SABIDURÍA
El término hebreo jokj·máh (verbo, ja·kjám) y el término griego so·fí·a, así como sus respectivas palabras relacionadas, son los vocablos básicos que significan “sabiduría”. También está la palabra hebrea tu·schi·yáh, que se puede traducir como “trabajo eficaz” o “sabiduría práctica”, y las palabras griegas fró·ni·mos y fró·ne·sis (de fren, la “mente”), que tienen que ver con “sensatez”, “discreción” o “sabiduría práctica”.
La obra Commentaries on the Old Testament, de Keil y Delitzsch (El Cantar de los Cantares, Eclesiastés, pág. 230) dice que jokj·máh tiene el sentido básico de “solidez”, “compacidad”, y lo describe como “conocimiento sólido de la verdad y lo correcto”. El sentido que la Biblia da al término sabiduría, tanto si proviene de la palabra hebrea jokj·máh como de la griega so·fí·a, destaca el juicio sano basado en conocimiento y entendimiento; la habilidad de usar con éxito el conocimiento y el entendimiento para resolver problemas, evitar o impedir peligros, alcanzar ciertas metas o aconsejar a otros a hacer lo mismo. “La sabiduría queda probada justa [“justificada”] por todos sus hijos [o, sus obras].” (Luc. 7:35; Mat. 11:19, Kingdom Interlinear Translation.) Es lo opuesto a la tontedad, la estupidez y la locura, y a menudo se contrasta con estas. (Deu. 32:6; Pro. 11:29; Ecl. 6:8.)
De modo que la sabiduría implica una amplitud de conocimiento y una profundidad de entendimiento, que son los que aportan la sensatez y claridad de juicio que caracterizan a la sabiduría. El hombre sabio ‘atesora conocimiento’ y así tiene un fondo al que recurrir. (Pro. 10:14.) Mientras que la “sabiduría es la cosa principal”, el consejo es: “Con todo lo que adquieres, adquiere entendimiento”. (Pro. 4:5-7.) El entendimiento (término amplio que con frecuencia abarca discernimiento y perspicacia) añade fuerza a la sabiduría, contribuyendo en gran manera a la discreción y la previsión, cualidades que también son características notables de la sabiduría. La discreción supone prudencia, y se puede expresar en forma de cautela, autodominio, moderación o comedimiento. El hombre “discreto [fró·ni·mos]” edifica su casa sobre la masa rocosa, previendo la posibilidad de una tormenta; el insensato la edifica sobre la arena y experimenta el desastre. (Mat. 7:24-27.)
El entendimiento también fortalece la sabiduría de otras maneras. Por ejemplo, una persona puede obedecer cierto mandato de Dios debido a que reconoce lo correcto de tal obediencia, y esto es sabiduría por su parte. Pero si verdaderamente entiende la razón de tal mandato, el buen fin que persigue y los beneficios que de él se derivan, su firme determinación de continuar en ese proceder sabio se verá fortalecida en gran manera. (Pro. 14:33.) Proverbios 21:11 dice que “por dar uno perspicacia al sabio, este consigue conocimiento”. La persona sabia valora la perspicacia (una faceta del entendimiento) y se siente contenta de conseguir cualquier información que le otorgue una visión más clara de las circunstancias, condiciones y causas subyacentes a los problemas. Así “consigue conocimiento” en cuanto a qué hacer respecto al asunto, sabe qué conclusiones sacar y lo que se necesita para resolver el problema existente. (Compárese con Proverbios 9:9; Eclesiastés 7:25; 8:1; Ezequiel 28:3.)
SABIDURÍA DIVINA
La sabiduría en sentido absoluto solo se encuentra en Jehová Dios; es Él “solo sabio”, es decir, el único que es sabio en este sentido. (Rom. 16:27; Rev. 7:12.) El conocimiento consiste en estar familiarizado con los hechos, y, siendo que el Creador es “de tiempo indefinido a tiempo indefinido” (Sal. 90:1, 2), sabe todo cuanto hay que saber respecto al universo, su composición y contenido, así como su historia hasta ahora. Todos los ciclos, las leyes y las normas físicas en las que los hombres confían al hacer sus investigaciones e inventos provienen de Dios, y sin ellos estarían impotentes y no tendrían nada estable en que basarse. (Job 38:34-38; Sal. 104:24; Pro. 3:19; Jer. 10:12, 13.) Lógicamente, sus normas morales son todavía más fundamentales para la estabilidad, el juicio sano y el éxito de la vida humana. (Deu. 32:4-6.) No hay nada que se escape de su entendimiento. (Isa. 40:13, 14.) Aunque Él puede permitir que se desarrollen ciertas cosas que sean contrarias a sus normas justas, y hasta que prosperen temporalmente, al final el futuro depende de Él y se conformará exactamente a su voluntad; las cosas que Él dice tendrán “éxito seguro”. (Isa. 55:8-11; 46:9-11.) Por todas estas razones es evidente que “el temor de Jehová es el comienzo de la sabiduría”. (Pro. 9:10.)
“La sabiduría de Dios en un secreto sagrado”
La rebelión que surgió en Edén presentó un desafío a la sabiduría de Dios. Sus sabios medios para poner fin a aquella rebelión, borrando sus efectos y restaurando la paz, armonía y buen orden en el seno de su familia universal, formó “un secreto sagrado, la sabiduría escondida, que Dios predeterminó antes de los sistemas de cosas”, es decir, aquellos sistemas que se han desarrollado durante la historia del hombre fuera de Edén. (1 Cor. 2:7.) Ese secreto sagrado estaba esbozado en los tratos de Dios con sus siervos fieles durante muchos siglos, así como en las promesas que les hizo; fue prefigurado y simbolizado en el pacto de la Ley con Israel, incluyendo su sacerdocio y sacrificios, además de que en innumerables profecías y visiones se señalaba hacia dicho secreto sagrado.
Finalmente, después de más de cuatro mil años, la sabiduría de aquel secreto sagrado fue revelada en Jesucristo. (Efe. 1:8-11; Col. 1:26-28.) Se puso de manifiesto la provisión que hizo Dios del rescate para la salvación de la humanidad obediente, y su propósito para un Reino, un gobierno encabezado por su Hijo y capaz de poner fin a toda la iniquidad. Como el magnífico propósito de Dios se funda y se centra en su Hijo, Cristo Jesús “ha venido a ser para nosotros [los cristianos] sabiduría procedente de Dios”. (1 Cor. 1:30.) “Cuidadosamente ocultados en él están todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.” (Col. 2:3.) Solo por medio del “Agente Principal de la vida” de Dios y por fe en él se puede obtener la salvación y la vida. (Hech. 3:15; Juan 14:6; 2 Tim. 3:15.) Por consiguiente, no hay sabiduría verdadera que no tome en consideración a Jesucristo, que no base sólidamente su juicio y sus decisiones en el propósito de Dios revelado en él. (Véase JESUCRISTO [Su posición fundamental en el propósito de Dios].)
LA SABIDURÍA HUMANA: AMPLIA O LIMITADA, CARNAL O ESPIRITUAL
En el libro de Proverbios aparece la sabiduría personificada en una mujer que invita a las personas a recibir lo que ella tiene para ofrecer. Estos relatos y otros textos relacionados muestran que la sabiduría es en realidad una combinación de muchas cosas: conocimiento, entendimiento (en el que se incluye perspicacia y discernimiento), capacidad de pensar, experiencia, diligencia, sagacidad (lo opuesto a credulidad o ingenuidad [Pro. 14:15, 18]) y juicio recto. Pero como la verdadera sabiduría empieza con el temor de Jehová Dios (Sal. 111:10; Pro. 9:10), va más allá de la sabiduría corriente, es superior y supone atenerse a normas elevadas, manifestando rectitud, justicia y adherencia a la verdad. (Pro. 1:2, 3, 20-22; 2:2-11; 6:6; 8:1, 5-12.) Esta clase de sabiduría es superior a todas las demás.
La sabiduría humana es relativa, nunca absoluta. El hombre puede alcanzar por sus propios esfuerzos un grado limitado de sabiduría, aunque en todo caso tiene que usar la inteligencia con la que Dios (quien hasta dio a los animales cierta sabiduría instintiva [Job 35:11; Pro. 30:24-28]) dotó inicialmente al hombre. El hombre aprende por medio de observar los elementos de la creación de Dios y trabajar con ellos. Tal sabiduría puede variar en tipo y alcance. La palabra griega so·fí·a a menudo se aplica a la destreza en cierto oficio o arte, la destreza y el buen juicio administrativo en el gobierno y los negocios, o al extenso conocimiento en algún campo particular de la ciencia o la investigación humana. Las palabras hebreas jokj·máh y ja·kjám se utilizan de manera similar para describir la ‘destreza’ de los navegantes y calafateadores de naves (Eze. 27:8, 9; compárese con Salmos 107:23, 27) y de los que trabajan la piedra y la madera (1 Cró. 22:15), y también la sabiduría y destreza de otros artesanos, algunos de los cuales tenían gran talento en una amplia variedad de oficios. (1 Rey. 7:14; 2 Cró. 2:7, 13, 14.) Esos términos se utilizan hasta para describir al que talla imágenes o hace ídolos con destreza. (Isa. 40:20; Jer. 10:3-9.) Las prácticas sagaces del mundo de los negocios son una forma de sabiduría. (Eze. 28:4, 5.)
Es posible tener toda esa sabiduría y no tener la sabiduría espiritual que las Escrituras recomiendan de manera particular. Sin embargo, el espíritu de Dios puede realzar algunos de estos tipos de sabiduría en los casos en que puedan ser útiles para realizar su propósito. Su espíritu activó a los que construían el tabernáculo y sus enseres y a los que tejían las prendas de vestir sacerdotales, llenando a aquellos hombres y mujeres tanto de ‘sabiduría como de entendimiento’. De ese modo, ellos no solo entendieron lo que se deseaba y cuáles eran los medios para realizar el trabajo, sino que también desplegaron el talento, la habilidad artística, la visión y el juicio necesarios para diseñar y producir obras magníficas. (Éxo. 28:3; 31:3-6; 35:10, 25, 26, 31, 35; 36:1, 2, 4, 8.)
Hombres sabios de la antigüedad
Gracias a la ayuda del espíritu de Dios, José desplegó tal discreción y sabiduría que el faraón que gobernaba en Egipto le hizo su primer ministro. (Gén. 41:38-41; Hech. 7:9, 10.) “Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios” y “era poderoso en sus palabras y hechos” hasta antes de que Dios le convirtiese en su vocero. Pero esta sabiduría y aptitud humanas no hicieron que Moisés calificase para el propósito de Dios. Después de su primer intento (a la edad de unos cuarenta años) de traer alivio a sus hermanos israelitas, Moisés tuvo que esperar otros cuarenta años antes de que Dios lo enviase como un hombre espiritualmente sabio para sacar a Israel de Egipto. (Hech. 7:22-36; compárese con Deuteronomio 34:9.)
Salomón ya era un hombre sabio antes de ser rey (1 Rey. 2:1, 6, 9) y sin embargo, en oración a Jehová, se reconoció humildemente como solo “un muchachito” y buscó su ayuda para juzgar al pueblo de Dios. Jehová lo recompensó con “un corazón sabio y entendido” que no tuvo igual entre los reyes de Judá. (1 Rey. 3:7-12.) Su sabiduría sobrepasó la famosa sabiduría de los orientales y de Egipto, convirtiendo a Jerusalén en un lugar al cual viajaban los monarcas o sus representantes para aprender de este rey israelita. (1 Rey. 4:29-34; 10:1-9, 23-25.) Ciertas mujeres de tiempos antiguos también se destacaron por su sabiduría. (2 Sam. 14:1-20; 20:16-22; compárese con Jueces 5:28, 29.)
La vanidad de mucha de la sabiduría humana
Salomón se dio cuenta de que, aunque tal sabiduría humana producía diversos placeres, así como la pericia necesaria para conseguir riqueza material, no podía traer verdadera felicidad o satisfacción duradera. El hombre sabio moría junto con el estúpido, sin saber lo que sucedería con sus posesiones, y su sabiduría humana dejaba de existir al ir a la sepultura. (Ecl. 2:3-11, 16, 18-21; 4:4; 9:10; compárese con Salmos 49:10.) Aun estando vivo, el “tiempo y el suceso imprevisto” pueden ocasionar calamidad repentina, dejando al sabio sin siquiera las necesidades tan básicas como el alimento. (Ecl. 9:11, 12.) Por su propia sabiduría el hombre nunca podría descubrir “la obra del Dios verdadero”, ni conseguir conocimiento que le permitiera resolver los mayores problemas del hombre. (Ecl. 8:16, 17; compárese con el capítulo 28 de Job.)
Salomón no dice que la sabiduría humana no tenga absolutamente ningún valor. Al compararla con la simple tontedad, la cual él también investigó, la ventaja de la sabiduría sobre la tontedad es como la de la ‘luz sobre la oscuridad’, ya que los ojos del sabio están “en la cabeza” y sirven a sus facultades intelectuales, las cuales, a su vez, alimentan el corazón, mientras que los ojos del estúpido no ven con discernimiento meditativo. (Ecl. 2:12-14; compárese con Proverbios 17:24; Mateo 6:22, 23.) La sabiduría es una protección de mayor valor que el dinero. (Ecl. 7:11, 12.) Pero Salomón mostró que su valor era muy relativo, pues dependía enteramente de que se conformara a la sabiduría y el propósito de Dios. (Ecl. 2:24; 3:11-15, 17; 8:12, 13; 9:1.) Una persona puede excederse en su esfuerzo por manifestar sabiduría, obligándose a ir más allá de los límites de su capacidad imperfecta en un proceder autodestructivo. (Ecl. 7:16; compárese con 12:12.) Pero si sirve de manera obediente a su Creador y se contenta con el alimento, la bebida y el bien que le produce su duro trabajo, Dios le dará, según sus necesidades, “sabiduría y conocimiento y regocijo”. (Ecl. 2:24-26; 12:13.)
“La sabiduría del mundo” contra la sabiduría del secreto sagrado de Dios
En el primer siglo, los griegos eran especialmente famosos por su cultura y conocimiento acumulado, sus escuelas y grupos filosóficos. Probablemente fue por esa razón que Pablo comparó a los ‘griegos y bárbaros’ con los ‘sabios e insensatos’. (Rom. 1:14.) Pablo les recalcó a los cristianos de Corinto, Grecia, que el cristianismo no dependía de “la sabiduría [so·fí·an] del mundo”, ni se caracterizaba por esa sabiduría de la humanidad alejada de Dios. (Véase MUNDO [El mundo alejado de Dios].) Él no se refería a que entre las múltiples facetas de la sabiduría del mundo no hubiera nada útil o beneficioso, pues Pablo a veces utilizó sus conocimientos del oficio de hacer tiendas de campaña y también citó de vez en cuando las obras literarias de autores mundanos para ilustrar ciertas verdades. (Hech. 18:2, 3; 17:28, 29; Tito 1:12.) Pero en su conjunto, el punto de vista, los métodos, las normas y las metas del mundo —su filosofía— no estaban en armonía con la verdad; eran contrarias a la ‘sabiduría de Dios reflejada en el secreto sagrado’.
De modo que el mundo, en su sabiduría, rechazó la provisión de Dios por medio de Cristo como si fuera una tontedad; sus gobernantes, aunque puede que hayan sido administradores capaces y juiciosos, hasta “[fijaron] en el madero al glorioso Señor”. (1 Cor. 1:18; 2:7, 8.) Pero ahora Dios, a su vez, demostraba que la sabiduría a la manera del mundo era tontedad, pues avergonzaba a sus hombres sabios por medio de usar, para llevar a cabo su propósito invencible, lo que ellos consideraban “una cosa necia de Dios” y a las personas que ellos consideraban ‘necias, débiles e innobles’. (1 Cor. 1:19-28.) Pablo recordó a los cristianos corintios que “la sabiduría de este sistema de cosas, [Y] la de los gobernantes de este sistema de cosas” sería reducida a la nada; por consiguiente, tal sabiduría no era parte del mensaje espiritual del apóstol. (1 Cor. 2:6, 13.) Él advirtió a los cristianos de Colosas para que no se dejaran entrampar por “la filosofía [fi·lo·so·fí·as, literalmente “amor a la sabiduría”] y el vano engaño según la tradición de los hombres”. (Col. 2:8; compárese con los versículos 20-23.)
Por consiguiente, sin importar cuánta sabiduría del mundo pudiera tener alguien en el sentido de destreza en ciertos oficios, sagacidad en el comercio, habilidad administrativa o conocimientos científicos o filosóficos, la regla era: “Si alguno entre ustedes piensa que es sabio en este sistema de cosas, hágase necio, para que se haga sabio”. (1 Cor. 3:18.) Solo debería jactarse de ‘tener perspicacia y conocimiento de Jehová, Aquel que ejerce bondad amorosa, derecho y justicia en la tierra’, pues en esto es en lo que Jehová se deleita. (Jer. 9:23, 24; 1 Cor. 1:31; 3:19-23.)
El guerrear espiritual
El apóstol Pablo confió en la sabiduría divina al guerrear espiritualmente contra cualquiera que amenazase con pervertir las congregaciones cristianas, como la de Corinto. (1 Cor. 5:6, 7, 13; 2 Cor. 10:3-6; compárese con 6:7.) Él sabía que “la sabiduría mejor es que los útiles de pelear, y simplemente un solo pecador puede destruir mucho bien”. (Ecl. 9:18; 7:19.) Su referencia a “derrumbar cosas fuertemente atrincheradas” (2 Cor. 10:4) corresponde en esencia con la forma en que se vierte una parte de Proverbios 21:22 en la Septuaginta griega. Pablo conocía Ja tendencia humana de dejarse atraer por quienes tienen una educación destacada, un gran talento o una personalidad y expresión influyentes; él sabía que las ‘palabras en tranquilidad de un hombre sabio pero necesitado’ a menudo son pasadas por alto para prestar atención a quienes dan una mayor apariencia de poderío. (Compárese con Eclesiastés 9:13-17.) Hasta Jesús, que no tenía la riqueza y posición terrestre de Salomón pero sí mucha más sabiduría, recibió poco respeto y atención de los gobernantes y del pueblo. (Compárese con Mateo 12:42; 13:54-58; Isaías 52:13-15; 53:1-3.)
ADQUIRIR SABIDURÍA VERDADERA
El proverbio aconseja: “Compra la verdad misma y no la vendas... sabiduría y disciplina y entendimiento”. (Pro. 23:23.) Jehová, la Fuente de la verdadera sabiduría, la concede generosamente a aquellos que la buscan sinceramente, la piden con fe y muestran un temor saludable y reverente hacia Él. (Pro. 2:1-7; Sant. 1:5-8.) Pero el que la busca debe invertir tiempo estudiando la Palabra de Dios, aprendiendo sus mandamientos, leyes, recordatorios y consejo, considerar la historia de los hechos y las obras de Dios, y luego aplicar todo ello a su vida. (Deu. 4:5, 6; Sal. 19:7; 107:43; 119:98-101; Pro. 10:8; compárese con 2 Timoteo 3:15-17.) Tal persona compra el tiempo oportuno, no actuando de manera irrazonable en un tiempo inicuo, sino “percibiendo cuál es la voluntad de Jehová”. (Efe. 5:15-20; Col. 4:5, 6.) Tiene que desarrollar una fe firme y una convicción inquebrantable en que el poder de Dios es invencible, en que su voluntad tendrá éxito seguro y en que verdaderamente tiene la capacidad de recompensar la fidelidad de sus siervos y cumplirá su promesa de hacerlo. (Heb. 11:1, 6; 1 Cor. 15:13, 14, 19.) Solo de esta manera puede la persona tomar decisiones correctas en cuanto a su proceder en la vida y no desviarse por causa del temor, la avaricia, el deseo inmoral y otras emociones perjudiciales. (Pro. 2:6-16; 3:21-26; 8:34-36; 13:14; 24:13, 14; Isa. 33:2, 6.)
El corazón es más importante que la mente
La inteligencia es obviamente un factor muy importante en la sabiduría; sin embargo, el corazón, el cual se relaciona principalmente con los motivos y los afectos, es un factor aún más importante para conseguir la sabiduría verdadera. (Sal. 49:3, 4; Pro. 14:33.) El siervo de Dios quiere obtener “sabiduría pura” en su “yo secreto”, tener una motivación sabia al planear su proceder en la vida. (Compárese con Salmos 51:6, 10; 90: 12.) “El corazón del sabio está a su diestra [es decir, listo para ayudarle y protegerle en momentos críticos (compárese con Salmos 16:8; 109:31)], pero el corazón del estúpido a su siniestra [no dándole la buena motivación necesaria].” (Ecl. 10:2, 3; compárese con Proverbios 17:16; Romanos 1:21, 22.) La persona verdaderamente sabia ha entrenado y disciplinado su corazón para darle la motivación apropiada (Pro. 23:15, 16, 19; 28:26); es como si hubiese escrito mandamientos y leyes justos ‘sobre la tabla de su corazón’. (Pro. 7:1-3; 2:2, 10.)
La experiencia y la buena asociación
La experiencia contribuye sensiblemente a la sabiduría. Hasta Jesús aumentó en sabiduría según fueron transcurriendo los años de su niñez. (Luc. 2:52.) Moisés asignó como principales a hombres que eran “sabios y discretos y experimentados”. (Deu. 1:13-15.) Aunque se puede aprender cierto grado de sabiduría al sufrir castigo u observar a otros recibirlo (Pro. 21:11), una mejor manera de adquirir sabiduría y que además ahorra tiempo, es beneficiarse y aprender de la experiencia de los que ya son sabios, prefiriendo su compañía a la de “los inexpertos”. (Pro. 9:1-6; 13:20; 22:17, 18; compárese con 2 Crónicas 9:7.) Es más probable que sean las personas mayores las que tengan tal sabiduría, especialmente si manifiestan el espíritu de Dios. (Job 32:7-9.) Esto se ilustró de manera notable en el tiempo del reinado de Rehoboam. (1 Rey. 12:5-16.) Sin embargo, “mejor es un niño necesitado, pero sabio [hablando relativamente], que un rey viejo, pero estúpido, que no ha llegado a saber lo suficiente como para que se le advierta ya más”. (Ecl. 4:13-15.)
Las puertas de la ciudad (que solían dar a una plaza pública) eran lugares donde los hombres de más edad impartían consejo y decisiones judiciales sabios. (Compárese con Proverbios 1:20, 21; 8:1-3.) En ese ambiente no solía oírse la voz de personas tontas (ni solicitando sabiduría ni ofreciéndola), pues su cháchara la llevaban a cabo en otras partes. (Pro. 24:7.) Aunque la asociación con los sabios trae disciplina y alguna que otra reprensión, esto es mucho mejor que la canción y la risa del estúpido. (Ecl. 7:5, 6.) La persona que se aísla, buscando su propio punto de vista estrecho y restringido de la vida, así como sus propios deseos egoístas, finalmente se desvía en una dirección contraria a toda sabiduría práctica. (Pro. 18:1.)
Se revela en la conducta y el habla personal
Proverbios 11:2 declara que “la sabiduría está con los modestos”; Santiago habla de la “apacibilidad que pertenece a la sabiduría”. (Sant. 3:13.) Los celos y la contienda, el alardear y la terquedad, ponen de manifiesto que a esa persona le falta sabiduría verdadera y que más bien se deja guiar por la sabiduría que es “terrenal, animal, demoníaca”. La sabiduría verdadera es “pacífica, razonable, lista para obedecer”. (Sant. 3:13-18.) “La vara de la altivez está en la boca del tonto, pero los mismísimos labios de los sabios los guardarán.” Sabiamente se abstienen de hablar de manera presuntuosa, áspera o imprudente. (Pro. 14:3; 17:27, 28; Ecl. 10:12-14.) De la lengua y de los labios del sabio sale habla bien pensada, curativa, agradable y beneficiosa (Pro. 12:18; 16: 21; Ecl. 12:9-11; Col. 3:15, 16), y en lugar de promover problemas intentan producir calma y ‘ganar almas’ por medio de persuasión sabia. (Pro. 11:30; 15:1-7; 16:21-23; 29:8.)
La sabiduría en la familia
La sabiduría edifica una casa, no el edificio, sino la familia, y les proporciona prosperidad como unidad familiar. (Pro. 24:3, 4; compárese con Proverbios 3:19, 20; Salmos 104:5-24.) Los padres sabios no retienen la vara y la censura, sino que por medio de la disciplina y el consejo protegen a sus hijos contra la delincuencia. (Pro. 29:15.) La esposa sabia contribuye en gran manera al éxito y la felicidad de la familia. (Pro. 14:1; 31:26.) Los hijos que sabiamente se someten a la disciplina de los padres regocijan y honran a la familia, defendiendo su reputación contra la calumnia o acusación y dando prueba a otros de la sabiduría y la educación que han recibido de sus padres. (Pro. 10:1; 13:1; 15:20; 23:24, 25; 27:11.)