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“Feliz es la nación cuyo Dios es Jehová”La Atalaya 1967 | 15 de agosto
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ha accedido y ha dicho todo lo que sabe entonces obtiene una celda mejor, mejor comida y mejor trato. Usted va a la celda oscura porque ellos creen que este tipo de trato lo hará acceder. Pero dejaré que tenga luz y algo caliente que comer.”
Los pensamientos de las promesas de Jehová de ayudarlo a uno en toda clase de dificultad me dieron el consuelo y la fuerza para aguantar todo esto, de modo que pensamientos de cualquier transigencia con mis perseguidores endemoniados jamás entraron una sola vez en mi mente.
Cuando me miré ante el espejo al día siguiente, me sorprendí por la apariencia que tenía. Los dos policías secretos holandeses que me habían transportado de la prisión para ser interrogado por la Gestapo no me podían reconocer ahora. Habían ayudado a la Gestapo a detenerme y cuando me vieron se pusieron a preguntarme: “¿Es usted Winkler?”
“Sí.”
“¿Es usted aquel R. A. Winkler?”
“Sí,” contesté.
“¿Es usted Winkler, el testigo de Jehová?”
“Sí, yo soy.”
“¿Es usted el Testigo Winkler a quien detuvimos en el Wittenkade la semana pasada?”
Les dije que yo era el mismo. Me preguntaron qué me había hecho la Gestapo. Cuando les dije, dijeron que jamás me habrían detenido si hubieran sabido lo que me iba a hacer la Gestapo.
El sábado había sido detenido por la Gestapo, y el siguiente lunes iba a ser interrogado nuevamente por ellos. ¿Qué sucedería ahora y qué iba yo a hacer? Me dirigí a Jehová en oración, confiando en sus promesas. Sabía que esto significaba usar estrategia de guerra teocrática por causa de la obra del Reino y la protección de mis hermanos cristianos. Fue una gran prueba para que yo la aguantara y me sentía completamente agotado después de diecisiete días, pero le di gracias a Jehová porque pude aguantar con su fuerza esta prueba y retuve mi integridad.
FORTALEZA ESPIRITUAL A PESAR DE MALES FÍSICOS
Ahora sentí una necesidad muy grande de alimento espiritual. Dos días después este mismo guardia amigable de la prisión vino y me preguntó si podía hacer algo por mí. Le dije que sí; podía conseguirme una Biblia de parte de mi esposa. “Sí,” dijo, “escriba una nota. Le traeré un lápiz y papel.”
El 10 de febrero de 1942, es un día que jamás olvidaré. La puerta de mi celda se abrió de par en par y alguien arrojó una Biblia de bolsillo en la celda, y antes de darme cuenta de lo que pasaba la puerta fue cerrada nuevamente. ¡Qué gozosa ocasión! La Gestapo no me permitía tener nada que leer, y ahora, por la bondad inmerecida de Jehová, tenía una Biblia que podría leer. ¡Qué gozo el disfrutar diariamente de las palabras agradables de la verdad de Su Palabra! Aunque tenía que leer secretamente, yo mismo sentía que estaba recuperando fuerzas espiritualmente.
Me quedé con la misma Biblia hasta que me trasladaron a otro campo en Holanda, el Campo de Vught. Allí en Vught pude conseguir otra Biblia.
De Vught me trasladaron a Alemania, a un campo en Oraniënburg-Sachsenhausen. Allí fuimos metidos en barracas donde se nos obligaba a quitarnos la ropa y darnos una ducha. Nos quitaron la ropa y también los zapatos; solo los que tenían zapatos de madera pudieron quedarse con ellos. Escondí la Biblia en un zapato de madera sin que nadie me viera y así pude conservarla mientras estuve en el campo.
En este nuevo campo me enfermé. Poco después llegué a parar en el hospital del campo donde ya había unos 3.000 pacientes que estaban siendo atendidos por médicos que también eran prisioneros. Tan pronto como recuperaba de una enfermedad recaía en otra. Con el tiempo fui llevado a otras barracas, donde me atendió un médico sueco.
Este médico me preguntó si conocía a los Testigos Erich Frost, Konrad Franke y R. Braüning. Cuando le dije que sí, me dijo que ellos le habían salvado la vida en la isla de Wight, y ahora, en gratitud, iba a tratar de salvarme la mía. Era obligatorio que los doctores informaran a los guardias del SS de todo prisionero que, debido a enfermedad, no pudiera presentarse a trabajar durante los seis meses subsiguientes. Tales pacientes eran llevados a otras barracas y eran metidos en autobuses que no eran otra cosa sino cámaras de gas rodantes. Los gases del escape mataban a las víctimas en camino a los crematorios. Esto me hubiera sucedido, pero el médico sueco no hizo lo que los nazis esperaban de él, debido a las bondades que le mostraron mis hermanos cristianos.
También muchas veces me viene a la memoria la llamada “Marcha de la Muerte” desde el Campo de Sachsenhausen hasta Schwerin en abril de 1945. Nunca hubiera aguantado esta marcha si no hubiera sido por la atención amorosa de mis hermanos cristianos que habían arriesgado mucho para sacarme de las barracas de los enfermos que no podían moverse por sí solos. Los del SS querían quemar las barracas con los que estaban gravemente enfermos para no dejar que tal evidencia cayera en manos de los rusos. Los hermanos se apoderaron de una especie de carreta en la que me colocaron a mí y a otros Testigos que no podían andar. Halaron esta carreta con sus hermanos cristianos que no podían andar, hasta el fin de esta marcha de la muerte que era como una pesadilla. Cualquiera que se desplomaba durante esta marcha era eliminado por los SS, quienes le pegaban un balazo en el cuello. El cuidado amoroso de nuestros hermanos cristianos nos sirvió de ayuda para evitar semejante fin.
Por fin regresé al lugar de mi asignación teocrática en Holanda con el uniforme del campo y sin nada salvo hojas de papel como ropa interior y apenas andando con la ayuda de un bastón. Sin embargo, rápidamente me recuperé y poco después reasumí la obra en el servicio del Reino. Esto lo he hecho por más de veinte años desde mi liberación. Todavía tenemos el gran privilegio de trabajar en la oficina de sucursal de la Sociedad en Holanda.
De parte del gobierno alemán recibimos una compensación y así pudimos reemplazar cosas que habíamos perdido. Ahora que ya he cumplido 65 años, también recibo los beneficios de una pensión por la vejez. Así puedo tener un automóvil, que me facilita hacer tanto como sea posible en el ministerio.
Sí, Jehová no permite que ninguna prueba sea mayor de lo que podamos aguantar, y, además de esto, suministra la fuerza para aguantar. Por ningún precio en la Tierra me perdería yo de las pruebas que he aguantado con Su fuerza. Estas pruebas han aumentado mi fe en Jehová, mi aprecio por sus cualidades de amor, sabiduría, justicia y poder. Por experiencia verdadera aprendí la gran verdad que leemos en la Biblia: “Feliz es la nación cuyo Dios es Jehová.”
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La ‘mitad del mundo, desnutrido’La Atalaya 1967 | 15 de agosto
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La ‘mitad del mundo, desnutrido’
◆ Las palabras de María Ross, funcionario regional de nutrición de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), quien habló en una convención de dietistas, nos hacen recordar una de las profecías de la Biblia que habla sobre las “escaseces de alimento” en nuestro día: “Calculamos que cerca de la mitad de la población del mundo está desnutrida, mal alimentada... o las dos cosas.” Se habló de que por lo menos tres millones de personas mueren cada año por falta de alimento que contiene proteína, y el problema se está agravando más cada día.—Mat. 24:7.
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