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  • ‘Derribado, pero no destruido’
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1995
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1995
w95 1/11 págs. 22-25

‘Derribado, pero no destruido’

RELATADO POR ULF HELGESSON

En julio de 1983, los médicos se inclinaron sobre mi cama y exclamaron: “¡Ya despertó!”. En una complicada operación que había durado quince horas, me habían extirpado un tumor de 12 centímetros localizado en la médula espinal. Quedé totalmente paralítico.

UNOS días más tarde me trasladaron a un hospital que estaba a casi 60 kilómetros de mi ciudad, Hälsingborg, en el sur de Suecia. Allí emprendí un programa de rehabilitación. Aunque el fisioterapeuta me dijo que el programa sería muy duro, yo tenía muchas ganas de empezarlo. Lo que más deseaba era volver a andar. Adelanté con bastante rapidez gracias a que seguí con diligencia el programa de ejercicios de cinco horas diarias.

Un mes más tarde, cuando el superintendente de circuito visitó nuestra congregación, tanto él como los demás ancianos cristianos hicieron el largo viaje hasta el hospital para celebrar la reunión de ancianos en mi habitación. ¡Cuánto me alegró aquella demostración de amor fraternal! Las enfermeras de la sala nos sirvieron té y emparedados después de la reunión.

Al principio, mi progreso sorprendió a los médicos. Al cabo de tres meses podía sentarme erguido en la silla de ruedas e incluso ponerme de pie unos segundos. Me encontraba feliz y plenamente resuelto a andar de nuevo. Mi familia y mis compañeros cristianos me animaron mucho durante sus visitas. Incluso pude pasar temporadas cortas en casa.

Un verdadero revés

Pero después mi recuperación se estancó. El fisioterapeuta no tardó en darme la dolorosa noticia de que no iba a mejorar más. Ahora el objetivo era fortalecerme para que pudiera moverme por mí mismo en silla de ruedas. Me preguntaba qué sería de mí y cómo se las arreglaría mi esposa, pues ella también se había sometido a una intervención quirúrgica de importancia y había requerido mi ayuda. ¿Sería necesario que me atendieran permanentemente en un hospital?

Caí en una profunda depresión. Perdí la fortaleza, el ánimo y la energía. Pasaban los días, y seguía igual. No solo estaba paralizado físicamente, sino también en sentido emocional y espiritual. Me sentía ‘derribado’. Siempre me había considerado fuerte espiritualmente. Mi fe en el Reino de Dios estaba profundamente arraigada. (Daniel 2:44; Mateo 6:10.) Creía con firmeza en la promesa bíblica de que todas las enfermedades e incapacidades físicas serán curadas en el justo nuevo mundo de Dios y de que se devolverá a la humanidad a la vida perfecta. (Isaías 25:8; 33:24; 2 Pedro 3:13.) Pero en aquellos momentos me encontraba paralizado no solo en sentido físico, sino también en sentido espiritual. Me sentí ‘destruido’. (2 Corintios 4:9.)

Antes de seguir con este relato, permítame contarle un poco de mis antecedentes.

Una familia feliz

Nací en 1934, y mi salud siempre había sido buena. A principios de los años cincuenta conocí a Ingrid, y nos casamos en 1958, tras lo cual nos establecimos en la ciudad de Östersund, en la región central de Suecia. Nuestra vida dio un giro en 1963, cuando empezamos a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová. Para entonces teníamos tres hijos pequeños: Ewa, Björn y Lena. En poco tiempo toda la familia estaba estudiando y progresando en el conocimiento de las verdades bíblicas.

Poco después de empezar a estudiar, nos mudamos a Hälsingborg, donde mi esposa y yo nos dedicamos a Jehová y nos bautizamos en 1964. Nos hizo muy felices ver a nuestra hija mayor, Ewa, bautizarse en 1968. Siete años después, en 1975, Björn y Lena se bautizaron también, y al año siguiente me nombraron anciano de la congregación cristiana.

Mi empleo me permitía mantener con holgura a mi familia. Nuestra alegría aumentó cuando Björn y Lena emprendieron el ministerio de tiempo completo. Al poco tiempo invitaron a Björn a trabajar en la sucursal de los testigos de Jehová de Arboga. La vida nos sonreía. Pero a principios de 1980 comencé a sentir los efectos del tumor que más tarde me quitarían en aquella operación de 1983.

Supero la parálisis espiritual

Cuando me dijeron que no volvería a caminar, el mundo se me vino encima. ¿Cómo recobré la fortaleza espiritual? Fue más fácil de lo que pensaba. Sencillamente tomé la Biblia y empecé a leerla. Cuanto más leía, más fortaleza espiritual recibía. Llegué a apreciar sobre todo el Sermón del Monte, que pronunció Jesús. Lo leí y medité en él muchas veces.

De este modo recuperé mi visión alegre de la vida. Gracias a la lectura y la meditación, comencé a ver oportunidades en lugar de obstáculos. Recobré el deseo de comunicar a otras personas las verdades de la Biblia, una necesidad que satisfice dando el testimonio al personal del hospital y a otros conocidos. Mi familia me apoyó mucho y tomó un cursillo sobre cómo atenderme. Finalmente me dieron de alta.

Por fin estaba en casa. ¡Qué día tan feliz fue para todos nosotros! Mi familia preparó un horario que incluía tiempo para atenderme. Mi hijo, Björn, decidió dejar el trabajo que tenía en la sucursal de los testigos de Jehová para venir a casa y ayudarme. Fue muy reconfortante ser objeto de tantas muestras de amor e interés por parte de mi familia.

Afronto otro revés

Sin embargo, pasado algún tiempo, mi salud empeoró y se me hizo difícil moverme. Finalmente, pese a la dedicación de mi familia, ya no resultó posible que me atendieran en casa. Así que pensé que lo mejor sería ingresar en una clínica. De nuevo tuve que amoldarme a ciertos cambios y a un nuevo modo de vida. Pero no permití que este cambio supusiera un revés espiritual.

No dejé de leer y estudiar la Biblia. Seguí concentrándome en lo que podía hacer, no en lo que no podía. Meditaba en las bendiciones espirituales que tenemos todos los testigos de Jehová. Permanecí cerca de Jehová mediante la oración y utilicé toda oportunidad para predicar a otras personas.

Ahora paso las noches y parte del día en la clínica. Por las tardes estoy en casa o en las reuniones cristianas. Un servicio municipal se encarga de llevarme a las reuniones y a mi casa. Mi amorosa familia, los hermanos de la congregación y el personal de la clínica me cuidan muy bien.

Hago lo que puedo

No me considero un inválido, y ni mi familia ni mis hermanos cristianos me tratan como tal. Me cuidan con cariño, lo cual me permite seguir llevando a cabo mis labores de anciano. Dirijo un Estudio de Libro de Congregación todas las semanas, así como el estudio semanal de La Atalaya en el Salón del Reino. Como se me hace difícil pasar las páginas de la Biblia, en las reuniones se asigna a una persona para que me ayude a hacerlo. Dirijo las reuniones y doy los discursos en silla de ruedas.

De modo que todavía puedo realizar muchas de las tareas que antes me causaban satisfacción, incluidas las visitas de pastoreo. (1 Pedro 5:2.) Las llevo a cabo cuando los hermanos acuden a mí en busca de ayuda o consejo. También tomo la iniciativa llamando por teléfono a los hermanos, lo que resulta en un intercambio de estímulo. (Romanos 1:11, 12.) Un amigo me dijo hace poco: “Justo cuando me siento bajo de moral, me llamas para animarme”. Pero yo también recibo ánimo, pues sé que Jehová está bendiciendo mi esfuerzo.

Antes y después de las reuniones paso un rato agradable con los niños de la congregación. Como estoy sentado en la silla de ruedas, hablamos al mismo nivel. Me gusta su sinceridad y sencillez. Un niño me dijo en cierta ocasión: “Eres un inválido muy guapo”.

He disfrutado del servicio a Jehová concentrándome en lo que puedo hacer, y no preocupándome por lo que no puedo realizar. He aprendido mucho de lo que me ha sucedido. Me he dado cuenta de que las pruebas que atravesamos nos preparan y fortalecen. (1 Pedro 5:10.)

He observado que muchas personas saludables no se dan cuenta de que siempre debemos tomar en serio la adoración de nuestro Padre celestial. De lo contrario, el estudio, las reuniones y el ministerio del campo pueden convertirse en simple rutina. Considero que estas provisiones son esenciales para sobrevivir al fin de este mundo y entrar en el Paraíso terrestre que Dios ha prometido. (Salmo 37:9-11, 29; 1 Juan 2:17.)

Siempre debemos mantener en el corazón la esperanza de la vida en el nuevo mundo venidero de Dios. (1 Tesalonicenses 5:8.) También he aprendido a no darme por vencido en la lucha contra el desánimo. He aprendido a ver a Jehová como mi Padre y a su organización como mi Madre. He llegado a comprender que, si nos esforzamos, Jehová puede hacer que cualquiera de nosotros llegue a ser un siervo suyo competente.

Aunque a veces me ha parecido estar ‘derribado’, por decirlo así, ‘no se me ha destruido’. Jehová no me ha abandonado, ni tampoco lo han hecho ni su organización ni mi familia ni mis hermanos cristianos. El recurrir a la Biblia y ponerme a leerla me ha ayudado a recobrar la fortaleza espiritual. Estoy agradecido a Jehová Dios, que da “poder que es más allá de lo normal” cuando confiamos en él. (2 Corintios 4:7.)

Espero el futuro con ilusión y con plena confianza en Jehová. Tengo la seguridad de que dentro de muy poco tiempo Jehová Dios cumplirá su promesa de restaurar el Paraíso en la Tierra junto con todas las maravillosas bendiciones que lo acompañarán. (Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4.)

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