-
Los “libros de mayor venta”¡Despertad! 1971 | 8 de agosto
-
-
está alistado como el libro de ficción de mayor venta, con una venta de 9.915.785 ejemplares para fines de 1965 (la mayor parte de ellos en edición a la rústica). En cuanto a libros de no ficción, la autoridad ya mencionada alista en el primer lugar entre los de mayor venta The Common Sense Book of Baby and Child Care (Libro de sentido común sobre el cuidado de nenes y niños), con un total de ventas de más de 22.000.000. Ahora se cree que la cifra ha subido a 23.000.000.
Sin embargo, hay un libro que ha recibido una distribución mucho más grande. Desde junio de 1968, el manual bíblico La verdad que lleva a vida eterna ha alcanzado una cifra de distribución de 35.000.000 de ejemplares, en sesenta y siete idiomas.
El cuadro de la página anterior muestra una lista de los diez libros de mayor venta entre los libros de no ficción. Seis de ellos son libros que se basan en la Biblia y que los testigos de Jehová distribuyen.
Puesto que la Santa Biblia es el libro de mayor venta de todo tiempo del mundo, parece sumamente apropiado que el primero de los de mayor venta en la lista concomitante sea un libro que explica de qué trata la Biblia. Es estimulador para los amadores de la Palabra de Dios ver que libros que subrayan el reino de Jehová como la única esperanza de la humanidad estén recibiendo la más extensa distribución entre todos los libros.
-
-
Yo fui budista¡Despertad! 1971 | 8 de agosto
-
-
Yo fui budista
SEGÚN RELATADO AL CORRESPONSAL DE “¡DESPERTAD!” EN LAOS
ME LEVANTÉ antes que amaneciera, me puse mi sarong y fui a la cocina para comenzar el día. Primero tuve que encender la estufa de queroseno. Entonces puse una olla grande de agua en ella. Finalmente coloqué en la olla llena de agua una canasta grande en forma cónica llena de arroz que había puesto a remojar toda la noche. Apenas había acabado de cocer el arroz y meterlo en su canasta de acarreo cuando el tambor del templo o wat cercano sonó fuertemente y sin resonancia.
Sí. No me había levantado a las cinco de la mañana para preparar arroz para mí misma. Era para los monjes del wat vecino. El toque del tambor nos daba a mí y a mis vecinas la señal para que sacáramos nuestras canastas de arroz a la calle y esperáramos la llegada de los monjes. Todas estábamos cuidadosamente vestidas con nuestros mejores sarongs de seda, con estolas de seda sobre nuestro hombro izquierdo. Nos arrodillamos en una larga fila en el camino, y pronto por la puerta del wat salió la procesión de monjes descalzos, con túnicas azafranadas.
¡Cómo respetábamos a estos hombres! ¿No habían dado su vida, o por lo menos parte de ella, en devoción a Buda y sus enseñanzas? ¡Qué privilegio considerábamos el poder ofrecerles sostén de esta manera! Al pasar cada monje junto a mí yo tomaba un puñado de arroz de mi canasta y lo ponía en el tazón que se me extendía. Ninguno de los monjes decía una sola palabra, ni siquiera el acostumbrado “khob chai” (gracias). El privilegio de dar era nuestro. De hecho, al dar dones a estos “santos” creíamos con toda convicción que estábamos efectuando “boon,” es decir, edificando mérito para nosotras para que en nuestra reencarnación fuésemos felices y ricas y tuviésemos una casa grande y muchos criados.
Cuando el último monje había recibido su arroz, saqué un frasco pequeño de agua y derramé su contenido en el piso. Así pedíamos a Nang Thorani, la diosa Tierra, y a nuestros antepasados muertos que dieran testimonio de nuestras buenas obras. Al partir los monjes cada una de nosotras meditaba silenciosamente con la cabeza inclinada, llena de satisfacción por una obra bien hecha.
Sí, yo amaba mi religión y aprovechaba toda oportunidad para arreglar una fiesta especial para mis amigos o para ir al wat a ayudar a los monjes a hacer su trabajo. Obedecía los preceptos del budismo y me parecía que estaba colocando un cimiento espléndido para mi siguiente vida.
Una nueva experiencia
En ese tiempo vivía en una población al sur de Laos. Estaba empleada como bibliotecaria. Un día una joven entró en la biblioteca y se presentó como misionera de los testigos de Jehová. Eso era algo nuevo para mí, pero me sentí atraída por su afectuosa y amigable personalidad. Me dijo algo acerca de sus creencias y me parecieron tan buenas que yo pensé: “Es igual que el budismo.”
Poco después, me mudé más al sur adonde vivían mis padres, y donde no había ni un solo testigo de Jehová. Al mismo tiempo la misionera se mudó a la capital, de modo que en el transcurso de los siguientes dos años solo la vi una vez durante una visita a Vientiane. De nuevo me fui con el pensamiento de que su religión se asemejaba estrechamente a la mía.
Para explicar esta aparente semejanza, debo mencionar que el budismo enseña que la salvación se consigue siguiendo la noble Senda Óctuple: (1) Punto de vista correcto... considerar al mundo con apego a la realidad; (2) Resolución correcta... tratar de librarse uno de cualidades como el orgullo y el resentimiento, y esforzarse por amar a sus enemigos; (3) Habla correcta... que Buda definió como “abstinencia de habla mentirosa, de difamación solapada y habla injuriosa y de charla ociosa”; (4) Conducta correcta... el ser pacífico, puro, honrado; (5) Subsistencia correcta... evitar trabajo que cause sufrimiento a otros; (6) Esfuerzo correcto... desarrollar vigorosamente buenos estados de ánimo; (7) Atención correcta... ser vigilantes o mentalmente alertos para evitar habla o conducta inconsideradas; y (8) Concentración correcta, es decir, meditación.
En el asunto de conducta, la enseñanza bíblica me pareció muy semejante a la enseñanza budista. Hay una semejanza particularmente estrecha entre los mandamientos alistados en Éxodo 20 y cuatro de los “cinco preceptos” que los budistas recitan en el templo en los días santos:
“Acepto el precepto de abstenerme de matar;
“Acepto el precepto de abstenerme de hurtar;
“Acepto el precepto de abstenerme de adulterio;
“Acepto el precepto de abstenerme de mentir;
“Acepto el precepto de abstenerme de licor que cause embriaguez e imprudencia.”
En aquel tiempo yo consideraba la Biblia como otro libro de reglas religiosas. Nunca se me ocurrió que tuviera un autor divino, y que contuviera evidencias que probaban que no era simple obra del hombre. Al mismo tiempo había estado dando por sentado que la misionera era católica romana. Me imaginé que tal como hay muchas variantes del budismo (según se practica en la India, Laos, el Japón, etc.), así los testigos de Jehová y los católicos eran variantes de la misma religión.
-