Preguntas de los lectores
◼ ¿Consideran los testigos de Jehová que el alcoholismo sea una enfermedad?
Muchas personas dicen que la adicción a la bebida es una enfermedad, de acuerdo con una definición general de esa palabra. Entre dichas personas figuran investigadores, médicos y personas que ayudan a los alcohólicos, pues muchas de ellas usan términos como “enfermedad”, “mal” o “padecimiento” al describir o definir el alcoholismo. Por ejemplo, la revista Science Digest de mayo de 1984 declara:
“El alcoholismo es una enfermedad para la cual aún se está buscando una explicación. En un tiempo se consideraba como solo un trastorno de la mente, pero ahora se cree que tiene componentes genéticos y bioquímicos también [...] Hallazgos recientes dan apoyo a pruebas anteriores provenientes de Suecia de que muchas veces el abuso de las bebidas alcohólicas ‘circula’ en las familias”.—Página 16.
Sin embargo, hay razón para cautela respecto a considerar el alcoholismo como una enfermedad. Ciertos alcohólicos, y otras personas, han tendido a excusar su adicción a la bebida o el beber en exceso al afirmar que realmente no pueden controlarlo, debido a que es una enfermedad. A otras personas les parece que si el alcohólico tiene una predisposición biológica al problema, o si hay algún defecto en la reacción bioquímica de su cuerpo al alcohol, entonces al individuo no se le puede considerar reprensible en sentido moral.
No obstante, a los cristianos les interesa principalmente el punto de vista que Dios tiene de los asuntos. El punto de vista de él es justo, equilibrado y permanente, en contraste con las opiniones médicas y sicológicas que pueden llegar a estar en boga por un tiempo, solo para ser modificadas o abandonadas después. La Palabra perfecta de Jehová condena francamente la borrachera, y la incluye entre las cosas que pueden impedir que uno entre en el Reino de Dios (Gálatas 5:19-21). En Romanos 13:12, 13 se da el siguiente consejo: “La noche está muy avanzada; el día se ha acercado. Por lo tanto, quitémonos las obras que pertenecen a la oscuridad y vistámonos las armas de la luz. Como de día andemos decentemente, no en diversiones estrepitosas y borracheras, no en coito ilícito y conducta relajada, no en contienda y celos”. Aunque en ciertos casos existiera una predisposición biológica que llevara a algunos a opinar que se trata de un problema médico o una enfermedad, los cristianos reconocen los aspectos morales de ello.
El apóstol Pedro escribió lo siguiente a los cristianos: “Porque basta el tiempo que ha pasado para que ustedes hayan obrado la voluntad de las naciones cuando procedían en hechos de conducta relajada, lujurias, excesos con vino, diversiones estrepitosas, partidas de beber e idolatrías ilegales. Porque ustedes no continúan corriendo con ellos en este derrotero al mismo bajo sumidero de disolución, están perplejos y siguen hablando injuriosamente de ustedes” (1 Pedro 4:3, 4). Pedro mismo era imperfecto y comprendía la condición humana. Sin embargo, no dijo que todos los cristianos se habían apartado de los excesos con vino excepto los que tenían cierta predisposición genética o biológica a problemas relacionados con la bebida. De hecho, el apóstol Pablo dijo que algunos cristianos habían sido antes fornicadores, ladrones, borrachos y practicantes de extorsión. Pero, prescindiendo de lo que los había conducido a tales problemas morales, ellos podían cambiar, y lo hicieron. Pablo dijo: ‘Ustedes han sido lavados, han sido declarados justos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y con el espíritu de nuestro Dios’. (1 Corintios 6:9-11.)
Por eso, sea que el alcoholismo se califique de enfermedad o no, nosotros tenemos que adherirnos a la norma elevada y buena que establece la Palabra de Dios. Cualquiera que se haya enviciado con la bebida —sea por falta de dominio de sí, influencia étnica o familiar, o hasta debido a una rareza biológica— debe hacer esfuerzos por dejar el vicio, quizás valiéndose de la ayuda de alguien que comprenda el problema. (Véase ¡Despertad! del 22 de noviembre de 1982, páginas 4-12.) Así puede “vivir el resto de su tiempo en la carne, ya no para los deseos de los hombres, sino para la voluntad de Dios”. (1 Pedro 4:2.)