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Los registros históricos de Asiria y la BibliaLa Atalaya 1969 | 15 de febrero
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de Tiglat-piléser III aproximadamente en 744-727 a. de la E.C., y por lo tanto después de la muerte de Menahén y Acaz. De manera semejante, las fechas que ellos dan para la caída de Samaria y el ataque de Senaquerib contra Judá en el año decimocuarto de Ezequías difieren por veinte a treinta años del tiempo en que la Biblia coloca estos acontecimientos.—2 Rey. 17:3-6; 18:9, 10, 13.
Entonces, ¿qué hemos de pensar tocante a las discrepancias? ¿Acaso los registros históricos asirios demuestran ser tan exactos y consistentes entre sí como para inspirar confianza? Se comprende que hoy los asiriólogos estén orgullosos de sus logros al reunir los pedacitos del enigma de la historia asiria. No obstante, el cuadro que ha resultado tiene muchas lagunas e inconsistencias, de modo que se les tiene que conceder a los historiadores modernos un margen extenso de conjetura.
Es verdad que algunas de las aparentes contradicciones de los registros paganos quizás se deban a la incapacidad de los investigadores modernos de entender correctamente los antiguos métodos que se utilizaban, así como hay puntos en la cronología bíblica que a veces se entienden mal. Pero el lector imparcial que efectúa una comparación honrada no puede menos que notar el contraste entre la historia unilateral, obviamente exagerada, y generalmente desconectada de las tablillas cuneiformes asirias y el registro de los sucesos notablemente claro, basado en hechos y coherente que hace la Biblia.
Lea, por ejemplo, el registro de los reyes de Judá e Israel según se da en los libros bíblicos de Reyes y Crónicas. Los escritores bíblicos asentaron con consistencia notable la duración del reinado de cada rey de Judá, dando su edad al ocupar el trono y otra vez al morir, el nombre del rey o reyes contemporáneos del reino rival del norte, Israel, los acontecimientos principales del reinado del rey, su fidelidad o infidelidad, sus buenas obras y sus malas obras, el nombre del sucesor de cada rey y el parentesco del sucesor (si lo había) con el rey difunto. Se reconoce que hay que resolver problemas menores de cronología; sin embargo, este registro definidamente no tiene igual en ninguna de las historias paganas.
El candor de los escritores bíblicos da motivo genuino para aceptar confiadamente los datos cronológicos que proveen estos mismos escritores, aunque aparentemente no coincidan con los registros paganos. ¿Dónde, por ejemplo, hallamos entre los jactanciosos registros asirios algún reconocimiento de las derrotas que sufrieron en batalla aquellos reyes que a sí mismos se llamaban invencibles? No obstante, los registradores de la historia bíblica asientan honradamente las experiencias humillantes y derrotas que sufrieron los reyes israelitas a manos de otras naciones, entre ellas los asirios. Podemos leer que el rey israelita Menahén pagó tributo equivalente a más de 1.000.000 de dólares para evitar tener conflicto con el emperador asirio Tiglat-piléser (III) y que el temeroso rey Acaz de Judá sobornó al mismo emperador para que atacara a Siria e Israel a fin de quitar la presión de éstas de sobre Judá. (2 Rey. 15:19, 20; 16:5-9) Poco después nos enteramos de la ruina completa del reino norteño después de un sitio de tres años a Samaria por el ejército asirio y del encierro del rey israelita Oseas. (2 Rey. 17:1-6; 18:9-11) No se hace ningún esfuerzo para disculpar los hechos ni para pintarlos de manera diferente de lo que en realidad fueron.
Grabados en piedra o inscritos en arcilla, quizás parezcan muy impresionantes los antiguos documentos asirios. Pero, ¿asegura esto que son exactos y están libres de falsedad? ¿Cuáles diría usted que son los factores importantes que suministran base sólida para confiar en los asuntos históricos: ¿el material que se usó para escribir? ¿o el escritor, su propósito, su respeto a la verdad y su devoción a los principios justos? Obviamente estos últimos lo son.
Debido a que los registros bíblicos evidentemente se escribieron en papiro o vitela perecederos, su uso continuo y el efecto deteriorador de las condiciones atmosféricas en gran parte de Palestina, sin duda explican por qué hoy no tenemos copias originales de aquellos manuscritos. No obstante, a causa de que es el Libro inspirado de Jehová, la Biblia se ha copiado y preservado cuidadosamente en forma completa hasta ahora. (1 Ped. 1:24, 25) La inspiración divina, por medio de la cual los historiadores bíblicos pudieron asentar sus registros, asegura la confiabilidad de la cronología bíblica.—2 Ped. 1:19-21.
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El tesoro que hallé en la “tierra de promisión”La Atalaya 1969 | 15 de febrero
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El tesoro que hallé en la “tierra de promisión”
según lo relató DEMETRIUS PAPAGEORGE
FUE en la pequeña aldea montañesa de Papingon, en el noroeste de Grecia, que nací. Fue en octubre de 1891, hace unos setenta y siete años. En aquel entonces nuestro hogar estaba en territorio turco. Mi padre era maestro de escuela. Pero poco después de mi nacimiento fue ordenado para servir como sacerdote de la Iglesia Ortodoxa Griega. Sin embargo, tiempos dificultosos obligaron a mi padre a partir de nuestra aldea, y finalmente se estableció en la ciudad de Filadelfia, Asia Menor.
Durante mis años escolares se me asignaba frecuentemente a leer porciones de la Biblia en la iglesia. Estas partes generalmente eran de los Salmos y los escritos de los apóstoles de Jesús. A la edad de catorce años, al concluir mi escuela primaria, fui a Atenas, Grecia, a buscar trabajo. Después de estar allí aproximadamente tres años, me mudé a Esmirna, y de allí a Filadelfia, donde encontré a mi padre.
Le dije a mi padre que deseaba estudiar para el sacerdocio, tal como lo había hecho él. ¡Pero me desanimó! Me dijo muy sinceramente que había quedado muy desilusionado de su profesión sacerdotal. “Decididamente hay algo que falta en esto,” solía decir. Confesó que estaba investigando lo que otras creencias ofrecían. Posteriormente, durante la epidemia de influenza española, en 1918, mi padre murió.
Al comienzo del siglo, Europa se hallaba en una condición de trastorno amortiguado. En 1909 los Turcos Jóvenes derrocaron al sultán Abdul Hamid II. Se redactó una nueva constitución que requería que personas de toda nacionalidad sirvieran en el ejército turco. No estando dispuesto a lo militar, decidí dejar el continente a la primera oportunidad y procurarme la vida en otro lugar. No muchos días después estaba en ruta a los Estados Unidos. Desembarcamos en Nueva York en mayo de 1910.
Los Estados Unidos de Norteamérica eran mi imaginada “tierra de promisión.” Aquí era donde había esperado hallar seguridad económica y felicidad. Pero la “tierra de promisión” me tenía reservadas muchas sorpresas chocantes. No era tan fácil hallar las riquezas. ¡Trabajaba doce horas al día en restaurantes y se me pagaba solamente un dólar por día! Por las noches corría a la escuela para aprender el idioma inglés.
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