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¡Despertad! 1997
g97 8/4 págs. 4-7

Un vistazo a algunos jardines famosos

EL PRIMER contacto del hombre con un paraíso tuvo lugar en un jardín situado en una región llamada Edén, posiblemente cerca del lago Van, dentro de los límites de la actual Turquía. Un río que se ramificaba en otros cuatro regaba el jardín para Adán y Eva, quienes, a su vez, tenían que ‘cultivarlo y cuidarlo’. Qué placer debía aportarles la labor de cuidar un jardín en el que abundaba “todo árbol deseable a la vista de uno y bueno para alimento”. (Génesis 2:8-15.)

Edén era un hogar perfecto. Adán y Eva, y sus descendientes, tenían que extender sus límites, utilizando como modelo el exquisito diseño original de Dios. Con el tiempo, la Tierra entera se convertiría en un paraíso cómodamente habitado a plenitud. Pero la desobediencia deliberada de nuestros primeros padres resultó en que fueran expulsados de dicho santuario. Lamentablemente, todos los demás miembros de la familia humana nacieron fuera de aquel hogar edénico.

No obstante, el Creador hizo al hombre para vivir en el Paraíso. Por eso es natural que las generaciones posteriores trataran de rodearse de imitaciones de aquel Paraíso.

Jardines del pasado

Se ha aclamado a los Jardines Colgantes de Babilonia como una de las maravillas del mundo antiguo. Los construyó el rey Nabucodonosor hace más de dos mil quinientos años para su esposa meda, la cual añoraba los bosques y las colinas de su tierra natal. En aquella estructura escalonada de arcos y bóvedas, y 22 metros de altura, había una gran profusión de plantas, además de tierra suficiente para alimentar árboles grandes. La nostálgica reina probablemente se sentía reconfortada cuando paseaba por aquellas terrazas edénicas.

El paisajismo tenía mucha prominencia en el fértil valle egipcio del Nilo. “Egipto —dice la obra especializada The Oxford Companion to Gardens— es [la tierra] de donde proceden las imágenes de jardines más antiguas del mundo, y cuenta con una antiquísima tradición jardinera.” En el plano de un jardín que perteneció a un funcionario egipcio de Tebas, fechado alrededor del año 1400 a.E.C., aparecen estanques, paseos arbolados y pabellones. Después de los jardines reales, los de los templos eran los más exuberantes, con sus arboledas, flores, y hierbas aromáticas regadas por canales procedentes de estanques y lagos poblados de gran número de aves acuáticas, peces y lotos. (Compárese con Éxodo 7:19.)

Los persas también dejaron pronto su huella en el terreno de la jardinería. Los jardines de Persia y Egipto eran tan cautivadores que cuando los ejércitos conquistadores de Alejandro Magno regresaron a Grecia en el siglo IV a.E.C., llegaron cargados de semillas, plantas e ideas. En Atenas, Aristóteles y su discípulo Teofrasto reunieron las aumentantes muestras de plantas y establecieron un jardín botánico para estudiarlas y clasificarlas. Muchos griegos acaudalados, al igual que los egipcios y los persas que los antecedieron, poseían jardines magníficos.

Los romanos que vivían en ciudades combinaron la casa y el jardín en el confinado espacio de la ciudad. Los ricos crearon espectaculares parques de recreo en sus villas rurales. Hasta el tirano Nerón quería su edén; por ello desalojó sin piedad a centenares de familias, demolió sus casas y creó alrededor de su palacio un parque privado de más de 50 hectáreas. Más adelante, hacia el año 138 E.C., en la villa que el emperador Adriano tenía en Tívoli, el paisajismo romano alcanzó su máximo esplendor. La villa abarcaba 243 hectáreas de parques, estanques, lagos y fuentes.

Los israelitas de la antigüedad también tenían jardines y parques. El historiador judío Josefo escribió acerca de los preciosos parques regados por abundantes riachuelos que había en un lugar llamado Etam, a una distancia de entre 13 y 16 kilómetros de Jerusalén. Posiblemente los parques de Etam estuvieron entre los ‘jardines, parques, estanques y bosques’ que la Biblia dice que Salomón ‘se hizo’. (Eclesiastés 2:5, 6.) A las afueras de Jerusalén, en el monte de los Olivos, se encontraba el jardín de Getsemaní, famoso porque Jesucristo lo frecuentaba. Era un lugar recogido al que Jesús acudía para enseñar con tranquilidad a sus discípulos. (Mateo 26:36; Juan 18:1, 2.)

Desde los jardines árabes hasta los ingleses

Cuando en el siglo VII E.C. los ejércitos árabes se extendieron hacia oriente y occidente, también descubrieron, al igual que Alejandro Magno, los jardines de Persia. (Compárese con Ester 1:5.) “Los árabes —escribe Howard Loxton— encontraron los jardines persas muy parecidos al Paraíso que se prometía en el Corán para los fieles.” Al igual que su modelo persa, el típico jardín árabe —desde la España mora hasta Cachemira— se dividía en cuatro secciones delimitadas por cuatro canales de agua conectados en un punto central por un estanque o una fuente: una evocación de los cuatro ríos de Edén.

En el norte de la India, junto a lago Dal, en el hermoso valle de Cachemira, los soberanos mogoles del siglo XVII plantaron más de setecientos jardines paradisíacos. Formaban una impresionante paleta de colores salpicada de centenares de fuentes, terrazas y cascadas. En el pabellón de mármol negro construido por el sah Yahan (edificador del Taj Mahal) a orillas del lago Dal, todavía puede leerse la inscripción: “Si existe un paraíso sobre la faz de la Tierra, está aquí, está aquí, está aquí”.

Unos siglos antes Europa había pasado de la Edad Media al Renacimiento (que empezó en el siglo XIV). La tradición jardinera de Roma, hollada a comienzos de la Edad Media en el siglo V E.C., empezó a florecer de nuevo, esta vez bajo la dirección de la Iglesia. La cristiandad consideraba el jardín como un ‘paraíso provisional’. Tanto es así, que en el plano de un monasterio del siglo IX aparecen dos jardines con el nombre de “Paraíso”. Los jardines de la cristiandad pronto llegaron a ser muy extensos y fastuosos, pero en lugar de reflejar ideales espirituales, muchos se convirtieron en símbolos de poder y riqueza.

Cuando en 1495 Carlos VIII de Francia conquistó Nápoles (Italia), escribió a los suyos lo siguiente: “No pueden imaginarse los jardines tan hermosos que tengo en esta ciudad [...]. Solo les faltan Adán y Eva para convertirse en un paraíso terrenal”. Pero si Carlos hubiera vivido hasta el siglo XVII, habría visto en tierras francesas los extensos jardines del rey Luis XIV. El libro The Garden (El jardín) afirma que los jardines del Palacio de Versalles “todavía pueden considerarse los más extensos y sublimes del mundo”.

Ahora bien, el Renacimiento tenía una nueva definición de paraíso: la naturaleza debe estar subordinada al hombre inteligente, quien impondrá orden en el jardín librándolo de todo lo agreste. Se dio a los árboles y las flores configuraciones geométricas bien definidas. Y la antigua topiaria romana —el arte de podar y guiar árboles y arbustos para darles forma— renació con gran esplendor.

Posteriormente, en los siglos XVIII y XIX, gracias a la exploración y el comercio marítimos, el mundo occidental conoció nuevas plantas y conceptos de jardinería. Inglaterra se inició en el diseño de jardines. “En la Inglaterra del siglo XVIII —dice The New Encyclopædia Britannica—, el hombre fue tomando más conciencia de la naturaleza que le rodeaba. En lugar de imponer a esta un orden geométrico artificial, empezó a pensar en adaptar su vida al paisaje natural.” Hombres como William Kent y Lancelot Brown destacaron en el terreno del paisajismo. Brown diseñó más de doscientas fincas en Inglaterra. En 1786, dos hombres que llegaron a ser presidentes de Estados Unidos —Thomas Jefferson y John Adams— viajaron por Inglaterra para estudiar los jardines ingleses.

Paisajes de oriente

La tradición jardinera de China es para la civilización oriental lo que las de Egipto, Grecia y Roma son para la occidental. Al principio los chinos practicaban una religión animista según la cual, los ríos, rocas y montañas eran espíritus materializados y por lo tanto debían ser respetados. Con el tiempo, el taoísmo, el confucianismo y el budismo se extendieron por todo el país y produjeron sus tipos particulares de jardín.

Al otro lado del mar del Japón, los jardines japoneses adoptaron su propio estilo; un estilo en el que la forma tiene prioridad sobre el color, y cada componente ocupa su lugar preciso. Tratando de recoger en un espacio limitado la estética y la diversidad de la naturaleza, el jardinero coloca sus rocas con cuidado y cultiva y guía las plantas de su jardín con gran meticulosidad. Un ejemplo lo tenemos en el arte del bonsái (término que significa “planta en maceta”), que consiste en cultivar un árbol en miniatura o tal vez un grupo de árboles, dándoles la forma y proporción precisas.

Aunque el estilo del jardín oriental difiere del occidental, ambos reflejan el anhelo por el Paraíso. Por ejemplo, el historiador Wybe Kuitert, especializado en jardines japoneses, escribe que durante el período japonés Heian (794-1185) los jardineros trataban de evocar el ambiente de un “paraíso en la Tierra”.

Una inclinación universalizada

La inclinación por los jardines es universal, la tenían incluso las tribus cazadoras-recolectoras que vivían en jardines “naturales”: junglas, bosques y praderas. Respecto a “los aztecas de México y los incas de Perú”, The New Encyclopædia Britannica dice que “los conquistadores mencionaron elaborados jardines con colinas terraplenadas, arboledas, fuentes y estanques ornamentales [...] similares a los jardines contemporáneos de occidente”.

¿Qué nos demuestran las antiguas arboledas a ambas orillas del Nilo, los paisajes orientales, los parques de las ciudades modernas, y los jardines botánicos? Que la humanidad anhela el Paraíso. Teniendo presente esta perdurable “nostalgia por el Paraíso”, el escritor Terry Comito dijo: “Los jardines son lugares en los que el hombre se siente en casa”. ¿Y a quién no le encantaría decir: ‘Mi hogar es como el jardín de Edén’? Ahora bien, la idea de un jardín mundial —y no solo para los acaudalados—, ¿es solo un sueño, o se hará realidad?

[Ilustraciones de la página 7]

Los Jardines Colgantes de Babilonia, según la interpretación de un pintor

Jardín japonés clásico

Versalles (Francia)

A lo largo de la historia, el hombre siempre ha anhelado el Paraíso

[Reconocimiento]

French Government Tourist Office/Rosine Mazin

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