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    ¡Despertad! 1978 | 8 de octubre
    • Aerodinámica de las aves

      Se ha estudiado mucho la aerodinámica del vuelo de las aves. Cada clase de ave se halla equipada según el papel que desempeña en el arreglo ecológico. Las golondrinas de mar árticas vuelan 16.000 kilómetros en sus vuelos migratorios. Estas aves migratorias están equipadas para velocidades elevadas. Las alas de algunos pájaros tienen una acción parecida a la de la hélice para el vuelo hacia adelante. Algunas aves permanecen en el aire por horas sobre alas de planeo. Al dar el aletazo descendiente, las plumas del ala se allanan o se cierran estrechamente para conseguir el máximo “empuje” en el aire. Al dar el aletazo ascendente, las plumas se tuercen y se abren para facilitar la subida del ala. Un grupo de plumas en el borde anterior del ala impide la turbulencia que causaría una pérdida de la fuerza de sustentación. Los hombres han copiado este dispositivo en las alas de sus aviones.

      Aunque el colibrí tiene en sus alas algunos rasgos parecidos a los de otros pájaros, revolotea en vuelo por el principio del “helicóptero.” Pero sus alas, en vez de rotar como lo hacen las hojas de las hélices del helicóptero, se mueven de atrás para adelante y logran hasta 60 ó 70 aletazos por segundo. Cada ala gira en la coyuntura del hombro, el borde anterior mira hacia adelante en el aletazo de adelante y hace un giro de casi 180 grados para que el borde anterior mire hacia atrás al darse el aletazo hacia atrás. En realidad, las alas describen un patrón horizontal en forma de ocho. Cada aletazo le proporciona sustentación pero no propulsión. Así el pájaro puede cernerse en una posición fija mientras chupa néctar de una flor.

      Una maravilla de regulación del calor

      Cierto megapódido que se cría en Australia logra una hazaña que a los seres humanos les sería casi imposible sin el uso de dispositivos complejos modernos... hace su propia incubadora.

      En el seco semidesierto donde habita y donde las temperaturas varían de -8 grados a 46 grados centígrados, el macho de estos megapódidos entierra hojas durante el invierno mientras todavía están húmedas para que se descompongan más bien que secarse. En mayo, al acercarse el invierno, cava un hoyo de 4,6 metros de diámetro y de 1 a 1,2 metros de profundidad y rastrilla a él la basura de hojas desde una distancia de 36,5 metros en derredor. Entonces, en el frío de agosto, cubre el montón con tierra hasta un espesor de 0,6 metros. Entonces la hembra pone huevos en un hoyo encima del montículo.c

      Según Scientific American para agosto de 1959, páginas 54-58, un investigador de este asunto, H. J. Frith, dice:

      “En la primavera [el macho de estos megapódidos] tiene que reducir la cantidad de calor procedente de la fermentación que llega a los huevos. Visita el montículo cada día antes del amanecer y cava rápidamente hasta que se acerca a la cámara de los huevos. Después de permitir que se escape la debida cantidad de calor, vuelve a llenar el hoyo con arena fría.

      “Más tarde en el verano el sol se pone muy caliente, y se transmite mucho calor desde la superficie del montículo a la cámara de los huevos. También hay algún calor que todavía se mueve hacia arriba de la materia orgánica, aunque para ese tiempo la fermentación ha disminuido. Por lo tanto, los huevos tienden a calentarse demasiado, y es preciso que el ave haga algo para reducir la temperatura. Hay poco que puede hacer para retardar la fermentación, pero sí reduce la proporción de conducción solar. Cada día agrega más tierra al montículo. A medida que el montículo va haciéndose cada vez más alto, los huevos están aislados más cabalmente del sol por un rato. Después de un tiempo, parece que el ave ya no puede hacer más alto el montículo, y una ola de calor empieza a descender de nuevo hacia los huevos. Ahora el macho de estas aves visita el montículo más o menos cada semana temprano por la mañana, quita toda la tierra y la esparce en el aire fresco de la mañana. Cuando está fría, la recoge y la restaura al montículo. Este es trabajo arduo, pero eficaz para destruir la ola de calor en el incubador. La temperatura en la cámara de los huevos permanece estable a 33 grados centígrados.

      “Cuando viene el otoño, el ave se halla frente al problema opuesto: temperaturas que van bajando en el montículo. El montículo ya no genera calor de la fermentación, y cada día entra menos calor solar. El ave ahora cambia sus actividades para hacerle frente al desafío. Mientras que había escarbado y esparcido la arena para enfriarla temprano por la mañana, a menudo antes del amanecer, ahora viene al montículo cada día a eso de las 10 de la mañana, cuando el sol está brillando sobre él. Se pone a cavar y quita casi toda la tierra y la esparce de modo que el montículo se parece a un platillo grande, con los huevos a solo unos cuantos centímetros debajo de la superficie. Esta capa delgada de tierra, expuesta al sol del mediodía, absorbe algún calor, pero no una cantidad suficiente para mantener la temperatura durante toda la noche. Hay que volver a llenar el platillo con arena calentada. Durante la parte más caliente del día el ave revuelve con sus patas la arena que removió del montículo para exponerla toda al sol. A medida que cada capa se calienta, la devuelve al montículo. Regula su trabajo para que la incubadora esté restaurada con capas de arena calentada para las 4 de la tarde, cuando el sol está bajando.”

      En un experimento este investigador colocó en el montículo un elemento calentador, accionado por un generador de 240 voltios, y vez tras vez conectó y desconectó el calor. Esto mantuvo ocupado al ave macho, pero logró mantener la temperatura a casi 33 grados centígrados.

      ¿Qué poder de la casualidad ciega haría posible que esta ave supiera que una temperatura de 33 grados centígrados era absolutamente esencial para la incubación de los huevos, y, después de todo, por qué debería esta ave desear producir prole? En el caso del ave Mallee se nos hace maravillar aún más, porque cuando el polluelo sale del cascarón y de su montículo encubador, las aves que son sus padres lo dejan por completo para que se valga por sí mismo. No le dan ninguna ayuda en absoluto. Sin embargo, el ave macho se ha afanado extraordinariamente bajo un sol ardiente para incubar los huevos, como si la continuación de su especie le fuera importante a la ecología, y sin duda lo es.

      Diseño evidente en el comportamiento

      Hay miles de otros rasgos presentes en el comportamiento de los animales que se pueden entender fácilmente como resultado de diseño de un genio creador y director, pero que requieren miles de suposiciones si ha de justificarse la teoría de casualidad o coincidencia. Por ejemplo, ¿cómo llegó a tener el castor una cola tan adecuada para su trabajo de “enyesar,” dientes que pueden talar árboles, y la motivación para construir, primero un dique, y entonces una vivienda segura, cómoda y repleta de alimento? ¿Por qué edifica diques que son un aditamento, sí, una necesidad, para otros animales de la vecindad? Difícilmente podemos decir que el castor está trabajando deliberadamente para el bien de otros animales.

      ¿Cómo sucede que el jerbo de tres dedos del Asia hace su madriguera permanente con una entrada principal, bloqueada con arena durante el día, y con varias salidas de emergencia? ¿Cómo supo el pájaro takahe de Nueva Zelanda (del género Notornis) que debiera edificar varios nidos, cada uno con dos salidas para que pudiera ir de nido en nido? Hasta un ser humano que tratara de escapar de sus perseguidores pudiera descuidar de hace de antemano un plan como éste. Además, nos es preciso notar que los animales no aprenden estos patrones básicos de sus padres, aunque en algunos casos los padres sí enseñan a sus hijos algunas cosas, incluso la cautela, el cazar y el comportamiento defensivo. Ciertamente no hay evidencia de que los animales hayan edificado sobre el conocimiento o hallazgos de sus antecesores a fin de progresar en conocimiento, como lo hace el hombre. No obstante, cada animal tiene el patrón de comportamiento necesario para la supervivencia de su especie.

      Diseño evidente en la diferenciación de géneros

      Aunque muchos lectores casuales no se den cuenta de ello, Carlos Darwin no creyó en la evolución en el sentido absoluto. En la conclusión de su obra Origin of Species, dice: “Hay magnificencia en este modo de ver la vida, con sus varios poderes, que el Creador originalmente sopló en unas cuantas formas o en una sola.”

      Pero no hay prueba de que la presente gran variedad de “géneros” de animales en la Tierra que varían ampliamente unos de otros haya brotado de una o de unas cuantas formas originalmente creadas, aunque sí han brotado muchas variedades de los “géneros,” los cuales no pueden entrecruzarse. Sobre esto, H. W. Chatfield dice en A Scientist in Search of God:

      “Un instinto de apareamiento crudo y desenfrenado significaría desastre para la vida animal, pero ¿cómo es dirigido el mundo de los animales en su senda virtuosa y responsable a no ser por la intervención sabia de una fuerza guiadora que de alguna manera, que nosotros no entendemos, ha interpuesto una restricción de seguridad para mantener el arreglo ordenado de la creación? Esta fuerza ha provisto al mundo de los animales con dos sexos con la atracción esencial entre ellos para mantener la vida, pero sabiamente ha circunscrito esta atracción para evitar que tome mala dirección.

      “Puede argüirse que los más o menos 800.000 especies de animales reconocidos son el resultado de entrecruzamiento anterior, y sea esto válido o no, persiste el hecho de que actualmente podemos caracterizar estas especies distintas. Si el cruzamiento indistinto y promiscuo hubiese ocurrido por los millones de años que a los zoólogos y evolucionistas les gusta citar engañosamente, de veras seríamos afortunados si pudiéramos reconocer cualquier especie individual. Lo sorprendente es que después de todo este tiempo podemos separar la vida animal en especies distintas y fácilmente identificables.”—Págs. 138, 139.

      En cuanto a la vida en la Tierra, la Biblia da la respuesta de que la vida es el producto de un Diseñador Maestro, y no el producto de la casualidad. Leemos: “Digno eres tú, Jehová, nuestro Dios mismo, de recibir la gloria y la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y a causa de tu voluntad existieron y fueron creadas.”—Rev. 4:11.

      Y respecto a la reproducción de los diferentes géneros, hay una ley que los rige, y sabemos que ninguna ley se origina por casualidad o coincidencia, sino que es el producto de un legislador. Esta ley dispone que cada género de vegetación y animal tiene que reproducirse “según su género.” ¿Diría usted que en cuanto a la vida en la Tierra los hechos señalan a la coincidencia, o al diseño?—Gén. 1:11, 12, 21, 24, 25.

  • ¿Dónde encaja el hombre en esto?
    ¡Despertad! 1978 | 8 de octubre
    • ¿Dónde encaja el hombre en esto?

      AL VOLVERNOS de las maravillas y complejidad del mundo de los animales y considerar la vida humana, hallamos maravillas aún mayores, porque el cuerpo humano, y en particular el cerebro humano, es de una complejidad inmensurablemente mayor. De hecho, el vacío o abismo entre el mundo de los animales y el de la humanidad es mucho más ancho que el que existe entre los insectos y los monos.

      ¿Qué es este vacío? Es la diferencia en la estructura física, mental y espiritual. En todas partes de la Tierra, el género humano de toda tribu y nación tiene el deseo

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