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  • ‘Vigilando estrechamente cómo andamos’

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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1952
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1952
w52 1/11 págs. 644-647

‘Vigilando estrechamente cómo andamos’

JEHOVÁ Dios, el Altísimo, es justo, puro y santo. Él es el Padre de las luces celestiales y toda su obra es perfecta. (Lev. 19:2; Deu. 32:4; Sant. 1:17, NW) Su Hijo, Cristo Jesús, imitó tan bien a su Padre que pudo decir: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre.” (Juan 14:9, NW) Y para este globo Jehová ha proyectado unos nuevos cielos y una nueva tierra de justicia.—2 Ped. 3:13, NW.

¿Podemos imaginarnos por un momento que en ese nuevo mundo las personas se emborracharán? ¿o practicarán la inmoralidad? ¿o tratarán de divorciarse bajo muchos pretextos? ¿o tendrán fiestas desenfrenadas? ¿o tratarán de ver cuánto pueden alejarse del camino recto sin realmente sufrir la caída fatal? ¿o que tratarán de ver cuán cerca pueden estar de la fornicación o el adulterio sin que se les haga imposible retroceder? ¡Naturalmente que no! La gente entonces vivirá vidas limpias, decentes y honradas.

No obstante, hay algunas personas que se imaginan que debido al pecado inherente tales acciones carnales ahora pueden ser pasadas por alto, ya sea livianamente o no, pero pasados por alto de todos modos. En el nuevo mundo, razonan, ellas serán diferentes. Pero ¿es verdad que el Armagedón, que marcará el fin de este mundo, cambiará a esas personas tanto que ya no querrán hacer las cosas que quieren hacer ahora? Ese poderoso acto de Jehová, ¿desarraigará instantánea y milagrosamente sus inclinaciones egoístas y los hará a todos virtuosos de un modo automático?

No nos engañemos. El Armagedón destruirá a este mundo inicuo tan definitivamente como el diluvio destruyó al mundo malo del día de Noé, pero no borrará las tendencias degeneradas que tenemos en nuestros cuerpos mortales. Es el rescate, no el Armagedón, lo que nos limpia del pecado. Para obtener el beneficio del rescate tenemos que cooperar con el espíritu santo de Dios oponiéndonos al pecado.—Mat. 24:37-39; Efe. 4:30; 1 Juan 1:7, NW.

Sí, en el nuevo mundo todavía tendremos que luchar contra estas tendencias de la degeneración, aunque sin duda será más fácil entonces que ahora. El progreso en acción correcta será recompensado con mejoramiento en el bienestar mental y físico, lo cual producirá mayor mejoramiento. Entonces Satanás y sus demonios ya no existirán para tentarnos; ni habrá un viejo mundo sucio, borracho, glotón, codicioso y enloquecido por el sexo para tentar a los siervos de Dios. Todo eso perecerá en el Armagedón.—1 Juan 2:16, 17; Apo. 20:3; 21:4, NW.

Pero que nadie piense que tal cambio de circunstancias rodeantes resolverá por completo el problema, porque aun entonces algunos serán destruídos al fin de cien años debido al egoísmo. Y parece que al fin de los mil años un número considerable se manifestará egoísta y será destruído junto con Satanás y sus demonios.—Isa. 65:20; Apo. 20:7-10.

Si esperamos hasta el nuevo mundo para limpiarnos porque las circunstancias serán más favorables entonces, es muy probable que nunca entremos a él, porque Dios no salvará a nadie que tenga simpatía con este presente inicuo sistema de cosas y sus prácticas. Si queremos gozar de las bendiciones del nuevo mundo, tenemos que hacer todo lo posible ahora para vivir conforme a sus principios puros y rectos. No podemos posponer la lucha. Tenemos que combatir el pecado en nuestro cuerpo ahora si queremos obtener la misericordia de Dios; porque su misericordia no se manifiesta hacia el pecado descuidado, voluntario y continuo, sino sólo hacia actos individuales que se deben a la debilidad adámica.—Salmo 51.

Note cómo el apóstol Juan contrasta las dos clases de pecado. Por una parte él dice: “Hijitos míos, les escribo estas cosas para que no cometan un pecado. No obstante, si alguien comete un pecado, tenemos un ayudador con el Padre, Jesucristo, uno que es justo. Y él es un sacrificio propiciatorio por nuestros pecados, empero no sólo por los nuestros sino también por los de todo el mundo.” Aquí vemos que hay perdón cuando se comete un pecado. Pero por otra parte Juan declara: “Todo el que practica el pecado también está practicando el desorden, así que el pecado es desorden. Todo aquel que permanece en unión con él no practica el pecado; ninguno que practica el pecado lo ha visto ni ha llegado a conocerlo. Hijitos, no dejen que alguno los desvíe; . . . El que practica el pecado origina con el Diablo, porque el Diablo ha estado pecando desde que principió.” Aquí vemos claramente que no hay perdón para los que hacen una práctica del pecado.—1 Juan 2:1, 2; 3:4, 6-8, NW.

Algunos, esforzándose por encontrar alguna manera de justificar su conducta descuidada, señalan los errores que tales fieles hombres de la antigüedad como Noé, David y otros cometieron. Pero pasan por alto el hecho de que no hay nada que indique que esos siervos de Dios repetidamente pecaron en estos respectos. Más bien, cometieron un pecado, sinceramente se arrepintieron, aceptaron la corrección del Señor, y fueron restaurados al favor de Dios. Y estas desviaciones quedaron registradas para que los que vinieran después de ellos, quienes pecaran de manera semejante, pudieran recibir consuelo y esperanza en la misericordia de Dios, pero no para excusar el pecado y justificar relajación.—Rom. 15:4.

Por tanto que cada cristiano que espera obtener vida en el nuevo mundo preste atención a la amonestación del apóstol: “Así que vigilen estrechamente que su manera de andar no sea cual personas imprudentes sino cual personas prudentes, comprando el tiempo oportuno que queda para ustedes mismos, porque los días son malos.” (Efe. 5:15, 16, NW) Sí, y que todo el “que cree que tiene una posición firme se cuide para que no caiga”. Es astuto y maligno este enemigo nuestro, el Diablo, quien ‘anda como león rugiente, buscando devorar a alguno’. Por lo tanto debemos ‘ponernos en contra de él, firmes en la fe’, confiados de que si ‘nos oponemos al Diablo entonces él huirá de nosotros’. Si nos hacemos descuidados y permitimos que nos haga tropezar, no podemos culpar al Diablo. Esa excusa no le ayudó a Eva, tampoco nos ayudará a nosotros.—1 Cor. 10:12; 1 Ped. 5:8, 9; Sant. 4:7, NW.

También debemos apartarnos completamente del mundo, porque “¿qué compañerismo tiene la luz con las tinieblas?” El mundo escoge el proceder que requiera el menor esfuerzo. “Porque el tiempo que ha pasado basta para que ustedes hayan obrado la voluntad de las naciones cuando procedían en obras de conducta inmoral, . . . Porque ustedes no siguen corriendo con ellos en este curso al mismo sumidero de libertinaje, ellos están perplejos y siguen hablando abusivamente de ustedes.”—2 Cor. 6:14-18; 1 Ped. 4:3, 4, NW.

Tanto el Diablo como su mundo apelan a nuestros deseos naturales y a nuestras tendencias depravadas, y si no estamos alerta estos deseos y tendencias nos gobernarán a nosotros en vez de nosotros tener el dominio sobre ellos, y así llegaremos a ser esclavos del pecado. (Romanos, capítulo 6; 1 Juan 2:16, 17) Mejor es el que domina su espíritu que el que toma una ciudad. (Pro. 16:32) Dentro de nosotros está tomando lugar una lucha, de modo que lo que deseamos hacer no lo hacemos, y lo que no queremos hacer, eso practicamos. Por eso es que de continuo tenemos que ejercer nuestra fuerza de voluntad y tratar severamente nuestro cuerpo; mantenerlo donde debe estar, como un esclavo abyecto, de otro modo se hará un amo voluntarioso y caprichoso. (Rom. 7:15-23; 1 Cor. 9:27, NW) Para ayudarnos a evitar cosas perjudiciales la Palabra de Dios da muchos ejemplos de lo que les pasó a los que anduvieron negligentemente.—1 Cor. 10:5-11, NW.

Si queremos vigilar estrechamente nuestras acciones tenemos que empezar con la mente, el corazón. Ahí es donde empieza la dificultad, como Jesús bien lo indicó, y por eso el sabio nos aconseja guardar, sobre todo, nuestra mente o corazón. (Pro. 4:23, Mo; Mat. 15:19) El mejor modo de mantener afuera las cosas malas es manteniendo la mente llena de pensamientos correctos: “Finalmente, hermanos, cuantas cosas sean verdaderas, cuantas sean de importancia, cuantas sean justas, cuantas sean puras, cuantas sean amables, cuantas sean de buena reputación, cualquier virtud que haya y cualquier cosa que haya digna de alabanza, sigan considerando estas cosas.”—Fili. 4:8, NW.

Profesamos amar a Dios, ¿verdad? Si efectivamente lo amamos guardaremos sus mandamientos. (1 Juan 5:3) El descuido traerá reproche sobre su nombre. Culpables de eso fueron el Israel de la antigüedad y ciertos individuos del día de Pablo. (Eze. 36:20-32; Rom. 2:24, NW) Siendo como es, celoso por su nombre, Jehová no tiene otra alternativa que la de negar sus bendiciones a los que traen reproche sobre él porque proceden de una manera egoísta. Cuando Acán y los hijos de Elí transgredieron gravemente, la entera nación sufrió derrotas. (Jos. 7; 1 Sam. 2:22-25; 3:11-14) Los principios de Dios no cambian. El desear tener las bendiciones de Jehová nos hará cuidadosos.

El amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos también nos hará cuidadosos tocante a nuestra conducta. ¿Cómo podemos hacer que otros, que están gimiendo y llorando debido a todas las abominaciones que ven en la tierra, se interesen en el Reino si ellos también ven esa iniquidad en nosotros? (Eze. 9:4) ¿Cómo podemos instruir a otros escrupulosamente si nosotros mismos no estamos haciendo un esfuerzo sincero por vivir en conformidad con los requisitos de Dios? “Tú, sin embargo, el que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú, el que predicas ‘No robes’, ¿robas?” (Rom. 2:21-23, NW) Que el clero apóstata adopte ese curso, pero no los ministros genuinos de Jehová Dios.—Sal. 50:16, 17; Mat. 23:1-5, NW.

El amor por nuestro prójimo también dictará que no lo animemos en su iniquidad. Quizás los malhechores piensen que son inteligentes, pero mientras tengamos la oportunidad de hacerlo debemos darles a entender que nosotros no pensamos que lo son. “No odiarás a tu hermano en tu corazón; ciertamente reprenderás a tu prójimo, para que no lleves pecado por su causa.” “El que reprende a un hombre, hallará después más favor que aquel que le engaña con palabras lisonjeras.” (Lev. 19:17; Pro. 28:23) Eso es mucho mejor que chismear acerca de las faltas de su prójimo. El chisme no ayuda ni al chismoso ni a aquél de quien se chismea ni a los que oyen el chisme; de hecho, perjudica a las tres partes. Entonces, ¿por qué chismear?

Sin embargo, al vigilar estrechamente que la manera en que andamos sea sabia, no vayamos a extremos fanáticos. No seamos como los religiosos anticuados que fruncían el ceño contra toda clase de baile, bebida, risa, y que hasta consideraban que era un pecado besar a su cónyuge o hijos los domingos. No habrá ningún “aguafiestas” en el nuevo mundo; el nuevo mundo será un mundo gozoso, pero el gozo estará en la clase correcta de cosas. Serán gozos puros, edificantes; gozos que perdurarán. Los gozos que el Diablo y su mundo ahora nos ofrecen son como ceniza amarga. Lo dejan a uno contrariado, descontento. ¿Por qué perder la tranquilidad mental, sufrir vergüenza y quizás perder la vida eterna por causa de emociones momentáneas y placeres transitorios?

La devoción piadosa junto con suficiencia en uno mismo es medio de gran ganancia. (1 Tim. 6:6, NW) Dios sabe lo que es mejor, y cuando él aconseja contra ciertas acciones no vayamos en contra de la sabiduría divina y menospreciemos el amor divino pasando por alto ese consejo. Sí, por causa de la honra del nombre Jehová, por el beneficio de nuestro prójimo y por nuestro propio beneficio, ‘vigilemos estrechamente que la manera en que andamos sea cual personas prudentes.’

Él te ha dicho, oh hombre, lo que es bueno; ¿y qué es lo que Jehová pide de ti, sino hacer justicia, y amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?—Miq. 6:8.

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