La Palabra de Dios es viva
¿Adoraría usted una imagen?
Suponga que el castigo por no rendir adoración fuera la pena de muerte. ¿Adoraría usted una imagen en tal caso? Esa fue la situación a la que hubo que enfrentarse hace más de 2.500 años en la antigua Babilonia.
NABUCODONOSOR el rey ha erigido en la llanura de Dura una enorme imagen de oro que mide unos 27 metros (90 pies) de altura. Luego reúne a los funcionarios gubernamentales de todo el país para que la adoren. Según usted puede ver, tres adoradores de Jehová cuyos nombres son Sadrac, Mesac y Abednego están entre los presentes.
Un representante del rey dice a voz en grito que todos deben ‘caer y adorar la imagen de oro que Nabucodonosor el rey ha erigido’. Si usted hubiera estado allí, ¿qué hubiera hecho? Todos caen y adoran la imagen, excepto Sadrac, Mesac y Abednego. Éstos permanecen de pie porque saben que la ley de Dios está en contra de adorar una imagen. (Éxodo 20:4, 5.)
Los tres adoradores de Jehová Dios son llevados ante el rey Nabucodonosor. ‘¿Es realmente así —pregunta él— que no están sirviendo a mis propios dioses, y que a la imagen de oro que he erigido ustedes no están adorando?’ Entonces pasa a decir: “Si no adoran, en ese mismo momento serán arrojados en el ardiente horno de fuego. ¿Y quién es ese dios que pueda rescatarlos de mis manos?”.
Ante tal amenaza, ¿qué hubiera hecho usted? Según usted puede ver, Sadrac, Mesac y Abednego hablan sin rodeos y dicen: “Si ha de ser, nuestro Dios a quien servimos puede rescatarnos. [...] Pero si no, séate sabido, oh rey, que no es a tus dioses que estamos sirviendo, y a la imagen de oro que has erigido ciertamente no la adoraremos”.
El rey se enfurece. Ordena: ‘¡Calienten el horno siete veces más de lo que se acostumbra calentarlo! ¡Átenlos y arrójenlos en éste!’. Pero ¿qué les sucede a Sadrac, Mesac y Abednego? Ellos cayeron en medio del fuego. Entonces se levantaron y comenzaron a pasearse.
Cuando el rey mira adentro, ¡en vez de tres personas, ve a cuatro personas ilesas paseándose! La cuarta persona es un ángel que Jehová ha enviado para proteger a sus siervos fieles. Con eso el rey se asusta mucho y clama: “¡Sadrac, Mesac y Abednego, siervos del Dios Altísimo, salgan y vengan acá!”. Y ellos salen. (Daniel 3:1-30.)
A Jehová le agradó la fe y el valor que mostraron sus siervos. Él se complacerá con nosotros también si tenemos el valor de rehusar adorar cualquier tipo de imagen que erijan los líderes mundiales o rendirle homenaje.