; algunos trabajadores de la granja dijeron que habían visto a la misma hembra de kudú con un lazo alrededor del cuello. Habían tratado de acercarse a ella para quitárselo, pero la kudú había huido. Así que Karen se puso a buscarla entre la maleza, llamándola repetidamente. Al cabo de un rato apareció ante ella. Karen llevaba algo de pan, pues recordaba que al animal le gustaba, y mientras se lo ofrecía, su esposo cortó el incómodo lazo.
El claro vínculo que existió por tanto tiempo entre un ser humano y un animal ocasionó gran satisfacción a esta familia.