-
Mi vida como matador... ¿cuán satisfaciente?¡Despertad! 1975 | 22 de diciembre
-
-
el deseo de triunfar y progresar hacia mi meta de llegar a ser matador plenamente capacitado probó ser más fuerte que el dolor de la cornada. Pedí otra capa, y aunque las autoridades de la plaza intentaron impedírmelo, de nuevo me enfrenté con el toro. Empezaron a faltarme fuerzas.
Aunque el público no desea ver una tragedia, se excitan y están a la expectativa en situaciones en que el peligro es grande para el matador. Pero a pesar de la herida, completé la faena con la capa y maté al toro con éxito. Entre las aclamaciones del público di la vuelta al ruedo, y entonces me llevaron a la enfermería. Después de recibir primeros auxilios, fui transferido a un hospital especial para toreros en Madrid.
Se publicaron reportajes de la corrida en los periódicos, así trayéndome a la atención del público taurino. También apareció una fotografía mía, con la cornada en el muslo y yo toreando al toro. Me hice famoso, y conseguí contratos en las mejores plazas de España y en el sur de Francia. Así finalmente llegué a alcanzar mi meta, tomando la alternativa el 2 de abril de 1967.
¿Satisfacción como matador?
Ahora empecé a recibir hasta 150.000 pesetas (2.500 dólares) por cada corrida. Sin embargo, después de pagar mi cuadrilla, los gastos de viaje, dietas, hotel y 10 por ciento al apoderado, muchas veces quedó menos del 10 por ciento para mí. No acumulaba las riquezas que deseaba; de hecho, gastaba más de lo que ganaba, imaginando que en la próxima temporada ganaría más.
Por un tiempo yo lo consideraba maravilloso ser matador... me ofreció fama y adulación. Pero empecé a ver que esta gente era más bien amigos del matador que de mí como persona. Querían disfrutar de la gloria reflejada del matador victorioso y ser vistos con él. Así, después de las corridas triunfantes, el hotel estaba lleno de “amigos”; se arreglaban fiestas en mi honor. Pero el día en que las cosas saliesen mal en el ruedo, estos “amigos” brillaban por su ausencia.
Además, empecé a darme cuenta de que el mundo del toreo estaba en manos de un pequeño grupo de personas influyentes. Unos pocos empresarios controlaban las plazas principales, y el que uno consiguiera contratos para torear en ellas o no dependía más de sus relaciones con los de influencia que de sus habilidades. También, los corresponsales de periódico comúnmente no informaban sobre los triunfos de un matador a menos que hubieran recibido su “propina” de antemano.
Además había las casi inevitables cornadas. Por supuesto causaban dolor físico, pero también afectaban al bolsillo, pues la temporada solo dura unos pocos meses y una cornada puede poner a uno fuera de acción durante dos a cuatro semanas o más. Fui corneado siete veces, y llegué al punto en que las cicatrices en mi cuerpo se parecían a un mapa de carreteras.
Empecé a ver que la vida de un matador no era todo lo que yo me había imaginado. No obstante, hubo otra cosa que me hizo dudar del valor de la vida que llevaba.
El matador y la religión
La religión está asociada estrechamente con el toreo. Por costumbre los matadores visitan una capilla llena de imágenes para adorar antes de cada corrida; muchos hasta llevan con ellos una capilla portátil. De acuerdo de una ocasión en que oré delante de mi capilla antes de entrar en el ruedo, como era mi costumbre, pero después al volver ¡descubrí que la capilla se había incendiado! Si hubiera llegado más tarde toda la habitación habría ardido. Eso me hizo pensar. Si estas imágenes no podían salvarse a sí mismas, ¿cómo acaso podrían protegerme a mí en una corrida? Esta duda me molestaba.
En otra ocasión cuando toreaba en Francia, me fui a confesar, como también era mi costumbre. Los que esperábamos quedamos sorprendidos y desilusionado cuando el cura no salió a atendernos. Entonces cuando supo que yo estaba allí, salió y me atendió, pero no hizo caso de la gente humilde que había esperado por tanto tiempo. Incidentes tales como estos empezaron a debilitar mi fe en la Iglesia Católica. No obstante yo creía en Dios, y respetaba la Biblia. De hecho, disfrutaba leyéndola.
Por eso una vez le pregunté a un cura sobre la Biblia, explicándole que quería entenderla. Sin embargo, me desanimó, diciendo que la Biblia era para teólogos y que me enloquecería si la leyera. Eso me entristeció, debilitando aun más mi fe en la Iglesia.
Un propósito mejor en la vida
Alrededor de este tiempo, en el otoño de 1968, mi esposa y yo desayunábamos cuando llamaron a la puerta. Ella abrió la puerta y encontró dos señoras que nos hablaron de la Biblia. Para cada pregunta que yo hice surgir, ellas dieron una contestación bíblica. Me maravillé, deseando saber manejar la Biblia como ellas. Al leer la literatura que había aceptado de ellas, me di cuenta de que podía ayudarme a obtener el conocimiento bíblico que tanto había deseado. Pronto aceptamos un estudio regular de la Biblia en casa.
Fue precisamente en este tiempo que me invitaron a participar en una corrida como parte de una fiesta en un cortijo. El obispo de Sevilla estuvo presente, y observé cuánto disfrutaba de la fiesta. Pero por alguna razón me sentía incómodo allí.
Durante mi carrera debo de haber matado alrededor de 240 toros. Pero aun entonces, mientras observaba a otros matadores torear un toro que se desangraba y sufría, sentía pena por el animal. Al paso que llegaba a familiarizarme más con las enseñanzas bíblicas, me di cuenta de que el torear no era una carrera para un cristiano verdadero. Aquella corrida relacionada con la fiesta campera en el cortijo llegó a ser la última para mí.
A medida que llegaba a apreciar el propósito de Dios de crear un justo nuevo sistema de cosas, mi deseo de servirle se fortalecía. (2 Ped. 3:13) Esto llegó a ser mi propósito principal en la vida. Y puesto que la Biblia explica que Dios desea que todos sepan de su nuevo sistema, comencé a hablar a otros acerca de él.—Mat. 24:14.
Muchas personas quedaron sorprendidas, y también contentas, al verme llamar a su puerta. Estaban anuentes de hablar conmigo sobre los toros. Pero entonces yo aprovechaba la oportunidad de explicar que hay algo mucho mejor en la vida que los toros... es el conocer y servir a nuestro gran Creador. Sin duda ha sido cierto en mi caso.—Contribuido.
-
-
Provisiones para los viajeros¡Despertad! 1975 | 22 de diciembre
-
-
Provisiones para los viajeros
● En Zaire, lo mismo que en otros países del África, el caminar fue anteriormente el principal medio de viajar. El tener que caminar grandes distancias hacía necesario que uno llevara poco consigo, solo los artículos de primera necesidad... agua, una estera sobre la cual dormir y tal vez algo con que cubrirse. ¿Pero qué hacían en cuanto al alimento y alojamiento? Los viajeros no tenían por qué preocuparse, pues sabían que una vez que llegaran a una aldea, el jefe aldeano les proveería de alimentos y también de albergue. Esa era la costumbre.
Sin embargo, si no había ninguna aldea cercana y le daba hambre al viajero, todavía le era posible conseguir provisiones. ¿De qué modo? Bueno, era costumbre en ciertas regiones del país dejar que la hilera de alimentos que se cultivaba a lo largo del camino o sendero fuera principalmente para los viajeros. Estaba a la disposición de ellos para que comieran todo lo que desearan, pero, si llenaban un recipiente para llevarse alimentos, entonces estaban robando y el propietario podía hacer cargos contra ellos. Esa provisión es igual a la que se encuentra en la ley mosaica, como, por ejemplo, en Deuteronomio 23:24: “En caso de que entres en la viña de tu semejante, debes comer solo suficientes uvas para satisfacer tu alma, pero no debes ponerlas en un receptáculo tuyo.”
-