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¡Despertad! 1997
g97 22/4 págs. 12-15

Esperanza firme en medio del pesimismo de Chernóbil

Por el corresponsal de ¡Despertad! en Ucrania

EL 26 de abril de 1986 ocurrió el peor accidente nuclear de la historia: la explosión de la planta de energía nuclear de Chernóbil (Ucrania). Ese mismo año, el entonces presidente soviético Mijail Gorbachov declaró que la tragedia era un cruel recordatorio de “que los hombres todavía están aprendiendo a manejar las poderosas fuerzas que han desatado”.

Subrayando la magnitud de la tragedia, la edición alemana de la revista Psychology Today señaló en su número de febrero de 1987: “El desastre del reactor de Chernóbil [...] fue un momento crucial en la historia de la civilización contemporánea. Y fue una catástrofe que nos afectará sustancialmente por siglos”. El periódico The New York Times dijo que “la radiación a largo plazo [emitida] al aire, el suelo y el agua de la Tierra era equiparable a la de todas las pruebas y bombas nucleares hasta ahora detonadas”.

El diario alemán Hannoversche Allgemeine predijo que “en los próximos cincuenta años morirían aproximadamente sesenta mil personas en todo el mundo víctimas de cáncer provocado por la fusión accidental del reactor soviético. [...] Otras cinco mil sufrirían graves daños genéticos y hasta mil padecerían malformaciones congénitas”.

La tragedia de Chernóbil engendró una nube de miedo, inquietud e incertidumbre, que ha ensombrecido la vida de centenares de miles de personas. Con todo y eso, algunas han adquirido una esperanza firme en medio de un sombrío pesimismo. Considere el caso de la familia Rudnik, formada por Victor y Anna y sus dos hijas, Elena y Anja. En abril de 1986 residían en la ciudad de Pripet, situada a menos de 3 kilómetros del reactor de Chernóbil.

El día del accidente

Aquella fatídica mañana de sábado, la heroica intervención de los bomberos en el reactor averiado impidió que las consecuencias fueran aún peores. En cuestión de horas los bomberos enfermaron por efecto de la radiación, y varios murieron más tarde. Grigori Medvédev, uno de los ingenieros jefe de Chernóbil en los años setenta, relata en su libro Burned Souls: “La nube radiactiva se desplazó por el pequeño pinar que separa el emplazamiento del reactor de la ciudad, cubriendo el pequeño bosque con una lluvia de ceniza radiactiva”. Muchas toneladas de material radiactivo evaporado fueron proyectadas a la atmósfera.

Sorprendentemente, la vida en Pripet, población de más de cuarenta mil habitantes, parecía transcurrir con normalidad aquel sábado. Los niños jugaban en las calles y los adultos se preparaban para la fiesta soviética del Primero de Mayo. No hubo anuncio del siniestro ni se alertó del peligro. Anna Rudnik caminaba con su hija de tres años, Elena, cuando se encontró con su padrastro. Este, que se había enterado del accidente y estaba preocupado por el peligro de la radiación, las llevó de inmediato en automóvil a su casa, a unos 16 kilómetros de distancia.

La nube radiactiva se elevó en la atmósfera y viajó centenares de kilómetros a través de Ucrania, Bielorrusia (Belarús), Rusia, Polonia, Alemania, Austria y Suiza. El lunes siguiente, los científicos de Suecia y Dinamarca se inquietaron al detectar niveles crecientes de radiactividad.

Las secuelas

Se envió a Chernóbil soldados, bomberos, expertos de construcción y otro personal soviético. Al enterrar el reactor siniestrado en un sarcófago de acero y hormigón de diez pisos de altura y dos metros de espesor, este grupo, formado por unos seiscientos mil hombres, a los que se denominó “liquidadores”, evitó que ocurriera un desastre mayor en Europa.

La evacuación de las zonas circundantes comenzó a los pocos días. “Tuvimos que dejar nuestro hogar y todas nuestras posesiones: ropa, dinero, documentos, comida —explica Victor—. Estábamos sumamente preocupados, pues Anna se hallaba encinta de nuestro segundo hijo.”

Cerca de ciento treinta y cinco mil personas tuvieron que abandonar su domicilio: todos los pueblos en un radio de 30 kilómetros alrededor de la planta fueron desalojados. Los Rudnik se fueron a vivir a casa de unos parientes, pero estos sintieron miedo de que los Rudnik los contaminaran con radiación. “Comenzaron a inquietarse —relata Anna—, y acabaron pidiéndonos que nos fuéramos.” Otros evacuados también pasaron por la misma experiencia dolorosa. Por fin, en septiembre de 1986, los Rudnik se establecieron en Kaluga, a unos 170 kilómetros al suroeste de Moscú (Rusia).

“Fue entonces cuando finalmente comprendimos que ya no regresaríamos —comenta Anna—. Habíamos perdido nuestro amado hogar paterno, donde nacimos y nos criamos. Era una región hermosa, tapizada de flores y prados, con nenúfares en el arroyo y bayas y setas a granel en el bosque.”

No solo se alteró la belleza de Ucrania, sino que su papel de granero de la Unión Soviética se vio afectado. Ese otoño, buena parte de las cosechas del país estaban contaminadas. Así mismo, Escandinavia declaró el 70% de la carne de reno no apta para el consumo porque los animales habían pacido líquenes irradiados. Y en algunas partes de Alemania, las hortalizas se pudrieron en los campos por temor a la contaminación.

Consecuencias médicas de la radiación

Según las cifras oficiales dadas a conocer cinco años después del accidente, 576.000 personas se vieron expuestas a la radiación. Se dice que la incidencia de enfermedades cancerosas y no cancerosas es mayor entre este grupo de personas, siendo los jóvenes los más afectados. La revista New Scientist del 2 de diciembre de 1995 mencionó que, en opinión de uno de los principales especialistas europeos en tiroides, “no menos del 40% de los niños expuestos a los más altos niveles de la lluvia radiactiva de Chernóbil cuando contaban menos de un año de edad podrían contraer cáncer de tiroides en su vida adulta”.

Como Anna estuvo expuesta a la radiación durante el embarazo, los médicos insistieron en que abortara. Al negarse, ella y su esposo tuvieron que firmar una declaración en la que prometían cuidar de la criatura incluso si nacía con deformaciones. Aunque Anja no es deforme, sí padece miopía y afecciones respiratorias y cardiovasculares. Además, la salud de los otros miembros de la familia ha ido deteriorándose desde el momento de la tragedia. Victor y Elena sufren problemas cardiacos, y Anna es solo una de las muchas personas inscritas en el registro de inválidos de Chernóbil.

Entre los que recibieron las mayores dosis de radiación estuvieron los liquidadores que trabajaron en el sellamiento del reactor averiado. Millares de los que participaron en la limpieza de la zona han muerto prematuramente. Muchos sobrevivientes sufren trastornos neurológicos y psicosomáticos. La depresión está generalizada y el suicidio es común.

Angela es una de las sobrevivientes que empezó a tener graves problemas de salud. Al momento del siniestro, residía en Kiev, la capital de Ucrania, a unos 80 kilómetros de Chernóbil; pero pasó algún tiempo llevando suministros a los liquidadores en el sitio del reactor. Svetlana, otra sobreviviente, que reside en Irpin’, en las cercanías de Kiev, enfermó de cáncer y fue operada.

Reflexiones

En abril de 1996, diez años después de la hecatombe, Mijail Gorbachov admitió: “No estábamos preparados para este tipo de situación”. Al mismo tiempo, el presidente de Rusia, Yeltsin, comentó: “La humanidad nunca ha experimentado una desgracia de tal magnitud, con secuelas tan graves y tan difíciles de eliminar”.

La revista Investigación y Ciencia (junio de 1996) comparó el resultado de la catástrofe de Chernóbil a un bombardeo nuclear de magnitud media, lo cual es significativo. Hay quienes estiman que el número de víctimas mortales de la tragedia ronda los treinta mil.

Según un reportaje publicado el año pasado, en el décimo aniversario del accidente aún quedaba una zona inhabitable de 30 kilómetros alrededor de la central. No obstante, el informe dijo que “647 residentes decididos han regresado a la zona a escondidas, sobornando a las autoridades o abiertamente”. Y agregó: “Absolutamente nadie vive en un radio de 10 kilómetros alrededor de la planta. Unos cuantos centenares de personas han regresado al cinturón de 20 kilómetros de ancho que rodea la zona”.

Confianza en medio del temor generalizado

Para muchos millares de personas que una vez vivieron en los alrededores de Chernóbil, la vida ha sido y sigue siendo muy difícil. Un estudio efectuado entre los evacuados reveló que el 80% son infelices en sus nuevos hogares. Se sienten tristes, fatigados, inquietos, irritables y solos. Chernóbil no fue solamente un accidente nuclear: fue una crisis social y psicológica de proporciones gigantescas. No es raro que muchos sitúen los acontecimientos en una de dos épocas: antes y después de Chernóbil.

A diferencia de muchas otras familias, los Rudnik se las arreglan bastante bien. Comenzaron a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová y, por consiguiente, cultivaron una sólida fe en las promesas de la Palabra de Dios acerca de un nuevo mundo de justicia. (Isaías 65:17-25; 2 Pedro 3:13; Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4.) En 1995, Victor y Anna simbolizaron su dedicación a Dios bautizándose en agua. Posteriormente, su hija Elena también se bautizó.

Victor relata: “Estudiar la Biblia nos ayudó a conocer a nuestro Creador, Jehová Dios, y sus propósitos para la humanidad en la Tierra. Ya no estamos deprimidos, pues sabemos que cuando venga el Reino de Dios nunca más ocurrirán accidentes tan terribles. Ansiamos el tiempo en que el campo que circunda nuestro amado hogar cerca de Chernóbil se recobre de su devastación y forme parte de un maravilloso paraíso”.

Angela y Svetlana, que también confían en las promesas divinas de un nuevo mundo justo, abrigan la misma brillante esperanza pese a sus enfermedades provocadas por la radiación. “Sin un conocimiento del Creador y de sus propósitos —dice Angela—, la vida sería difícil; pero el tener una estrecha relación con Jehová me ayuda a ser positiva. Mi deseo es seguir sirviéndole como predicadora de la Biblia de tiempo completo.” Svetlana añade: “Los hermanos cristianos son una gran ayuda para mí”.

El estudio de la Biblia ha enseñado a estas personas que los accidentes causados por “el tiempo y el suceso imprevisto” afectan a la gente dondequiera que viva y sin ningún tipo de distinción. (Eclesiastés 9:11.) Sin embargo, los estudiantes de la Biblia también han aprendido que, sin importar la gravedad de sus problemas, no hay daño que Jehová Dios no pueda remediar, ni herida que no pueda sanar, ni pérdida que no pueda compensar.

¿Cómo puede usted, también, adquirir confianza en las promesas de Dios y gozar de una brillante esperanza? El escritor del libro bíblico de Proverbios responde: “Para que tu confianza llegue a estar en Jehová mismo te he dado conocimiento hoy”. (Proverbios 22:19.) Sí, necesita obtener conocimiento mediante un estudio regular de la Biblia. Los testigos de Jehová de su zona tendrán mucho gusto en ayudarle. Ellos le ofrecen un programa de estudio bíblico a la hora y en el lugar que le resulten convenientes.

[Comentario de la página 14]

“La humanidad nunca ha experimentado una desgracia de tal magnitud, con secuelas tan graves y tan difíciles de eliminar.” Presidente Yeltsin, de Rusia

[Comentario de la página 15]

Chernóbil no fue solamente un accidente nuclear: fue una crisis social y psicológica de proporciones gigantescas

[Reconocimiento de la página 12]

Tass/Sipa Press

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