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CieloPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
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Con el fin de mostrar que los cielos físicos son permanentes, se les compara a cosas que son eternas, como los resultados pacíficos y justos del reino davídico heredado por el Hijo de Dios. (Sl 72:5-7; Lu 1:32, 33.) De modo que no deben entenderse literalmente textos como el Salmo 102:25, 26, que dice que los cielos “perecerán” y ‘se gastarán como una prenda de vestir’.
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CieloPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
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En el Salmo 102:25-27 se pone de relieve el hecho de que Dios es eterno e imperecedero, mientras que los cielos y la tierra físicos sí son perecederos, es decir, podrían ser destruidos si ese fuese el propósito de Dios. A diferencia de la existencia eterna de Dios, la permanencia de cualquier parte de su creación física depende de Él. En la Tierra, por ejemplo, la creación física tiene que experimentar un proceso continuo de renovación para conservar su forma actual. En el Salmo 148 se indica que los cielos físicos dependen de la voluntad y el poder sostenedor de Dios, y después de referirse al Sol, la Luna y las estrellas, junto con otras creaciones de Dios, el versículo 6 dice que Él “los tiene subsistiendo para siempre, hasta tiempo indefinido. Ha dado una disposición reglamentaria, y esta no pasará”.
Las palabras del Salmo 102:25, 26 aplican a Jehová Dios, pero el apóstol Pablo las cita con referencia a Jesucristo. La razón es que el Hijo unigénito de Dios fue el Agente personal que Él utilizó cuando creó el universo físico. Pablo contrasta la permanencia del Hijo con la de la creación física, que Dios podría ‘envolver igual que una capa’ y apartar si así lo deseara. (Heb 1:1, 2, 8, 10-12; compárese con 1Pe 2:3, nota.)
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