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  • ¿Hasta qué punto iría usted en salvar las apariencias?
    La Atalaya 1981 | 1 de febrero
    • ¿Hasta qué punto iría usted en salvar las apariencias?

      ¿PUEDE usted ver la relación entre cometer haraquiri y no querer ser menos que el vecino? ¿Puede ver la relación entre contraer grandes deudas para tener una espléndida ceremonia religiosa y rehusar admitir derrota en una discusión? La relación es que en cada uno de estos casos el motivo que está envuelto probablemente es el deseo de salvar las apariencias.

      ¿Qué quiere decir salvar las apariencias? Si pensamos en las apariencias como la “cara” o “faz” figurativa que presentamos ante otros, viene al pensamiento la connotación de “honor” que tiene en chino la palabra para “cara.” Por lo tanto, el salvar las apariencias significa “el que uno proteja su honor, o dignidad,” especialmente cuando estas cosas se ven amenazadas por la “vergüenza.” ¿Es incorrecto hacer eso? Bueno, el conservar la dignidad no es necesariamente incorrecto. Cuando Jesús nos mandó ‘amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos,’ dio a entender que habría cierto grado de interés en uno mismo. (Mat. 22:39) El que tengamos un sentido de dignidad nos ayuda a permanecer limpios, a ser confiables y honrados. ¿A quién le gustaría que lo consideraran como persona baja, indigna de confianza y deshonesta?

      Sin embargo, el salvar las apariencias va más allá de eso. Da a entender que nuestra reputación u honor es el asunto más importante de todos. Por ejemplo, en el Japón, según un observador, “la vergüenza ocupa un puesto de autoridad . . . como el que ocupan en la ética occidental una ‘conciencia limpia,’ ‘el disfrutar del favor de Dios’ y el evitar el pecado.” Para evitar la vergüenza, o salvar las apariencias, la persona estaría dispuesta a hacer sacrificios, tal como el cristiano haría sacrificios para mantener una conciencia limpia. En el Japón hubo un tiempo en que algunas personas hasta cometían haraquiri, una forma muy desagradable de suicidio, cuando se veían amenazadas de sufrir vergüenza. ¿Llegaría usted hasta tal extremo para salvar las apariencias?

      LO QUE LA GENTE HACE POR LAS APARIENCIAS

      En el Oriente, algunas personas todavía se suicidan cuando les parece que su “cara” u honor se ven amenazados, aunque usualmente ya no lo hacen por medio de cometer haraquiri. También hacen otros sacrificios. En un día de banquete budista, en algunas partes, es común que las familias gasten en una sola comida ceremonial el dinero que han separado para el alimento de toda la semana, a fin de no quedar mal ante sus vecinos. En otros lugares, puede ser que un hombre invite a un visitante a comer en uno de los restaurantes más costosos de la ciudad para agasajarlo. El que invita probablemente no puede darse el lujo de pagar por todo esto, y también pudiera ser probable que el visitante prefiriera comer en la casa. Pero el anfitrión cree que tiene que hacer esto para salvar las apariencias.

      En cierto país hay la costumbre de que el hombre que da a su hija en matrimonio debe proveer una casa amueblada para los recién casados. El padre queda con buena “cara” si la amuebla muy bien. Por eso, algunos individuos contraen una deuda considerable para hacer esto. Usualmente el novio ofrece una dote por su nueva esposa. Para quedar bien, puede ser que el joven también contraiga deudas a fin de dar una dote grande. Sin embargo, el padre de la novia, que posiblemente ya se haya metido en alguna deuda después de haber proporcionado el hogar amueblado, probablemente le devuelva la dote. No le gustaría adquirir una mala “cara” o apariencia al aceptar el dinero.

      ¿Iría usted a tales extremos para salvar las apariencias? Muchos lo hacen. También hay otras maneras en que puede afectar a alguien el deseo de salvar las apariencias. En un país oriental suele suceder que cuando alguien desea hacerse cristiano se le acusa de haber hecho que su familia haya perdido prestigio o “cara” al “unirse a una religión occidental.” Por supuesto, el cristianismo no es una “religión occidental,” pero así es como lo ven allí. Aunque no queremos ofender innecesariamente, es obvio que no es sabio que nos contengamos de hacer lo que sabemos que es correcto por tomar en cuenta las apariencias.

      UNA TENDENCIA MUNDIAL

      La tendencia a querer salvar las apariencias no se ve sólo en el Oriente; tiene alcance mundial. Piense, por ejemplo, en el asunto de “no querer ser menos que el vecino.” Considere el caso de un hombre que es dueño de un automóvil que se ajusta perfectamente a sus necesidades. Un día, su vecino compra un automóvil nuevo y costoso. El hombre, que anteriormente estaba muy contento con su vehículo, ahora despliega descontento. ¿Por qué? Su automóvil le da vergüenza. El automóvil nuevo del vecino hace que el suyo se vea viejo. Por eso, él se compra un automóvil nuevo, que no necesita y que no puede darse el lujo de tener. Su motivo, el sentir vergüenza ante sus vecinos, es bastante parecido al que impulsaba a ciertos orientales a cometer haraquiri.

      Considere este otro aspecto del asunto: ¿se ha enojado usted alguna vez cuando alguien le ha dado un consejo o alguna corrección? ¿Pensó para sus adentros: “¡Eso no es justo! ¿Quién es él, de todos modos, para que me esté criticando? ¡Él mismo no es nada tan grande, tampoco!” Usted se estuvo justificando. ¿Por qué? Porque le habían herido su amor propio u honor.

      A veces, puede ser que alguien haga un gran sacrificio en su esfuerzo por salvar las apariencias. Pudiera ser que hubiera cometido un pecado serio. No tiene el valor de admitirlo ante otros para que el asunto quede aclarado. De todos modos, cuando sale a la luz la mala acción y cristianos maduros consideran el asunto con esa persona, ella niega todo el asunto. Por vergüenza o terquedad, hasta está dispuesta a separarse de la congregación cristiana, y así poner en peligro su relación con el Creador y su esperanza de vida eterna. ¿Iría usted a tal extremo para salvar las apariencias?

      Además, ¿qué hay si alguien peca contra usted? ¿Se le hace fácil a usted perdonar, o exige usted que se haga “justicia”? Hay ocasiones en que un cristiano quizás cometa un pecado contra otro. La persona ofendida lleva el caso a los ancianos de la congregación, y éstos censuran y restauran al pecador. Pero la víctima del pecado no puede olvidar el asunto. Le parece que los ancianos no fueron lo suficientemente severos y que no reconocieron la gravedad del daño personal que se le hizo. ¿Por qué piensa esa persona de esa manera? ¿Pudiera ser que para ella su sentido de amor propio herido fuera más importante que la restauración de un hermano que ha errado? En otras palabras, ¿exige su apariencia u honor que se haga sufrir al que ha pecado?

      Pudieran mencionarse muchos otros ejemplos. ¿Ha conocido usted alguna vez a alguien que haya rehusado admitir que se ha equivocado, aun cuando los hechos están clarísimos para todos los demás? ¿O conoce usted a alguien a quien le disguste aceptar sugerencias, que se sienta herido y ofendido cuando otros no aceptan una sugerencia que él ofrece, o que sea testarudo e inmovible en sus opiniones? ¿Conoce usted a alguien que se sienta excesivamente orgulloso de su trabajo prestigioso o de su educación universitaria, o, al contrario, a alguien que se avergüence por no haber tenido tal educación? Todas estas características pueden ser indicios de que alguien se preocupa por su “cara” u honor personal, las apariencias. Por lo tanto, el cristiano hace bien en preguntarse: “¿Hasta qué extremo iría yo para salvar las apariencias? De hecho, ¿cuál debería ser mi punto de vista en este asunto de salvar las apariencias?”

  • El punto de vista equilibrado del salvar las apariencias
    La Atalaya 1981 | 1 de febrero
    • El punto de vista equilibrado del salvar las apariencias

      LA BIBLIA indica que el deseo de salvar las apariencias ha existido casi por tanto tiempo como la humanidad. De hecho, los que cometieron el primerísimo pecado humano procuraron salvar las apariencias.

      Tal vez usted sepa que nuestros primeros padres, Adán y Eva, pecaron contra Dios al comer el fruto prohibido. Llegó el momento en que tuvieron que rendir cuentas de su ofensa. Es de interés notar cómo reaccionaron. Adán, al verse obligado a confesar, trató de culpar a Eva y hasta a Jehová Dios mismo. Dijo: “La mujer que [tú] me diste para que estuviese conmigo, ella me dio fruto del árbol y así es que comí.” Eva también trató de evadir la culpa. Dijo: “La serpiente... ella me engañó y así es que comí.”—Gén 3:8-13

      ¿Se ha sentido usted alguna vez tentado a obrar de manera similar? Cuando se le ha confrontado con algo que usted ha hecho mal, ¿ha tratado de culpar a otros? Hay quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa más bien que decir abiertamente: “Lo siento. Fue culpa mía.” Sin embargo, el tratar de salvar las apariencias no cambia los hechos. Adán y Eva recibieron el castigo por sus pecados a pesar de sus pretextos.—Gén. 3:16-19.

      Ananías y Safira fueron otro matrimonio que se preocupó en demasía por las apariencias. Trataron de engañar a la congregación cristiana primitiva por medio de decir una mentira rotunda, aparentemente con la intención de elevar su reputación, es decir, su apariencia, entre sus compañeros de creencia. Dios manifestó su desagrado por medio de darles muerte. (Hech. 5:1-11) ¿No consideraría Jehová los asuntos de manera similar hoy en día, si un cristiano alegara falsamente estar haciendo más de lo que realmente está haciendo en el servicio de Dios? O, ¿no le desagradaría a Jehová el que de algún otro modo tratáramos de pretender, con engaño, que fuéramos diferentes de lo que realmente somos?—Sant. 3:17.

      ¿NECESITA EL CRISTIANO SALVAR LAS APARIENCIAS?

      El preocuparse por salvar las apariencias parece producir, en la mayoría de los casos, malos resultados. Esto se debe a que el salvar las apariencias se basa en una premisa errónea. Presupone que la reputación de alguien es de importancia suprema. Pero no es así. Además, el salvar las apariencias tal vez se base en el orgullo o en la opinión exageradamente elevada que uno tenga de sí mismo. Esto no le agrada a Jehová.—Pro. 16:18.

      Es verdad que la Biblia dice: “Mejor es un nombre que el buen aceite.” (Ecl. 7:1) Sin embargo, esto se refiere a la reputación que una persona se gana, particularmente a los ojos de Jehová, en el transcurso de toda una vida de efectuar buenas obras. No tiene nada que ver con el respeto que alguien exija de otros, sea que lo merezca o no.

      También es verdad que si un hombre desea ser anciano en la congregación cristiana tiene que tener “excelente testimonio de los de afuera.” (1 Tim. 3:7) Sin embargo, este “excelente testimonio” se debe a su conducta como cristiano y a su vida de familia bien ordenada, no a un título universitario ni a un empleo prestigioso, ni al mucho dinero que gaste en agasajar a sus amistades.

      Es patente que en su propio caso Jesucristo no atribuyó valor excesivo a las apariencias, es decir, a lo que otros pensaran de él. Aparentemente el predicar a las personas pobres, a los recaudadores de impuestos y a los pecadores más bien que asociarse con los líderes religiosos le costó caro en el sentido de que le hizo quedar mal ante aquellos hombres orgullosos. (Juan 7:45-48) Pero Jesús no se dejó desviar de hacer la voluntad de su Padre celestial, pues no estaba buscando gloria para sí. De hecho, en una ocasión dijo: “Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria no es nada.” (Juan 8:49-54) Él se contentaba con esperar que su Padre lo glorificara. Con todo, la manera de obrar de Jesús sí le ganó una excelente reputación ante Dios y ante hombres de buen pensar.

      Es lo mismo en nuestro caso. Si tratamos de glorificarnos, particularmente por medio de ocultar cosas, o presentar una apariencia falsa, esto evidentemente es malo y a la larga no tiene valor alguno. Es mucho mejor preocuparnos en cuanto a cómo Dios nos ve. Jesús mismo dijo: “Felices son ustedes cuando los vituperen y los persigan y mentirosamente digan toda suerte de cosa inicua contra ustedes por mi causa. Regocíjense y salten de gozo, puesto que grande es su galardón en los cielos.”—Mat. 5:11, 12.

      Jesús tuvo esta experiencia, especialmente después que se le hubo arrestado. Los líderes religiosos lo llevaron a juicio y trataron de manchar su reputación por medio de testigos falsos. Después Jesús fue objeto de risa y burla. A la fuerza le colocaron una corona de espinas sobre la cabeza, y lo ataviaron de púrpura para mofarse de que fuera rey. (Mar. 14:55-65; 15:17-20) Entonces, mientras Jesús estaba muriendo, los gobernantes que estaban de pie en torno del madero de tormento lo contemplaron con un sentido de satisfacción perversa y se burlaron de él. Hasta la manera en que él murió se consideraba muy vergonzosa entre los judíos. (Luc. 23:32-38; Gál. 3:13) Durante toda esta experiencia, ¿trató Jesús de defender su reputación o de salvar las apariencias? No. Más bien, la Biblia nos dice que ‘despreció la vergüenza.’ (Heb. 12:2) Para él, era de mucho más importancia glorificar el nombre de su Padre. (Juan 17:4, 11) Por haber seguido este excelente derrotero, Cristo recibió un galardón verdaderamente grande en los cielos. ¡Qué ejemplo sobresaliente para nosotros hoy!—1 Ped. 2:21, 22.

      CÓMO ENFRENTARSE AL PROBLEMA DE LAS APARIENCIAS

      ¿Cómo, entonces, debe el cristiano enfrentarse al problema de salvar las apariencias? En realidad, hay que considerar dos aspectos del asunto: nuestras relaciones con otras personas y nuestra opinión de nosotros mismos.

      Al tratar con otras personas, el cristiano debe procurar no ponerlas en situaciones que obliguen a éstas a salvar las apariencias. (Mat. 7:12) Por lo tanto, el amor y la empatía impulsarán al superintendente que da consejo y corrección a hacerlo de manera bondadosa y considerada... “con espíritu de apacibilidad.” (Gál. 6:1) El cristiano que esté predicando las “buenas nuevas” a personas no creyentes lo hará con tacto, “con un genio apacible y profundo respeto.” (1 Ped. 3:15) De esta manera no herirá ni avergonzará a la persona no creyente cuando ésta haga declaraciones inexactas o llegue a saber que son falsas las ideas que había abrigado. Además, el cristiano no debe causar daño a la reputación de otra persona por medio de esparcir chismes perjudiciales acerca de ella.—Pro. 16:28.

      Cuando nos examinamos, tenemos que reconocer que se necesita madurez cristiana para evitar la trampa de querer salvar las apariencias. Hasta Job cayó en esta trampa. Claro que él estuvo bajo gran presión. Sufrió entre otras cosas una horrible enfermedad, la pérdida de su familia y el desánimo que le causó su esposa. Después tres supuestos amigos llegaron a él y le acusaron de haber pecado secretamente. Fue entonces cuando Job se puso a justificarse con gran vigor. Declaró “justa su propia alma más bien que a Dios.” (Job 32:2) Pero cuando Job escuchó el sabio razonamiento de Eliú y especialmente los recordatorios de Jehová mismo, recobró el equilibrio apropiado en su modo de pensar. Job entonces dio gloria a Dios más bien que recurrir a salvar las apariencias y tratar de justificarse. Como resultado, Job fue ricamente bendecido.—Job 42:1-6, 12, 13.

      Por lo tanto, es necesario que el cristiano se examine cuidadosamente. A menudo es difícil reconocer que el verdadero problema es que uno está tratando de salvar las apariencias. Puede ser que al tratar de engañar a otros hayamos logrado engañarnos a nosotros mismos. El corazón es traicionero y puede engañarnos de esta manera. (Jer. 17:9) Esto es, especialmente, lo que sucede cuando estamos bajo presión emocional o cuando repentinamente se nos pone en aprietos. Sin embargo, el que analicemos con oración nuestro modo de pensar nos ayudará a ver la situación como realmente es. (Sal. 139:23, 24) Una vez que reconozcamos esto, podremos recobrar el equilibrio, como lo hizo Job, con la ayuda de Jehová Dios y de nuestros hermanos cristianos.

      A menudo no es la opinión de nuestros adversarios la que nos preocupa, sino la de personas allegadas a nosotros. Puede ser que por las “buenas nuevas” un cristiano maduro aguante burla y mofa en su comunidad. Pero a este mismo cristiano se le pudiera hacer difícil el admitir una falta o confesar un pecado dentro de la congregación, y, como pensaría, correr el riesgo de perder el respeto de sus compañeros cristianos. Puede que se sienta muy avergonzado si sus hijos hacen algo malo, y tal vez procure callar el asunto.

      Esto pudiera ocurrir hasta en el caso de un superintendente cristiano. Pero en tal situación el anciano que abiertamente confiesa su problema está en realidad obrando para el bien de la congregación y está dando buen ejemplo a los demás. Su honradez le ganará el respeto de las personas cuyo modo de pensar es correcto. En cambio, el que un anciano trate de evadir la culpa o cubra lo que él o su familia han hecho es obrar con cobardía. Además, puede conducir a decir mentiras. Tanto la cobardía como la mentira son detestables a la vista de Dios.—Rev. 21:8.

      TRES VALIOSAS CUALIDADES CRISTIANAS

      Por lo tanto, necesitamos cultivar cualidades que nos ayuden a vencer el deseo de salvar las apariencias. ¿Cuáles son éstas? Bueno, la honradez es una de ellas. (Heb. 13:18) Si apreciamos la honradez, no querremos presentar una falsa fachada, como casi siempre sucede cuando uno trata de salvar las apariencias. Esto puede ser difícil. Por eso, tal vez también necesitemos humildad y valor, pues estas cualidades pueden ayudarnos a permanecer honrados tanto con nosotros mismos como con otras personas. (Pro. 15:33; 1 Cor. 16:13) Además, con la humildad venceremos el falso amor propio que nos impulsa a querer salvar las apariencias en primer lugar.

      Sí, el valor, la honradez y la humildad nos ayudarán a evitar la trampa de querer salvar las apariencias. Pablo dijo que algunas personas creían que él era un necio. (1 Cor. 4:10) ¿Le molesta a usted que otros lo consideren necio si usted sabe en su corazón que está haciendo la voluntad de Dios? ¿O se retiene usted de hacer lo correcto por temor a la opinión de otras personas? Los adolescentes en particular necesitan valor, honradez y humildad para defender los principios justos en vez de recurrir a salvar las apariencias y seguir a la multitud.—1 Ped. 4:4.

      Jesús comparó a los siervos de Dios con ‘esclavos que no sirven para nada.’ (Luc. 17:10) ¿Es así como usted se considera, o se cree bastante importante? Pablo nos exhortó a ‘no pensar más de nosotros mismos de lo que es necesario pensar.’ (Rom. 12:3) También nos exhortó a ‘no hacer nada movidos por espíritu de contradicción ni por egotismo, sino considerando con humildad de mente que los demás son superiores’ a nosotros.—Fili. 2:3.

      Las Escrituras indican claramente que en la congregación cristiana no hay lugar alguno para el salvar las apariencias y procurar la honra personal. Las importantes cualidades de humildad, valor y honradez son completamente contrarias a salvar las apariencias. Tal vez no sea fácil adoptar este modo de pensar, especialmente si hemos crecido en una cultura que estima sobre todo el salvar las apariencias. Pero con la ayuda del espíritu santo de Dios los cristianos pueden hacer cambios en su modo de obrar. Aun “la fuerza que impulsa su mente” puede cambiar, si realmente quieren que cambie. (Efe. 4:23) Por lo tanto, manténgase alerta a los peligros envueltos en salvar las apariencias. Reconozca que es una trampa de la carne caída y, sobre todo, ¡evítela!

  • Un precioso tesoro bíblico en Leningrado
    La Atalaya 1981 | 1 de febrero
    • Un precioso tesoro bíblico en Leningrado

      ESTA experiencia empezó como una gira corriente de turismo desde Finlandia. Uno de los turistas y su esposa no tenían ninguna esperanza de pasar por alguna experiencia especial relacionada con la Biblia mientras estuvieran en Leningrado, pues el folleto de instrucciones de la agencia de viajes declaraba: “Está prohibido introducir literatura religiosa en el país.” No obstante, fue en esta ciudad donde este turista tuvo la experiencia más emocionante de su vida con relación a la Biblia como libro.

      Hay muchos edificios eclesiásticos en Leningrado, pero solo unos cuantos de éstos cumplen con el propósito para el cual fueron construidos. Muchos han sido convertidos en museos, incluso la imponente Catedral de San Isaac, la cual se asemeja a la Basílica de San Pedro en Roma.

      La actitud oficial hacia la religión se presenta de la manera más iluminadora en la Catedral de Kazán, situada en la avenida principal de Leningrado, Nevski Prospekt. Esta imponente catedral ha sido convertida en el Museo de la Historia de la Religión y del Ateísmo. En el sótano hay una exhibición que traza las etapas de la historia de la religión en orden cronológico hasta el tiempo presente. Se pueden ver los instrumentos de tortura que se utilizaron durante el tiempo de la Inquisición. Es especialmente impresionante una escena en la cual se representa con figuras de cera de tamaño natural un proceso de tribunal durante la Inquisición. La pobre víctima lleva cadenas y está arrodillada ante sus acusadores y monjes vestidos de mantos negros. El verdugo aguarda, listo para entrar en acción.

      Al frente de la Catedral de Kazán, al otro lado de Nevski Prospekt, se encuentra la librería más grande de la ciudad. En el segundo piso, los turistas finlandeses vieron muchos cuadros y lemas que aparentemente tenían el propósito de animar al lector a rechazar la religión. Un cartelón mostraba peces en forma de mujeres de edad avanzada con bufandas en la cabeza. Estos peces estaban siendo atraídos por el “boleto al Reino de los cielos” que

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