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Las “obras” cristianas... ¿qué abarcan?La Atalaya 1978 | 15 de octubre
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tomar la iniciativa de proclamar el mensaje de Dios a otros. En algunos países todavía se puede efectuar mucha predicación en zonas públicas... plazas y mercados. Sin embargo, hasta en esos lugares la clase de consideración pública que se efectuaba en el primer siglo es casi desconocida. La mayor parte de esa predicación en zonas públicas ahora toma la forma de presentar La Atalaya y ¡Despertad! a los que pasan, o de conversaciones con grupos pequeños e individuos. Por lo general no es la manera en que se puede llegar a la mayoría de la gente de una ciudad en particular.
Entonces, ¿cómo se puede dar un testimonio más cabal? La experiencia de más de 50 años de los testigos de Jehová ha demostrado ampliamente que la respuesta es... VISITACIÓN REGULAR DE CASA EN CASA. Por eso, en las partes del mundo donde es posible predicar de casa en casa, todos los que están físicamente capacitados para participar en esa predicación ciertamente deben apartar tiempo para ella cada mes. La predicación de casa en casa continúa siendo el medio por el cual a miles y miles de personas se les presenta el mensaje de la Biblia y se les ayuda a llegar a ser discípulos de Jesucristo. Además, esto ayuda al Testigo fiel a cultivar y mantener la humildad según el modelo o patrón del Amo.—Juan 13:15, 16.
Todas las demás obras cristianas apropiadas, entre ellas la excelente conducta personal, dan sustancia a la obra vital de predicar y hacer discípulos. Prueban que el cristianismo verdadero conduce a una vida feliz, significativa y contenta hasta en este tiempo. Además, la obra de predicar y hacer discípulos muestra a otros que el que uno sea un buen empleado, un vecino dispuesto a ayudar y un esposo o padre amoroso, o una esposa o madre amorosa, tiene que atribuirse a la fe de uno en Dios.
Verdaderamente hay muchas obras cristianas apropiadas. Estas no son obras que se hagan con el fin de “ganarse” la recompensa de la vida, como si de ese modo Dios “nos la debiera” a nosotros. Más bien, son obras de fe, que prueban que uno cree que Jehová existe y que él recompensa o remunera a sus siervos. Si tenemos verdadera fe en Dios como recompensador, galardonador, debería ser posible que otros vieran nuestra fe en función por el hecho de que nos amoldamos a sus caminos y voluntad en toda nuestra conducta y porque proclamamos celosamente su mensaje a nuestro congénere. Cuando hay clara evidencia de estas obras apropiadas, la fe del cristiano no está muerta, sino viva, activa.
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Eliab... un hombre de Judá que no calificaba para reyLa Atalaya 1978 | 15 de octubre
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Eliab... un hombre de Judá que no calificaba para rey
UNA PROFECÍA hecha por el patriarca Jacob en su lecho de muerte mostró claramente que cierto día la gobernación sería ejercida por descendientes de Judá, su cuarto hijo. Jacob dijo: “El cetro [la soberanía de rey] no se apartará de Judá, ni el bastón de mando [la autoridad para mandar] de entre sus pies, hasta que venga Silo [el Mesías]; y a él pertenecerá la obediencia de los pueblos.” (Gén. 49:10) Pero ¿quién sería el primer hombre de Judá que ejercería la autoridad y el poder de rey?
Esta pregunta fue contestada más de 600 años después que Jacob hizo su declaración solemne profética. El profeta Samuel fue enviado a Belén, para que ungiera rey allí a uno de los hijos de Jesé, un hombre de Judá. Desde el punto de vista humano, la selección lógica hubiera sido la de Eliab, el primogénito de Jesé. Él era un hombre de apariencia notable, alto y hermoso. Al verlo, Samuel se dijo: “Seguramente su ungido está delante de Jehová.” (1 Sam. 16:6) Pero no era así. La palabra de Jehová fue: “No mires su apariencia y lo alto de su estatura, porque lo he rechazado. Porque no de la manera que el hombre ve es la manera que Dios ve, porque el simple hombre ve lo que aparece a los ojos; pero en cuanto a Jehová, él ve lo que es el corazón.” (1 Sam. 16:7) Un incidente posterior en la vida de Eliab demuestra bien por qué no calificaba para rey.
Cuando estalló guerra entre los filisteos y los israelitas, Eliab estaba en el ejército del rey Saúl. Él, junto con los demás hombres, oyó el desafío que lanzó Goliat, el campeón filisteo: “ . . . yo mismo de veras desafío las líneas de batalla de Israel este día. ¡Denme un hombre y peleémonos!”—1 Sam. 17:8-10.
¿Cómo respondió Eliab a esto? ¿Desplegó él fe en que Jehová podía darle éxito en la pelea contra Goliat? No, Eliab no hizo ningún esfuerzo por mostrarse valeroso ante la situación. Evidentemente respondió como los demás israelitas. La Biblia informa: “Cuando Saúl y todo Israel oyeron estas palabras del filisteo, entonces se aterrorizaron y tuvieron muchísimo miedo.”—1 Sam. 17:11.
El filisteo Goliat siguió desafiando a Israel cada mañana y tarde por 40 días. (1 Sam. 17:16) Durante este tiempo Jesé envió a David, su hijo más joven, a quien Jehová escogía para la dignidad de rey, al campamento israelita para que llevara alimento a Eliab y sus otros dos hermanos así como al jefe que comandaba a mil hombres. Jesé dio esta instrucción a David: “Debes mirar por tus propios hermanos respecto de su bienestar, y una prenda debes
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