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    La Atalaya 1972 | 15 de julio
    • corta. (Compare con Juan 21:3, 7.) Pero de nuestra propia experiencia nos es preciso admitir que, cuando se ve claramente la razón y el propósito de usar esta ropa, no tiene el mismo efecto en el observador que tiene cuando no hay razón o necesidad evidente de usarla. Sin embargo, lo que Dios hizo al vestir a Adán y Eva sirve de norma fundamental para guiarnos. Y, como se ha mostrado, se describió esa ropa más bien como “larga” que como “corta.”

      Uno pudiera decir: Pero si no hay detalles específicos, ¿cómo hemos de saber si la ropa es modesta o inmodesta, si es demasiado corta o demasiado ajustada o de otra manera inaceptable?

      La Palabra de Dios fue escrita para que la entendieran personas de inteligencia normal. Si un padre le dice a su hijo que no le pegue a su hermanita o que no le grite, ¿entiende el muchacho que eso significa que ni siquiera debería tocar a su hermana o hablarle? ¿Se necesita mucha inteligencia para conocer la diferencia? ¿No podría hasta un niño saber cuando diera una simple palmadita amigable en contraste con un golpe destinado a lastimar, o cuando hablara normalmente en contraste con gritar? Si podemos entender la diferencia de grados en casos como éstos, ¿por qué debe hacérsele difícil a cualquiera de nosotros aplicar las normas de la Biblia sobre el vestir: saber si algo es moderado, o extremado; si queda bien, o está ajustado; si es modesto, o vano?

      Si no estamos seguros, ¿por qué no observar a otros en torno de nosotros? Dentro de una congregación de cristianos genuinos hay muchas personas que muy evidentemente manifiestan el espíritu de Dios en su vida y muestran verdadero aprecio por el consejo de su Palabra. ¿Qué notamos al comparar nuestra ropa con la de ellas?

      En realidad, nuestra preocupación principal en cuanto a la ropa es estar seguros de que estamos cumpliendo las dos reglas más importantes de todas: amar a Dios y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Puesto que nos amamos, es natural y adecuado que nos agrademos por la manera en que nos vestimos. Pero no debemos hacer esto a tal grado que excluimos el agradar a otros al mismo tiempo. Aunque tuviésemos el derecho de hacerlo, el amor no nos dejaría pasar por alto los sentimientos e intereses de otros. (1 Cor. 10:24; 13:4, 5; Fili. 2:4) De hecho, el gozo que derivamos del vestir debería provenir en gran parte de saber que a otros les parece grata nuestra apariencia.

      Por supuesto, hoy a muchas personas les agrada la falta de modestia. El vestirse para agradar a estas personas atraería su atención... y hasta sus propuestas ilícitas. Podría resultar en que tropezáramos y participáramos en algo como fornicación, adulterio o hasta homosexualidad. Nadie debe ser tan ingenuo como para pensar que esto no sucederá. Por lo tanto, en su corazón ¿a quién está usted tratando de agradar?

      Debe causar igual preocupación el peligro de incitar a otra persona a tropezar y participar en inmoralidad. Cristo Jesús dijo: “Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeños que creen, mejor le sería que se le pusiera alrededor del cuello una piedra de molino como la que el asno hace girar y realmente fuera arrojado en el mar.” (Mar. 9:42) Cualquier persona que se pusiera ropa diseñada para provocar pasión en otra, podría hacerse culpable de hacer tropezar a un compañero cristiano. ¿Quiere decir esto que Dios entregaría a la destrucción a una persona solo debido a lo corto o ajustado de su ropa? No; más bien sería debido a que el vestido provocativo de la persona se debe a la cortedad del amor a la justicia y porque, en cambio, revela que su corazón ama lo que es malo a los ojos de Dios.

      Realmente, si la Palabra de Dios nos diera descripción y reglas específicas y detalladas sobre qué ponernos, todo el asunto vendría a parar sencillamente en obedecer o no obedecer. Como están las cosas, las reglas que Dios nos ha dado ponen a prueba lo que somos por dentro, lo que está en nuestro corazón, con su facultad asociada, la conciencia, y cuánta consideración le tenemos al bienestar espiritual de otros.

      Por eso, la cuestión se reduce a esto: Si usted tuviera razón para creer que no solo uno o dos individuos consideraban censurable su vestido, sino muchas personas, en particular aquellas a quienes usted ama —su familia, sus hermanos en la fe— ¿cambiaría usted? ¿Querría usted hacerlo? Y, aun más importante, si usted tuviera razón para creer que el efecto de su apariencia podría serle perjudicial a otros debido a la clase de pensamiento que estimula en su mente y corazón, ¿sinceramente le apenaría ese hecho y se apresuraría para corregirlo?

      Por supuesto, hay quienes pueden confeccionar reglas en cuanto al vestir. ¿Quiénes son éstos? Los esposos y los padres. Todos los miembros de la casa de un hombre llevan su nombre y lo que hacen puede perjudicar su nombre. Como cabeza de familia nombrado por Dios, le es propio prohibir el uso de cierta ropa por considerarla inaceptable.

      ¿Pensamos en la tarea difícil que tienen hoy los padres al tratar de proteger a sus hijos de la delincuencia general? Entonces no desearemos voluntariamente socavar o minar sus esfuerzos por nuestra falta de preocupación en cuanto a la modestia de nuestro vestido. ¿Por qué hacer más difícil la tremenda lucha que ellos tienen?

      ¿Qué hay del cuerpo de ancianos o superintendentes en una congregación? Más allá de las reglas que contiene la Biblia, no pueden establecer reglas en cuanto a qué se pondrán los de la congregación. Pero pueden usar su propio conocimiento, entendimiento y sabiduría para determinar si alguien claramente está poniendo un mal ejemplo o no tocante a los principios bíblicos que tienen que ver con el vestir. Quizás decidan no dar a la persona que viste así prominencia en las asignaciones que extienden a otros para representar o servir a la congregación en las reuniones de congregación. Esta acción no sería gobernada simplemente por las preferencias o prejuicios de una o dos personas, sino por el juicio del cuerpo de ancianos al considerar cualesquier objeciones que surjan.

  • Disfrute de vida eterna con libertad y paz
    La Atalaya 1972 | 15 de julio
    • Disfrute de vida eterna con libertad y paz

      El hombre no puede hacerlo una realidad, pero Dios sí. Es el propósito que ha declarado para la humanidad. Entérese de cómo usted personalmente puede beneficiarse de él.

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