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  • He aceptado con gusto la dirección de Jehová

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  • He aceptado con gusto la dirección de Jehová
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1999
w99 1/8 págs. 26-31

He aceptado con gusto la dirección de Jehová

Relatado por Ulysses V. Glass

Fue una ocasión extraordinaria. La clase que se iba a graduar se componía de solo 127 estudiantes, pero en el auditorio había 126.387 personas entusiastas procedentes de muchos países. Se trataba de la graduación de la clase 21 de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower, celebrada en el Estadio Yankee, de la ciudad de Nueva York, el 19 de julio de 1953. ¿Por qué fue este acontecimiento tan importante en mi vida? En primer lugar, voy a ponerle brevemente en antecedentes.

VINE al mundo en Vincennes (Indiana, E.U.A.) el 17 de febrero de 1912, unos dos años antes del nacimiento del Reino mesiánico, suceso del que habla Revelación (Apocalipsis) 12:1-5. El año anterior, mis padres habían comenzado a estudiar la Biblia con la ayuda de la obra de varios tomos Estudios de las Escrituras. Todos los domingos por la mañana, papá leía a la familia uno de esos libros y luego conversábamos sobre él.

Mamá se valía de lo que estaba aprendiendo para formar la manera de pensar de sus hijos. Era una persona muy buena: muy amable y servicial. Tuvo cuatro hijos, pero también quería mucho a otros niños del vecindario. Nos dedicaba tiempo, y le encantaba contarnos relatos bíblicos y cantar con nosotros.

También invitaba a casa a varios hermanos que se dedicaban de tiempo completo al ministerio. Se quedaban solo un día o dos, y solían celebrar reuniones y dar discursos en nuestro hogar. Nos gustaban, sobre todo, los que ponían ilustraciones y nos contaban historias. En una ocasión —corría el año 1919, aproximadamente un año después de haber acabado la primera guerra mundial—, el hermano que nos visitaba dirigió sus comentarios en particular a los niños. Habló sobre la consagración, a la que hoy llamamos con más exactitud dedicación, y nos ayudó a comprender el efecto que tenía en nuestra vida. Aquella noche, cuando me fui a la cama, oré a mi Padre celestial y le dije que deseaba servirle para siempre.

Sin embargo, después de 1922 aquella resolución quedó relegada a un segundo plano por causa de otras inquietudes de la vida. Nos trasladamos de un lugar a otro y no tuvimos relación con ninguna congregación del pueblo de Jehová. Papá estaba fuera a causa de su trabajo en el ferrocarril, y nuestro estudio de la Biblia era irregular. Cursé algunos estudios con la intención de ser dibujante publicitario y planeaba ir a una universidad de renombre.

Cambio mis intereses en la vida

A mediados de los años treinta, el mundo volvía a encaminarse a una guerra mundial. Vivíamos en Cleveland (Ohio) cuando un testigo de Jehová llamó a la puerta. Entonces comenzamos a pensar con más seriedad en lo que habíamos aprendido de pequeños. Mi hermano mayor, Russell, que era especialmente sensato, fue el primero en bautizarse. Yo no era tan serio como él, pero el 3 de febrero de 1936 también me bauticé. Cada vez comprendía mejor lo que implicaba la dedicación a Jehová, y estaba aprendiendo a aceptar su dirección. Aquel mismo año se bautizaron asimismo mis dos hermanas, Kathryn y Gertrude. Todos emprendimos el servicio de tiempo completo como precursores.

Pero eso no quiso decir que no pensáramos en nada más. Puse mucha atención cuando mi cuñada me habló de una joven muy bonita llamada Ann que estaba respondiendo muy bien desde que había oído hablar de la verdad y que iba a asistir a las reuniones en nuestra casa. Ann, que por aquel entonces trabajaba de secretaria en un bufete, se bautizó en menos de un año. Yo no tenía planes de casarme, pero era obvio que Ann estaba a favor de la verdad sin reservas. Deseaba entregarse por completo al servicio de Jehová. No era de las personas que cuestionan si pueden realizar una labor. Más bien, preguntaba cuál era la mejor forma de hacerse cargo de ella, decidida a seguir hasta terminarla. Esa actitud positiva me cautivó. Además, era muy bonita, y lo sigue siendo. Así que nos casamos, y al poco tiempo empezó a hacer el precursorado conmigo.

Valiosa preparación en el precursorado

En el servicio de precursor aprendimos el secreto de estar contentos tuviéramos escasez de provisiones o abundancia (Filipenses 4:11-13). Cierto día, se acercaba la noche y no había nada que comer. Solo contábamos con cinco centavos entre los dos, así que nos fuimos a una carnicería y dije al dependiente: “¿Podría darnos cinco centavos de salchichón de Bolonia?”. Se quedó mirándonos, y entonces cortó cuatro lonchas. Estoy seguro de que valían más de cinco centavos, pero al menos nos alimentamos algo.

No era extraño encontrar fuerte oposición cuando efectuábamos el ministerio. En una ciudad cerca de Syracuse (Nueva York), distribuíamos en la calle hojas sueltas y llevábamos letreros para dar publicidad a una reunión pública especial. Dos hombres fornidos me agarraron y me trataron con cierta violencia. Uno era policía, pero no llevaba el uniforme y no me hizo caso cuando le pedí que me enseñara la placa. Justo en ese momento llegó Grant Suiter, del Betel de Brooklyn, quien dijo que iríamos a la comisaría a arreglar el asunto. Luego telefoneó a las oficinas de la Sociedad en Brooklyn, desde donde se nos indicó que dos de nosotros volviéramos a salir ese mismo día con los letreros y las hojas sueltas, a fin de tener base para un juicio que sentara jurisprudencia. Como esperábamos, nos detuvieron, pero cuando dijimos a la policía que se les iba a demandar por arresto ilegal, nos dejaron marchar.

Al día siguiente, un grupo de adolescentes alborotadores, instigados por un sacerdote, invadieron el lugar donde celebrábamos la asamblea, sin que la policía apareciera por ningún sitio. Aquellos sinvergüenzas golpearon el suelo de madera con bates de béisbol, arrojaron a algunos asistentes de las tribunas y subieron a la plataforma, donde enarbolaron una bandera y gritaron: “¡Salúdenla!, ¡salúdenla!”. Luego se pusieron a cantar una canción popular en Estados Unidos que se titula Beer Barrel Polka. Desbarataron la reunión. Experimentamos directamente lo que Jesús quiso decir cuando advirtió: “Porque ustedes no son parte del mundo, sino que yo los he escogido del mundo, a causa de esto el mundo los odia” (Juan 15:19).

El discurso público era en realidad una grabación de una conferencia del entonces presidente de la Sociedad Watch Tower, J. F. Rutherford. Ann y yo nos quedamos en la ciudad unos días para visitar a la gente y brindarle la oportunidad de escuchar el discurso en su hogar. Unos cuantos aceptaron la oferta.

Nos ofrecemos para servir en el extranjero

Con el tiempo se abrieron nuevos campos de servicio. A mi hermano, Russell, y a su esposa, Dorothy, los invitaron a la primera clase de la Escuela de Galaad, en 1943, y los enviaron de misioneros a Cuba. Mi hermana Kathryn asistió a la cuarta clase, y también la asignaron a Cuba. Posteriormente la mandaron a la República Dominicana, y luego, a Puerto Rico. ¿Qué haríamos Ann y yo?

Cuando nos enteramos de que se había abierto la Escuela de Galaad y de que la Sociedad quería enviar misioneros a otros países, nos pareció que podíamos ofrecernos para el servicio en el extranjero. Al principio pensamos en ir por nuestra cuenta, por ejemplo, a México. Pero luego decidimos que lo mejor sería esperar a que la Sociedad nos asignara una vez que hubiéramos asistido a la Escuela de Galaad. Comprendimos que aquel era el medio que Jehová utilizaba.

Se nos invitó a la cuarta clase de la Escuela de Galaad. Pero poco antes del comienzo de esta, N. H. Knorr, presidente entonces de la Sociedad Watch Tower, se enteró mejor de las limitaciones que sufría Ann a causa de haber padecido la polio cuando era niña. Así que habló conmigo al respecto y decidió que no sería prudente enviarnos a servir a otro país.

Unos dos años más tarde, cuando estaba trabajando en la preparación de una asamblea, el hermano Knorr volvió a verme y me preguntó si aún nos interesaba ir a Galaad. Me dijo que no se nos asignaría al extranjero; tenía otra idea en la cabeza. Así que cuando se matriculó la novena clase, el 26 de febrero de 1947, formamos parte del grupo de estudiantes.

Nunca olvidaremos aquellos días en Galaad. Los cursos eran banquetes espirituales. Hicimos amistades para toda la vida. Y mi relación con la escuela no terminó entonces.

Entre Washington y Galaad

La Escuela de Galaad era aún relativamente nueva. El gobierno de Estados Unidos no conocía suficientemente bien sus objetivos, por lo que planteaba muchas preguntas. La Sociedad quería tener un representante en Washington, D.C., por lo que allí fue donde se nos envió a los pocos meses de graduarnos de Galaad. Yo colaboraría en la obtención de los visados para los hermanos de otros países a quienes se invitara a Galaad, así como en conseguir documentos legales a fin de enviar a los graduados a la obra misional en el extranjero. Había funcionarios imparciales y colaboradores, pero otros estaban muy predispuestos contra los Testigos. Algunos tenían firmes convicciones políticas y afirmaban que manteníamos lazos con elementos que consideraban indeseables.

Un hombre al que visité en su oficina nos criticó severamente porque no saludábamos la bandera ni íbamos a la guerra. Después que estuvo lanzando insultos durante un rato, le dije por fin: “Quiero que sepa, y usted lo sabe, que los testigos de Jehová no hacen la guerra contra nadie en la Tierra. No nos metemos en los asuntos del mundo. No intervenimos en sus guerras ni en su política. Somos completamente neutrales. Ya hemos superado los problemas que ustedes aún afrontan; nuestra organización está unida. [...] ¿Qué quiere, entonces, que hagamos? ¿Que volvamos a actuar como ustedes y renunciemos a nuestro modo de obrar?”. Después de eso, no volvió a decir nada.

Todas las semanas yo dedicaba dos días completos a hacer gestiones en las oficinas estatales. Además, ambos servíamos de precursores especiales, una obra que entonces exigía dedicar ciento setenta y cinco horas mensuales al ministerio del campo (tiempo después se cambió a ciento cuarenta), por lo que solíamos estar en el ministerio hasta avanzada la noche. Pero fue una etapa maravillosa. Dirigimos muchos buenos estudios con familias completas que progresaron. Aunque Ann y yo decidimos no tener hijos, en sentido espiritual hemos tenido, no solo hijos, sino nietos y bisnietos. ¡Cuánto nos alegran estos el corazón!

A finales de 1948 recibí otra asignación. El hermano Knorr me dijo que el hermano Schroeder, secretario e instructor de la Escuela de Galaad, iba a realizar otro trabajo importante, por lo que se me pidió que diera clases en dicha escuela cuando fuera necesario. Con el corazón en un puño volví con Ann a Galaad, en South Lansing (Nueva York), el 18 de diciembre. Al principio solo estábamos en Galaad unas semanas y luego regresábamos a Washington. Pero andando el tiempo, pasábamos más días en Galaad que en Washington.

Fue por aquel entonces cuando, como conté al principio, se graduó la clase 21 de Galaad en el Estadio Yankee (Nueva York). Como yo era uno de los instructores, tuve el privilegio de intervenir en el programa de graduación.

Servicio en la sede mundial

El 12 de febrero de 1955 comenzamos una nueva asignación de servicio. Entramos a formar parte de la familia Betel de la sede mundial de la organización visible de Jehová. ¿Qué implicaría eso? Fundamentalmente, estar dispuestos a hacer todo lo que se nos mandara, así como participar en actividades que exigían colaborar con otros hermanos. Es verdad que eso ya lo habíamos hecho antes, pero ahora formaríamos parte de un grupo mucho mayor: la familia Betel de la sede mundial. Aceptamos con gusto aquella nueva asignación, entendiéndola como una prueba de la dirección de Jehová.

Una parte importante de mi trabajo tenía que ver con los medios informativos. El deseo de la prensa de publicar noticias sensacionalistas y el hecho de que los periodistas obtuvieran muchos datos de fuentes con prejuicios, había resultado en que se escribieran algunos comentarios desagradables sobre los testigos de Jehová. Así que nos esforzamos por lograr que mejorara esa situación.

El hermano Knorr quería asegurarse de que todos tuviéramos mucho que hacer, así que recibí también otras asignaciones. En algunas de ellas utilicé mis conocimientos de dibujante publicitario, y otras tenían que ver con la emisora de radio de la Sociedad, la WBBR. Había que trabajar en la preparación de las películas producidas por la Sociedad. La historia teocrática formaba parte, desde luego, del curso de Galaad, pero entonces se emprendieron varios proyectos con el objetivo de que más siervos de Jehová se familiarizaran con la historia de la organización teocrática actual, así como de darla a conocer al público. Otro aspecto de la preparación de Galaad era la oratoria, y había que trabajar para poner a disposición de los hermanos de las congregaciones más ideas básicas sobre este campo. En resumen: había mucho que hacer.

Asignación permanente en Galaad

En 1961, al avecinarse los cursos de preparación de los superintendentes viajantes y el personal de las sucursales, la Escuela de Galaad se trasladó a Brooklyn, donde la Sociedad Watch Tower tiene sus oficinas principales. Entonces volví a las aulas, pero no como sustituto, sino como miembro fijo del profesorado. Fue un gran privilegio. Estoy plenamente convencido de que la Escuela de Galaad es un regalo de Jehová, un regalo del que se ha beneficiado toda su organización visible.

En Brooklyn, los alumnos de Galaad tuvieron oportunidades desconocidas hasta ese momento. Había más oradores invitados, y existía una relación más estrecha con el Cuerpo Gobernante y mayor compañerismo con la familia Betel de la central. Además, los estudiantes también recibieron preparación en procedimientos administrativos, el funcionamiento del Hogar Betel y diversas facetas del trabajo en la fábrica.

A lo largo de los años ha ido variando la cantidad de estudiantes, así como la de instructores. También ha cambiado varias veces la ubicación de la escuela. En la actualidad tiene su sede en el hermoso entorno de Patterson (Nueva York).

La labor con los estudiantes

Enseñar a estas clases me ha producido una gran satisfacción. Vienen jóvenes que no están interesados en enredarse en las actividades del viejo sistema. Han dejado a su familia, sus amigos, su hogar y a las personas que hablan su idioma, y se van a encontrar con que el clima, la comida..., todo va a ser diferente. Ni siquiera saben a qué país irán, pero su meta es ser misioneros. A personas de ese tipo no hace falta motivarlas.

Cuando entraba en el aula, mi intención siempre era que los estudiantes se sintieran relajados. No es posible aprender bien si se está tenso y preocupado. Yo era el instructor, es verdad, pero sabía lo que es ser estudiante, pues un día yo me senté en aquellas mismas sillas. Por supuesto, ellos estudiaban y aprendían mucho en Galaad, pero yo también quería que disfrutaran de su estancia.

Sabía que cuando fueran a sus asignaciones, les harían falta determinadas cualidades para triunfar. Necesitarían fe fuerte y humildad, mucha humildad. Habrían de aprender a llevarse bien con otras personas, a aceptar las situaciones que se les presentaran y a ser perdonadores. Tendrían que seguir cultivando el fruto del espíritu, y tomarle cariño al prójimo y a la labor que se les había enviado a hacer. Todo eso es lo que siempre traté de que tuvieran presente los estudiantes durante su estancia en Galaad.

No sé muy bien a cuántos estudiantes he dado clases. Pero sí sé cuáles son mis sentimientos con relación a ellos. Tras pasar cinco meses juntos, no podía menos que encariñarme con ellos. Y cuando los veía cruzar la plataforma y recibir el diploma el día de la graduación, sabía que habían finalizado con éxito el curso y que pronto se marcharían. Era como si se me fuera parte de mi familia. ¿Cómo no amar a personas que estaban dispuestas a entregarse y a hacer la obra que estos jóvenes tenían por delante?

Y años después, cuando vuelven de visita, les oigo contar sus logros en el servicio y me consta que continúan en su asignación haciendo la labor para la que se les ha preparado. ¿Cómo me siento al oírlo? Le aseguro que es una sensación estupenda.

Espero el futuro con entusiasmo

Ya no veo bien, y siento las frustraciones que ello ocasiona. Tampoco puedo dar clases en Galaad. Al principio, la adaptación me resultó difícil, pero he aprendido a lo largo de la vida a aceptar las situaciones que se presentan y a vivir con ellas. Muchas veces pienso en el apóstol Pablo y su “espina en la carne”. Tres veces pidió en oración que se le aliviara, pero el Señor le dijo: “Mi bondad inmerecida es suficiente para ti; porque mi poder está perfeccionándose en la debilidad” (2 Corintios 12:7-10). Pablo siguió viviendo con ella. Si él lo logró, yo debería intentarlo. Aunque ya no imparto clases, agradezco ver pasar de un lado a otro a los estudiantes todos los días. A veces converso con ellos, y me alegra el corazón pensar en el magnífico espíritu que manifiestan.

Es maravilloso meditar en lo que nos deparará el futuro. Actualmente se está poniendo el fundamento, algo en lo que Galaad desempeña un papel destacado. Pasada la gran tribulación, cuando se abran los rollos de que habla Revelación 20:12, habrá mil años en los que recibiremos más educación intensiva en los caminos de Jehová (Isaías 11:9). Pero tampoco este será el final. En realidad, no será más que el comienzo. Por toda la eternidad habrá más que aprender de Jehová y más que hacer al ver el desarrollo de sus propósitos. Tengo plena confianza en que Jehová cumplirá todas las magníficas promesas que ha hecho, y quiero estar presente para aceptar las instrucciones que nos dé entonces.

[Ilustraciones de la página 26]

Graduación de Galaad en el Estadio Yankee, de Nueva York, en 1953

En el estudio de radio de la WBBR

Gertrude, yo, Kathryn y Russell

Trabajé con N. H. Knorr (izquierda) y M. G. Henschel en la organización de una asamblea

[Ilustración de la página 29]

En la clase de Galaad

[Ilustración de la página 31]

Con Ann, no hace mucho

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