La muerte—¿una puerta a qué?
¿Es la muerte un enemigo o un amigo? ¿Un callejón sin salida o una puerta a la vida? ¿Qué condiciones aguardan a los muertos? ¿Son bendecidos? O ¿están angustiados? O ¿están en paz? ¿Quiénes, si es que algunos, van al cielo? ¿Ha vuelto alguna vez alguien de la región misma de la muerte para describirla? ¿Hay esperanza de que alguien vuelva de allí alguna vez? Muchas y variadas son las opiniones de los hombres, pero ¿qué dice la Biblia? Este artículo da la respuesta autorizada de ésta.
“LA MUERTE es algo para lo cual la mayor parte de nosotros no estamos preparados. Es algo que simplemente no está en armonía con nuestro arreglo de cosas.” Así habló el eminente deán Pike, de la catedral de San Juan el Divino de Nueva York, en un sermón dominical al principio de este año. Y es cierto, la mente humana retrocede instintivamente al sólo pensar en la muerte u oírla mencionar. Continúa el deán Pike: “Disimulamos nuestra inquietud empleando frases gratas al oído—‘ella pasó a mejor vida’ o ‘pasó de esta existencia’—o mediante la bondadosa jerigonza del empresario de pompas fúnebres profesional que establece una bruma de vaguedad con habla acerca de ‘sueño’ y habla acerca de ‘paraíso’ sin ninguna definición cuidadosa.”
Una muestra de las definiciones que se han tratado de dar describe un cuadro vívido de la mente humana en busca de alguna escapatoria de lo inevitable. La muerte ha sido llamada una “aventura gloriosa . . . un adelantamiento divino,” “la entrada a otra forma de existencia,” “la puerta abierta a la libertad eterna.” Otros aseguran osadamente: “Creo que el estado consciente personal sobrevive al choque de ese episodio físico que llamamos muerte.” “No moriré en ninguna parte de mí, de ningún modo. El conjunto de Mí, del verdadero Mí, Mí mismo, escapará de la muerte.” “Por lo tanto puedo tener esperanza y aun creer . . . que ‘no hay muerte—lo que parece serlo es transición.’”
“Y, exactamente, ¿cómo se propone usted escapar de la muerte?” pregunta el escéptico. Con una sonrisa benigna su amigo religioso le informa: “Pues, mi buen hombre, usted no muere verdaderamente. El usted interior, su alma inmortal, esa chispa inmortal de Dios dentro de usted, vive eternamente.” Dice una autoridad católica: “El alma es la diferencia entre un cadáver y un ser viviente . . .. Está dotada de facultades espirituales, . . . las cuales la capacitarán a vivir y funcionar cuando se separe del cuerpo. No siendo material, jamás puede ser destruída.” Entonces, ¿qué le sucede en la muerte? Dice una autoridad presbiteriana: “Las almas de los justos, siendo entonces hechas perfectas en santidad, se reciben en los cielos más altos, . . . y las almas de los inicuos son arrojadas al infierno.” Y ¿qué les aguarda allí? Contesta el evangelista Billy Graham: “El cielo es un lugar literal, . . . cuán glorioso lugar será—con calles de oro, las puertas de nácar . . . y el árbol dando una clase diferente de fruto cada mes.” En cuanto al infierno: “Habrá lloro y lamento y crujido de dientes. Creo . . . que hay fuego literal en el Infierno, pero si no hay fuego literal en el Infierno, entonces la Biblia está hablando acerca de algo mucho peor cuando habla de las llamas del Infierno. No importa lo que sea, será algo tan horrible que no puede expresarse en el lenguaje del hombre.”
Pero muchas personas se encuentran atrapadas en medio, por decirlo así, creyéndose indignas del cielo y seguramente como no merecedoras del infierno. Para éstas, la doctrina católica suministra un nicho conveniente: “Es un pensamiento mucho más agradable,” opinan, “el que haya personas que no sean lo bastante buenas para el cielo, y sin embargo no sean lo bastante malas para el infierno, y que a éstas se les envíe al purgatorio hasta que se les purifique suficientemente para el cielo.”
¿Qué prefiere usted? ¿Cuál de estas ideas le estimula más a usted a llevar una vida religiosa? La amenaza de un futuro ardiente se considera indispensable por muchas organizaciones para conseguir y retener conversos. Por ejemplo “el detallado cuadro del Cielo” que Billy Graham pintó y al que ya se hizo referencia “hizo que 145 oyentes se pusieran de pie para comprometerse a Cristo. Pero 350 se alistaron en la noche que describió el Infierno.”
¿Cómo lo dejan a usted tales enseñanzas? ¿Satisfecho? O ¿temeroso? Quizás alguien pregunte: “¿Cómo puede un Dios de amor atormentar a los hombres, aun a los inicuos, eternamente?” Al notar como se horrorizó el mundo civilizado por la locura maniática de Hitler, que asaba a la gente viva en enormes hornos, se pregunta: “¿Es Dios peor que Hitler? Por lo menos las víctimas de éste con el tiempo sucumbían al olvido misericordioso. Se nos dice que Dios ni siquiera permite eso a sus víctimas ¡sino que tienen que asarse y freirse y cocerse y chamuscarse para siempre jamás!” Muchos se han alejado disgustados de un Dios que pudiera mostrar tal falta de corazón.
¡LA PALABRA DE DIOS AL RESCATE!
Distinta y clara viene la voz de la Palabra de Dios, para librar a “los que por temor de la muerte estaban sujetos a la esclavitud durante toda su vida.” (Heb. 2:15, NM) ¡No es esto simplemente la filosofía de hombres o su “conjetura educada”! Dios, quien hizo el alma humana, nos dice su destino por pecar: “El alma que pecare, ésa es la que morirá.” (Eze. 18:4) ¿Qué fué eso? ‘¿Se freirá?’ ¡No! “Morirá.”
La verdad de esto es confirmada por la propia descripción de Dios de lo que constituye un alma. De hecho, él anota las partes componentes de la primera alma humana, al decir: “Jehová Dios procedió a formar al hombre del polvo de la tierra y a soplar en sus narices el aliento de vida, y el hombre vino a ser un alma viviente.” (Gén. 2:7, NM) Tenga la bondad de notar que no fué el alma lo que Dios así sopló en el hombre, como si esa alma fuera algo intangible, separado del hombre físico. Más bien se requirió tanto el “aliento de vida” soplado interiormente como el cuerpo, hecho del “polvo de la tierra,” para producir el alma humana. El hombre no tuvo un alma; el hombre fué un alma. Por eso la separación del cuerpo de polvo y el aliento de vida significaría la muerte del alma.
Si el alma no puede morir, entonces ¿por qué fué que cuando las fuerzas de Josué capturaron la ciudad de Hazor “fueron hiriendo a filo de espada a todas las almas que en ella había”? ¿Por qué oró David que fuera librado de su enemigo, “no sea que alguien, cual león, mi alma desgarre, trizas haga”? (Jos. 11:11, NM; Sal. 7:2, BC) Claro está que el alma puede ser tocada por instrumentos destructivos; el alma puede morir y muere.
“PERO ¿QUÉ HAY DEL CIELO?”
“Seguramente el alma de David no podía sufrir tal fin como ése,” protestan los críticos. “Su alma inmortal y la de todos los demás hombres fieles que vivieron antes y después de él tuvieron la excelente gloria del cielo aguardándolas. Eso es seguro.” Pero, ¿verdaderamente flotó el “alma” de David hacia el cielo al morir él? Pedro responde categóricamente: “David, . . . falleció y también fué sepultado y su tumba está entre nosotros hasta este día . . . . David no ascendió a los cielos.” (Hech. 2:29, 34, NM) No, David, exactamente como Adán, no tuvo un alma; él fué un alma, y por eso David, el alma, murió, fué enterrado y todavía no había sido levantado al cielo en el día de los apóstoles. Además, ningún otro había sido levantado, aparte de Cristo Jesús mismo. Jesús dijo claramente: “Ningún hombre ha subido al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre.” (Juan 3:13, NM) Dado que Jesús fué las “primicias” de aquellos que son levantados al cielo, nadie podía antecederlo. (1 Cor. 15:20) La oración especial de Jesús: “Deseo que, donde yo esté, ellos también estén conmigo,” manifiesta que aun cuando esta esperanza celestial se hizo accesible fué algo especial, no para toda la humanidad, sino sólo para unas cuantas personas, la “manada pequeña” de herederos del Reino.—Juan 17:24; Luc.12:32, NM.
¿DÓNDE ENTRA EL INFIERNO?
Ahora surge la pregunta: “Si sólo unos cuantos van al cielo, entonces, ¿qué hay de todos los demás hombres y mujeres fieles que han vivido sobre la tierra?” El fiel Jacob, pensando que su amado hijo José estaba muerto, dijo desconsoladamente: “¡Lamentándome iré abajo a mi hijo a Sheol!” (Gén. 37:35, NM) Sheol es la palabra hebrea que los traductores de la Biblia española han traducido “infierno,” por eso “infierno” es el lugar al cual el justo Jacob esperaba ir. No se sorprenda por esto, ¡porque el justo Job hasta oró para ir allí! Dijo él: “¡Quién diera que me encubrieses en Sheol!”—Job 14:13, margen.
¿Una declaración asombrosa, ésta? De ninguna manera, porque seguramente estos hombres no eran dignos de tormento y seguramente Job no hubiera orado para ir al infierno si hubiera pensado que era un lugar de tormento. No, “los vivos saben que han de morir; pero los muertos nada saben ya, . . . porque no hay obra, ni empresa, ni ciencia, ni sabiduría en Sheol adonde vas.” (Ecl. 9:5, 10, margen) Sheol, o Hades, sólo es el sepulcro común de la humanidad.
Pero ¿qué hay del “fuego del infierno” que se menciona en Marcos 9:47, 48, Versión Moderna? Cierto, Jesús manifestó allí lo indeseable de ser “echado al fuego del infierno: donde su gusano no muere, y el fuego no se apaga.” Sin embargo, ahí la palabra “infierno” no es una traducción de Sheol o Hades, ya mencionados, sino más bien de la palabra Gehena. Por lo tanto este texto no puede ser unido a los que hablan de condiciones en Sheol o Hades, porque los textos citados anteriormente han manifestado que no hay ciencia, empresa o sabiduría en el lugar designado por esas palabras, y por consiguiente tampoco podría haber allí algún sentimiento de dolor, ni se podría sufrir por fuego, aun si dicho fuego existiera allí.
¿Qué, entonces, es esta nueva palabra, Gehena? Esta palabra griega proviene de una expresión hebrea, gey hinnom, o “valle de Hinom,” nombre del valle fuera de los muros meridionales y occidentales de Jerusalén. Este valle llegó a ser el vaciadero e incinerador de la ciudad, donde se arrojaba basura, suciedad, desperdicios, cuerpos de animales muertos y cuerpos de criminales muertos a quienes se consideraba demasiado viles para que fueran resucitados. Llegó a simbolizar destrucción total, lo que verdaderamente era el propósito de las llamas que se mantenían ardiendo continua e intensamente por la adición de azufre. Los declives dentados del valle estaban salpicados de desechos, lo que los convertía en un criadero de gusanos y cresas.
Así que las palabras de Jesús citadas antes hacían referencia, no a un lugar donde se atormentara a cosas vivas, sino más bien a un lugar donde se incineraban, reducían a cenizas y destruían cosas muertas, cosas viles. Sus palabras tenían la intención de producir en la mente judía, familiarizada con estas cosas, una visión del destino que aguarda a los inicuos, el mismo destino que él dijo les esperaba a los que, semejantes a cabras, se oponían a sus siervos en los últimos días: “arrasamiento eterno,” en una destrucción tan completa como la de basura en un incinerador sumamente calentado.—Mat. 25:41, 46, NM.
¿QUÉ ESPERANZA HAY PARA LOS MUERTOS?
“Una buena pregunta,” algunos dirán. “Si sólo unos cuantos van al cielo y todos los demás van a descansar en Sheol o Hades o quizás a un Gehena de aniquilación completa y final, entonces ¿exactamente dónde nos deja eso a nosotros? Si así es, de una vez deberíamos olvidarnos acerca de algún futuro más allá de esta vida presente.” Pero no, no nos hallamos obligados a llegar a una conclusión tan pesimista como ésa, porque de nuevo la Palabra de Dios viene al rescate con una esperanza sólida para todo el que desee aprovecharse de ella.
Esa esperanza es la resurrección, uno de los más importantes temas a través de toda la Biblia. “Abrahán . . . juzgó que Dios podía levantar [a Isaac] hasta de entre los muertos.” Job oró a Dios: “¡Quién diera que me encubrieses en la sepultura [Sheol, infierno], . . . que me pusieses plazo para acordarte de mí!” Sí, la esperanza firme de todos los hombres fieles del pasado fué “alcanzar una resurrección mejor.”—Heb. 11:17-19, NM; Job 14:13; Heb. 11:35, NM.
Pero realmente su esperanza hubiera sido una cosa innecesaria y ridícula si la doctrina religiosa de la inmortalidad del hombre fuera cierta. ¿Por qué? Porque “resurrección,” término tomado de la palabra griega anástasis, significa “un levantamiento,” o ponerse de pie otra vez, para vida. Ahora, si uno no está realmente muerto, ¿cómo puede ser puesto de pie de nuevo a la vida? Algunos nos dicen que cuando el hombre muere está más vivo que nunca. Si esto fuera así, no habría ninguna necesidad de una resurrección. Sería superflua, especialmente si la persona hubiera ido al cielo inmediatamente al morir. ¿Por qué, entonces, debería hacérsele volver a un cuerpo terrestre en una resurrección? No, sólo es porque los hombres “bajan al silencio” al morir que se necesita la resurrección.—Sal. 115:17.
LA MUERTE SE RINDE A LA VIDA
“Sin embargo, ahora Cristo ha sido levantado de entre los muertos, las primicias de los que se han dormido en la muerte. Porque siendo que la muerte es por medio de un hombre, la resurrección de los muertos es también por medio de un hombre. Porque así como en Adán todos están muriendo, así también en el Cristo todos serán vivificados.” (1 Cor. 15:20-22, NM) Sí, la vida resucitada de Jesús, presenciada por más de “quinientos hermanos,” ahora nos asegura nuestra esperanza de resurrección, “porque así como el Padre tiene en sí mismo el don de la vida, así ha concedido que el Hijo tenga en sí mismo el don de la vida.”—1Cor.15:6; Juan 5:26, NM.
Este don fabuloso primero lo presenta el Hijo Cristo Jesús a su “manada pequeña” de herederos del Reino. Es durante la segunda “presencia” del Señor que “los que están muertos en unión con Cristo se levantarán primero.” (1 Tes. 4:15-17, NM) Los que todavía viven cuando su presencia invisible comienza tienen que continuar sirviéndole fielmente hasta la muerte, en el cual tiempo instantáneamente serán recompensados con una resurrección celestial. Después que estas personas, hasta el número de “ciento cuarenta y cuatro mil . . . comprados de entre la humanidad como primicias para Dios y para el Cordero,” así hayan sido resucitadas a la vida en los cielos, entonces el don inapreciable de vida que Jesús posee se extenderá a otros. (Apo. 14:1, 4, NM) Entonces tendrán un cumplimiento adicional las palabras de Jesús: “Todos los que están en las tumbas memorialescas oirán su voz y saldrán, los que hicieron cosas buenas a una resurrección de vida, los que practicaron cosas viles a una resurrección de juicio.” (Juan 5:28, 29, NM) Esta resurrección más grande incluirá a todos los hombres fieles que vivieron antes del tiempo de Jesús así como a los que desde entonces han muerto o mueran fieles, pero sin la esperanza celestial. También incluirá a los no malintencionados practicantes de “cosas viles,” tales como el ladrón a quien Jesús, en sus horas de agonía, prometió: “Usted estará conmigo en el Paraíso.”—Luc. 23:43, NM.
RESURRECCIÓN—LA PUERTA A VIDA ETERNA
Entonces, en medio de condiciones paradisíacas sobre la tierra, la verdadera esperanza del hombre de “libertad eterna,” de vida eterna, será realizada. No por virtud de un “alma inmortal” separada se efectuará esto, sino más bien mediante la resurrección de almas muertas a la vida, para la honra del único que es suficientemente poderoso para ejecutar dicho milagro, Jehová Dios. Él lo hará, no mediante el pasar por alto la realidad de la muerte, sino mediante el habérselas con la muerte y arrojarla a ella y su compañero Hades (infierno, el sepulcro común de la humanidad) al “lago de fuego,” “la muerte segunda.” (Apo. 20:14) En este lenguaje simbólico vemos representada nuestra base para el triunfo sobre la muerte. Nuestra “puerta a la vida” no es el azote de la muerte, sino el don de la resurrección. Por este don y sus perspectivas futuras rendimos gracias y homenaje, no a la inmortalidad inherente, la cual no poseemos, sino más bien “a Dios, porque él nos da la victoria mediante nuestro Señor Jesucristo.”—1 Cor. 15:57, NM.