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  • Cuando no existía el delito

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  • Cuando no existía el delito
  • ¡Despertad! 1998
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¡Despertad! 1998
g98 22/2 pág. 3

Cuando no existía el delito

¿PUEDE usted imaginarse un mundo sin delito? Probablemente no, en especial si ha leído noticias como esta que apareció en el diario alemán Süddeutsche Zeitung: “Los criminólogos hablan de una nueva dimensión del delito. Sus palabras manifiestan un mal presentimiento y pintan un cuadro apocalíptico”.

Una encuesta realizada en 1995 entre miles de europeos indicó que casi toda persona teme ser víctima de algún delito. En Alemania, los Países Bajos, Polonia, el Reino Unido y Rusia, el delito encabeza la lista de los principales temores de la gente. En Dinamarca, Finlandia y Suiza, el temor al delito ocupa el segundo lugar, y en Francia, Grecia e Italia, el tercero. De las doce naciones examinadas, la única que no incluyó el delito entre los tres motivos principales de temor fue España.

En la Europa oriental el índice de criminalidad ha aumentado de manera alarmante en los últimos siete años. En varios de dichos países, el aumento ha sido de entre el 50 y el 100%, y en los demás oscila nada menos que entre el 193 y el 401%.

Sin embargo, hubo un tiempo en que existió un mundo sin delito. ¿Cuándo fue eso, y cómo se perdió aquel mundo?

¿Dónde se originó el delito?

El delito, definido como “quebrantamiento de la ley”, se originó en la región de los espíritus. Los primeros seres humanos, Adán y Eva, no fueron creados con tendencias delictivas ni tampoco fueron totalmente responsables de la introducción del delito en la sociedad humana. Un espíritu perfecto, un hijo celestial de Dios, dejó que arraigaran en él pensamientos incorrectos, y de estos, una vez alimentados, nació el delito. Él fue el responsable de corromper aquel mundo original que desconocía el delito. Al quebrantar la ley de Dios se convirtió en un delincuente, en Satanás el Diablo, como se le llama en la Biblia (Santiago 1:13-15; Revelación [Apocalipsis] 12:9).

Tras emprender un proceder de oposición a Dios en los cielos invisibles, Satanás se propuso contagiar con su conducta delictiva a los habitantes de la Tierra, los seres humanos. El relato bíblico de cómo hizo esto el Diablo es breve y sencillo, pero objetivo (Génesis, capítulos 2-4). Adán y Eva, mal guiados por este astuto delincuente sobrehumano, no quisieron acatar las normas de Dios y le desobedecieron, con lo que se convirtieron también en delincuentes. Seguramente se estremecieron de horror cuando su primogénito, Caín, llegó al punto de arrebatar a su hermano Abel la posesión más valiosa que tenía: la vida misma.

Así que, de las cuatro primeras personas que vivieron en la Tierra, tres resultaron delincuentes. Por su conducta, Adán, Eva y Caín perdieron la oportunidad de vivir en un mundo sin delito. ¿Qué garantía tenemos de que ahora, después de tanto tiempo, esté a las puertas un mundo como ese?

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