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La arqueología confirma la BibliaLa Atalaya 1981 | 15 de abril
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¿Cree usted que el hombre se formó de las lágrimas de Ra? Muchos egipcios altamente civilizados y cultos creían eso. O, ¿le parece a usted aceptable la afirmación de que los cielos y la Tierra se formaron del cuerpo partido en dos de una diosa? Estos son solamente dos ejemplos de mitos relacionados con la creación en los cuales creyeron generaciones sucesivas de personas en la antigüedad.
Hoy en día, muchos hombres altamente instruidos quieren que creamos que el universo y todas las formas de vida llegaron a existir espontáneamente, sin la intervención de ningún Ser viviente superior, y esto a pesar de que el científico francés Louis Pasteur comprobó definitivamente que la vida proviene de la vida. ¿No es más lógico aceptar el relato bíblico que declara en términos bastante sencillos que el universo físico es una expresión de “la energía dinámica” de Dios (pues Einstein y otros han demostrado que la materia es una forma de energía)? Además, ¿no es más razonable creer en lo que dicen las Sagradas Escrituras, que muestran que toda forma de vida debe su existencia a Dios, la gran Fuente de vida, y que el hombre fue creado “a la imagen de Dios”?—Gén. 1:27; Sal. 36:9; Isa. 40:26-28; Jer. 10:10-13.
LA ARQUEOLOGÍA Y ABRAHÁN
Un personaje clave en la Biblia es Abrahán. Este no solo es el antepasado de todos los escritores de la Biblia, de los judíos y de muchos árabes; a él también se le llama “el padre de todos los que tienen fe.” (Rom. 4:11) Además, debería interesar a las personas de todas las naciones el saber si el relato bíblico relativo a Abrahán es auténtico. ¿Por qué? Porque fue a él a quien Dios hizo la siguiente promesa: “Por medio de tu descendencia ciertamente se bendecirán todas las naciones de la tierra.” (Gén. 22:16-18) Si deseamos estar entre “los que tienen fe” que serán bendecidos por la descendencia de Abrahán, debemos estar sumamente interesados en la evidencia que comprueba la exactitud de los detalles que se presentan en la Biblia acerca de la vida de Abrahán y el tiempo en que él vivió.
La Biblia nos informa que Abrahán (quien entonces se llamaba Abrán) fue criado en “Ur de los caldeos.” (Gén. 11:27, 28) ¿Se trata de un sitio legendario? ¿Qué han revelado los picos y las palas de los arqueólogos? Aun allá en 1854, J. E. Taylor inciertamente identificó Ur con Tell Mugayr (“Montón de Betún”), que queda a solo unos cuantos kilómetros al oeste del río Éufrates. En 1869, el orientalista francés Jules Oppert presentó en el Colegio de Francia, en París, un informe en el cual definitivamente identificó este sitio con la ciudad de Ur, basándose en el trabajo de Taylor, quien había hallado allí cilindros de arcilla en los cuales había inscripciones cuneiformes. Entonces, mucho más tarde, entre los años 1922 y 1934, el arqueólogo británico sir Leonard Woolley no solo confirmó esta identificación, sino que también descubrió que la Ur que Abrahán había dejado atrás era una ciudad próspera y altamente civilizada con casas cómodas y un templo que tenía una enorme torre, o zigurat, dedicado a la adoración del dios lunar Nanna, o Sin. Por mucho tiempo los historiadores habían expresado dudas acerca de la ciudad de Ur que se menciona en la Biblia con relación a Abrahán. Pero la pala del arqueólogo probó la veracidad de la Biblia.
Los arqueólogos también han confirmado muchas de las costumbres que se mencionan en el relato bíblico acerca de Abrahán. Por ejemplo, en Nuzu, o Nuzi, antigua ciudad hurrita que queda al sudeste de Nínive, se han hallado tablillas de arcilla que comprueban costumbres como las siguientes: El que los esclavos llegaban a ser herederos de los bienes de los amos que no tenían hijos (compare con los comentarios de Abrahán acerca de su esclavo Eliezer—Génesis 15:1-4); el que una esposa estéril estaba bajo la obligación de proveer una concubina para su esposo (Sara, o Sarai, hizo que Abrahán recibiera como concubina a Agar—Génesis 16:1, 2); el que se llevaban a cabo transacciones de negocio en la puerta de una ciudad (compare con la compra por Abrahán del campo y la cueva de Macpela, cerca de Hebrón.—Génesis 23:1-20). En la erudita publicación francesa Supplément au Dictionnaire de la Bible (tomo VI, columnas 663-672), hay más de ocho columnas en letra de imprenta pequeña que muestran cómo las excavaciones de Nuzi corroboran la Biblia. La Encyclopædia Britannica declara: “Este material [que se ha encontrado en] Nuzi ha aclarado muchos pasajes difíciles de las narrativas patriarcales contemporáneas de Génesis.”
SE CONFIRMAN LOS NOMBRES PROPIOS
El arqueólogo francés André Parrot llevó a cabo extensas excavaciones en el lugar donde se encontraba la antigua ciudad real de Mari, en el Éufrates medio. La ciudad-estado de Mari era uno de los poderes dominantes en la Alta Mesopotamia a principios del segundo milenio antes de la E.C., hasta que el rey babilonio Hammurabi se apoderó de ella y la destruyó. Entre las ruinas del enorme palacio que se descubrió allí, el equipo de arqueólogos franceses descubrió más de 20.000 tablillas de arcilla. Algunas de estas tablillas con escritura cuneiforme mencionan ciudades llamadas Peleg, Serug, Nacor, Taré y Harán. Es interesante que todos estos nombres aparecen en el relato de Génesis como nombres de parientes de Abrahán.—Gén. 11:17-26.
Comentando acerca de esta similitud entre nombres propios de fecha temprana, John Bright, en su libro History of Israel, escribe lo siguiente: “No hallamos en ninguno de estos casos . . . una mención de los patriarcas bíblicos mismos. Pero la abundancia de tal evidencia procedente de documentos contemporáneos indica claramente que sus nombres encajan perfectamente con la nomenclatura de la población amorrea de principios del segundo milenio, más bien que con la de alguna época posterior. Por lo tanto, a este respecto las narrativas patriarcales son bastante auténticas.”
Tan recientemente como en el año 1976, arqueólogos italianos y sirios identificaron en el norte de Siria la antigua ciudad-estado de Ebla. Como en el caso de Mari, Ebla no recibe mención en la Biblia, pero estos dos nombres aparecen en textos antiguos que se remontan al período patriarcal. ¿Qué fue puesto a descubierto, entonces, por la pala del excavador en este nuevo lugar? En la biblioteca del palacio real se hallaron miles de tablillas de arcilla que se remontaban hasta fines del tercer milenio o principios del segundo milenio antes de la era común. Al informar acerca de este descubrimiento en su número del 19 de marzo de 1979, el semanario francés Le Point declaró: “Los nombres propios son sorprendentemente similares [a los que se encuentran en las Escrituras]. En la Biblia hallamos ‘Abrahán’; en las tablillas de Ebla, ‘Ab-ra-um’; Esaú... E-sa-um; Miguel... Mi-ki-ilú; David... Da-u-dum; Ismael... Ish-ma-ilum; Israel... Is-ra-ilú. Los archivos de Ebla también contienen los nombres de Sodoma y Gomorra, ciudades que se mencionan en la Biblia, pero cuya historicidad los eruditos pusieron en tela de juicio por mucho tiempo. . . . Además, las tablillas tienen las ciudades alistadas exactamente en el mismo orden en que se mencionan en el Antiguo Testamento: Sodoma, Gomorra, Adma, Zeboim y Bela [Gén. 14:2].” Según lo que escribió Boyce Rensberger en el Times de Nueva York, “a algunos escriturarios les parece que [las tablillas de Ebla] rivalizan con los Rollos del Mar Muerto en lo relativo a corroborar y enriquecer el conocimiento acerca de la vida en . . . tiempos bíblicos.”
COSTUMBRES Y LEYES
La arqueología ha ayudado mucho a explicar costumbres a las cuales se alude en la Biblia, y así ha demostrado la exactitud del registro bíblico. Un ejemplo de esto es el relato que se da en el capítulo 31 de Génesis, donde se informa que la esposa de Jacob, Raquel, “hurtó los terafim que le pertenecían a su padre,” Labán. (Gé 31 Vs. 19). Se informa por qué Labán se tomó la molestia de ir en pos de su hija y del esposo de ésta por siete días. Era a fin de recobrar sus “dioses.” (Gé 31 Vss. 23, 30) Es de interés el que un descubrimiento arqueológico en la antigua ciudad de Nuzi, en la parte norteña de Mesopotamia, ha revelado que existía una ley patriarcal según la cual el poseer los dioses de la familia daba a un hombre el derecho a los títulos de propiedad de su suegro cuando éste moría. Si se toma en cuenta que Labán era nativo del noroeste de Mesopotamia, y lo traidoramente que trató con Jacob, el conocer esta ley ayuda a explicar el extraño hurto que cometió Raquel y los esfuerzos desesperados de Labán por recobrar sus “dioses.” El Museo del Louvre, en París, tiene en exhibición varios “dioses lares” de esta índole que fueron descubiertos en diferentes ciudades de Mesopotamia. Su tamaño pequeño (de 10 a 15 centímetros) también ayuda a explicar cómo Raquel pudo ocultar los terafim por medio de meterlos en la cesta de una silla de montar y permanecer sentada sobre ésta mientras Labán los buscaba.—Gé 31 Vss. 34, 35.
Una de las posesiones más atesoradas del Museo del Louvre es una losa negra vertical que mide exactamente 2,25 metros de alto y se conoce comúnmente como el “Código de Hammurabi.” Debajo de un relieve en el cual se ve al rey Hammurabi de Babilonia recibiendo la autoridad del dios solar Samas, hay 282 leyes dispuestas en columnas y escritas en caracteres cuneiformes. Puesto que, según se dice, Hammurabi reinó desde 1728 hasta 1686 a. de la E.C., algunos críticos de la Biblia han afirmado que Moisés, quien preparó el registro de las leyes de Israel más de siglo y medio después, meramente copió el código de este rey babilonio. W. J. Martin, en su libro Documents from Old Testament Times (Documentos de la época del Antiguo Testamento), muestra que esta acusación es falsa, pues dice:
“A pesar de muchas similitudes, no hay razón para suponer que el [código] hebreo haya tomado parte alguna directamente del babilonio. Aun cuando hay poca diferencia en la letra de los dos conjuntos de leyes, hay mucha diferencia en el espíritu. Por ejemplo, bajo el Código de Hammurabi, el hurtar y el recibir mercancías que hubieran sido hurtadas se castigaba con la pena de muerte (Leyes 6 y 22), pero bajo las leyes de Israel el castigo era el de pagar una compensación. (Éxo. 22:1; Lev. 6:1-5) Mientras que la ley mosaica prohibía que un esclavo que hubiera escapado fuera entregado a su amo (Deu. 23:15, 16), bajo las leyes babilónicas se castigaba con la muerte a cualquiera que diera asilo a un esclavo fugitivo.—Leyes 15, 16, 19.”
En el Supplément au Dictionnaire de la Bible, el orientalista francés Joseph Plessis escribió: “No parece que el legislador hebreo haya hecho uso alguno de los varios códigos de Babilonia y Asiria. No se puede probar que parte de su obra haya sido copiada de ellos. Aunque existen similitudes interesantes, no son de tal naturaleza que no puedan explicarse por la codificación de costumbres compartidas por pueblos de un mismo origen.”
En contraste con el código de Hammurabi, que refleja un espíritu de represalia, la ley mosaica declara: “No debes odiar a tu hermano en tu corazón... No debes tomar venganza ni tener inquina contra los hijos de tu pueblo; y tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo.” (Lev. 19:17, 18) Por lo tanto, no solo queda comprobado el que Moisés no copió nada de las leyes de Hammurabi; una comparación entre las leyes bíblicas y las que se encuentran escritas en las tablillas y estelas que han excavado los arqueólogos demuestra, además, que las leyes bíblicas son superiores, por mucho, a las que gobernaban a otros pueblos antiguos.
LA ARQUEOLOGÍA Y LAS ESCRITURAS GRIEGAS
¿Qué hay de las Escrituras Griegas, comúnmente conocidas como el “Nuevo Testamento”? ¿Ha confirmado la arqueología la exactitud de esta importante porción de la Biblia? Libros enteros se han escrito para mostrar que existe tal confirmación. Ya para 1890, F. Vigouroux, escriturario francés, publicó un libro de más de 400 páginas intitulado: “Le Nouveau Testament et les découvertes archéologiques modernes” (El Nuevo Testamento y los descubrimientos arqueológicos modernos). En éste él proporcionó abundante prueba en apoyo de los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las cartas que forman parte de las Escrituras Griegas. En 1895, W. M. Ramsay publicó su libro que ahora se ha hecho clásico, St. Paul the Traveller and the Roman Citizen (San Pablo viajero y ciudadano romano), el cual contiene mucha información valiosa que prueba la autenticidad de las Escrituras Cristianas Griegas.
Más recientemente se han publicado muchos otros libros y artículos de erudición que muestran que la arqueología ha sacado a relucir la veracidad de la entera Biblia. En su libro The Archaeology of the New Testament, publicado por primera vez en 1970, E. M. Blaiklock escribe lo siguiente: “Casos notables de vindicación de la historiografía bíblica han enseñado a los historiadores a respetar la autoridad tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo, y a admirar la exactitud, el profundo interés en la verdad y la inspirada percepción histórica que manifiestan los diferentes escritores que contribuyeron los libros históricos a la Biblia.”
Sí, la arqueología claramente respalda la Biblia. Pero, ¿qué hay de otros campos científicos?
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La ciencia atestigua de la exactitud de la BibliaLa Atalaya 1981 | 15 de abril
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La ciencia atestigua de la exactitud de la Biblia
¿CONTRADICEN la Biblia los descubrimientos científicos? En respuesta a esto, primero hay que decir que la Biblia no es un libro de ciencia. Sin embargo, cuando habla acerca de temas científicos, refuta las teorías y especulaciones humanas que no han sido probadas. Los descubrimientos de leyes universales han confirmado vez tras vez la exactitud de las Santas Escrituras y la veracidad de lo que dijo el salmista bíblico con relación a Dios: “La sustancia de tu palabra es verdad.” (Sal. 119:160) Examinemos los campos de la astronomía, la medicina, la botánica, la anatomía y la fisiología para ver si estas ciencias realmente confirman la exactitud de la Biblia.
ASTRONOMÍA
Es un hecho muy conocido que los capítulos de apertura de Génesis han sido objeto de burla y de ataques especialmente enconados. En contradicción franca a las aseveraciones que hacen muchos clérigos de la cristiandad en el sentido de que Génesis es simplemente una colección de poesías y leyendas, el católico Agustín, un “padre de la iglesia” y erudito del siglo quinto, declaró que “el relato [de Génesis] no tiene la clase de estilo literario en el que se hable de las cosas figurativamente, . . . sino que de principio a fin relata hechos que realmente sucedieron, como se hace en el libro de los Reyes y otros libros históricos.” (De Genesi ad litteram, VIII, 1, 2) Un examen del primer capítulo de Génesis revela que la Biblia estaba mucho más adelantada que los conceptos que existían en su tiempo.
Mucho antes de la época de Aristóteles (384-322 a. de la E.C.), quien creía que las estrellas estaban metidas como clavos en el cielo, Génesis (1:6-8) describió la bóveda celeste como una “expansión” (Traducción del Nuevo Mundo) o “firmamento” (Nácar-Colunga). La palabra “firmamento” viene del latín firmare, que significa dar consistencia, hacer firme o sólido. Jerónimo usó esta expresión en la Vulgata latina para traducir la palabra hebrea raqia, que, por el contrario, significa “superficie extendida,” “expansión.” Según T. Moreux, quien fue jefe del observatorio de Bourges, Francia, “esta expansión, que para nosotros constituye el cielo, se designa en el texto hebreo con una palabra que la versión de los Setenta [griega], que recibió influencia de las ideas cosmológicas que eran comunes en aquel tiempo, tradujo stereoma, firmamento, dosel sólido. Moisés no transmite tal idea. La palabra hebrea raqia solo comunica la idea de extensión o, mejor aún, expansión.” Por lo tanto, la Biblia ha descrito con gran exactitud la expansión o atmósfera que está sobre nosotros.
Génesis habla de lumbreras que resplandecen sobre la tierra “para hacer una división entre el día y la noche.” (Gén. 1:14-18) Pues bien, esas palabras fueron escritas por Moisés en el siglo dieciséis antes de nuestra era común. Note sólo uno de los conceptos extravagantes que existían entonces sobre este tema. Paul Couderc, astrónomo del Observatorio de París, escribió: “Hasta el siglo quinto antes de nuestra era común los hombres estaban equivocados con relación a la cuestión fundamental acerca del día y la noche. Para ellos, la luz era un vapor claro, mientras que la oscuridad era un vapor negro que, de noche, ascendía del suelo.” ¡Qué contraste entre esto y la declaración breve y científicamente precisa que se hace en la Biblia respecto a lo que es causa del día y la noche en nuestro planeta!
Los que vivían durante el tiempo en que se estaba escribiendo la Biblia tenían ideas extrañas con relación a la forma y el fundamento de la Tierra. Según la antigua cosmología egipcia, “el universo es una caja rectangular, colocada en posición de norte a sur, como Egipto. La Tierra está situada abajo, como una llanura ligeramente cóncava que tiene a Egipto en el centro. . . . En los cuatro puntos cardinales, las cimas de unas montañas muy altas sostienen el cielo. El cielo es una cubierta metálica, plana o encorvada hacia el exterior, llena de agujeros. De este cielo cuelgan estrellas, semejantes a lámparas colgadas de cables.”
¿Habían sido abandonadas tales teorías pueriles siglos después? No. El astrónomo y filósofo griego Anaximandro (del siglo sexto a. de la E.C.) pensaba de esta manera: “La Tierra es cilíndrica, y su anchura es tres veces mayor que su profundidad, y solo la parte superior está habitada. Pero esta Tierra está aislada en el espacio, y el cielo es una esfera completa en cuyo centro está situado, sin apoyo, nuestro cilindro, la Tierra, a la misma distancia de todos los puntos del cielo.” Un siglo después, Anaxágoras creía que tanto la Tierra como la Luna eran planas.
La Biblia estaba adelantada por mucho a los conceptos científicos que se enseñaban en aquel tiempo. En el siglo quince antes de la era común la Biblia dijo que el Creador ‘colgaba la tierra sobre nada,’ y en el siglo octavo a. de la E.C. habló del “círculo de la tierra.” (Job 26:7; Isa. 40:22) ¿No fue exactamente así como la Tierra le pareció a usted en la pantalla de su televisor cuando los astronautas la fotografiaron desde la Luna?
LA MEDICINA Y LA BOTÁNICA
La Biblia hace referencia a plantas y árboles que crecían en diferentes países. Por ejemplo, habla con precisión acerca de los poderes curativos del bálsamo, que se obtenía de varios árboles de hoja perenne. Al escribir para el Diccionario Enciclopédico de la Biblia, una obra francesa, C. E. Martin dijo: “Pequeñas cantidades de [resina] almáciga gotean naturalmente del árbol, pero, para obtener más, se hacen incisiones longitudinales en el tronco, lo cual permite que la resina fluya libremente. . . . Tenía la reputación de calmar el dolor y curar heridas; Jeremías menciona en sentido figurativo el bálsamo de Galaad, renombrado con relación a las heridas. (Jer 8:22; 46:11; 51:8); también se menciona proverbialmente en el habla actual.” Muchos historiadores romanos y griegos, tales como Plinio y Diodoro de Sicilia, mencionaron este bálsamo.
Según el registro bíblico, en el siglo noveno a. de la E.C. el profeta hebreo
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