ADORACIÓN DE BECERROS
La primera forma de idolatría que se menciona en la Biblia a la cual sucumbieron los israelitas después del éxodo de Egipto. Mientras Moisés estaba en la montaña recibiendo la ley de Dios, el pueblo se impacientó y pidió a Aarón que le hiciese un dios. Aarón hizo una estatua fundida de un becerro con los aretes de oro que contribuyeron los israelitas. (Sal. 106:19, 20.) Estos lo consideraron como una representación de Jehová, y la fiesta que tuvo lugar el día siguiente se denominó “fiesta a Jehová”. Los israelitas hicieron sacrificios delante de aquel becerro de oro, se inclinaron ante él, comieron, bebieron y se divirtieron bailando y cantando. (Éxo. 32:1-8, 18, 19.)
El becerro fundido no tenía que estar hecho necesariamente de oro macizo, pues Isaías, al hablar de la fabricación de una imagen fundida, dice que el metalario la reviste con oro. (Isa. 40:19.)
La adoración idolátrica egipcia, que relacionaba a los dioses con vacas, toros y otros animales, probablemente había influido de manera importante en los israelitas, lo cual les llevó a que poco tiempo después de haber sido liberados de Egipto adoraran a un becerro. Esto lo confirman las palabras de Esteban: “En sus corazones se volvieron a Egipto, diciendo a Aarón: ‘Haznos dioses que vayan delante de nosotros’. [...] Así que hicieron un becerro en aquellos días y le trajeron un sacrificio al ídolo y se pusieron a gozar en las obras de sus manos”. (Hech. 7:39-41.)
El primer rey del reino de diez tribus, Jeroboán, temiendo que sus súbditos se sublevasen y se volviesen a la casa de David si continuaban subiendo a Jerusalén para adorar, mandó que se hiciesen dos becerros de oro. Uno de ellos lo colocó en la lejana ciudad norteña de Dan y el otro, en Betel, a unos 19 Km. al N. de Jerusalén. (1 Rey. 12:26-29.)
Jehová condenó esta adoración de becerros y, por medio de su profeta Ahíya, predijo calamidad contra la casa de Jeroboán. (1 Rey. 14:7-12.) Sin embargo, la adoración de becerros continuó arraigada en el reino de diez tribus. Hasta el rey Jehú, quien erradicó la adoración de Baal de Israel, dejó que siguiese la adoración de becerros, probablemente con el fin de mantener separado al reino de diez tribus del reino de Judá. (2 Rey. 10:29-31.) En el siglo IX a. E.C. Jehová levantó a sus profetas Amós y Oseas para que proclamasen que Él condenaba la adoración de becerros, entre cuyos ritos estaba el besar a los becerros idolátricos, y también para profetizar calamidad sobre el reino de diez tribus. El becerro de oro de Betel tendría que ser llevado al rey de Asiria, lo cual provocaría el lamento del pueblo y de los sacerdotes de los dioses extranjeros. Los lugares altos tendrían que ser “aniquilados” y sobre los altares que se habían usado para la adoración falsa crecerían espinos y cardos. (Ose. 10:5-8; 13:2; Amós 3:14; 4:4; 5:5, 6.) Dicha calamidad vino cuando el reino de diez tribus cayó ante Asiria en el año 740 a. E.C. Aproximadamente un siglo después, Jeremías profetizó que los moabitas se avergonzarían de su dios Kemós tal como los israelitas se habían sentido avergonzados de Betel, el centro de su adoración idolátrica de becerros.