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CieloPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
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Los cielos nubosos. Los escritores bíblicos también utilizan la palabra hebrea schá·jaq para referirse a la expansión o atmósfera que rodea la Tierra donde están las nubes (Dt 33:26; Pr 3:20; Isa 45:8), o también a la bóveda o cúpula celeste, azul durante el día y tachonada de estrellas por la noche. (Sl 89:37.) Esta palabra tiene el significado primario de algo batido muy fino, pulverizado, como una “capa tenue de polvo” (schá·jaq). (Isa 40:15; 2Sa 22:43.) La palabra schá·jaq también se traduce por “nube” y “cielo nublado”, aunque en la mayoría de los casos se usa simplemente para referirse a lo que está muy por encima del hombre y no a un aspecto particular del “cielo”. (Sl 57:10; 108:4.)
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CieloPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
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Jehová dice que Él es Aquel que “[bate] los cielos nublados, duros como un espejo fundido”, de modo que da un límite definido o una clara demarcación a la bóveda celeste de color azul. (Job 37:18.) Las partículas que forman la atmósfera están sometidas a la atracción de la fuerza de la gravedad, que las mantiene dentro de sus límites. (Gé 1:6-8.) Estas reflejan la luz del Sol como si fueran un espejo, por lo que el cielo parece claro, mientras que si no existiera la atmósfera y alguien pudiera observar el cielo desde la Tierra, solo vería oscuridad, un fondo negro sobre el que refulgirían los cuerpos celestes, como sucede en el caso de la Luna, que carece de atmósfera. Los astronautas han podido observar la atmósfera de la Tierra desde el espacio sideral y la han visto como un halo relumbrante.
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