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  • ¿Para qué murmurar?
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1960
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1960
w60 1/10 págs. 579-580

¿Para qué murmurar?

LOS murmullos de la naturaleza son placenteros al oído. Las brisas suaves que murmuran a través de las hojas de los árboles son tan deleitosas que hacen a poetas y compositores escribir sonetos y melodías. Agradables también son los murmullos de riachuelos al fluir a través de bosques y prados.

Sin embargo, no puede decirse lo mismo del murmurar proferido por la lengua humana. Esto es todo lo contrario de deleitoso o agradable al oído. Larousse define murmurar como “quejarse entre dientes o en voz baja.” Note que es algo rezongado en voz baja; no es algo expresado abierta y francamente. Aparentemente el murmurador tiene dudas, sea consciente o inconscientemente, en cuanto a la prudencia de su murmurar si acaso no las tiene en cuanto a su base.

Hoy oímos murmuración por todos lados: los hijos murmuran contra sus padres; las esposas murmuran contra sus maridos; los empleados murmuran contra sus patrones, y números incalculables de personas murmuran contra lo que Dios permite, culpándolo de la maldad que existe en el mundo. ¿Por qué? ¿No están en situación parecida otros que no murmuran? ¡Indudablemente!

Nunca hay motivo sólido por el cual murmurar. Es imprudente, si no algo peor. Hace más infeliz al murmurador e irrita a otros, si no los contagia también del espíritu de murmurar. A menudo conduce al resentimiento y a la adopción de un proceder insensato. Puede decirse que al que murmura le falta amor a Dios y a su prójimo, si no también amor a sí mismo.

Los que murmuran contra Dios manifiestan que les falta amor a Dios, porque si amamos a alguien confiaremos en él y por lo tanto no murmuraremos en su contra. Eso fue lo que hizo tropezar a los israelitas. Apenas fueron librados en el mar Rojo comenzaron a murmurar acerca de alimento y bebida. ¿Existía peligro de que alguno de ellos pereciera de hambre y sed? De ninguna manera. Más tarde cuando diez espías faltos de fe volvieron con un informe desfavorable, diciendo que no podrían tomar la tierra a la cual iban, murmuraron de nuevo. ¿No había Dios efectuado muchos milagros para ellos para este tiempo? ¿No podría él entenderse con cualesquier enemigos que ellos encontraran, ya que pudo derrotar la fuerza de Egipto? ¿No había prometido él introducirlos en una tierra que manaba leche y miel? Sí. Pero por falta de amor hubo falta de fe y confianza, y por lo tanto murmuraron.—Éxo. 16:7, 8; Núm. 13:25–14:29.

Los que hoy en día murmuran debido a lo que Dios permite manifiestan falta de amor, de fe y de confianza en Dios. ¿No somos diariamente recipientes de la bondad de Dios? ¿No vemos por todos lados prueba de su sabiduría y poder? ¿No podríamos razonar, por lo tanto, que él debe tener buenas razones para permitir las condiciones que nos vejan? ¡Seguramente! No sólo tiene él dichas buenas razones sino que ha hecho que se registraran en su Palabra, la Biblia. Un estudio de esa Palabra, mediante las ayudas que él ha provisto, le ayudará a usted a apreciar sus razones, de las cuales la principal es la vindicación de su soberanía.

Por otra parte, el murmurar puede deberse a la falta de amor hacia el prójimo. “El amor cubre una multitud de pecados,” pero el que murmura no puede encubrir los defectos de otros ni disculparlos y por lo tanto murmura. El murmurador se exalta como juez y murmura porque otros no se elevan a sus propias normas personales, pasando por alto el que ‘cada uno está en pie o cae para con su propio señor’ y que él también yerra el blanco.—1 Ped. 4:8; Rom. 14:4.

Esta falta de amor a veces se manifiesta por medio de murmuraciones envidiosas. Eso es lo que hizo que Coré, Datán y Abiram murmuraran contra los voceros escogidos de Dios, Moisés y Aarón. Estos murmuradores, debido a la falta de amor, pasaron por alto enteramente el hecho de que Dios mismo había nombrado a Moisés y a Aarón para que condujeran al pueblo en el primer lugar, así como el hecho de que todos no pueden conducir sino que algunos tienen que seguir.—Núm. 16:1-40.

Este mismísimo espíritu lo manifestaron algunos en la parábola que Jesús dio acerca de los trabajadores en la viña. Como usted recordará, todos recibieron la misma paga al término del día, aunque trabajaron distintos números de horas. Los que habían trabajado el día entero murmuraron porque los otros recibieron lo mismo que ellos, aunque recibieron ellos la cantidad en que convinieron. A esos murmuradores el amo de la viña dijo: “¿No me es lícito hacer lo que yo quiera con mis propias cosas? ¿O es malo tu ojo porque yo soy bueno?” Sí, la falta de amor hacia el prójimo los condujo a la murmuración envidiosa.—Mat. 20:1-15.

La murmuración puede deberse no sólo a la falta de amor a Dios y al prójimo; también puede deberse a la falta de amor para con uno mismo. El descontento también es una forma de murmuración. Personas que no se tienen suficiente amor suelen seguir expresando descontento, culpándose, murmurando en su propia contra, y se hacen desdichadas ellas mismas y a los que las oyen. O, sintiéndose frustradas, vierten sobre otros su mal genio, por medio de murmurar contra ellos. El hecho de que se nos manda amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos muestra que necesitamos cierta cantidad de amor propio. No deberíamos, por lo tanto, esperar demasiado de nosotros mismos sino más bien adoptar un punto de vista razonable respecto a nuestros fracasos y logros.

El que siente la inclinación a murmurar debería preguntarse: ¿Carezco de amor a Dios, a mi prójimo o a mí mismo? ¿Permitiría Dios las condiciones que me vejan si algo bueno no pudiese producirse de ellas? ¿Carezco de apreciación por los beneficios que recibo de parte de las personas en cuya contra murmuro? ¿He tratado de razonar bondadosa y calmadamente con aquel contra quien me siento incitado a murmurar? Si no se puede hacer nada respecto a las condiciones, ¿qué saco de murmurar? ¿Soy demasiado severo conmigo mismo?

Particularmente todo cristiano dedicado que está en la sociedad del nuevo mundo debería examinarse cuando se sienta impelido a murmurar. Jehová estaba conduciendo su organización antes de que llegáramos nosotros a ser parte de ella; de modo que cifremos humildemente nuestra fe y confianza en él y en los instrumentos que él ha escogido para actuar como superintendentes en distintas capacidades. Si las condiciones verdaderamente necesitan corrección, tenga paciencia y fe en que Dios las corregirá a su tiempo. Entretanto no se haga infeliz, usted mismo y a otros, murmurando. Sí, ¿para qué murmurar?

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