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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1978
w78 15/7 págs. 30-32

Preguntas de los lectores

● ¿Presenta la Biblia definiciones específicas en cuanto a lo que es moral o inmoral respecto a las relaciones sexuales entre marido y mujer? ¿Es la responsabilidad de los ancianos de la congregación el esforzarse por ejercer control entre los miembros de la congregación en estos asuntos maritales íntimos?

Hay que reconocer que la Biblia no da reglas ni limitaciones específicas respecto a la manera en que el esposo y la esposa han de participar en las relaciones sexuales. Hay descripciones breves de expresiones apropiadas de amor, como en Proverbios 5:15-20 y varios versículos en el Cantar de los Cantares de Salomón. (Cant. de Cant. 1:13; 2:6; 7:6-8) Estos textos, y textos como Job 31:9, 10, por lo menos suministran una indicación de lo que se acostumbraba o era normal en lo relativo al jugueteo amoroso y las relaciones sexuales y coinciden con lo que por lo general se considera acostumbrado y normal hoy día.

El más vigoroso consejo en las Escrituras es que debemos tener amor completo a Dios y amor a nuestro prójimo como a nosotros mismos; el esposo debe amar a su esposa como ama su propio cuerpo y tratarla con afecto y asignarle honra. (Mat. 22:37-40; Efe. 5:25-31; 1 Ped. 3:7) Como declara el apóstol, el amor “no se porta indecentemente, no busca sus propios intereses, no se siente provocado.” (1 Cor. 13:4, 5) Esto ciertamente impediría el obligar al cónyuge de uno en matrimonio a someterse a prácticas raras que ese cónyuge considere de mal gusto o hasta repugnantes y pervertidas.

Las Escrituras no van más allá de estas pautas fundamentales y, por lo tanto, nosotros no podemos ir más allá de aconsejar en armonía con lo que la Biblia sí dice. En el pasado en esta revista han aparecido algunos comentarios con relación a ciertas prácticas sexuales raras dentro del matrimonio, tales como el coito oral, y estas prácticas fueron igualadas con inmoralidad sexual crasa. Con esto como fundamento, se llegó a la conclusión de que los que participaban en tales prácticas sexuales podían ser expulsados si no mostraban arrepentimiento. Se tomó el punto de vista de que estaba dentro de la autoridad de los ancianos de la congregación el investigar y actuar en capacidad judicial con relación a tales prácticas en la relación conyugal.

Sin embargo, al continuar examinando cuidadosamente este asunto hemos llegado a la convicción de que, en vista de la ausencia de una clara instrucción bíblica, éstos son asuntos por los cuales la pareja casada misma tiene que llevar la responsabilidad delante de Dios y que estas intimidades maritales no llegan a estar dentro de la esfera de acción de los ancianos de la congregación de modo que éstos deban intentar controlarlas o expulsar con tales asuntos como la única base.a Por supuesto, si alguien opta por acercarse a un anciano para solicitar consejo, esa persona puede hacerlo, y el anciano puede considerar con tal persona principios bíblicos, obrando como pastor, pero sin intentar, en realidad, “ejercer función policíaca” con relación a la vida marital del inquiridor.

Esto no debe tomarse como un perdonar voluntariamente todas las diferentes prácticas sexuales en las cuales participa la gente, porque de ninguna manera es así. Esto simplemente expresa un profundo sentido de la responsabilidad de dejar que las Escrituras gobiernen y retraernos de adoptar una posición dogmática donde la evidencia no parece suministrar suficiente base. También expresa confianza en el deseo del pueblo de Jehová en conjunto de hacer todas las cosas como para él y reflejar sus espléndidas cualidades en todos sus asuntos. Expresa una anuencia a dejar el juicio de estos asuntos maritales íntimos en las manos de Jehová Dios y su Hijo, quienes tienen la sabiduría y el conocimiento necesario en cuanto a todas las circunstancias para dar las decisiones correctas. Es bueno que recordemos que “todos estaremos de pie ante el tribunal de Dios” y que “cada uno de nosotros rendirá cuenta de sí mismo a Dios.” (Rom. 14:7-10, 12) “Todos nosotros tenemos que ser puestos de manifiesto ante el tribunal del Cristo, para que cada uno reciba su retribución por las cosas hechas por medio del cuerpo, según las cosas que haya practicado, sea cosa buena o vil.”—2 Cor. 5:10.

También es bueno reconocer que cuando el apóstol escribió su consejo en Colosenses 3:5, 6, no lo dirigió solo a personas solteras, sino también a personas casadas. Dijo: “Amortigüen, por lo tanto, los miembros de su cuerpo que están sobre la tierra en lo que toca a fornicación, inmundicia, apetito sexual, deseo perjudicial y codicia, que es idolatría.” En 1 Tesalonicenses 4:3-7 Pablo además aconseja que “cada uno de ustedes sepa tomar posesión de su propio vaso en santificación y honra, no en codicioso apetito sexual tal como también tienen las naciones que no conocen a Dios . . . porque Dios nos llamó, no con permiso para inmundicia, sino con relación a la santificación.”

De seguro que con su referencia al “apetito sexual” el apóstol no está condenando el deseo sexual normal que tiene su propia vía de satisfacción y expresión dentro del arreglo del matrimonio. Tenemos un apetito normal de alimento y bebida y podemos satisfacerlo de manera apropiada. Pero uno puede hacerse un glotón o un borrachín por comer y beber en un desenfrenado complacerse a sí mismo. De la misma manera, también, uno pudiera llenar a tal grado sus pensamientos y sentimientos de lo sexual que la satisfacción del deseo sexual pudiera hacerse lo de mayor importancia y el objeto principal en sí mismo, más bien que un complemento accesorio o subordinado con relación a la expresión de amor a la cual insta la Biblia. Cuando así sucede, entonces el individuo llega al punto de avaricia ‘que es idolatría,’ y el deseo sexual es lo que se idolatra.—Efe. 5:3, 5; Fili. 3:19; Col. 3:5.

Entonces, ¿qué se puede decir de una situación en la cual una persona casada, quizás una esposa, habla a un anciano de la congregación y se queja de que su cónyuge está abusando de ella al obligarla a participar en prácticas sexuales que ella rechaza como repugnantes y pervertidas? Si el cónyuge está dispuesto a considerar el asunto, el anciano, quizás en compañía de otro anciano, puede tratar de ayudar a la pareja a resolver su problema, dando consejo bíblico.

¿Qué hay si una persona casada alega que ciertas prácticas sexuales de su cónyuge son lo suficientemente crasas como para estar dentro del alcance del término griego porneia como se usa en Mateo 19:9 (“fornicación,” Traducción del Nuevo Mundo)? Como se ha mostrado, las Escrituras no dan información específica que permita decir que ciertas prácticas sexuales dentro del matrimonio quedan positivamente identificadas —o no quedan identificadas— como porneia. Debe notarse que el término griego se toma de una palabra que tiene el significado básico de “vender” o “rendirse o entregarse a,” y por lo tanto porneia tiene el sentido de “un venderse o entregarse a la sensualidad o a lascivia.” La forma verbal (porneuo) abarca entre sus significados el de “viciar” o “corromper.” (Greek-English Lexicon de Liddell y Scott) Si la persona casada cree que las prácticas sexuales de su cónyuge, aunque no envuelvan a nadie extraño al matrimonio, sin embargo son de naturaleza tan crasa como para constituir un claro entregarse a la lascivia o un viciar en lascivia, entonces ésa debe ser su propia decisión y responsabilidad.

Esa persona pudiera opinar que las circunstancias suministran base bíblica para un divorcio. Si así es, ella tiene que aceptar responsabilidad plena delante de Dios por la acción de divorcio que quizás emprenda. No se puede esperar que los ancianos expresen (bíblicamente) aprobación del divorcio, si no están seguros de la base para éste. Al mismo tiempo, ellos no están autorizados para imponer su conciencia en otra persona cuando el asunto es un asunto de duda. (Sant. 4:11, 12) Habiendo expresado el consejo bíblico que consideren apropiado, entonces pueden aclarar a la persona envuelta en el caso la seriedad del asunto y la plena responsabilidad que tiene que descansar sobre ella si busca un divorcio. Si alguien simplemente está buscando un pretexto para romper el enlace matrimonial, entonces esa persona solo puede esperar la desaprobación de Dios, porque de esa manera traicionera de tratar con el cónyuge de uno Dios dice que “él ha odiado un divorciarse.” (Mal. 2:16) “Dios juzgará a los fornicadores y a los adúlteros” y cualquiera que se divorcie sencillamente por un pretexto y entonces vuelva a casarse no escapará de ese juicio. (Heb. 13:4) Los ancianos pueden confiar en que el Señor “sacará a luz las cosas secretas de la oscuridad así como también pondrá de manifiesto los consejos de los corazones” a su tiempo debido. (1 Cor. 4:4, 5) Nadie que siembra con engaño y traición escapará de segar una cosecha de sufrimiento, porque “de Dios uno no se puede mofar.”—Gál. 6:7, 8.

Tal como los ancianos de la congregación otorgan a sus hermanos y hermanas el derecho de ejercer su conciencia personal en asuntos sobre los cuales las Escrituras no se expresan explícitamente, así, también, los ancianos tienen derecho a ejercer su propia conciencia en cuanto a cómo ven a los que participan en acciones de aspecto dudoso. Si sinceramente piensan que las acciones de un miembro de la congregación en estos asuntos son de tal índole que ellos no pudieran con conciencia tranquila recomendar a esa persona para servicio ejemplar dentro de la congregación, ésa es su prerrogativa.—1 Tim. 1:19; 3:2-12; 5:22.

[Nota]

a Se ha hecho referencia a las declaraciones del apóstol en Romanos 1:24-27 acerca del “uso natural” de los cuerpos masculinos y femeninos. Como se ve claramente y como consistentemente se ha reconocido, estas declaraciones se hacen en el contexto de la homosexualidad. No hacen ninguna referencia directa a las prácticas sexuales de marido y mujer. También hay que reconocer que hasta las expresiones de amor que son completamente normales y comunes entre marido y mujer serían “contranaturales” para personas del mismo sexo e inmorales para personas no casadas. Por lo tanto, cualquier guía que estas declaraciones apostólicas suministren en cuanto a prácticas sexuales dentro del matrimonio es indirecta y tiene que verse como solo de naturaleza persuasiva, pero no conclusiva, es decir, no es la base para establecer normas firmes y fijas para juicio. Al mismo tiempo hay la posibilidad y quizás una probabilidad de que algunas prácticas sexuales en que ahora participen el esposo y la esposa fueran originalmente practicadas por homosexuales. Si así fuera, entonces ciertamente esto daría a estas prácticas por lo menos un origen desagradable. De modo que el asunto no debe ser despedido livianamente por el cristiano concienzudo sencillamente porque en los textos ya mencionados no haya referencia directa a personas casadas.

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