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  • La fauna silvestre... ¿está desapareciendo?
    ¡Despertad! 1983 | 22 de agosto
    • La fauna silvestre... ¿está desapareciendo?

      EL PULSO humano se acelera ante la presencia escalofriante del mal, mientras el sonido inequívoco que producen las armas automáticas rompe el silencio y hace eco repetidas veces en la lejanía. Las víctimas están tan distantes que no es posible oírlas tambalearse y caer al suelo, ni verlas retorcerse en el polvo mientras sufren la agonía de la muerte. Acérquese y cuente los muertos. Hay centenares de ellos, tal vez 300.

      Los verdugos se han ido. No tenían la menor intención de enterrar a los muertos. Las víctimas inocentes, a las que se ha despojado de su riqueza material, quedan abandonadas donde cayeron para que se pudran bajo el sol, o para que se las coman los animales que se alimentan de carroña. Una mirada a la carnicería que ha habido nos recuerda gráficamente los peligros y la creciente y desenfrenada matanza a que se enfrentan las víctimas que llevan artículos de gran valor pero no tienen los medios adecuados de protección ni prácticamente ningún lugar donde ocultarse.

      Multiplique por miles esa escena. Cuente la cantidad total de muertos en decenas de miles. Sólo entonces podrá usted empezar a tener una idea exacta de la matanza despiadada mediante la cual se está diezmando a lo que en un tiempo formaban grandes manadas de elefantes africanos. Hoy se les está matando con mayor rapidez que lo que pueden reproducirse, y hay gran temor de que pronto tengan el mismo destino que tuvieron los bisontes, que en un tiempo vagaron en grandes cantidades por las planicies de Norteamérica, solo para que el hombre los matara en masa hasta casi extinguirlos.

      Los grandes elefantes han dado la vida por aquellos humanos a los que les llaman la atención las cosas exóticas. Costosas esculturas de marfil, que varían desde algunos metros de altura hasta el tamaño de un dedal, tienen gran demanda entre las personas que pueden darse el lujo de comprarlas. Hace veinte años, el precio del marfil era más o menos tres dólares por medio kilo. Hoy la misma cantidad se vende a 40 dólares (E.U.A.). Se ha calculado que 2.300 elefantes perdieron la vida para proporcionar la cantidad de marfil valorada en 8.300.000 dólares que los Estados Unidos importó tan solo en 1980.

      Aun un cazador furtivo de elefantes con un conocimiento mínimo de matemáticas sabe que su presa, cuyos colmillos pesen, digamos, unos 45 kilos, pudiera rendirle una ganancia de por lo menos 8.000 dólares en el mercado de marfil. En Tanzania la policía confiscó una reserva escondida de colmillos valorada en 360.000 dólares, resultado de la labor de cazadores furtivos. Las medidas enérgicas que han tomado los guardas de caza y los guardabosques de algunos países africanos han resultado en una serie de muertes tanto de cazadores furtivos como de guardabosques. “Es como si estuviéramos en guerra”, dijo cierto guarda. Pero debido a los altos precios que la gente paga por colmillos de marfil, los cazadores furtivos están dispuestos a correr el riesgo. Algunos guardas de caza hasta se han rebelado contra su propia causa y se han unido a los cazadores furtivos. Con la muerte de tan solo un elefante grande que tenga colmillos se pudieran obtener ganancias que superarían el salario anual de un guardabosque.

      Las personas a quienes les llaman la atención las cosas exóticas no necesariamente quedan satisfechas con esculturas de marfil. Tal vez estén dispuestas a pagar 400 dólares por un maletín hecho de piel de elefante, o a comprar un cesto de papeles o un paragüero hechos de las patas de un elefante. Otras personas quizás se encaprichen con un portalápiz hecho de la pata de una simple cría de elefante. Puede que a un hombre le agrade la idea de tener un monedero hecho de piel de elefante, y a una mujer tal vez le guste lucir una cartera o un cinturón de piel de elefante. Pero ¿han considerado tales personas el hecho de que un elefante murió para que ellas pudieran tener algo poco común?

      Los cazadores furtivos se han vuelto tan insensibles a la matanza desenfrenada de estos animales que en algunos países envenenan los charcos de agua de los cuales beben no solo los elefantes, sino también otros animales. Sea que se empleen lanzas envenenadas, frutas envenenadas, dardos, trampas, fuego o armas automáticas, el indefenso elefante es presa fácil de los que tienen una sola intención: ¡matar! Y efectivamente eso es lo que hacen; en el África oriental matan hasta 70.000 elefantes al año.

      No hace mucho en Uganda había 49.000 elefantes. Algunos soldados del ejército del entonces presidente, Idi Amin, se hicieron cazadores furtivos de media jornada y sistemáticamente mataron a tiros a miles de elefantes, a los que, después de cortarles los colmillos, dejaban tirados para que se pudrieran donde habían caído muertos. En cierta ocasión, los guardabosques contaron 900 esqueletos tan solo en una zona.

      En 1979 el gobierno de Amin fue derrocado, pero, lamentablemente, no hubo tregua para los elefantes de Uganda. Hoy las armas del ejército de Amin —sea que las hayan abandonado los soldados en fuga o hayan sido confiscadas— son posesiones muy valiosas en manos de los cazadores furtivos. Con ellas los cazadores furtivos pueden matar metódicamente cualquier cosa que se mueva y por la cual se pueda obtener ganancia en efectivo. Hoy quedan más o menos 1.500 elefantes en Uganda.

      ¿Cuándo terminará esta matanza? Mientras haya consumidores a los que les importe poco la preservación del elefante y que pidan o compren artículos exóticos, es difícil ver cómo se puede impedir la extinción del elefante salvaje de África.

      Lamentablemente, el elefante no es la única especie en peligro de extinción a la que le crece esa codiciada clase de colmillos de oro blanco. Tan desenfrenada ha sido la caza de los rinocerontes negros de África, a los que les crecen cuernos que miden entre 30 y 60 centímetros de largo, que la población de aproximadamente 100.000 rinocerontes que había hace diez años ha disminuido actualmente a una cifra entre 10.000 y 20.000. Como en el caso del elefante, también se está destruyendo al rinoceronte a un paso más acelerado que el paso al que puede reproducirse. Los expertos hablan con amargura de la posible extinción de todos los rinocerontes salvajes de África. “Las perspectivas de que sobrevivan en la selva están envueltas en pesimismo”, dicen ellos.

      Tal vez las personas adineradas no vacilen en pagar 40 dólares por cada libra (454 gramos) que pese una escultura hecha de colmillos de elefante, pero quizás hagan un gesto de incredulidad ante los precios a que se venden los cuernos de rinoceronte... en muchos casos a la asombrosa suma de 14.000 dólares la libra. ¿A qué se debe este precio tan alto? En algunos países se cree tradicionalmente que los cuernos pulverizados de rinoceronte tienen propiedades mágicas y curativas, y son altamente estimados como afrodisiacos para las personas que están perdiendo sus facultades sexuales. Por eso, los acaudalados pagan grandes sumas por estos cuernos.

      Los expertos en medicina no hallan prueba alguna de que los cuernos pulverizados de rinoceronte sean un afrodisiaco. Daría igual que las personas impotentes guardaran su dinero y se comieran las uñas o el cabello que les corta el peluquero, pues los cuernos de rinoceronte y las uñas de los seres humanos contienen la misma sustancia, llamada queratina. No obstante, muchas personas están convencidas de que no da lo mismo, y están dispuestas a pagar en el mercado al por menor más de 600 dólares por cada onza (28 gramos) de cuernos pulverizados de rinoceronte, lo cual deleita a los cazadores furtivos. Cierto guarda de caza hizo el siguiente comentario: “En tres semanas no quedaría aquí ni un solo rinoceronte”, si no fuera por las patrullas. Puesto que muchos asiáticos todavía creen que los cuernos de rinoceronte tienen propiedades mágicas, la especie asiática se ha cazado hasta casi quedar extinta.

      En Yemen del Norte los cuernos de rinoceronte son altamente estimados en la fabricación de mangos de dagas, las cuales los varones de 12 años en adelante llevan tradicionalmente a la cintura. Las dagas llevan decoraciones de plata y oro, y los yemenitas del norte están dispuestos a pagar enormes sumas por ellas, desde 6.000 hasta 13.000 dólares. En menos de una década, de acuerdo con los informes que se han publicado, Yemen del Norte ha importado en cuernos de rinoceronte un total de casi 22.680 kilogramos, lo cual representa unos 8.000 rinocerontes. ¡Cuánto cuesta la tradición!

      Lejos de las grandes extensiones de terreno donde se encuentran los elefantes y rinocerontes de África, la morsa, que mide casi 4 metros de largo y pesa 1.360 kilogramos, descansa sobre su témpano de hielo en el Ártico. Los grandes colmillos puntiagudos que apuntan hacia abajo y dan a la morsa una apariencia impresionante, son de marfil... y miden casi un metro. Hubo un tiempo en que los esquimales eran casi los únicos que cazaban morsas; las usaban para alimentarse, y tallaban a mano los colmillos de éstas para venderlos por dinero. Ahora se busca mucho a la morsa como suplidora de marfil, y cada año se mata a unas 5.000 de ellas. Si la matanza aumentara, alguien tendría que decir a las morsas que se reproduzcan con mayor rapidez, o si no, figurarán entre los animales que han desaparecido de la fauna silvestre.

      Y queda más por relatar, mucho más. El animal más rápido que se conoce, el guepardo, ha corrido, según se ha cronometrado, a una velocidad de 113 kilómetros por hora. Sin embargo, ni él puede correr lo suficientemente rápido como para escapar del depredador más salvaje, el hombre. Este hermoso animal de pelo liso y brillante color amarillento con manchas negras por todo el cuerpo, fue en un tiempo el orgullo de la India, y abundaba en las planicies de África y Asia. Pero desde principios de este siglo, se ha cazado al guepardo de modo tan implacable que ha desaparecido totalmente de la India, y casi se ha extinguido en el resto de Asia. En África, lamentablemente, hay solo una pequeña cantidad de guepardos, y cada década la cantidad disminuye a la mitad de lo que era a principios de la década.

      ¿A qué se debe la matanza del guepardo de manera tan despiadada? Se debe a que cierta dama desea un nuevo abrigo, y le agradaría muchísimo que estuviera hecho de la piel del hermoso guepardo, especie que está desapareciendo. Los cazadores furtivos hallan que los deseos de la dama son sumamente remunerativos. Hace poco se informó que se confiscó un cargamento de 319 pieles, las cuales formaban parte de la cosecha ilegal de los cazadores furtivos, y que, según se informó, representa “una disminución de entre 5 y 10 por 100 en la cantidad total de guepardos salvajes”. La moda y la vanidad promueven la extinción de esta hermosa criatura.

      También, las bellas pintas del majestuoso leopardo hacen que su piel sea extremadamente valiosa en la confección de abrigos. ¿Cuán valiosa? Vale más o menos 10.000 dólares en el mercado del cazador furtivo. Es patente que solo las personas acaudaladas pueden darse ese lujo. No obstante, la cantidad de personas que pueden permitirse ese lujo va aumentando, y por eso también aumenta la demanda de pieles de leopardo, mientras todavía quede algún ejemplar. En ciertos países hay leyes que prohíben la importación de pieles de leopardo para la confección de abrigos, pero para las decenas de miles de leopardos que dieron su vida por causa de la moda, esta medida ya no es de ningún beneficio.

      Lo mismo puede decirse respecto al tigre, el miembro más grande de la familia de los felinos. En un tiempo fue el rey de la fauna silvestre de Asia, pues había una gran cantidad de ellos en casi toda la parte meridional del continente, y reinó supremamente hasta el siglo XIX. Pero no tenía algo absolutamente necesario para sobrevivir... la habilidad de usar armas para repeler a su peor enemigo, el hombre. No podía disparar en defensa propia. ¿Puede imaginarse usted cuántos cazadores valerosos de entre los seres humanos saldrían a la caza del tigre si éste pudiera disparar en defensa propia? El caso es que los hombres han matado despiadadamente a los tigres y han destruido su habitat natural, de modo que hoy quedan tan solo unos cuantos ejemplares. El tigre es otra especie que está en peligro de extinción.

      ¿De qué valor pudiera ser para el hombre el gorila, aparte de servirle de alimento en algunos casos excepcionales? Rara vez se oye de un abrigo de gorila, y los dientes de gorila no proporcionan marfil. Pero los hombres todavía matan a los gorilas para utilizarlos como trofeos. Hasta les cortan las manos para convertirlas en ceniceros. Debido a la caza furtiva de gorilas y la destrucción de su habitat natural, la población de gorilas está disminuyendo rápidamente en África. Los científicos temen que esté en peligro la supervivencia del gorila.

      Hubo un tiempo en que se creía que la cantidad de animales salvajes era inagotable. Pero, por ejemplo, ¿puede hasta una fuente aparentemente inagotable como ésa prescindir de 10.000 zebras en cinco años, para utilizarlas en la fabricación de tambores y alfombras para turistas, sin que empiece a agotarse? Sin embargo, la matanza continúa, y parece que la fauna silvestre quedará relegada al olvido.

      Lo triste es que, en gran parte, la muerte de estos animales no ha tenido el propósito de satisfacer estómagos vacíos, sino la vanidad. La gente no necesita abrigos de leopardo ni de guepardos. Podemos prescindir de los maletines o las carteras de piel de elefante. ¿Quién tiene la necesidad extrema de ponerse un par de zapatos que sea tan poco común que para fabricarlos tenga que morir un raro ejemplar de varano o un cocodrilo? Cuando usted piensa en comprar un objeto tallado en marfil, ¿le molesta la conciencia al pensar en un elefante que se retuerce en el polvo y al que le cortan los colmillos mientras sigue con vida, simplemente para satisfacer un capricho de usted? Recuerde que mientras haya demanda por dichos artículos exóticos, los animales seguirán muriendo, y habrá especies que se extinguirán.

      A pesar de que en muchos países se han pasado buenas leyes para tratar de impedir la desaparición de ciertas especies de animales salvajes, es lamentable decirlo pero ya se ha hecho mucho daño. No obstante, existe la esperanza de que en años venideros todavía habrá animales en la Tierra para el disfrute del hombre. En una profecía que refleja las condiciones que existirán bajo el Reino de Dios, la Biblia dice: “El lobo y el cordero vivirán en paz, el tigre y el cabrito descansarán juntos, el becerro y el león crecerán uno al lado del otro, y se dejarán guiar por un niño pequeño. La vaca y la osa serán amigas, y sus crías descansarán juntas. El león comerá pasto, como el buey”. (Isaías 11:6, 7, Versión Popular.)

      ¡Pero ay de los que muestran desprecio por la Tierra de Dios al destruir desenfrenadamente Su fauna silvestre! Él ciertamente ‘causará la ruina de los que están arruinando la tierra’. Ha prometido que lo hará. (Revelación 11:18.)

  • El papel del cazador respecto a la fauna silvestre
    ¡Despertad! 1983 | 22 de agosto
    • El papel del cazador respecto a la fauna silvestre

      IMAGÍNESE la escena. El cielo se va oscureciendo rápidamente, aunque solo han pasado unas cuantas horas después de haber amanecido. A medida que uno continúa mirando, la oscuridad va cubriendo gradualmente todo el cielo, de un extremo al otro; sin embargo, no hay ni una sola nube en el cielo. Se oye un sonido inquietante y ensordecedor semejante al de un trueno, que hace que uno se tape los oídos. Bajo los pies uno siente resonar la tierra debido al estruendo. ¿Qué tempestad violenta ha provocado la naturaleza? No hay por qué atemorizarse. Solo se trata de aves.

      No, usted nunca ha visto un despliegue tan magnífico de aves. Tampoco lo ha visto nadie que esté vivo hoy día. Pero en 1813 John Audubon, famoso naturalista y artista estadounidense, describió semejante despliegue espectacular. ¡Vio a las hermosas palomas migratorias pasar en cantidades tan grandes que taparon la luz del sol por tres días!

      El tan solo pensar en una bandada de palomas tan grande como aquélla trastorna la imaginación. Sin embargo, hubo un tiempo en que había bandadas como aquélla. Varios años antes de que Audubon viera la bandada susodicha, una enorme bandada de palomas fue vista en Kentucky, E.U.A., y se pensó que la componían más de 2.230.000.000 de palomas migratorias. Los expertos opinan que hasta 1885 había 6.000 millones de esas aves en los Estados Unidos.

      Uno pudiera pensar que aquélla era sin duda una cantidad inagotable. La paloma migratoria nunca estaría en peligro de extinción. Pero, al contrario... el cazador, el hombre, logró lo que parecía imposible. Consiguió extinguirlas por medio de matar como promedio más de 566.000 de esas hermosas aves cada día de la semana por 29 años. El 1 de septiembre de 1914 la última paloma migratoria que quedaba sobre la faz de la Tierra, llamada Martha, murió en un parque zoológico de Ohio, E.U.A.

      Así perdió el mundo a la última paloma migratoria. Debido a lo que cierta fuente llama “la avaricia y la actitud derrochadora de los cazadores”, se dio caza, hasta el exterminio, a una especie que parecía estar completamente fuera de peligro. ¿Tiene derecho el hombre a considerar de muy poco valor la vida de otras criaturas, y destruir especies enteras, una tras otra? Además, ¿qué da a las personas destructoras como ésas el derecho de privar a generaciones futuras del placer de observar la fauna silvestre?

      La responsabilidad del hombre

      El Creador de las abundantes formas de vida que hay en la Tierra no considera insignificante dicha destrucción. En cierta ocasión Jesús dijo: “¿No se venden dos gorriones por una moneda de poco valor? Sin embargo ni uno de ellos caerá a tierra sin el conocimiento de su Padre”; “ni uno de ellos está olvidado delante de Dios” (Mateo 10:29; Lucas 12:6). De seguro, Dios no ha hecho la vista gorda ante la destrucción de 6.000 millones de palomas migratorias.

      No todas las personas han estado de acuerdo con la extensa matanza de la que ha sido objeto la fauna. En 1855 un jefe indio de la tribu de los Duwamish, del estado de Washington, escribió una carta al presidente de los Estados Unidos en la que expresó su preocupación por la matanza desenfrenada de animales: “El hombre blanco tiene que tratar a las bestias de esta Tierra como a su hermano. Yo soy salvaje y no entiendo la otra manera de proceder. He visto mil búfalos, a los que el hombre blanco mató a tiros desde un tren que pasaba cerca, pudrirse en las praderas. [...] ¿Qué es el hombre sin las bestias? Si todas las bestias desaparecieran, el hombre moriría a causa de la gran soledad de espíritu, pues cualquier cosa que suceda a la bestia, le sucederá al hombre también. [...] Hay algo que nosotros sabemos, y que el hombre blanco algún día descubrirá. Nuestro Dios es el mismo Dios. [...] Él considera la Tierra como algo precioso. Por eso, el hacer daño a la Tierra equivale a despreciar al creador de ella”.

      Parece que aquel jefe indio captó instintivamente algo que la Biblia nos dice: Dios ha confiado al hombre el cuidado de los animales. El primer libro de la Biblia nos habla acerca del mandato que Dios dio al hombre: “Estoy poniéndote a cargo de los peces, las aves y todos los animales salvajes” (Génesis 1:28, Today’s English Version). La destrucción desenfrenada y casi irracional de la fauna silvestre por el hombre es un abuso craso de aquello que ha sido puesto a su cuidado.

      El síndrome de Nemrod

      Puesto que el hombre es el administrador de los animales, ¿quiere decir que se le prohíbe terminantemente matarlos? No. Recuerde que Dios mismo preparó ropa para la primera pareja humana utilizando pieles de animales, y aceptó de Abel, hijo de aquella primera pareja, una oveja en sacrificio. Y después del Diluvio de los días de Noé, dio permiso a Noé y a sus descendientes para que se alimentaran de la carne de animales. (Génesis 3:21; 4:4, 5; 9:3.)

      Sin embargo, al hacer esas concesiones, Jehová no quiso dar a entender que se debía considerar insignificante la vida animal. Para hacer resaltar lo sagrado de la vida de los animales que se matarían para alimento, Dios dio el mandamiento de que el hombre no debía comer la sangre de ningún animal junto con la carne de éste. La sangre simbolizaba la vida del animal, la cual pertenece a Dios (Génesis 9:4, 5). En ningún momento Dios autorizó al hombre a matar animales por el puro placer de matar. Entonces, ¿cómo aprendió el hombre a hacer eso?

      Poco después del Diluvio, cierto hombre famoso de aquellos días, Nemrod, comenzó a distinguirse como deportista al aire libre. Se hizo “poderoso cazador en oposición a Jehová” (Génesis 10:8, 9). Evidentemente no cumplió con la posición administrativa que Dios confió al hombre en relación con los animales, pues los mataba desenfrenadamente. Otras personas siguieron su ejemplo, y pronto dicho deporte ganó gran popularidad. La cacería se convirtió en el deporte de los reyes.

      Los arqueólogos han desenterrado muchas pruebas que indican que a los reyes del mundo antiguo les encantaba la cacería y se jactaban de sus proezas. Hasta el niño-rey Tutankamón sucumbió a lo que pudiera llamarse el síndrome de Nemrod. Las escenas de cacería que hay pintadas en las paredes de su tumba, y talladas en cofres de madera, lo pintan de pie en su carro, corriendo a toda velocidad, con arco y flecha en mano, y llevando completamente estirada la cuerda del arco, listo para disparar la flecha, mientras delante de él hay animales salvajes huyendo.

      En tiempos más recientes, europeos acaudalados cazaban animales por deporte en sus respectivos países, o viajaban a la India o a África en busca de cacería más excitante. Muchos de ellos decoraban sus hogares con las cabezas disecadas de los hermosos animales que habían matado por deporte. En el Nuevo Mundo se mató a manadas enteras de búfalos o bisontes americanos, a los que se dejó tirados para que se pudrieran allí mismo donde cayeron. Además, los cazadores llegaron a estimar las cabezas de alce, de ciervo y de otros animales que servían de símbolo de su destreza como cazadores.

      El hombre en su papel de preservador

      Para proteger del cazador a algunos de los animales en peligro de extinción, los gobiernos han establecido ciertas restricciones de caza que prohíben que se mate a dichos animales. Por ejemplo, en Arizona, E.U.A., se protegió a una manada de 3.000 ejemplares de cierta clase de ciervo de las montañas Rocosas. ¿Cuál fue el resultado? Puesto que cazadores asignados por el gobierno atraparon, mataron a tiros o envenenaron a miles de animales de rapiña que atacaban a esa clase de ciervo, la población de éste aumentó a unos 40.000 ciervos en 10 años.

      ¿Tuvo el asunto buenos resultados? Por un lado, sí. Pero lamentablemente los ciervos comenzaron a morir en grandes cantidades. ¿Qué había pasado? Se sobrepobló el habitat de ellos. Se halló a ciervos muertos que tenían el estómago lleno de pinochas, algo que ciertamente no formaría parte de su régimen, a menos que estuvieran a punto de morir de hambre. Se había pasado por alto el control y el equilibrio de la fauna. Puesto que se había eliminado a los animales de rapiña que atacaban a los ciervos, y la población de éstos aumentaba sin control, los ciervos se comieron todo vestigio de alimento que había disponible. Solo cuando se permitió que los cazadores entraran a la zona donde estaban los ciervos y cazaran parte del exceso de la población de ciervos fue que volvió a alcanzarse la proporción que el habitat podía sostener.

      Los peritos en la fauna han aprendido bien su lección. Por las experiencias que han tenido en el pasado saben que, para impedir que las manadas mueran de hambre y enfermedad, es necesario cazar a los animales que están de más. Por eso, cada año en los Estados Unidos se inician limitadas temporadas de caza durante las cuales los cazadores que tienen licencia pueden matar cierta cantidad de los animales que hay de más. En otros países, los guardas de caza y guardabosques gubernamentales son los que se encargan de eso.

      Así se mantienen manadas más fuertes, lo cual les permite multiplicarse. Por ejemplo, en 1895 había solo unos 350.000 ciervos de Virginia al sur del Canadá, en el continente norteamericano. Hoy hay aproximadamente 12.000.000 de ellos. En 1925 sobrevivieron aproximadamente entre 13.000 y 26.000 antilocapras en los Estados Unidos, casi todas en solo dos estados del oeste. Hoy hay por lo menos 500.000 antilocapras en todos los estados del oeste. En la actualidad hay como 1.000.000 de alces en 16 estados de los Estados Unidos, mientras que en 1907 solo había 41.000 alces en un solo estado. Según el censo oficial, la cantidad de osos marinos o focas de Alaska que había en 1911 en las islas Pribilof era de 215.900. Hoy día la manada se mantiene en unos 1.500.000 osos marinos. Si no se dispusiera del exceso de animales, todas las manadas que ahora están fuera de peligro se hallarían en una terrible situación.

      El “síndrome de Disney”

      Sin embargo, en zonas urbanas de los Estados Unidos, Canadá y otros países está desarrollándose un sentimiento contra la caza de animales que los que están a cargo del cuidado de la fauna silvestre temen que sea contraproducente. Algunas de las fuerzas de ese movimiento están muy organizadas, y tienen oficinas en Inglaterra, los Países Bajos, Francia, Nueva Zelanda y Australia, así como también en los Estados Unidos y Canadá.

      ¿Por qué ha venido a estar bajo ataque la cacería? “La respuesta es muy sencilla —contestó el editor de la revista Montana Outdoors— es que muchas personas hoy día crecen sin vínculo directo alguno con la tierra y las criaturas silvestres que ésta sostiene. Se entiende que dichas personas obtienen la mayor parte de su conocimiento sobre la vida silvestre mediante la televisión y las películas, que muy a menudo presentan un punto de vista tergiversado de la fauna silvestre [...] y pasan por alto los procesos naturales, como el que unos animales se alimenten de otros, las enfermedades y el hambre.” Un director de servicios relacionados con la fauna silvestre se refirió a ese punto de vista como el “síndrome de Disney”. “Después de ver las películas de Disney acerca de animales y aves en el bosque —dijo él— algunas personas, particularmente los niños, se forman la idea de que los animales pueden hablar.” Creen que los animales son exactamente como las personas.

      Otro portavoz dijo lo siguiente: “A los jovencitos sencillamente no se les está diciendo la verdad sobre la fauna silvestre. Saben muy poco acerca del manejo de asuntos relacionados con la caza, o del éxito que hemos tenido al respecto en los últimos 50 años. Es lógico que grandes cantidades de niños se opongan a la cacería. Creen que los cazadores están matando a los pocos ciervos y demás animales que quedan en el campo”.

      Los cristianos no condenan a los que matan animales para alimento. Sin embargo, si alguien mata una cantidad de animales mayor de la que permiten específicamente las leyes del país donde vive, o si mata por el puro placer de matar y usa la carne como una excusa, entonces es a Dios a quien tal persona tiene que rendir cuentas. Ha ido más allá del encargo que se le ha confiado a la humanidad. Y aunque al hombre se le permite usar la piel de los animales para hacer ropa, el cazar criaturas hasta extinguirlas para darse lujos innecesarios es un abuso aún peor.

      Muchos de los problemas que se relacionan con la fauna silvestre no pueden resolverse en este sistema de cosas. A medida que aumenta la población humana, y la fauna silvestre se ve forzada a vivir en zonas cada vez más pequeñas, el manejo y la conservación de ésta se hará cada vez más difícil. Y es difícil ver cómo tratarán de detener la caza ilícita de especies que van desapareciendo en este codicioso sistema de cosas comercial los gobiernos que tienen medios limitados.

      No sabemos exactamente cuántas especies más de animales permitirá Dios que sean destruidas antes de poner coto a ello. Pero en un futuro cercano se pondrá fin a ello. Dios ha prometido que pronto su Reino se encargará de la administración diaria de la Tierra, y en ese tiempo “no harán ningún daño ni causarán ninguna ruina en toda mi santa montaña; porque la tierra ciertamente estará llena del conocimiento de Jehová como las aguas están cubriendo el mismísimo mar”. (Isaías 11:9.)

      Entonces se entrenará al hombre para que ejerza de manera apropiada su autoridad sobre los animales. Mientras tanto, al menos los cristianos pueden mostrar el respeto debido por los animales y ser realistas, pero compasivos, al considerar la relación que hay entre ellos y la fauna silvestre.

      “Y para ellos ciertamente celebraré un pacto en aquel día en conexión con la bestia salvaje del campo y con la criatura volátil de los cielos y la cosa que se arrastra del suelo, [...] y sí haré que se acuesten en seguridad.” (Oseas 2:18.)

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