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    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
    • El apóstol continúa diciendo que la muerte había gobernado como rey “desde Adán hasta Moisés, aun sobre los que no habían pecado a la semejanza de la transgresión de Adán”. (Ro 5:14.) Al pecado de Adán se le llama correctamente una “transgresión”, ya que se traspasó una ley declarada, un mandamiento expreso que Dios le había dado. Además, cuando Adán pecó, lo hizo por decisión propia, en calidad de ser humano perfecto, que no padecía incapacidad alguna, una condición de la que su prole obviamente nunca ha disfrutado. Por lo tanto, estos factores no parecen encajar con el punto de vista de que ‘cuando Adán pecó, todos sus futuros descendientes pecaron con él’. Para que a todos los descendientes de Adán se les considerara responsables de participar en el pecado personal de Adán, se requeriría que hubieran expresado el deseo de tenerlo como su cabeza de familia. Sin embargo ninguno de ellos decidió nacer de él; el que las personas nazcan en el linaje de Adán es el resultado de la voluntad de sus padres. (Jn 1:13.)

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    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
    • Más adelante explica que “hasta la Ley [dada por medio de Moisés] había pecado en el mundo, pero a nadie se imputa pecado cuando no hay ley. No obstante, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, aun sobre los que no habían pecado a la semejanza de la transgresión de Adán”. (Ro 2:12; 5:13, 14.) Las palabras de Pablo se deben entender según el contexto; sus primeras declaraciones en esta carta a los Romanos muestran que comparaba a los que estaban bajo el pacto de la Ley con aquellos que no lo estaban y que por tanto no estaban bajo su código de leyes, y demostraba que ambos grupos de personas eran pecadores. (Ro 3:9.)

      Durante los más de dos mil quinientos años que transcurrieron entre la desviación de Adán y la inauguración del pacto de la Ley, en 1513 a. E.C., Dios no dio a la humanidad ningún código extenso de leyes ni ninguna ley sistemática que definiera específicamente el pecado en todas sus ramificaciones y formas. Es verdad que había emitido ciertos decretos, como los que le dio a Noé después del diluvio universal (Gé 9:1-7) y el pacto de la circuncisión celebrado con Abrahán y su casa, que incluía a sus esclavos extranjeros. (Gé 17:9-14.) Pero con respecto a Israel, el salmista pudo escribir que Dios “está anunciando su palabra a Jacob, sus disposiciones reglamentarias y sus decisiones judiciales a Israel. No ha hecho así a ninguna otra nación; y en cuanto a sus decisiones judiciales, no las han conocido”. (Sl 147:19, 20; compárese con Éx 19:5, 6; Dt 4:8; 7:6, 11.) En cuanto al pacto de la Ley dada a Israel se podía afirmar: “El hombre que ha cumplido la justicia de la Ley vivirá por ella”, pues la adherencia perfecta a esta Ley y la conformidad con ella solo podía lograrla un hombre sin pecado, como fue el caso de Cristo Jesús. (Ro 10:5; Mt 5:17; Jn 8:46; Heb 4:15; 7:26; 1Pe 2:22.) No sucedió así con ninguna otra ley dada entre Adán y el pacto de la Ley.

      “Hacen por naturaleza las cosas de la ley.” Esto no significó que los hombres que vivieron durante el período entre Adán y Moisés estaban libres de pecado debido a que no había ningún código extenso de leyes con el que medir su conducta. Pablo escribe en Romanos 2:14, 15: “Porque siempre que los de las naciones que no tienen ley hacen por naturaleza las cosas de la ley, estos, aunque no tienen ley, son una ley para sí mismos. Son los mismísimos que demuestran que la sustancia de la ley está escrita en sus corazones, mientras su conciencia da testimonio con ellos y, entre sus propios pensamientos, están siendo acusados o hasta excusados”. Como originalmente al hombre se le hizo a la imagen y semejanza de Dios, tiene una naturaleza moral que resulta en la facultad de la conciencia. Como Pablo indica, hasta los hombres pecadores, imperfectos, tienen un grado de conciencia. (Véase CONCIENCIA.) Puesto que una ley es básicamente una ‘regla de conducta’, esta naturaleza moral actúa en sus corazones como si se tratara de una ley. Sin embargo, por encima de dicha ley de naturaleza moral, hay otra ley heredada, la “ley del pecado”, que guerrea contra las tendencias justas y esclaviza a los que no oponen resistencia a su dominación. (Ro 6:12; 7:22, 23.)

      Esta naturaleza moral y su consiguiente facultad de la conciencia pueden observarse hasta en el caso de Caín. Aunque Dios no le había dado ninguna ley sobre el homicidio, la conciencia de Caín le condenó después de haber asesinado a Abel, como lo demuestra la respuesta evasiva que dio a la pregunta de Dios. (Gé 4:8, 9.) José, el hebreo, mostró que tenía la ‘ley de Dios en su corazón’ cuando respondió a la solicitud seductora de la esposa de Potifar: “¿Cómo podría yo cometer esta gran maldad y realmente pecar contra Dios?”. Aunque Dios no había condenado específicamente el adulterio, José reconoció que estaba mal, que violaba la voluntad de Dios para los humanos expresada en Edén. (Gé 39:7-9; compárese con Gé 2:24.)

      Por eso, durante el período patriarcal, desde Abrahán hasta el tiempo de los doce hijos de Jacob, las Escrituras muestran que hombres de muchas razas y naciones hablaron de “pecado” (jat·táʼth), como, por ejemplo: pecados contra la persona para la que se trabaja (Gé 31:36), contra el gobernante de quien se es súbdito (Gé 40:1; 41:9), contra un pariente (Gé 42:22; 43:9; 50:17) o simplemente contra un compañero (Gé 20:9). En cualquier caso, el que usaba el término “pecado” reconocía cierta relación con la persona contra que la que se cometía o pudiera cometerse el pecado, así como una responsabilidad concomitante de respetar y no ir en contra de los intereses de esa persona (o su voluntad y autoridad, si era el caso de un gobernante). Esto mostraba que tenían una naturaleza moral. No obstante, con el transcurso del tiempo, el dominio del pecado sobre los que no servían a Dios se hizo mayor, por lo que Pablo pudo decir que las personas de las naciones ‘se hallan mentalmente en oscuridad, y alejadas de la vida que pertenece a Dios, más allá de todo sentido moral’. (Ef 4:17-19.)

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