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El aspecto bíblico de la medicina psicosomáticaLa Atalaya 1955 | 1 de enero
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como una fuerza deprimente sobre el organismo humano y son el producto de tener la mente concentrada en uno mismo. La juventud, la falta de ilustración, la pobreza, la apariencia personal, una condición humilde en la vida, pueden causar que uno se sienta inferior, pero solamente si uno se preocupa de lo que piensan de él los demás.
Desde luego, el remedio para tales sentimientos es adoptar la mente de Dios en el asunto reconociendo que no hay nadie que sea perfecto y que cada cual permanece de pie o cae ante su propio Amo. ¿Quién posee algo que no haya recibido? Nadie. El cristiano, en virtud del conocimiento que tiene de Jehová y sus propósitos, y del privilegio de servir como ministro de Dios, ocupa un puesto muy honroso, el de embajador. De modo que “el hermano humilde se alboroce a causa de su ensalzamiento, y el rico a causa de su humillación.” Ante Dios estamos todos en el mismo plano.—Sant. 1:9, 10; Rom. 14:4; 1 Cor. 4:7; 2 Cor. 5:20, NM.
“Ambivalencia” se define como un sentimiento compuesto del amor y el odio. Parece raro que quisiéramos herir al objeto de nuestro cariño, pero muy a menudo así es. Puesto que el odio es lo contrario al amor, el término “ambivalencia” parece contradecirse, a menos que tengamos en cuenta que aun la Biblia usa el término “amor” con una variedad de sentidos, y que a veces se refiere al deseo de posesión, egoísta y apasionado, como amor. Nos hace daño físicamente por causa de la ansiedad y hostilidad que engendra en nosotros.
El cariño que Adán le tuvo a Eva parece haberse transformado en ambivalencia. Por una parte ella le parecía a él más importante que cualquier otra cosa, y por otra parte él no se detuvo de echarle la culpa a ella por su propia desobediencia. El amor verdadero lo hace a uno humilde; el afecto egoísta lo hace a uno orgulloso. Los celos son una forma de ambivalencia, e “inexorables como el sepulcro son los celos.” Y “el cruel atormenta a su misma carne.” (Cant. de Cant. 8:6; Pro. 11:17) Es indiscutible, así como nos hacemos felices al hacer felices a otros, de la misma manera nos hacemos desdichados cuando dejamos que la ambivalencia haga desdichados a otros.
CULPABILIDAD, AMBICIÓN Y ENVIDIA
El sentimiento de culpabilidad es el castigo que un sentido moral o conciencia ultrajado descarga sobre el cuerpo en la forma de ansiedad, zozobra y temor. A veces este castigo llega a ser tan riguroso que el culpable busca el escape por medio de destruirse a sí mismo.
Hay un remedio bíblico para esta emoción perjudicial también. El recobrar una buena conciencia requiere arrepentimiento, confesión a Dios y al ofendido, juntamente con la petición de perdón. También requiere que ejerzamos fe en la sangre de Cristo y que demos cumplida satisfacción hasta donde podamos. Si perdonamos a otros, podemos confiar en que Dios nos perdonará a nosotros. Al mismo tiempo se requiere humildad, para poder aceptar el castigo que nos viene como resultado de nuestro pecado. Habiéndonos arrepentido y emprendido la manera de proceder correcta, tenemos que ejercer fe en que Jehová nos ha perdonado de hecho y no seguir castigándonos por medio de lamentar vez tras vez los errores del pasado.—Mat. 6:4; 1 Juan 1:7; Fili. 3:13, NM.
La ambición o competencia es una forma de hostilidad, el deseo de adelantarse más que otro. Resulta en que uno tome medidas extremas y le desprovee de la paz de ánimo. Así el balance interno del cuerpo se desequilibra, se crean tensiones y uno se hace más susceptible a la enfermedad. Como lo ha expresado alguien: “Mejor es ser pobre y vivir, que morir de dispepsia.”
La Biblia está repleta de consejos en contra de la ambición egoísta. “¿Qué beneficio será para un hombre si adquiere todo el mundo pero pierde su alma [o vida]? o ¿qué dará un hombre en cambio por su alma?” Las riquezas tienen alas; el orín las corroe y los ladrones se las llevan. No podemos servir a Dios y a las Riquezas a la misma vez. El deseo de ganancia egoísta es la raíz de toda suerte de cosas injuriosas, pero la piedad unida a un espíritu de suficiencia es un gran medio de ganancia. De manera que dejemos que nuestra vida esté libre de la ambición egoísta, contentándonos con las cosas que tenemos.—Mat. 16:26; 6:24, 34; 1 Tim. 6:6, 10; Heb. 13:5, NM.
La envidia es aceptar de mala gana el que otro tenga bendiciones. El rey Acab envidió a Nabot su viña, y los labradores que trabajaron todo el día en la viña envidiaron la generosidad conferida a los que habían trabajado sólo una hora. Hace daño al cuerpo porque deja a uno desprovisto de paz mental; hace a uno desdichado a causa de la felicidad de otro; y es por ende una manifestación de hostilidad, que obscurece la perspectiva de uno en la vida, así como indicó Jesús: ‘Si su ojo fuere sincero (es a saber, “sencillo,” dirigido en una sola dirección, enfocado, generoso), entonces su cuerpo entero será luminoso; pero si su ojo fuere malo (a saber, inicuo o envidioso), entonces su cuerpo entero será tenebroso.’ (Mat. 6:22, 23, NM) Pues el antídoto para la envidia es la generosidad, el amar al prójimo como a sí mismo.
Claro está que con la ayuda de las Escrituras podemos contrarrestar el efecto dañino que estas ocho emociones más perjudiciales pueden causar en nuestro cuerpo por medio de eliminarlas de nuestra mente y disposición, así echando a un lado nuestra personalidad vieja y revistiéndonos de una nueva. Sin embargo, no debemos hacer esto principalmente por motivo del principio psicosomático que se implica ni por el efecto beneficioso a nuestro cuerpo, más allá de lo cual no pueden ver la mayor parte de los psicólogos y psiquiatras; debemos hacerlo porque es justo, y porque amamos a Jehová con todo nuestro corazón, mente, alma y fuerzas y porque amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos.—Efe. 4:22; Mat. 22:37-39, NM.
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Quemador de literatura bíblica quema ídolosLa Atalaya 1955 | 1 de enero
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Quemador de literatura bíblica quema ídolos
● Hace unos años un policía de la aldea Bourlamaque, de la provincia de Quebec, fué enviado por el sacerdote a recoger alguna literatura que los testigos de Jehová habían dejado en ciertos hogares. Él llevó parte de la literatura y se la entregó al cura pero se quedó con parte de ella porque quería examinarla por sí mismo. Cuando su esposa vió la literatura inmediatamente la arrojó al fogón. El policía siguió consiguiendo más literatura de las personas que habían mostrado interés, y su esposa, una católica muy devota, siguió quemándola. Esto siguió así por unos dos años. Entonces un día la esposa descubrió una de las revistas de la Sociedad en el bolsillo del sobretodo de su esposo. La leyó y luego la quemó para que su esposo no se diera cuenta de que ella empezaba a interesarse en la información después de haber sido tan fervorosa católica. La próxima vez que vino un testigo a la puerta lo invitó a que entrara. Antes de esta ocasión los había echado, literalmente. Esta vez consiguió un ejemplar de La Atalaya. Su esposo, el policía, la descubrió leyéndola, de modo que los dos leyeron la revista juntos. Poco tiempo después su esposo dejó su trabajo de policía y aceptó una “colocación más honrada,” como lo expresó él. Desde entonces se han suscrito a La Atalaya y ¡Despertad! y conseguido toda la demás literatura que les fué posible obtener. Se ha empezado un estudio de la Biblia en su hogar y ellos han quitado todas sus estatuas religiosas y demás accesorios religiosos y los han quemado. Están muy agradecidos a Jehová por la verdad y ya han mostrado su aprecio al grado de participar en el servicio del campo, dándola a conocer a otros. Puesto que todo el mundo los conoce y les tiene mucho respeto, el que se hayan puesto de parte de la verdad ha resultado en dar un buen testimonio.
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