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Dónde yace el peligro¡Despertad! 1976 | 22 de febrero
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Dónde yace el peligro
A MUCHA gente le parece hoy que la comunidad en que vive es como un campo de batalla. Debido a que hay tanto crimen, sienten mucho temor cuando salen de casa.
En una reciente encuesta Gallup, el 45 por ciento de los estadounidenses dijeron que temen caminar de noche por su propio vecindario. Y en las ciudades más grandes, de cada cuatro mujeres más de tres dijeron que temen salir después de oscurecer. Entre todos los problemas de la comunidad, los estadounidenses ponen el CRIMEN primero en la lista, aun antes del desempleo o del alto costo de la vida. ¿Tienen buenas razones?
Un estudio realizado en el Instituto de Tecnología de Massachusetts indica que sí tienen buenas razones. El estudio halló que el número de personas que eran asesinadas en las ciudades de los Estados Unidos está aumentando con tal rapidez que “un muchacho estadounidense de una sección urbana nacido en 1974 tiene más probabilidad de morir asesinado que la que tenía un soldado estadounidense de morir en combate durante la II Guerra Mundial.” Puede que se le haga casi imposible creer eso, ¡pero la situación es así de grave!
En 1974, 20.500 estadounidenses fueron asesinados, lo cual es más del doble de los asesinados en 1965, ¡solo nueve años antes! Si el aumento sigue a ese paso habrá más de 40.000 matanzas al año para principios de la década de los ochenta. Así, en la década de los ochenta ¡puede que solo se necesiten seis o siete años para que las víctimas de homicidio en los Estados Unidos superen el número total de 292.131 muertes de estadounidenses en combate durante la II Guerra Mundial!
No cabe duda de que la amenaza que el crimen presenta a nuestra vida es una amenaza real y va en aumento.
Crimen aumenta mundialmente
Sin embargo, el peligro no es solo el de ser asesinado, sino también el de ser atacado, robado, asaltado o violada. ¡Todos estos crímenes han aumentado con aun más velocidad que el asesinato!
En 1974 el crimen en los Estados Unidos subió un alarmante 17 por ciento sobre 1973, el mayor aumento hasta entonces. ¡Pero en el primer trimestre de 1975 aumentó 18 por ciento más que en el mismo período de 1974! El fiscal general de los Estados Unidos Edward Levi llamó a este aumento “una de las aterradoras realidades de la vida que hemos llegado a aceptar como normal.”
Aunque las ciudades grandes son los lugares más peligrosos, recientemente el aumento del crimen ha sido aun más rápido en zonas suburbanas y rurales. En 1974 subió un 20 por ciento en los suburbios, y un 21 por ciento en los distritos rurales. ¡Y para el primer trimestre de 1975, tan solo los robos aumentaron un asombroso 53 por ciento en ciudades de 10.000 a 25.000 habitantes!
Más de 10 millones de crímenes se informaron a la policía en 1974, y la cifra para 1975 probablemente se acerque a los 12 millones. Pero esto es ver solo la parte emergente del iceberg... ¿qué hay de la parte sumergida? Un estudio de la Oficina de Censo muestra que de cada tres crímenes más de dos no se informan. ¿Por qué? Mayormente porque las víctimas creen que no se hará nada en cuanto a ello.
La estremecedora conclusión a la que llegó el estudio de la Oficina de Censo es esta: en los Estados Unidos se cometen más de 37 millones de crímenes serios al año, más de tres veces la cantidad que se informa. Esto representa setenta asesinatos, violaciones, ataques o robos de diferentes clases por minuto, ¡más de uno por segundo!
País tras país está experimentando una ola de crímenes similar. The Guardian informa lo siguiente acerca de la situación en Italia: “Parece que no hay nadie en Roma que no haya tenido un robo en la familia.”
El periódico francés L’Aurore dice: “El clima aquí ya no es el mismo. De noche en el metro la gente honrada ya no está muy tranquila. Se apresuran. . . . En la calle a menudo miran por encima del hombro.”
Protección... la búsqueda del día
Ha llegado a ser asunto de gran preocupación para la gente la seguridad de su persona y de su propiedad. Es típico el comentario de un comerciante de la ciudad de Nueva York: “Abrí mi negocio hace 30 años y me preocupaba solo de las ganancias; ahora mi principal preocupación es que pase el día sin ser robado o perder la vida.”
En Louisville, Kentucky, un propietario de restaurante sufrió tres robos en seis meses, lo cual lo obligó a contratar guardias de seguridad armados. “En resumidas cuentas significa pagar para protección,” explica. Los ciudadanos comunes también están tomando medidas similares, contratando guardias privados y adquiriendo toda clase de dispositivos de seguridad.
Un resultado de ello ha sido un auge del negocio de alarmas contra ladrones. Se informa que en los Estados Unidos hay casi 6000 fabricantes de dispositivos de protección, ¡comparados con solo unos 1000 hace cinco años! Se calcula que sus ventas anuales son en exceso de mil millones de dólares.
Muchas viviendas han adquirido el aspecto de fortalezas. Barras protegen las ventanas y reflectores iluminan la propiedad. “Le puse rejas a mi casa,” explicó una viuda de Detroit. “Al principio me sentí un poco encerrada, pero uno se acostumbra.” Es un precio que cada vez más personas están dispuestas a pagar.
No obstante, muchas personas también temen dejar sola la vivienda, como hizo notar una persona de California: “Uno no se atrevería a dejar la vivienda sin protección por mucho tiempo en nuestra ciudad (con una población de 25.000 habitantes). No pasa un día sin que despojen a alguien de todo lo que tiene.” Por eso, en algunas ciudades, hay personas que pagan a alguien para que se quede en la casa vigilándola cuando se van de vacaciones.
Puede que en la mayoría de los casos sea obvio dónde yace el peligro del crimen, pero no siempre es así.
¿Fuentes inesperadas del peligro?
Por ejemplo, la mayoría de los asesinatos no son cometidos por un “elemento criminal,” como por ladrones o asaltantes. Más bien, casi un tercio de las víctimas están emparentadas con sus asesinos. Otra tercera parte es asesinada por amigos o conocidos. Esto quiere decir que solo alrededor de una tercera parte de las víctimas es asesinada por extraños.
Es digno de notarse, también, que los asesinatos ocurren comúnmente durante períodos de vacaciones, como en la Navidad. También, en un estudio de 588 crímenes en Filadelfia, el sociólogo Martin Wolfgang halló que alrededor de las dos terceras partes de las víctimas habían sido muertas durante el fin de semana. Con respecto a esto, Psychology Today declaró: “No es sorprendente que nos maten cuando estamos descansando. Después de todo, esto es cuando estamos con los que tienen mayor probabilidad de matarnos: nuestros parientes, amigos y compañeros de beber.” ¿Se daba usted cuenta de esto?
Puede que también le sorprenda saber quiénes cometen la mayoría de los crímenes. Son los jóvenes. En 1974 en los Estados Unidos casi la mitad (45 por ciento) de los crímenes serios —asesinatos, violaciones, robos, y así por el estilo— fueron cometidos por jovencitos de menos de dieciocho años de edad. Los niños de menos de quince años cometen más crímenes que los adultos pasados de los veinticinco.
Hasta los criminales mayores temen a los jóvenes. Un atracador de Chicago dice: “Estos criminales más jóvenes están enfermos. No tienen motivo para hacer lo que están haciendo.” Y un neoyorquino que ha sido asaltado seis veces en el término de cuatro años advirtió: “Ojo con los muchachos, ellos son los peligrosos.”
Aunque los crímenes de los empleados, como los robos que cometen los oficinistas y profesionales contra las empresas, no son tan visibles, perjudican a la mayoría de nosotros aun más, de un modo financiero, que el crimen tradicional. Norman Jaspan, un notable experto en crimen comercial, dice que esa clase de robo “agrega hasta el 15 por ciento a los costos de las mercaderías y servicios.” Pero también tenemos el costo del crimen organizado, denunció el que entonces era fiscal especial de Nueva York Maurice Nadjari: “23 centavos de cada dólar que gastamos va a los bolsillos del crimen organizado.”
Sí, el crimen no solo amenaza nuestra seguridad, sino que está robándonos a grado increíble. A pesar de eso, el comisionado de la policía de Boston Robert J. DiGrazia confesó recientemente: “No podemos eliminar ni reducir el crimen. Eso es algo que está más allá de nuestra capacidad.”
¿A qué se debe que los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley se hallan sin saber qué hacer en la batalla contra el crimen? El siguiente relato de un policía de una ciudad grande de los Estados Unidos quizás le suministre un conocimiento más profundo del asunto.
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¿Por qué se pierde la batalla contra el crimen?¡Despertad! 1976 | 22 de febrero
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¿Por qué se pierde la batalla contra el crimen?
Lea lo que dice acerca de ello un policía veterano
NINGUNA ciudad tiene tanto crimen como la ciudad de Nueva York. ¡En un año reciente se asesinó aquí más gente —1669— que la que ha sido muerta en casi siete años de lucha en Irlanda del Norte!
Como policía de la ciudad de Nueva York por más de catorce años, he visto el fracaso de toda suerte de esfuerzos para detener este crimen. Maurice Nadjari, que entonces era fiscal especial del estado de Nueva York, tuvo razón cuando dijo: “Ya no podemos proteger a la gente contra el crimen.”
Cada día cientos de neoyorquinos son asesinados, atacados, robados o violadas... casi cada minuto se informa de un crimen serio. Un encabezamiento del Times de Nueva York, al informar el aumento del crimen durante los primeros meses de 1975 sobre los mismos meses de 1974, dijo: “CRÍMENES SERIOS AUMENTAN UN 21,3% EN LA CIUDAD.” No es de extrañarse que en muchas secciones de la ciudad los neoyorquinos tengan miedo de aventurarse a salir de casa... son, en realidad, presos en su propia casa.
¿Tiene la culpa la policía?
Temerosas y enojadas —y se entiende por qué— la gente a menudo culpa a la policía. Se nos llama demasiado estúpidos para resolver crímenes, o demasiado perezosos. La opinión común es que regularmente aceptamos sobornos en armonía con la impresión que dio la película Sérpico. Muchos dicen que tenemos una actitud superior, por encima de la ley, y que la manifestamos al no obedecer las leyes que somos responsables de hacer cumplir. Otros nos acusan de ser insensibles para con el público, y de dar trato brutal a los sospechosos de crimen.
Aunque puede haber algo de verdad en algunas de estas acusaciones, creo que en general dan una impresión falsa. El trabajo de policía es de tal naturaleza que es muy fácil que sea entendido mal por el público. De modo que es injusto formar juicio sin oír nuestra parte. Creo que el escucharla no solo le ayudará a conocer a fondo la razón del aumento del crimen, sino que también le ayudará a comprender las frustraciones y presiones que soporta la policía.
Viendo la policía tal como es
Algunas personas dicen que una razón principal por qué florece el crimen es que la policía es corrupta. Como evidencia, tal vez citen el informe de que de cincuenta y un policías de Nueva York a quienes se les entregó billeteras “perdidas” para que las llevaran a la comisaría, quince se embolsaron el dinero. (Times de Nueva York, 17 de noviembre de 1973) Sin embargo, contemple esto en perspectiva.
¿Sabía usted que más tarde cuando se realizó una prueba similar con neoyorquinos tomados al azar, cuarenta y dos de las cincuenta personas se quedaron fraudulentamente con el dinero? Se ve pues que, en gran manera, la policía sencillamente refleja las normas de la sociedad de la cual forman parte, ¿no es así? Y en cuanto a los sobornos, ¿no es el público el que se los ofrece a la policía?
No estoy tratando de justificar la falta de honradez policial. Pero es bueno ver el cuadro entero. Se reconoce que existe alguna corrupción. Pero, realmente, ¿no hacemos mucho nosotros los de la policía para prevenir el crimen? ¿No es cierto que por lo general la gente se inclina más a cumplir la ley cuando nos ve a nosotros ahí cerca?
Recuerde lo que sucedió en 1969 cuando 3700 miembros de la policía de la ciudad de Montreal, Canadá, se pusieron en huelga. El crimen aumentó a tal grado que los líderes gubernamentales dijeron que la ciudad estaba “amenazada por la anarquía.” Y créame, sería peor en Nueva York. Sin la policía en sus puestos, lo mejor sería que los neoyorquinos establecieran barricadas en sus viviendas. ¡No se podría vivir en la ciudad!
Lo que experimenta la policía
Para ilustrar la frustración que a menudo experimentan los policías en la lucha contra el crimen, permítame relatar lo siguiente: Un policía compañero atrapó recientemente a dos niños de doce y trece años de edad practicando relaciones sexuales en la azotea de un edificio municipal de apartamentos. Él llevó a la niña a sus padres. Pero la madre le dijo que no se metiera en asuntos ajenos, diciendo: “Ella ya es una mujer; puede hacerlo cuando quiera.” Una experiencia como esta hace que el policía se sienta inútil. Creo que esta actitud moderna de tolerancia, donde todo se permite, contribuye al aumento del crimen.
En los barrios bajos el policía representa la parte de la sociedad que los residentes creen que los ha estado derribando a puntapiés y que no los deja elevarse de ese bajo nivel. De modo que en estas zonas a menudo nos ven más bien como amenaza que como ayuda. Por ejemplo, cuando entramos en un vecindario para sacar a un traficante de drogas, sus vecinos luchan por el traficante y en contra de nosotros. Me parece que esta actitud antipolicial, también, es otro factor contribuyente al aumento del crimen.
Recuerdo algo que pasó en la sección Bedford-Stuyvesant de Brooklyn. Un par de sujetos habían robado un automóvil, y trataron de escapar. Los perseguimos, y chocaron, despedazando el automóvil. Los arrinconamos y los pusimos de cara a la pared, con nuestras armas listas. Pero antes de darnos cuenta se formó una multitud y empezaron a amenazarnos. Les digo que la melodía más dulce que jamás he oído procedió de las sirenas de los coches policiales que venían en nuestra ayuda.
Uno tiene que enfrentarse a situaciones como esa para comprender lo que es esa sensación de terror frío. Sé que los críticos están inclinados a censurar a la policía por usar sus armas demasiado rápidamente y por el uso innecesario de la fuerza. Pero es fácil criticar desde un lugar libre de peligro. Creo que los críticos lo verían de otro modo si tuvieran que enfrentarse a criminales armados.
¡La situación es aterradora! ¡En la ciudad le dan muerte a casi un policía por mes! La cantidad de crimen es increíble... un policía compañero dijo el otro día que un coche patrullero tuvo que encargarse de cinco robos durante un patrullaje, la mayoría asaltos de robos armados de farmacias.
Hasta el asesinato ha llegado a ser asunto rutinario, y a menudo la policía se endurece ante ello. John Flores, un policía que trabajaba en la Comisaría 73 de Brownsville, un distrito de muchos crímenes, ilustró el asunto al describir un patrullaje en el cual estuvo tan ocupado que, mientras comía un sándwich, notó que ni siquiera se había lavado de las manos la sangre de una víctima de asesinato.
La gente de estas secciones se endurece también. En otro caso, el marido había dado muerte a su esposa. Tenían doce hijos, y mientras se llevaba a cabo la investigación, unos niños corrían detrás de otros en un juego que abarcaba toda la casa, ¡como si nada hubiera pasado!
Pero, ¿por qué estamos perdiendo la batalla contra el crimen? ¿Radica la culpa en la preparación de los policías para su tarea?
Preparados para la lucha contra el crimen
Fue en 1961, cuando yo tenía veinticuatro años, que recibí entrenamiento en la Academia Policial de Nueva York. Estaba incluida la preparación física... calistenia, judo y el uso de armas. En el aula examinábamos los elementos de cada crimen, y lo que está envuelto en hacer un arresto. El asunto comprende más que sencillamente decir: “¡Está detenido!” Aprendí lo que le sucede a un individuo después que es llevado a un lugar de arresto: que le toman las impresiones digitales, lo fotografían y lo preparan de otros modos para aparecer ante el tribunal. También aprendí la clase de evidencia que se necesita para que un arresto valga ante el tribunal.
Después de unos cinco meses mi clase se graduó, y yo fui asignado a la Comisaría 66, en Borough Park, Brooklyn. Allí recorría a pie un distrito y, a veces, iba en coche patrullero. Era satisfaciente ayudar a la gente a resolver sus problemas, y dar ayuda médica y de otras clases.
Sin embargo, odiaba dar citaciones por infracciones del reglamento del tránsito, puesto que hacen sentir tan mal a la gente. De manera que llegaba el fin del mes y yo no había informado el número de infracciones que se esperaba de mí. Entonces me veía obligado a citar a infractores de tránsito por las llamadas faltas pequeñas o “dudosas”... como el no detenerse por completo, o deslizarse cuando el semáforo estaba cambiando. Me hacía sentir muy mal.
Nunca olvidaré el primer arresto que hice. Detuve a un automovilista que estaba conduciendo sin licencia, y me ofreció unos cien dólares para dejarlo ir. Lo arresté y lo llevé a la comisaría.
Desde entonces he hecho cientos de arrestos, pero lo que hace especialmente digno de recordar ese primer arresto es que señaló mi primera aparición ante el tribunal, donde vi las condiciones caóticas que existen allí. La realidad ciertamente no era lo que el entrenamiento recibido en la academia me había llevado a esperar. Pero pronto aprendí otras realidades sorprendentes, las que eran totalmente contrarias al excelente entrenamiento policial que se nos había dado.
Cómo era
Hacía poco que estaba en el cuerpo de seguridad cuando se me hizo evidente que muchos policías estaban aceptando sobornos. Era conocimiento común que algunos recogían dinero por protección de los jugadores y otras figuras del hampa.
Entonces vino la investigación de la Comisión Knapp de la corrupción policial. ¡Hace unos cuatro años que se concentró en la corrupción, y desde entonces algunos policías realmente han sido hallados culpables y encarcelados! Además, se rompió la conspiración del silencio... los policías empezaron a informar sobre la corrupción. De modo que se extendió el temor, los policías tenían miedo de que otros policías los delataran, y esto contribuyó a una limpieza.
Se dio comienzo a un programa de anticorrupción en todo el departamento. Por ejemplo, se han colocado carteles en las comisarías que explican que el potencial de ganancia de un policía durante veinte años de servicio y veinte años de retiro es 500.000 dólares, y se les insta a no jugarlo todo al aceptar un soborno. Ahora recibimos un buen sueldo y dudo que haya muchos que se arriesguen a perderlo por medio de aceptar cualquier clase de soborno.
Eso no significa que todos los policías se han vuelto fundamentalmente honrados. Un asistente jubilado del inspector principal probablemente tenía razón cuando dijo de algunos policías anteriormente corruptos: “Ahora mismo están contemplando las oportunidades para hacer dinero y están pesando el dinero contra el riesgo.” Parece que hay que mantener el factor de riesgo a un nivel alto, como indicó un reciente informe policial cuando identificó el temor de ser atrapado como la razón de las condiciones mejoradas.
Sin embargo, me doy cuenta de que el público todavía considera que la mayoría de los policías son corruptos; hemos perdido credibilidad debido a nuestro registro pasado. También, la persistente actitud de estar por encima de la ley que algunos policías manifiestan contribuye a esto.
Esta pérdida de confianza pública, o credibilidad —que resulta en falta de cooperación y hasta odio de parte de muchos del público— es un factor principal, creo, el hecho de que estemos perdiendo la batalla contra el crimen.
Trabajo de detective, y otros factores
Yo deseaba adelantar en el departamento, y el 18 de mayo de 1962 sucedió una cosa terrible que abrió el camino... fueron asesinados dos detectives de Brooklyn, llamados Fallon y Finnegan, en una tabaquería de mi distrito, justamente a unas manzanas de donde yo estaba en ese momento. En esos días el asesinar a un policía era cosa rara, y se llamaron a los detectives de todas partes de la ciudad para trabajar en el caso.
La noche de los asesinatos recibí información de una fuente confidencial que me aturdió... se me informó de la identidad de uno de los asesinos. Inmediatamente fui a la estación de policía y comuniqué la información. Ahí mismo se me asignó a ayudar en el caso. Esa misma noche pudimos establecer que uno de los sospechosos estaba implicado en los asesinatos. Posteriormente fue aprehendido y sentenciado.
Como resultado de mi trabajo, fui recomendado para la oficina de detectives, y en la primavera de 1963 recibí el curso de entrenamiento para detectives en la Academia Policial. Después de eso, como entonces era costumbre, fui asignado al Escuadrón Juvenil, una especie de escuadrón de detectives jóvenes que hacía cumplir las leyes relacionadas con lugares en que se congregaban los jovencitos, como en las boleras, salas de billar y escuelas. Pero desde 1966 he realizado el trabajo corriente de detective.
El trabajo de investigación que se realiza en la mayoría de los crímenes no es nada en comparación con el que se hizo en el asesinato de Fallon y Finnegan, pues en ese caso docenas de detectives y técnicos especiales concentraron sus esfuerzos. Dado que diariamente se informan más de mil crímenes serios, sencillamente no alcanza el tiempo para investigar cabalmente la mayoría de los crímenes.
Pero cuando hay disponible más tiempo, se puede conducir una investigación completa. Se puede tratar de hallar testigos del crimen, y se puede hacer un esfuerzo cabal en busca de pistas. Las impresiones dactilares son extremadamente valiosas como evidencia de un crimen; sin embargo, creo que en este sector muchos detectives son deficientes. No utilizan los métodos científicos disponibles para detectar los crímenes, ya sea por falta de interés o por no estar convencidos de su valor.
Ante la gran ola de crímenes, el procedimiento investigador se ha desbaratado... solo se resuelve uno de cada cinco crímenes graves, y el número propiamente dicho probablemente es mucho menor. Como resultado, la confianza del público en la policía es baja. Aumentan la frustración y el egoísmo, haciendo que más personas se vuelvan al crimen.
No obstante, muchos policías creen que hay y una razón aun más importante por la que estamos perdiendo la batalla.
Por qué se puede decir que el crimen paga
Dicho francamente, la razón es que EL CRIMEN PAGA. Eso es lo que muestra la evidencia. Por eso James S. Campbell, el consejero anterior de una comisión presidencial sobre el crimen, dijo: “El crimen sí paga.” Hizo notar que “la probabilidad era de 99 contra 1 de que uno pudiera cometer un crimen y no ir a la cárcel por ello.” Pero en la ciudad de Nueva York hay todavía menos probabilidad de que un criminal sea castigado.
Por ejemplo, de 97.000 arrestos por crímenes graves en un año reciente, ¡solo 900 acusados fueron procesados hasta el punto de llegar a un veredicto! Se atiende a la inmensa mayoría de los arrestos por lo que llaman “defensa negociada.” La manera en que se efectúa esto es que el criminal concuerda en confesarse delincuente de una acusación reducida que por lo general implica la suspensión de la sentencia. En otras palabras, sale libre. ¡No hay ningún castigo! Hasta ocho de cada diez casos de asesinato se resuelven por medio de esta “defensa negociada.” En esos casos, el asesino por lo general recibe una sentencia leve, y pronto está libre para cometer nuevamente sus crímenes.
Por mi propia experiencia podría darle muchos ejemplos de este sistema jurídico de “puerta giratoria.” Pero permítame escoger solo uno. En 1970 un hombre con un largo registro criminal mató cruelmente a puñaladas a un indefenso anciano, el dueño de una licorería. No obstante a este asesino que mató a sangre fría se le permitió confesarse delincuente de homicidio sin premeditación, y fue sentenciado a cinco años, lo cual significa que probablemente cumplió solo dos o tres años. ¡Pero fue uno de los crímenes más atroces que jamás haya investigado!
¿Por qué en casos como este no juzgan a los criminales y les dan el debido castigo? El juez David Ross explicó: “Estamos estallando por los cuatro costados y se necesitarían millones [de dólares] para juzgar todos estos casos.” Además, las cárceles ya están llenas, y los costos de construcción para cárceles nuevas pueden ascender hasta 40.000 dólares por preso. Aun ahora, cuesta alrededor de 10.000 dólares al año para mantener a una persona en una cárcel tradicional. De modo que no solo es demasiado costoso juzgar a criminales, sino también muy costoso mantenerlos encerrados.
Como resultado, las personas se sienten alentadas a cometer más crímenes, puesto que pueden ver que el crimen paga. La verdad es que a veces hasta se ríen de nosotros cuando los arrestamos, puesto que saben que no tienen nada que temer. Por lo tanto, ¿puede usted ver por qué los policías a menudo no son muy enérgicos en sus esfuerzos por prender a los criminales? De cualquier modo lo usual es que no serán castigados. Por ejemplo, un hombre de Washington, D.C. fue arrestado cincuenta y siete veces en cinco años antes que fuera sentenciado.
Es una situación triste, como dijo Patrick Murphy, anterior comisionado de policía de la ciudad de Nueva York: “La policía es meramente el arma más visible de un sistema de control del crimen desbaratado, de un no sistema, en el cual los acusadores y los tribunales también fracasan.”
Un editorial del Times de Nueva York tenía razón al decir lo siguiente del sistema judicial: “Esencialmente el cuadro es el de un ‘sistema’ que amenaza constantemente con derrumbarse por su propio peso, que funciona de una manera más destinada a evitar ese derrumbe que a impartir justicia o proteger al público.”—7 de febrero de 1975.
El público es el que sufre más, especialmente las víctimas. La idea de ayudar o compensarlas por su pérdida casi no existe. Además, si las víctimas han de dar testimonio en el tribunal tienen que hacerlo a costa de su propio tiempo, quizás con pérdida de salario, y lo más que pueden esperar es que el criminal sea castigado. Pero, puesto que tan pocos criminales reciben castigo, cada vez menos víctimas quieren molestarse para acusar, y, francamente, no puedo culparlas. ¡Una mujer de Filadelfia tuvo que presentarse en el tribunal cuarenta y cinco veces antes que el asaltante que le robó fuera sentenciado!
¿Hay soluciones?
Hace algún tiempo, fue llamada a mi atención la idea de hacer que el criminal trabajara para devolverle a la víctima lo que le había robado o dañado. La idea es de la Biblia, donde, según la ley de Dios, un ladrón que robaba un toro y lo vendía ¡tenía que compensar con cinco toros! (Éxo. 22:1-4) ¡Esto es tan lógico! Si los criminales tuvieran que hacer esa restitución a sus víctimas, o, en el caso de juveniles, tuvieran que hacerlo sus padres, se reduciría enormemente el crimen.
También se necesita castigo veloz por la maldad. Cuando no hay castigo, el criminal cree que el crimen paga y por lo tanto continúa en este mal proceder, como dice la Biblia. (Ecl. 8:11) Pero si el que comete un asesinato premeditado fuera ejecutado rápidamente, como recomienda la Biblia, puedo asegurarle que habría muchos menos crímenes. (Núm. 35:30, 31) Y si otros criminales fueran castigados severamente, estoy seguro de que el crimen disminuiría repentinamente.
Sin embargo, este sistema de cosas se aleja cada vez más de un curso de razón y buen sentido. Por eso, mientras este sistema continúe, triste es decirlo, no puedo ver ninguna esperanza de un verdadero mejoramiento en la batalla policial contra el crimen.—Contribuido.
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