Sirvo a Dios en peligro de muerte
Relatado por João Mancoca
El 25 de junio de 1961, el ejército disolvió la reunión cristiana que llevábamos a cabo en Luanda (Angola). A treinta de los presentes nos condujeron a la cárcel, donde nos propinaron una paliza tan brutal que cada media hora los soldados volvían para ver si alguno había muerto. Se oyó a varios decir que nuestro Dios tenía que ser el verdadero, pues todos habíamos sobrevivido.
TRAS aquella agresión, estuve preso cinco meses en la cárcel de São Paulo. Luego, durante los siguientes nueve años, fui transferido de una prisión a otra, y sufrí muchas más palizas, privaciones e interrogatorios. Poco después de recobrar la libertad en 1970, me volvieron a arrestar, y esta vez me enviaron al infame campo de exterminio de São Nicolau (actual Bentiaba), donde permanecí recluido dos años y medio.
Quizás se pregunte usted cómo es posible que, siendo un ciudadano observante de la ley, me encarcelaran por predicar mis creencias bíblicas, y también dónde oí por primera vez las buenas nuevas del Reino de Dios.
Recibo una buena educación
Nací en octubre de 1925, cerca de la localidad de Maquela do Zombo, en el norte de Angola. A la muerte de mi padre en 1932, mi madre me envió a vivir con su hermano en el Congo Belga (hoy República Democrática del Congo). Aunque en realidad no deseaba hacerlo, no tenía los medios necesarios para mantenerme.
Mi tío, que era bautista, me animó a leer la Biblia. A pesar de que me afilié a su iglesia, lo que me enseñaron no sació mi hambre espiritual ni tampoco me motivó a servir a Dios. No obstante, mi tío me envió a la escuela y veló por que recibiera una buena educación. Aprendí, entre otras cosas, a hablar francés y, más tarde, portugués. Al salir de la escuela, obtuve un empleo de radiotelegrafista en la estación central de radio de Léopoldville (la actual Kinshasa), y a los 20 años de edad me casé con Maria Pova.
Un nuevo movimiento religioso
Aquel mismo año, 1946, comenzó a influir en mí un maestro de coro angoleño, un hombre muy culto que pertenecía a la Iglesia Bautista y cuyo deseo era instruir a la población de habla kikongo que habitaba el norte de Angola. Poseía el folleto El Reino, la esperanza del mundo en portugués, editado por la Sociedad Watch Tower Bible and Tract y distribuido por los testigos de Jehová.
El maestro tradujo el folleto al kikongo y lo utilizó para dar lecciones bíblicas semanales a un grupo de angoleños que trabajábamos en el Congo Belga. Con el tiempo, escribió a la sede central de la Sociedad Watch Tower en Estados Unidos para que le enviaran más publicaciones. Sin embargo, como la información que nos impartía estaba mezclada con las doctrinas de las iglesias, no pude distinguir claramente el auténtico cristianismo de los dogmas antibíblicos de la cristiandad.
Pero hubo algo que sí noté, y era que el mensaje de la Biblia que contenían las publicaciones de la Watch Tower difería de todo cuanto había oído en la Iglesia Bautista. Por ejemplo, aprendí que la Biblia concede gran importancia al nombre personal de Dios, Jehová, y que los cristianos verdaderos se conocen apropiadamente por el nombre de testigos de Jehová (Salmo 83:18; Isaías 43:10-12). Además, me alegré mucho al saber que la Biblia promete vida eterna en un paraíso terrenal a los que sirven fielmente a Dios (Salmo 37:29; Revelación [Apocalipsis] 21:3-5).
A pesar de mi entendimiento limitado de la verdad bíblica, me sentía como el profeta Jeremías, que no podía contener el ardiente deseo de hablar acerca de su Dios, Jehová (Jeremías 20:9). Varios miembros de nuestro grupo de estudio bíblico me acompañaron en la predicación de casa en casa. Incluso celebré reuniones públicas en el patio de la casa de mi tío, a las que daba publicidad con invitaciones escritas a máquina. Llegó a haber hasta setenta y ocho personas presentes. Así nació un nuevo movimiento religioso bajo la dirección del maestro de coro angoleño.
Mis primeros encarcelamientos
Ignorantes de que en el Congo Belga estaba proscrito todo movimiento vinculado a la Sociedad Watch Tower, algunos miembros del grupo fuimos arrestados el 22 de octubre de 1949. Antes del juicio, el juez habló conmigo en privado y trató de hallar la forma de ponerme en libertad, pues sabía que yo era empleado público. Sin embargo, solo me dejarían libre si renunciaba al movimiento que había surgido a consecuencia de nuestra predicación, cosa que me negué a hacer.
Al cabo de dos meses y medio de encarcelamiento, las autoridades optaron por repatriar a los prisioneros angoleños. Después de devolvernos a Angola, las autoridades coloniales portuguesas también sospecharon de nuestras actividades y coartaron nuestra libertad. Del Congo Belga siguieron llegando más integrantes de nuestro movimiento, hasta constituir más de un millar, esparcidos por todo el país.
Con el tiempo, se integraron en el movimiento los seguidores del destacado líder religioso Simon Kimbangu. Estos no tenían interés en estudiar las publicaciones de la Watch Tower porque creían que solo un médium podía explicar la Biblia, opinión que suscribió la mayoría de los integrantes de nuestro grupo, entre ellos el maestro de coro, a quien aún se consideraba nuestro caudillo. Pedí fervientemente a Jehová que nos pusiera en contacto con un verdadero representante de la Sociedad Watch Tower, con la esperanza de que este convenciera al entero movimiento para que aceptara la verdad de las Escrituras y rechazara las prácticas antibíblicas.
Molestos por la predicación que algunos llevábamos a cabo, ciertos correligionarios nos delataron ante las autoridades, acusándonos de ser los jefes de un movimiento político. Como consecuencia, en febrero de 1952 se nos arrestó a varios de nosotros, incluidos Carlos Agostinho Cadi y Sala Ramos Filemon. Nos encerraron en una celda sin ventanas; sin embargo, un amable guardián nos llevaba la comida que preparaban nuestras esposas, y nos entregó una máquina de escribir para hacer más copias de los folletos de la Watch Tower.
Tres semanas después fuimos deportados a Baia dos Tigres, una árida región del sur de Angola, adonde nos acompañaron nuestras esposas. Se nos sentenció a cuatro años de trabajos forzados en una compañía pesquera. Como no había puerto para los barcos pesqueros, nuestras mujeres tenían que caminar por el agua de sol a sol, transportando pesadas cargas de pescado desde las embarcaciones.
En aquel campo penitenciario hallamos a otros miembros de nuestro grupo, a los que intentamos persuadir para que siguieran estudiando la Biblia. Pero ellos prefirieron seguir a Toco, el maestro de coro, y terminó denominándoseles tocoístas.
Una reunión largamente esperada
Cuando estábamos en Baia dos Tigres, descubrimos la dirección de la sucursal de la Sociedad Watch Tower en Rhodesia del Norte (ahora Zambia), y escribimos pidiendo ayuda. La carta se remitió a la sucursal de la República Sudafricana, la cual se comunicó con nosotros para inquirir acerca del origen de nuestro interés por la verdad bíblica. Cuando se informó de nuestra existencia a la sede central en Estados Unidos, se dispuso el envío de un representante especial para que se pusiera en contacto con nosotros. Este resultó ser John Cooke, un misionero con muchos años de experiencia en países extranjeros.
Cuando el hermano Cooke llegó a Angola, tuvo que esperar varias semanas hasta que las autoridades portuguesas le permitieron visitarnos. El 21 de marzo de 1955 llegó a Baia dos Tigres, y le autorizaron a quedarse cinco días con nosotros. Sus explicaciones de la Biblia nos dejaron muy satisfechos. Quedé convencido de que él representaba a la única organización verdadera de Jehová Dios. El último día de su visita pronunció un discurso público sobre el tema “Estas buenas nuevas del Reino”, que contó con una asistencia de ochenta y dos personas, entre ellas el primer mandatario de la localidad. Todos los presentes recibieron una copia del discurso.
Durante su estancia de cinco meses en Angola, el hermano Cooke se comunicó con varios tocoístas, incluido su líder; sin embargo, la mayor parte de ellos no estaban interesados en ser testigos de Jehová. Por eso, mis compañeros y yo sentimos la obligación de definir nuestra postura ante las autoridades, lo cual hicimos mediante una carta formal fechada el 6 de junio de 1956, dirigida a “Su excelencia el gobernador del distrito de Moçâmedes”. En ella declaramos que ya no teníamos ningún vínculo con los seguidores de Toco y pedimos que se nos considerara “miembros de la Sociedad de los Testigos de Jehová”. Además, solicitamos que se nos concediera libertad de culto; pero en vez de conseguir una reducción de la sentencia, nos la alargaron dos años.
Cómo llegué al bautismo
Finalmente, se nos puso en libertad en agosto de 1958. Cuando regresamos a Luanda, encontramos a un pequeño grupo de testigos de Jehová que había sido organizado el año anterior por Mervyn Passlow, misionero enviado a Angola en sustitución de John Cooke, pero que había sido deportado para cuando nosotros llegamos. En 1959 nos visitó otro misionero, de nombre Harry Arnott; mas al bajar del avión, fue arrestado junto con las tres personas que fuimos a recibirlo.
Las autoridades liberaron a las otras dos, Manuel Gonçalves y Berta Teixeira, Testigos portugueses recién bautizados, tras advertirles que dejaran de celebrar reuniones. Deportaron al hermano Arnott, y a mí me amenazaron con mandarme de vuelta a Baia dos Tigres si no firmaba una declaración de que ya no era testigo de Jehová. Tras un interrogatorio de siete horas, me dejaron ir sin firmar nada. Una semana después, finalmente pude bautizarme, al igual que mis amigos Carlos Cadi y Sala Filemon. Alquilamos un cuarto en Muceque Sambizanga, un barrio de Luanda, el cual se convirtió en el domicilio de la primera congregación de los testigos de Jehová en Angola.
Arremete de nuevo la persecución
Empezó a acudir a las reuniones un creciente número de personas interesadas en la verdad. Algunas que iban a espiarnos disfrutaban tanto de ellas que terminaron haciéndose testigos de Jehová. El panorama político estaba cambiando, y nuestra situación se tornó más difícil después de la insurrección nacionalista del 4 de febrero de 1961. A pesar de las calumnias que se habían levantado contra nosotros, el 30 de marzo pudimos celebrar la Conmemoración de la muerte de Cristo, en la que hubo 130 concurrentes.
En junio, mientras yo dirigía el Estudio de La Atalaya, el ejército disolvió nuestra reunión. Dejaron ir a las mujeres y a los niños; pero a los hombres —treinta en total— nos llevaron presos, como relaté al principio. Nos golpearon con cachiporras durante dos horas seguidas. Pasé tres meses vomitando sangre. Estaba seguro de que moriría; de hecho, así lo garantizó el soldado que me golpeó. Como los demás eran en su mayoría nuevos estudiantes de la Biblia que no estaban bautizados, le supliqué a Jehová de todo corazón que cuidara a sus ovejas.
Gracias a Jehová ninguno murió, para sorpresa de los soldados, algunos de los cuales se sintieron impulsados a alabar a nuestro Dios, pues decían que por él estábamos vivos. Posteriormente, casi todos aquellos estudiantes de la Biblia se hicieron Testigos bautizados, y algunos son ancianos cristianos en la actualidad. Uno de ellos, Silvestre Simão, forma parte del Comité de Sucursal de Angola.
Nueve años de sufrimientos
Como dije al comienzo de este relato, experimenté muchos sufrimientos durante los siguientes nueve años, y fui transferido a diversas prisiones y campos de trabajos forzados. En todos esos lugares tuve ocasión de dar testimonio a los presos políticos, buen número de los cuales son Testigos bautizados hoy día. Mi esposa, Maria, así como mis hijos, recibieron autorización para acompañarme.
Mientras me hallaba en el campo de trabajos forzados de Serpa Pinto, se descubrió a cuatro presos políticos que intentaban escapar. Los torturaron cruelmente hasta matarlos delante de todos los prisioneros, a fin de sembrar el miedo y disuadirnos de cualquier intento de fuga. Después, el comandante del campo me amenazó delante de mi esposa y los niños, diciendo: “Si lo vuelvo a sorprender predicando, lo voy a matar como a esos que intentaban huir”.
En noviembre de 1966 fuimos a parar al espantoso campo de exterminio de São Nicolau. Quedé horrorizado al ver que el administrador del campo era el señor Cid, el mismo que casi me mató a golpes en la prisión de São Paulo. Todos los meses asesinaban sistemáticamente a decenas de prisioneros, y obligaban a mi familia a presenciar las brutales ejecuciones. A consecuencia de esto, Maria sufrió una crisis nerviosa de la que no ha podido recuperarse por completo. Más tarde, conseguí que les permitieran a ella y a los niños mudarse a Luanda, donde mis dos hijas mayores, Teresa y Joana, los cuidaron.
Liberado y vuelto a encarcelar
Recuperé la libertad el año siguiente, en septiembre de 1970, y me reuní con mi familia y todos los hermanos de Luanda. Se me llenaron los ojos de lágrimas al ver cuánto había adelantado la predicación durante los nueve años que estuve ausente. Cuando me encarcelaron en 1961, la congregación de Luanda constaba de cuatro grupos pequeños. Pero ya había cuatro congregaciones grandes, debidamente organizadas, a las que visitaba semestralmente un representante itinerante de la organización de Jehová. Ahora bien, la felicidad que sentía de estar libre duró muy poco.
Cierto día me convocó el director general de la desaparecida PIDE (Policía para la Investigación y Defensa del Estado), quien, después de halagarme en presencia de mi hija Joana, me entregó un documento para que lo firmara. En él requerían mis servicios como informante de la PIDE, con la promesa de que recibiría una gran recompensa material a cambio. Cuando me negué a firmar, el director me amenazó con enviarme de nuevo a São Nicolau, de donde nunca regresaría, según me dijo.
En enero de 1971, al cabo de solo cuatro meses de libertad, aquellas amenazas se hicieron realidad. Un total de treinta y siete ancianos cristianos de Luanda fuimos arrestados y enviados a São Nicolau, donde permanecimos recluidos hasta agosto de 1973.
Liberado, pero perseguido
En 1974 se proclamó la libertad religiosa en Portugal, y esta se extendió posteriormente a las provincias de ultramar. El 11 de noviembre de 1975, Angola se independizó de la metrópoli. En marzo de ese año tuvimos la dicha de celebrar las primeras asambleas de circuito en libertad. Disfruté del privilegio de pronunciar el discurso público en aquellas felices reuniones, que se celebraron en el Sports Citadel de Luanda.
Sin embargo, el nuevo gobierno se opuso a nuestra neutralidad, y la guerra civil azotó el país. La situación se hizo tan crítica que los Testigos blancos se vieron obligados a emigrar. Tres hermanos locales quedamos entonces a cargo de la predicación en Angola, bajo la dirección de la sucursal portuguesa.
Mi nombre no tardó en aparecer en los titulares y en oírse por la radio. Acusado de ser agente del imperialismo internacional y responsable de que los Testigos angoleños rehusaran empuñar las armas, recibí una citación del primer gobernador de la provincia de Luanda. Le expliqué respetuosamente la postura neutral de los testigos de Jehová en todo el mundo, que es la que adoptaron los primeros seguidores de Jesucristo (Isaías 2:4; Mateo 26:52). Cuando le mencioné que durante el régimen colonial había pasado más de diecisiete años en prisiones y campos de trabajos forzados, decidió no arrestarme.
En aquellos días, ser testigo de Jehová en Angola exigía valor. Tuvimos que dejar de reunirnos en mi casa por la vigilancia a la que estábamos sometidos. Pero como dijo el apóstol Pablo, ‘se nos oprimió de toda manera, mas no se nos apretó de tal modo que no pudiéramos movernos’ (2 Corintios 4:8). Nunca estuvimos inactivos en el ministerio. Yo continué predicando, a la vez que servía de ministro itinerante y fortalecía a las congregaciones de las provincias de Benguela, Huíla y Huambo. Por aquel entonces usaba el seudónimo de hermano Filemon.
En marzo de 1978 quedó nuevamente prohibida la predicación, y supe de fuentes fidedignas que algunos revolucionarios fanáticos planeaban asesinarme; de modo que me refugié en el hogar de un Testigo nigeriano que trabajaba en la embajada de Nigeria en Angola. Un mes después, cuando la situación se calmó, seguí sirviendo a los hermanos como superintendente de circuito.
A pesar de la proscripción y la guerra civil, miles de angoleños respondieron favorablemente a nuestra predicación. Debido al magnífico aumento de Testigos que tuvo lugar, se nombró un comité nacional para que se encargara de la predicación en Angola bajo la dirección de la sucursal portuguesa. Durante ese tiempo viajé varias veces a Portugal, donde recibí capacitación valiosa de parte de ministros calificados, así como el tratamiento médico que necesitaba.
¡Por fin libres para predicar!
En los campos de trabajos forzados, los presos políticos solían mofarse de mí y me decían que nunca saldría en libertad si continuaba predicando. Yo les contestaba: “Todavía no es tiempo para que Jehová abra la puerta, pero cuando lo haga, ningún hombre podrá cerrarla” (1 Corintios 16:9; Revelación 3:8). La puerta de la oportunidad para predicar sin restricciones se abrió más ampliamente tras la caída de la Unión Soviética en 1991. Entonces empezamos a disfrutar de mayor libertad de culto en Angola. En 1992 la obra de los testigos de Jehová fue legalizada. Finalmente, en 1996, se estableció una sucursal y fui nombrado miembro de su comité.
Durante los muchos años que estuve preso, mi familia siempre se las arregló para cuidar de mí. Tuvimos seis hijos, cinco de los cuales aún viven. Nuestra querida Joana murió de cáncer el año pasado. Cuatro son Testigos bautizados, pero el quinto todavía no ha dado el paso del bautismo.
Cuando el hermano Cooke nos visitó en 1955, había solamente cuatro angoleños declarando las buenas nuevas del Reino de Dios. Hoy hay más de treinta y ocho mil proclamadores del Reino, y todos los meses se dirigen más de sesenta y siete mil estudios de la Biblia. Entre los predicadores de las buenas nuevas figuran muchos de nuestros antiguos perseguidores. ¡Qué gratificante es esto, y cuánto agradezco a Jehová que me haya mantenido con vida y me haya permitido cumplir el ferviente deseo de predicar su palabra! (Isaías 43:12; Mateo 24:14.)
[Mapa de las páginas 20 y 21]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
República Democrática del Congo
Kinshasa
Angola
Maquela do Zombo
Luanda
São Nicolau (actual Bentiaba)
Moçâmedes (actual Namibe)
Baia dos Tigres
Serpa Pinto (actual Menongue)
[Reconocimiento]
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[Ilustraciones de las páginas 22 y 23]
Abajo: Con John Cooke en 1955. Sala Filemon es el de la izquierda
Derecha: Reencuentro con John Cooke después de cuarenta y dos años
[Ilustración de la página 23]
Con mi esposa, Maria